Los partidos políticos o la muerte de la democracia
Alots Gezuraga, Errigoiti (Nabarra)
“Solo la ilusión o la hipocresía puede creer que
la democracia sea posible sin partidos”. Hans Kelsen, checo, (Praga 1881,
California 1973), jurista, político y filósofo del derecho.
Nos han convencido de que la democracia existe
cuando hay una variedad de partidos entre los que poder elegir, aunque en la
definición de democracia no aparezca tal cosa, es más, si nos atenemos a
nuestra historia, los partidos son más bien el fin de nuestra democracia, o,
como dijo Ken Livingstone: “Si las elecciones servirían para algo, las
suprimirían”.
El jurista, politólogo y político francés Maurice Duverger (1917) habla de que
primero nacieron los “Partidos de creación interna”, los cuales no serían más
que corrientes o facciones dentro de los parlamentos con visiones opuestas como
los Tories (conservadores) y los Whigs (liberales) ingleses o los Girondinos y
los Jacobinos franceses. Estos “partidos” o “bandos” podemos verlos incluso en
las antiguas Roma y Grecia. Entre nosotros también existieron, en la Nabarra
Occidental fueron llamados ganboínos y oñacinos y en la Nabarra reducida
beaumonteses y agramonteses, cuyos orígenes son similares pues son fruto de la
presión imperialista castellana contra el reino baskón de Nabarra.
¿A qué fue debida esta situación? Lope García de Salazar, uno de aquellos
banderizos y el primer historiador bizkaíno, escribió desde su torre de
Muñatones en Muskiz en el siglo XV un conjunto de libros a los que tituló
"Las Bienandanzas e Fortunas", en los que relata numerosos episodios
relacionados con las banderías. Este autor, seguramente recogiendo la tradición
popular, remonta el origen al tiempo en que Bizkaia, Alaba y Gipuzkoa seguían
libres dentro del Reino de Nabarra, cuando la tierra se gobernaba por
"Hermandades", y relata que habiéndose juntado éstas Hermandades como
todos los años el primero de mayo, para hacer sus cofradías, debieron realizar
el rito de llevar grandes candelas de cera, de 100 ó 150 kilos de peso, a
ciertas iglesias. Surgió una discusión porque unos querían llevarlas a hombros
y otros a pie, bajo mano. El alboroto fue a más, convirtiéndose en tumulto; los
primeros, gritando que a hombros, "que decían en vascuence gamboa que
quiere decir por lo alto" y los otros "decían en vascuence oñas, que
quiere decir a pie". Tanto porfiaron los unos y los otros que llegaron a
pelear, muriendo mucha gente de unos y otros.
Sin embargo el propio García Salazar reconoce que no deja de ser una leyenda y
explica tal y como comenta el etnólogo español Julio Caro Baroja mucho después
(s. XX) que "es probable que la división quedara condicionada por la
enemistad de dos grandes linajes en su origen. Uno el de los Mendoza que, en
una época en que el condado de Álava andaba revuelto, parecen haberse inclinado
hacia Castilla, y el otro el de los Guevara, que se inclinaban más hacia
Navarra". Esta situación se hizo endémica tras la conquista castellana,
así, hasta las Guerras Carlistas del siglo XIX en el puesto Diputado General se
turnaban gamboínos y oñacinos, que ya no sabían ni por qué estaban divididos en
dos bandos consumada la invasión total del reino baskón de Nabarra.
Pero, lo que hoy conocemos como partidos de masas o “Partidos de creación
externa” según la terminología de Maurice Duverger, surgen a fines del siglo
XIX en Estados Unidos e Inglaterra. En España, los partidos aparecen a
imitación del modelo francés a finales del siglo XIX, previa eliminación de las
instituciones de la corona de Aragón-Catalunya y de corona de Nabarra y de sus
Constituciones o Fueros, reinos mucho más democráticos que Castilla pues se
basaban en el derecho pirenaico. En su libro “Navarra es una colonia española y
francesa”, el historiador y ex profesor de las universidades de Cambridge y
Oxford Jon Oria Oses (Lizarra-Estella 1931), lo sabe muy bien: “Los ingleses,
afincados por siglos en la Gascuña e imitadores de nuestro sistema legal y
representativo, llamarían a Navarra la cuna del sistema justo, legal y
representativo y comienzo de la democracia constitucional en Europa (…).
Navarra es considerada por los anglosajones como la cuna del parlamentarismo y
de la democracia moderna”. Pero la suerte ya estaba echada y como Ortega y
Gasset sentenció: “España es cosa de Castilla”.
Las primeras elecciones en España datan de 1837 y son censarias, para unos
pocos hombres ricos: participaron 257.00 personas, menos de un 3% de la
población total mayor de edad y masculina, pero todavía no había partidos
políticos de masas sino corrientes políticas internas. Para las elecciones de
1871, justo antes de la Segunda Guerra Carlista, se ve bien a las claras el
masivo apoyo de las ideas forales por los vascos, incluso entre los hombres más
ricos que seguían siendo los únicos con derecho a votar en aquellos tiempos
“liberales” de Generales que se sucedían en el poder. Pese a la derrota en la
Primera Guerra Carlistas, todos los diputados de Bizkaia (cuatro) y Gipuzkoa
(tres) fueron de este bando, la mitad de los de Alaba (dos de cuatro diputados)
y 6/7 en la provincia de Alta Navarra (reducida a esta condición de provincia
en 1841). Así es como desde esas fechas existen representantes de Alaba,
Bizkaia, Gipuzkoa y Alta Navarra en las Cortes españolas de lo que ya se puede
llamar “partidarios carlistas”. Hay que esperar a la pérdida foral total
(1876), para que las elecciones españolas se hagan en base a votar a partidos
políticos de masas y no a personas (listas abiertas y sin partidos como hasta
entonces), como el PsoE fundado en 1879 o el Pnv en 1895, lo que hará, que si
ya era limitada la posibilidad de elección de los candaditos entre unos pocos
hombre ricos, los votantes sólo puedan optar entre unos poquitos representantes
de esas corrientes políticas que se presentan agrupadas en partidos políticos.
Jose Antonio González Salazar, etnógrafo alabés nacido en Vitoria (1940) y gran
conocedor de nuestra historia y modelo político foral, lo dice muy claro en una
entrevista en Halabedi irratia (programa “Hordago Nabarra” del 24 de abril de
2013 número 101[1]): “En una partidocracia, el Pueblo es el gran ausente. La
democracia tiene que partir de abajo no de las nubes… vienen los partidos y de
los malos eliges el menos malo. (La democracia) no nos va dejar nadie, en el
siglo XXI pertenecemos a un imperio”. Jose Antonio, en la misma entrevista,
explica el modelo foral de representación popular, el cual es infinitamente más
democrático, pues era un modelo de abajo arriba, desde la casa, al Concejo, a
la Junta y al Parlamento, siendo todo el Pueblo elegible en la base y por
insaculación o suertes, modelo que en su esencia funcionó durante 1.000 años.
Por tanto, la llegada de los partidos políticos a tierras nabarras, es
consecuencia de la total derrota de Pueblo y la eliminación de sus
instituciones propias que aún se conservaban pese a la invasión de nuestro
Estado. La lucha de las tropas forales vascas fue contra una pretensión añadida
de los liberales: la creación del Estado-nación, imitación del modelo francés
que los españoles envidiaban y que pasaba, indefectiblemente, por igualar en
todo los reinos o Estados peninsulares invadidos en: leyes, idioma y cultura,
en busca de una nación inexistente hasta entonces y más fácil de gobernar, todo
ello desde la nación castellana que se convertía en colonizadora, cuando era el
Estado más antidemocrático de todos ellos pero para entonces el más poderoso,
nacido de una élite guerrera en continua rapiña por la península y el mundo,
por lo que el devenir totalitario de los años posteriores con numerosas
dictaduras y hasta el presente, estaba servido, así como el carácter
antidemocrático e intrínseco de lo español.
Parafraseando a Nietzsche en “Así habló Zaratrusta”: “En alguna parte hay
todavía Pueblos, pero no entre nosotros, hermanos míos: entre nosotros hay
partidos. ¿Partidos? ¿Qué son? Prestadme atención, voy a hablaros de la muerte
de los Pueblos”.
La negación del Estado baskón, conocido históricamente como reino de Nabarra y
de su ocupación militar actual, hace que Francia y España no sean democracias,
pues para que exista ese modelo político, es condición incondicional un acuerdo
previo (aunque no suficiente), aquel en el que todas las partes o Pueblos
quieran conformar el mismo Estado y acepten el juego de mayorías para dirimir
sus diferencias, todo lo demás, no es una democracia, sino justo todo lo
contrario: un Estado totalitario. El Estado totalitario moderno se viste de
Estado democrático para justificarse, pero sólo engaña al que quiere ser
engañado.
Cuando un Pueblo participa en unas elecciones junto a otro Pueblo el cual le
niega el derecho de autodeterminación: está cavando su tumba. Sólo es cuestión
de tiempo que el Pueblo capaz de ejercer una mayor violencia o fuerza (el
Pueblo imperialista y/o su gobierno), termine exterminando al Pueblo que
intenta someter violentamente a su voluntad (el Pueblo colonizado), pues esta
situación de negación del derecho de autodeterminación de un Pueblo a otro -o
derecho de autodefensa en este caso-, sólo es posible cuando se da una invasión
y un control militar imperialista previo.
Entonces, ¿existe otro modelo posible y democrático? Sí sólo hay que mirar a
nuestro pasado y replantearnos el futuro[2], pero la democracia para nuestro
Pueblo, pasa por el paso previo de recuperar nuestra libertad o independencia.
Por suerte, siempre nos quedará la idea remarcada por Jean Jacques Rousseau en
su libro “El contrato social”: “Jamás se corrompe al Pueblo, más se le engaña a
menudo (…) mientras un Pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien;
mas en el momento en que puede sacudir el yugo, y lo sacude, hace todavía
mejor, recobrando su libertad por el mismo derecho que se le arrebató”.
[1] http://halabedi.org/?cat=1387
[2] http://soberaniadenavarra.blogspot.com.es/2011/05/otro-modelo-politico-es-posible.html
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