Iñigo Saldise Alda
La guerra de Navarra
CAPÍTULO I
Segunda parte
Magnicidio, invasión y caos
“Tu quoque fili mi” Julio César
El reinado de Sancho Garcés IV comienza de forma trágica en el campo de batalla. Con tan solo 14 años, es proclamado rey en las ensangrentadas campas de Atapuerca. Muy pronto, ante el poder del Fernando I de León y Castilla, comienzan las deserciones de numerosos tenentes navarros, teniendo como consecuencia directa la perdida de territorio para los navarros, en el oeste del Estado vascón. Siendo pocos los leales a la corona navarra, como Iñigo López en Bizkaia y Sancho Fortín de Pancorbo, que se mantienen firmes ante las promesas castellanas.
El freno de la ambición del rey castellano, tras arrebatar esas tierras vasconas al Reino de Pamplona, permite una calma momentánea en la frontera occidental durante los primeros años de gobierno de Sancho IV. El rey de los navarros, aconsejado por Ramiro, tenente de Aragón y presionado por el poderoso rey de León y Castilla, realiza una donación el 29 de Diciembre del año 1062, de aquellas tierras vasconas invadidas y ocupadas tras la batalla de Atapuerca por las tropas castellano-leonesas.
El rey de Pamplona le otorga a Ramiro las tenencias de Lerda, Undués y del castillo de Zangoza. Aconsejado por el ya conde de Aragón, Ramiro, el Rey de Pamplona comienza a interesarse por Zaragoza. Las presiones dan su fruto, lo que provoca la recepción de cuantiosas rentas para el Reino de los navarros. Esta política llamada de parias, es muy beneficiosa para las arcas del tesoro real.
La muerte de Fernando I de Castilla y León en el año 1065, trajo más problemas para Navarra. Su hijo Sancho II irrumpe por la orilla izquierda del Ebro en el 1067. Sancho IV pide ayuda al Conde de Aragón, también llamado Sancho Ramírez, hijo de Ramiro que murió en el 1063. Esta guerra es la llamada de los “tres Sanchos”. El rey castellano pretendía sondear a eventuales adversarios. La guerra se saldo favorablemente para el Reino de Pamplona, ya que los castellanos fueron expulsados de Biana, por el conde de Aragón, Sancho Ramírez, teniendo así las tropas invasoras que volver a cruzar el Ebro, pero esta vez en dirección a su patria, Castilla.
De esta manera, el rey de los navarros, continúa recibiendo, sin sobresaltos, y con mayor o menor regularidad, la importante suma de 1.000 piezas de oro mensuales, por parte del rey musulmán de Zaragoza. El rey navarro multiplicó las plazas defensivas, como Calahorra, Ocón, Clavijo, Arrendó, Peralta, Falces, Villafranca o Alesves, Ujué y Tafalla, entre otras. Las desavenencias con el reino de Castilla continuan, lo provoca nuevos enfrentamientos tras incursiones en el Reino de Pamplona de tropas castellanas, como en Tudejen, cerca de los baños de Fitero. Un nuevo pacto posibilitó la vuelta a la calma, para esa frontera tan vulnerable.
La llamada a Cruzada a los caballeros cristianos, por primera vez en la historia de la Península, lanzada por Gregorio VII, encontró eco favorable en el condado de Aragón y al norte de los Pirineos. El Rey de Pamplona, hace oídos sordos, dando libertad al conde de Aragón, Sancho Ramírez, mientras no abandona su lealtad interesada con el rey musulmán de Zaragoza, enfrentándose incluso al Papa y rechazando una reforma litúrgica que le parecía atentatoria a las libertades del país de los navarros.
El 4 de Junio de 1076, Ramón y Ermenesilda, hermanos del rey, le invitan a una cacería. No lejos de Milagro, se detuvieron en un peñasco, Peñalén, que dominaba un precipicio. Abajo el río Aragón. El rey se inclinó para ver el hermoso espectáculo, cuando una mano anónima lo empujó. El décimo rey de Navarra resultó muerto, innoblemente asesinado. Tras dicho asesinato, Ermenesilda se apresura a refugiarse en la corte de Alfonso VI de Castilla, mientras que Ramón fue bien recibido en Zaragoza.
Tras el crimen de Peñalén, el Reino de Pamplona es invadido de nuevo. El reino de Castilla, principal hostigador del crimen, consigue grandes beneficios con ello. Rápidamente invade el territorio navarro, otorgando títulos nobiliarios y hereditarios a todos los funcionarios desertores, y apropiándose con ello, de las tierras que administraban en nombre del rey de Pamplona.
El reino de Pamplona parece descabezado, ya que los hijos del monarca navarro eran muy jóvenes y el resto de la familia, incluida su esposa, habían huido, en su mayoría al reino de Castilla. Alfonso VI se presenta rápidamente en Nájera y Calahorra, prosiguiendo su empuje militar hasta la orilla izquierda del Ebro. Llegando a ocupar todo el territorio hasta el Ega y Montejurra.
Toda la rica Rioja cae en manos castellanas. Algunos funcionarios del Reino vascón, rinden homenaje al monarca castellano. Entre ellos un cuñado del mismísimo rey de Pamplona, ya conocido como el de Peñalen y un tal Diego Álvarez. Pero la sed imperial castellana no acabó ahí. Álava y Vizcaya, y sin duda una parte de Guipúzcoa son conquistadas militarmente por el rey de Castilla, provocando las deserciones de bastantes tenentes o funcionarios del Reino de Pamplona.
Pero no todo son deserciones, la resistencia se hace fuerte en algunos castillos navarros, cuyos acaides no se rinden al invasor castellano, entre ellos el castillo de Treviño, encontrándose de alcaide de Trebiño el mismo año 1076, Lope Iñiguez, siendo en el año siguiente Diego Sánchez el alcaide de la fortaleza navarra, que a su vez, lo era también del castillo navarro de Término.
El ejército castellano seguía progresando por la tierra navarra. Las intenciones de Alfonso VI eran llegar a la mismísima Iruñea, y ocuparla, pero el caballero más leal al rey de Pamplona, el conde de Aragón, Sancho Ramírez sale al paso de las tropas invasoras. Ante la falta de una línea sucesoria a la Corona de Navarra, provoca que Santa Mª de Uxue, célebre puesto de vigilancia en la frontera con los musulmanes, sea la primera en reconocer al conde de Aragón como rey de Pamplona y le entrega su castillo. Tras ella fueron Tafalla, Iruñea y otros lugares. Los navarros habían elegido un nuevo rey.
La elección por parte de los navarros, de Sancho V Ramírez, provoca una reacción en el rey de Castilla, Alfonso VI. Este se apresura a volver a la Rioja, para asentar la ocupación castellana de esa tierra vascona. La expoliación castellana y las adhesiones más o menos forzadas, dejan una situación poco favorable apara los navarros.
Toda la margen derecha del Ebro e incluso la izquierda hasta las inmediaciones de Monjardín y Azagra, estaban ocupadas por el ejército del reino de Castilla. El rey castellano otorga el título de condes ha diferentes desertores de Navarra, unos condes absolutamente sumisos al invasor. Tanto en la Rioja, como en Álava, Vizcaya y sin ninguna duda, en una parte de Guipúzcoa.
El nuevo rey de Pamplona, Sancho V Ramírez, otorga el título de Reino al condado de Aragón, sin que ello suponga una división entre ambos reinos.
Un acuerdo entre los monarcas de Pamplona, provoca que la porción central del Reino vascón, quede con un estatus particular. Esta región, en forma de una especie de cuadrilátero, enmarcada por los límites que iban desde el puerto de Erro, a Monjardín, de ahí hasta Falces y para concluir en Aibar. El poder en su interior era confiado por Sancho V Ramírez a un conde, concretamente el conde Sancho Sánchez de Navarra. Pero pese a depender de Sancho V Ramírez, este conde era vasallo de Castilla.
La determinación, rapidez y habilidad con la que actua el rey de Pamplona, evita que todo el reino vascón, sea absorbida por el imperio castellano. Sancho V Ramírez mandó fortificar Lizarra. Esto sirvió para mejorar la ruta de Santiago y para construir en ella una poderosa fortaleza ante el siempre amenazante imperio castellano.
Tras ello Sancho V Ramírez se preocupó más de reconquista de tierras ocupadas por los musulmanes y problemas religiosos, que de la política con otros reinos cristianos. Durante su reinado el estado de los navarros propició un acercamiento a Roma, y al reino de Francia. Las relaciones con el reino de Francia, no impidieron un nuevo acercamiento con la Gascuña, especialmente con los monjes zuberotarras.
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