Los templarios y la fragmentación de Nabarra
Iñigo Saldise Alda
El 15 de julio del año
1099 con la toma de la ciudad de Jerusalén se puso fin a la denominada Primera
Cruzada, la cual se había iniciado en el año 1096 por la postulación favorable del
papa Urbano II, nacido en la normanda plaza de Lagery como Eudes de Châtillon, como
colofón de un gran concilio llevado a cabo en la provincia occitana de
Auvèrnhe-Auvergne, concretamente en la ciudad llamada Clermont, al grito de:
“¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!”
Así pues, la Tierra
Santa fue tomada para la cristiandad tras más de tres años de luchas
sanguinarias y combates violentos. Pero los caminos que existían para llegar a
la ciudad de Jerusalén, permanecía inseguros. Por los continuados ataques que acechaban
a los peregrinos cristianos que arriesgaban todo en su viaje, los cuales
normalmente se liquidaban con robos con
violencia y asesinatos.
Fue entonces cuando el
Hugues II de Payns nacido en Troyes de la Champagne y Godefroy de Saint-Omer caballero
flamenco nacido en la Galia, dispusieron ofrecerse al rey de Jerusalen Baudouin
de Boulogne, para contribuir con la defensa de los caminos y con ello proteger
a los peregrinos con esta misión.
Ya en el año 1115, fue
cuando otros nueve caballeros se unieron a ellos, constituyendo entonces la
cofradía de los Pobres Caballeros de
Cristo. Tomaron como emblema inicial una bandera rectanagulas, dividida en
dos cuadros, uno negro y otro blanco, conocida como Beauséant.
El rey de Jerusalén
puso inmediatamente a su disposición una parte de su palacio, el cual había
sido construido sobre las ruinas del antiguo Templo de Salomón. Esta
aparentemente anecdótica ubicación de su sede, provocó en el año 1118 el cambio
en el nombre de la cofradía, pasándose a llamar: "Milites Templi Salomonis".
En el año 1119, del
rey Baudouin d'Édesse II de Jerusalen,
cambió la residencia real a la torre
de David y así los Pobres Compañero
de Cristo, pasaron a ocupar toda la aljama que se había levantado sobre las
ruinas del templo de Salomón, pasando a denominarse entonces, del Templo y
a sus miembros se autodenominaron caballeros templarios.
En el año 1126, el
conde de Champagne decidió dejarlo todo, su familia, sus posesiones y sus poderes,
para ponerse de inmediato al servicio de su antiguo vasallo Hugues de Payns, en
“Pauperes Commilitones Christi Templique
Salomonici”.
No obstante el papa Onorio
II, nacido como Lamberto Scannabecchi en Fiagnano de la península itálica, se
negó a reconocer la cofradía sin contar con el aval de las demás órdenes
monásticas, de ahí que de Payns insistiera al borgoñon, abad de Clairvaux y patrón del Cîteaux-Cister
Bernard de Fontaine, a que apoyara sus pretensiones fundacionales e
intercediera por la nueva cofradía ante el papa.
El resultado fue el elogio
por parte del cisterciense hacia la nueva
milicia templaria, durante la celebración del concilio de Troyes.
En día 13 de enero del
año 1129, en la Catedral de Troyes se encendieron los cirios, y tras la llegada
de los convocados, comenzó el concilio con el principal objetivo de reconocer a
la nueva milicia templaria. Dicho concilio fue presidido por el Cardenal Matteo
di Albano, en representación del papa. También se encontraban los arzobispos de
Reims y Sens, diez obispos, los maestros
escolásticos Foucher y Auberi, ocho abades entre ellos el abad de Clairvaux, autentico
cerebro de Concilio, que como descendiente de la nobleza borgoñona que era, se
ganó desde un inicio la confianza de los delegados o representantes de la
nobleza de la Galia y también de la iglesia como la del abad sajón de Citaux,
solo mostrándose en contra de su tesis el obispo de Orleans Jean II, el cual
contaba con el favor del rey Louis IV de France.
En el Concilio Hugo de
Payns expuso una por una las 72 reglas de la Orden, que se puede decir que seguía
la regla de San Agustin. Del Concilio sale una nueva regla de corte cistercense
por influenciada directa del abad de Clairvaux, padrino de la nueva caballería
templaria.
Entrando ya el año
1130, es cuando la orden del Temple fue reconocida oficialmente por la más alta
potestad religiosa de la cristiandad occidental, lo que cautivó un gran número
de caballeros dispuesto a abandonar los lujos y glorias, con la intención
naciente de formar parte de la caballería
de Dios, convirtiéndose en frailes-guerreros al servicio de la cristiandad
en la lucha contra los mahometanos, tanto en oriente medio como en la Península
Ibérica, por donde el islam amenazaba igualmente a todos los Reinos europeos,
pero especialmente al Reino de León y Castilla, al Reino de Iruinea-Pamplona,
Aragoi-Aragón, Naiara-Nájera y Gaskoinia-Gaconhe-Gascogne o sencillamente
Nabarra, además de los condados catalanes estando estos últimos bajo la
autoridad feudal del conde de Barcelona.
Mientras la orden del
Temple se estaba formando, en el Reino de Nabarra era coronado como rey el
vascón Alfontso Ramirez de Aragoi y Roucy.
El rey de los nabarros mantuvo estrechos lazos con diversos magnates francos, en especial con los provenientes de la región del Midi, gracias en gran medida a las continuas llamadas de cruzadas contra los mahometanos. Las tropas de los cruzados fueron comandadas por el mismísimo rey de los nabarros en numerosas ocasiones. Incluso en sus filas se podían encontrar a caballeros castellanos. En estas cruzadas, Alfontso I de Nabarra se dedicó a recobrar para el Reino vascón, las tierras que faltaban del valle del Ebro.
El Batallador liberó Zaragoza en el año 1118 tras una nueva llamada a la
cruzada. Un año después se rescató Tutera y Tarazona, después Calatayud y Daroca.
Ganó la batalla de Cutanda en el año 1120 frente al ejército mahometano de Ibrahim
ibn Yusuf.
El batallador rey
nabarro Alfontso I, envuelto en una casi continua bruma de Guerra Santa, creó
la única orden Militar y de Caballería perteneciente al Estado de Nabarra. Su instauración
fue llevada a cabo bajo unos verdaderos razonamientos de Cruzada, siendo así una
verdadera Militia Christi. Además
de contar con unos objetivos muy similares a los que poseían esas tres órdenes
militares de las cuales ya había oído hablar y que habían sido creadas en
Palestina, orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, orden Hospitalaria de San
Juan de Jerusalén y la orden del Temple. Todas ellas fueron sancionadas en el
Estado Pontificio de Roma.
Es en el año 1128
cuando el Batallador funda la
orden militar de San Salvador de Monreal. Religiosa y también de Caballería en el
pueblo de Monreal, sito en las tierras de Teruel. En esta Orden el rey vascón
integró la Cofradía de Belchite, la cual había sido fundada dos años antes por
el mismo rey nabarro.
La creó a semejanza de
la orden del Temple y en el acto fundacional estuvieron presentes varias
figuras eclesiásticas, abades y prelados de al menos tres Estados, el Reino de Nabarra,
la República Romana y Apostólica, junto al Reino de León y Castilla. Cabe
destacar al abad de la Grasse legado del papa, al arzobispo de Auch y al abad
de San Salvador de Leire.
Fue el gascón
arzobispo de Auch el que se encargó de redactar la carta fundacional. En ella,
se pueden ver, claros y firmes, los objetivos que tenía la orden. Estos eran,
primordialmente, someter a los sarracenos y abrir un camino a Jerusalén pasando
el mar Mediterráneo.
Sus miembros y
bienhechores recibieron beneficios de cruzada. La orden tuvo su primera base en
Belchite y posteriormente en Monreal, recibiendo una zona de influencia grande por
parte del rey de Nabarra, comprendida ésta en las áreas de las comarcas de
Jiloca y Teruel, hasta Segorbe.
En los
años 1125 y 1126 el rey de los nabarros realizó una lúcida expedición a
Al-Andalus, regresando con numerosos mozárabes. Llevó una rápida repoblación de
los territorios reconquistados por gentes del norte del Reino, francos en su
mayoría, junto a los mozárabes que le acompañaron desde Al-Andalus. A la vez de
que a muchos musulmanes les permitió el perseverar sus posesiones dentro del
territorio del Reino vascón.
Tras la
muerte de su exesposa la reina Urraca I de León y Castilla, el rey vascón
penetró junto a un numeroso ejército nabarro en las antiguas tierras
pertenecientes al reino de los vascones, las cuales estaban ocupadas ilegalmente
por los castellanos. Incluso las tropas
nabarras llegaron a traspasar los límites fronterizos pactados entre Nabarra y
Castilla en el año 1016. Tras muchas
vacilaciones el rey nabarro decidió reconocer a Alfonso VII como rey de León y
accedió a entrevistarse con él. Los dos monarcas de nombre Alfonso, uno nabarro
y el otro gallego-leonés, se encontraron en el valle de Tamara en el año 1127,
concretamente entre Hornillos y Castrogeriz, firmando un nuevo tratado
fronterizo legítimo y también de paz.
En el año
1130 se produjo una revuelta o motín favorecido desde el Reino de France en la
población costera nabarra de Baiona. El
Batallador consiguió sofocar la insurrección un año después, tras
enviar a numerosos señores nabarros. Entre ellos destacaron los del Baztan,
Lizarra, Etxauri, Burunda, Hernani, Tarazona, Barbastro, Donibane Garazi, Xiberoa,
Bearno, Auch, Pallars,… Incluso diferentes navíos partieron desde Donostia y
Hondarribia en dirección a Baiona durante ese periodo. Durante el asedio a la
ciudad de Baiona escribe su testamento, en el cual otorgaba el Reino deNabarra
a esas tres órdenes cristiano-militares de Palestina: Santo Sepulcro, Hospitalarios
de San Juan de Jerusalén y el Temple.
Alfontso I de Nabarra murió como consecuencia de las heridas sufridas en cruzada, concretamente tras la derrota en la batalla de la ciudad de Fraga, la cual estaba defendida por “los moros” y su aliado el templario Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, Gerona, Osona y Cerdeña. Solo diez caballeros cristianos y nabarros salvaron la vida, entre ellos el señor de Monzón, Logroño y Tutera, Garcia Ramirez.
El
testamento mandaba que todos los castillos y fortalezas del Reino de Nabarra, debieran
ser cedidos a las tres órdenes militares. Alfontso I de Nabarra intentó
justificar con ello sus actos en vida y de paso servirle como ofrenda para la
redención de sus pecados, junto a la redención de su espíritu y el alma de sus
parientes. Este testamento perjudicaba seriamente los intereses del Reino de Nabarra,
pero por el contrario era muy favorable para la República Romana y Apostólica,
por lo que poco después de su muerte y ante una inmediata crisis sucesoria
planteada, este testamento fue rechazado por los señores nabarros.
Este
hecho fue aprovechado velozmente por el mayor enemigo de los nabarros, el rey
de León y Castilla Alfonso VII, autoproclamado ya como emperador, que paso a
invadir el territorio del Reino de Nabarra ocupando Naiara poco antes del 10 de
noviembre del año 1134. Tras eso, se puso al acecho de otra plaza nabarra,
concretamente la de Logroño, de donde pasó rápidamente a Zaragoza en diciembre
del mismo año. El obispo de Roda-Balbastro Ramiro Ramirez de Aragón el Monje, hermano menor de Alfontso I de Nabarra, se presentó en
Zaragoza y confirmó los derechos de los mismos nobles a heredar las tenencias
salvo caso de traición, algo que había anulado en su día su pariente.
En plena
crisis sucesoria en el año 1135, la Gaskoinia bascula hacia el ducado francés
de Aquitania. Mientras, ese mismo año,
se formalizó el Pacto de Vadoluengo, el cual básicamente pretendía una
cohabitación de Poderes buscando subsanar el embrollo ocasionado por el
testamento de Alfontso I de Nabarra. La iglesia gobernaría el Estado a través
de Ramiro el Monje,
mientras que García Ramírez fue colocado como jefe supremo del Ejército, para
que este último seguiriera combatiendo a los hijos del islam. Sin embargo no se
llevó a cabo el ante la imposibilidad de llegar a acuerdo entre García Ramírez
y las Órdenes Militares, siendo llevada a cabo por el templario y conde de
Barcelona Ramón Berenguer IV, la negativa más radical y fuerte. Así pues, esto
ocasiono una nueva fragmentación territorial y los señores y tenentes nabarros se
decantaron por el señor de Tutera García Ramírez, como rey de Nabarra, ya
reducida solo a lo suscrito a Iruinea, debido al abandono de Gaskoinia y las
pérdidas ilegítimas, tanto militares como religiosas, de Naiara y Aragoi.
A todo
esto, hubo que añadir que la chancillería pontificia lanzó una enérgica
represalia contra el nuevo rey nabarro, negándole su condición de rex y otorgándole únicamente
el título de dux. Esto
suponía en la práctica, que lo que quedaba del Reino Pirenaico quedara libre
para ser invadido y ocupado por el mejor postor dentro de los príncipes
cristianos.
Por si
fuera poco, los intereses de la República Romana y Apostólica de Roma, en la
cruzada contra los musulmanes en el Valle del Ebro, fueron apoyados por el
obispo de Barbastro y Roda, Ramiro el
Monje y el arzobispo de Tarragona, primado de la Tarraconense. Los
continuos apoyos mutuos entre el Vaticano y Ramiro Ramirez de Aragón el Monje, influyeron proverbialmente en una
nueva operación antinabarra con el conde de Barcelona.
Por el
contrario en Jaca, Huesca, Cinco Villas, Val de Onsella, Sos y resto de los
valles pirenaicos, incluso el monasterio de San Juan de la Peña, así como algunos
eclesiásticos del interior en los que destacaron el obispo de Huesca y Sancho
de Larrosa de Iruinea, apoyaron la continuidad de la unión Nabarra de Iruinea y
Aragoi, bajo la corona de García Ramírez el
Restaurador, frente a la disolución pretendida por el rey Alfonso
VI de León y Castilla además del templario Ramón Berenguer IV, conde de
Barcelona.
Ramiro Ramirez de Aragón el Monje, al verse fuertemente apoyado por castellanos y barceloneses, creyó en la posibilidad de formar una monarquía teocrática del mismo tipo que la existente en Roma, para todo el reino nabarro, es decir, para Aragoi e Iruinea. Convocó a diferentes caballeros y obispos en la catedral de Huesca que le contrarios, donde los asesinó ante su negativa a reconocerle como rey de Aragoi e Iruinea. Los señores y clérigos de Jaca, Huesca, Cinco Villas, Val de Onsella, Sos y resto de los valles pirenaicos, del monasterio de San Juan de la Peña, e incluso el mismísimo obispo de Huesca, fueron decapitados por orden de Ramiro Ramirez de Aragón el Monje. Ante estas maniobras, García Ramírez fue proclamado rey en Iruinea como restaurador de todo el Reino de Alfontso I de Nabarra el Batallador.
La presencia de Alfonso VII de León y Castilla en Zaragoza echaba por tierra las pretensiones de crear una monarquía teocrática por parte de Ramiro Ramirez de Aragón el Monje. Pero no solo eso, ya que la presencia castellana en Zaragoza se enfrentaba directamente a los derechos que tenía García Ramírez el Restaurador sobre el Reino de Zaragoza desde su recuperación para la cristiandad por el Reino de Nabarra.
García Ramírez el Restaurador, a diferencia de Ramiro Ramirez de Aragón el Monje, pretendía mantener el mismo criterio de nombrar tenentes, en contra de las costumbres existentes en el Reino de Castilla-León y en el condado de Barcelona, donde dichos cargos eran de carácter hereditario. La invasión castellana y la intromisión de los magnates de la República Romana y Apostólica, junto a las órdenes religioso-militares creadas en el reino de Jerusalén, alteraron drásticamente el panorama político y territorial en el Reino vascón.
Los partidarios de García Ramírez el Restaurador y de Ramiro el Monje realizaron un nuevo intento de aproximación. Fue una reacción natural ante el caos producido por esta guerra civil y la partición del Reino de los nabarros. Desde Castilla-León buscaron con ahínco la partición del Reino vascón tras la invasión y ocupación de las tierras riojanas y alavesas, intentando forzar así, a García Ramírez de Nabarra, a negociar con el Reino de León y Castilla. En la primavera del año 1135, Alfonso VII de León y Castilla acordó en Nájera una paz con García Ramírez de Nabarra, reconociéndolo como rey de los nabarros en Iruinea y Aragoi. En el texto se hizo alusión a una paz firme y duradera.
Pero lo cierto es que realmente el rey de León y Castilla,
pretendía repartirse el Reino Pirenaico con el templario Ramón Belenguer IV,
conde de Barcelona. Por ello sellaron su alianza antinabarra en el tratado de
Carrión de los Condes de Febrero del año 1140. Así pues, Promovieron la boda
del obispo Ramiro Ramirez de Aragón, con la hija del conde de Poitou. Posterior
promovieron el casamiento de la hija de estos, de apenas dos meses de edad, con
el templario y conde de Barcelona, dando forma con ello a la Corona de Aragón.