Castillos que defendieron Araba
Fernando Sánchez
Aranaz, Gasteiz-Nabarra
Según
acertadamente afirma el arqueólogo Iñaki Sagredo, autor de la monumental obra
“Castillos que defendieron el Reino”, “Navarra fue humillada, rebajada a lo
mínimo, y cuesta explicar qué debió suponer para los navarros ver los muros que
construyeron sus antepasados por los suelos, una consecuencia más de la
definida como pacífica anexión”. Los castillos de Navarra, así como muchas
casas torre y recintos amurallados, fueron derruidos entre 1512 y 1522 por
orden del Cardenal Cisneros, regente de Castilla. Así lo explicaba el coronel
español Villalba cuando escribió al cardenal Cisneros, promotor de la
destrucción de los castillos de Navarra:
“Navarra
está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó
derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza”.
Iñaki Sagredo, dentro
de su exhaustivo estudio, ha elaborado un mapa de los castillos de Navarra.
Obviamente no se limita al territorio de la actual Comunidad Foral de Navarra,
sino que contempla la totalidad del territorio que históricamente ha sido
navarro.
Frontera
histórica
Esta frontera
histórica de los castillos navarros se extiende desde los de Cueto y Cudeyo,
junto a la bahía de Santander, por los de Colindres, Ruesga y Soba, en el valle
del río Asón, hasta los de Bricia y Arreba, en la actual provincia de Burgos,
donde existen dos poblaciones llamadas Báscones y Villabáscones, a unos 45
kilómetros de la Peña Amaia -término que, como sabemos, significa “final” o
“confín”-. Más al sur se encuentran los de Urbeltz, Ubierna, al norte de la
ciudad de Burgos; y Arlanzón, en los Montes de Oka. Más allá, los de Pazuengos
y Viguera, ya en Rioja, entre otros.
Muchos de estos
castillos respondían a la idea que hoy tenemos de un edificio con ese nombre,
pero la mayoría no pasaban de ser poco más que torres o atalayas fortificadas.
Esto es debido a que, en la mayor parte de los casos, su función no era
defensiva, aunque en caso de invasión pudieran de servir de distracción a las
tropas atacantes, a quienes no les convenía dejar enemigos en su retaguardia.
Para un país sin ambiciones expansivas, como era Navarra, que poseía un
ejército pequeño, resultaba primordial la rapidez de la información. Estos
castillos tejían una red sobre el territorio capaz de hacer llegar noticias
sobre los acontecimientos que sucedieran en cualquier lugar del reino hasta su
centro, la Iruña de Pamplona. Los medios habrían de ser diversos: espejos,
luces, fuegos, palomas mensajeras u otros.
De esa manera, si, por
ejemplo, se observasen movimientos inusuales de tropas en la zona de Atapuerca,
el aviso correría desde el castillo de Arlanzón al de Alba, de allí a Belorado,
Ibrillos, Cerezo, Valluercanes, Cellorigo, Portilla; ya en Álava, Treviño,
Zaldiaran, Vitoria, Henaio, en Alegría-Dulantzi, Agurain, Murutegi, sobre Araia;
Irurita, sobre Urdiain, Etxarri, Orraregi, en la cima del monte que hoy se
llama Gaztelu, sobre Irurtzun, y de allí, ya a la vista, a Pamplona. Todos
estos castillos están conectados visualmente, de manera que en menos de tres
horas un aviso podía recorrer está distancia.
Álava, como territorio
constituyente del Reino de Navarra, formaba parte de esta red de castillos.
Algunos de ellos aún presentan sus altivas ruinas en pie, como testigos de
nuestra memoria histórica. Así tenemos, además de los citados anteriormente,
los de San Vicente, Buradón, Toloño, Ferrera, Guardia, Asa y Labraza en la
Sonsierra de Navarra, hoy llamada Rioja Alavesa; los de Subijana-Morillas,
Lantarón, Añana y Astulez en los valles occidentales; el de Zaitegi en Zuia; y
los de Toro, Bernedo, Arluzea, Atauri y Korres en la Montaña, por sólo citar
los más importantes.
Excavaciones
Como se ha dicho, la
mayor parte de estos castillos no eran más que torres, con su aljibe, para
hacer acopio del agua de lluvia, y su muro defensivo, situados, eso sí, en
lugares altamente estratégicos, como se puede comprobar en los casos de
Aitzorrotz, sobre el valle de Leintz, o de Zaitegi en Zuia. De estos dos
castillos, que el arqueólogo Iñaki Sagredo ha excavado, se desprende su
importancia de que ambos fueran sede de sendas tenencias del Reino de Navarra
hasta la conquista castellana de 1200. Ambos han quedado transformados con el
tiempo en ermitas, la de Zaitegi, San Víctor, en ruinas, en lo alto de
enhiestos peñascos, aunque conserven parte de sus muros y de sus escaleras de
piedra, así como sus aljibes, señal infalible de la existencia de un antiguo
castillo, que descubren las excavaciones, revelando las antiguas estructuras,
así como múltiples objetos de la vida cotidiana de la época.
Recientemente, algunas
asociaciones y vecinas y vecinos de la Montaña, Izki y Alto Ega, se han
movilizado para sacar a la luz los restos del castillo de Korres, municipio de
Maestu, situado como suele ser habitual en lo alto de un inaccesible peñasco.
La iniciativa pretende, en una primera fase, limpiar y consolidar los restos
existentes, para luego realizar un estudio arqueológico. Incomprensiblemente,
esta iniciativa no ha tenido el eco esperado en los estamentos oficiales, pero
sus promotores no arrojan la toalla, perseverando en sus propósitos para
rehabilitar este importante recuerdo de la historia del país.
En la Llanada los
lugares que formaron parte de esta red de castillos que defendieron el Reino de
Navarra, son Vitoria-Gasteiz, de cuyo castillo se pueden observar restos en la
actual iglesia de San Vicente; Zaldiaran, en la cumbre donde hoy se alza un
repetidor; Henaio, en Alegria-Dulantzi, en el cerro donde se encuentra el
Centro de Interpretación del Castro de Henaio, que aún es llamado el Monte del
Castillo; en Gebara, éste sí, un monumental castillo destruido en 1839 por las
tropas del gobierno español; en Araia, en la peña de Marutegi o Murutegi; y,
por supuesto, conservamos la villa amurallada de Salvatierra-Agurain, cuyo
recinto defensivo ha sido excelentemente consolidado en los últimos años.
Se trata, en todos los
casos, de testigos de nuestra historia, tan a menudo tergiversada cuando no
falsificada, que gracias al esfuerzo de diversos colectivos ciudadanos vuelven
a tomar su lugar en nuestra memoria histórica, en nuestro patrimonio y en
nuestra identidad como pueblo.