LA REVOLUCIÓN NABARRA DE 1564: LA LIBERTAD DE CULTO
Aitzol Altuna Enzunza,
Galdakao-Nabarra
“Nabarra fue el primer laboratorio de observación y
aplicación del maquiavelismo” Manex Goyhenetche,
doctor en historia.
La libertad en la que
vivía Nabarra en los siglos XVI-XVII reducida a la merindad de ultrapuertos,
molestaba a los integristas religiosos de aquellos siglos: España y Francia,
los “Reyes Católicos” y “los Reyes Cristianísimos” respectivamente, según los títulos
otorgados por el emperador espiritual del Vaticano. El coetáneo a los hechos,
Nicolás Maquiavelo (1469-1527), en su famoso libro “El príncipe”, escribía
sobre Fernando II de Aragón “el Falsario” y la invasión de Nabarra de 1512:
“Para poder llevar a cabo empresas mayores, siempre sirviéndose de la religión,
recurrió a una devota crueldad (…). El rey de España ha querido fortificarse en
el reyno de Navarra, que ha conquistado y cuya posesión deseaba”.
Desde que Constantino
I el Grande en el año 313 legalizara para todo el Imperio Romano el
cristianismo y el Edicto de Tesalónica del emperador Teodosio en el 380 lo
impusiera como único culto religioso, el papado y la Iglesia fueron
instituciones paralelas a los propios Estados que se fueron creando en el
occidente europeo tras la caída de Roma a manos de los Pueblos bárbaros. Era la
“teoría de la dos espadas” implementada por el pontífice Gelasio I en el siglo
V, por la que había dos grandes poderes, uno temporal y otro espiritual. El
primero era el de los monarcas y estaba supeditado al segundo que era el de los
papas. Así se creaba la ficción de la continuidad del Imperio Romano
Occidental, aunque algunos monarcas aspiraron a juntar de nuevo los dos
poderes, como fue el Sacro Imperio Romano Germánico o Primer Reich encabezado
por el franco Carlomagno, pero su derrota a manos de las tropas baskonas el 15
de agosto del año 778 paró sus ansias imperialistas en el río Garona y al sur
del Pirineo oriental.
Esta situación de las
“dos espadas” se prolongó durante toda la Edad Media, eran épocas de Cruzadas
contra los reinos musulmanes que acabaron en Asia con la toma de la capital del
Imperio Romano Oriental a manos musulmanas del Imperio Otomano
(Constantinopla-Estambul 1453) y en la península ibérica con la toma del reino
de Granada por los ejércitos cristianos de una incipiente España (1512), hechos
que han marcado la frontera de las dos grandes religiones “del libro” hasta el
presente.
Tempranamente, Nabarra
quedó cuestionada por la Iglesia católica cuando los infanzones nabarros se
alzaron en 1134 contra el testamento que había escrito durante la recuperación
de Baiona su rey Alfonso I “el Batallador”, por el cual, el reino baskón
quedaba en manos de las órdenes religiosas (el Vaticano). Así es como los infanzones
nabarros, nombraron a uno entre ellos como nuevo rey, llamado Garçea Ramírez
“el Restaurador”. Este hecho sin precedentes cuestionaba el poder papal, por lo
que durante un tiempo los reyes de Nabarra no fueron admitidos por el Vaticano
más que como “dux”. Esta situación duró hasta las Navas de Tolosa del año 1212,
donde Sancho VII el Fuerte volvió a regañadientes al redil vaticanista y luchó,
aliado con los otros reyes católicos peninsulares y mercenarios europeos
venidos de todas partes, contra el infiel musulmán. Su participación fue
precisamente a cambio de su reconocimiento como rey por el Vaticano y la
reinstauración del reino recientemente ocupado en su parte occidental, donde el
castellano Alfonso VIII se valió del cuestionamiento papal sobre la soberanía
del reino para “obtenerlo” y “adquirirlo”, según las palabras de su escribano
Ximénez de Rada.
La libertad religiosa
no fue posible en Europa hasta el siglo XVI y fue precisamente Nabarra el
primer Estado donde oficialmente se practicó. Hasta la conquista de 1512-24,
los ritos paganos precristianos de la religión vasca pervivieron libres de la
Inquisición Vaticana sincretizados dentro del cristianismo. La libertad de
culto aunque no era oficial, alcanzaba a judíos y a musulmanes, siendo el reino
baskón refugio de muchos huidos de la persecución que padecían en Castilla
(Edicto de Granada de 1492). Esta laxitud en cuestiones religiosas era una
realidad que no existía en los reinos circunvecinos, lo que provocaba el
rechazo de papas y de muchos integristas católicos. La falsas bulas acuñadas
por Fernando “el Falsario” contra los reyes de Nabarra por su relación con los
“cristianísimos” reyes de Francia a los que acusaba de permitir o flirtear con
el protestantismo, sólo buscaban fingir el consentimiento del Vaticano, el rey
espiritual, en la brutal conquista y el magnicidio posterior contra los
nabarros de los españoles con sus temidos tercios imperiales.
Muerta su primera
esposa en 1504, llamada Isabel I de Castilla “la Católica”, se casó Fernando II
de Aragón el Falsario al año siguiente con la francesa Germana de Foix,
pariente de los reyes de Nabarra y 45 años más joven que él. Tras la conquista
de Nabarra, el rey católico Fernando el Falsario y su mujer Germana de Foix,
introdujeron el integrismo religioso y la persecución política contra los
antimperialistas que defendían el reino mediante la Inquisición Española
(creada por los “Reyes Católicos” 1474), ya que los tribunales civiles
alargaban los procesos y ponían en peligro el veredicto. Es así como la familia
de los agramonteses padeció incluso la quema en la hoguera de sus miembros, al
ser más fácil juzgarlos por herejes que como rebeldes por defender la soberanía
del reino baskón frente al imperialismo español.
El último rey de la
Nabarra libre peninsular, el euskaldun Enrique II de Albret “el sangüesino”
(1503-1555), estaba casado con la infanta francesa Margarita de Nabarra
(1492-1549), la gran reina del renacimiento y del libre pensamiento, además de
una gran escritora, con la que tuvo a la reina Juana III de Nabarra, pues en
Nabarra no había “ley sálica” y las mujeres podían reinar en el pequeño reino
nabarro, unido a los Estados de Bearne y Andorra que configuraban la corona
nabarra (además tenían otros títulos nobiliarios por tierras baskonas de
Tartas, Marsan, Bigorra y Albret, pero dependientes del rey de Francia).
La reina Juana III de
Albret o Labrit (1528-1572), empezó la reforma protestante mediante las
ordenanzas de Nerac de 1560. En esta reforma de Nerac de la reina Juana, se
establecía elementos tan revolucionarios como el uso a horas diferentes de las
iglesias, donde hasta entonces sólo se procesaba el culto católico, por
protestantes y católicos. Nerac era la capital del señorío de Albret, Gascuña
(antiguo territorio nabarro y del ducado de Baskonia), territorio originario de
los últimos reyes de Nabarra, que en esos tiempos hacía de corte del reino,
alejada del peligro español, y donde refugiaron Margarita y después Juana a
todos los librepensadores que huían del integrismo católico francés, como
Marot, Lefèvre d’Etaples, Rabelais, Calvino o los libertinos espirituales, tal
y como lo explica el doctor en historia Jon Oria en su libro “Calvino y la
Corte de los Labrit de Navarra”. Decía la Reina Juana III: “Para lograr libertad
de conciencia para todos, estoy dispuesta a la buena batalla y a no regatear
esfuerzos. La causa es tan santa y sagrada que yo creo que Dios me fortalecerá
con su poder (…). Porque es ya el tiempo de salir de Egipto, atravesar el Mar
Rojo, y rescatar a la Iglesia de Cristo de en medio de las ruinas del trono de
toda soberbia, la inmoral Babilonia”.
En el libro “El reino
de Navarra en su encrucijada”, el gipuzkoano José María Olaizola escribía a
finales del siglo pasado cómo se produjo la conversión de la soberana: “El año
1560, en la cena de Navidad, la reina Juana abjuró en Pau de la religión romana
e ingresó en la Reforma (…). No así su marido Antonio de Borbón, conde
Angulema, que llegó a traicionar a su mujer entregándosela al rey español Felipe
II y a los católico romanos a cambio de ser nombrado rey de Alta Navarra, tras
adjurar de su esposa y casarse con María Estuardo de Escocia en la isla de
Cerdeña. Pero murió Antonio en 1562 sin que se cumplieran lo acordado. Felipe
II planeó invadir Baja Navarra, el Beárn e incluso los territorios en manos de
Francia de Juana III, para lo que pidió su excomunión al papa Pío IV
(1559-1565): “Nos la declaramos inhábil para conservar el reino de Navarra, el
principado de cualquier Estado, de cualquier dominio, el que sea (…) que sean y
puedan ser dado a los que convenga mejor a sus Santidad (…)”.
Su esposo el duque de
Vendome y primer Borbón en acceder a una corona, intentó por tanto asesinar a
la reina Juana por orden del nieto de Fernando el Falsario, el rey español
Felipe II; curiosamente el rey Habsburgo o Austria con el que estuvo prometida
Juana antes casarse con el Borbón. El francés Borbón y el germánico Austria,
pese a su inmenso poder, no pudieron con la que llamaban de forma despectiva
“vaca”, pues al nacer la Corte española exclamó: “La oveja (Margarita) ha
parido la vaca (Juana)”, en referencia burlesca a las dos vacas pirenaicas del
escudo de Bearne.
En 1564 dio la reina
baskona el paso definitivo al otorgar la libertad de conciencia a ambas comunidades
religiosas y, por tanto, proclamó la libertad de culto por primera vez en un
europeo tras casi 1200 años de integrismo religioso: “Todos nuestros súbditos
podrán vivir con libertad de conciencia, indiferentemente de la calidad y
religión que posean (…) hemos tenido siempre la intención y voluntad de
conservarlos y mantenerlos en una tal libertad y protección, tanto de personas
como de bienes, que no fueran de un lado ni de otro forzados sin razón”. Era
una revolución religiosa que tocó los cimientos de los grandes Estados europeos
y que provocó una reacción similar a la que después logrará la Revolución
Francesa.
Estas medidas que
conllevaron a decretar finalmente la libertad de culto, provocaron una lucha
intestina que duró veinte años con los católicos habitantes de Zuberoa,
pertenecientes al vizcondado del Bearne, y que se extendió a Francia en las
llamadas “Tres Guerras de Religión” (1562-1570 La Paz de Sanit-Germain de
Laye). El ejército francés llegó a invadir Baja Navarra en persecución de los
hugonotes o calvinistas y la reina les hizo frente tras vender sus joyas para
lograr un ejército de mercenarios y mantener la libertad del, para entonces,
muy mermado reino nabarro.
La reina Juana decretó
en 1571 la reforma calvinista como religión de Estado en Baja Navarra y el
Bearne. En ese mismo año el cura labortano de Beraskoitz Joanes Leizarraga, por
mandato de la reina Juana III de Albert y el sínodo de Pau (capital de Bearne y
último emplazamiento del parlamento nabarro), tradujo el Nuevo Testamento al
euskara en su versión protestante, tomando para su traducción la versión griega
de Erasmo de Rotterdam y publicándolo en la Rochelle. Pocos años antes, la
reina baskona había mandado traducir al bearnés el catecismo de Calvino (1563)
y construir la academia protestante de Orthez (1566 Bearne).
Perseguida por la
inquisición católica y por el rey de España, fue probablemente asesinada
(envenenada) y enterrada en Vendome, a pesar de que en su testamento dice que
debe de ser enterrada en la catedral de Lescar junto a su familia, antes de ser
finalmente trasladados sus restos mortales en la catedral de Iruña-Pamplona
como fue su deseo y antes el de su padre, donde deben reposar todos los reyes y
reinas de Nabarra tras su recuperación por el Pueblo nabarro de su soberanía de
las garras del imperialismo español y francés. Decía la gran reina de Nabarra:
“Estamos dispuestos a morir todos nosotros antes que abandonar a nuestro Dios y
a nuestra religión (en Francia se conocía a los hugonotes como “la Religión”),
la cual no podemos mantener sin que se permita su adoración pública, igual que
no puede vivir el cuerpo humano sin agua o comida”.
Por tanto, la libertad
de culto llegó a Nabarra 34 años antes del Edicto de Nantes de 1598, cuando el
hijo de Juana, llamado Enrique III “el bearnés” en Nabarra y el “nabarro” en
Francia (Pau 1553-París 1610, el cual había participado en su juventud en la
segunda y tercera “Guerra de Religión”), accedió la corona francesa, lo que le
supuso su muerte a manos de un sicario del Vaticano. En España el primer e
infructuoso intento de decretar la libertad de culto fue en una fecha tan
tardía como 1890.