Iñigo Saldise Alda
Los herederos de San Pedro contra los navarros (I)
Soberanía de Navarra
Según la doctrina católica, Jesús de Nazaret fundó una comunidad cristiana jerárquicamente organizada y con autoridad, dirigida por los apóstoles y siendo el primero San Pedro. Posteriormente y siempre según dicha doctrina, los apóstoles y los primeros seguidores de Jesús estructuraron una iglesia organizada, al repartir responsabilidades entre obispos, presbíteros y diáconos, a medida que iban propagando el cristianismo, encontrándose el centro neurálgico de dicha iglesia en Roma.
Durante el reinado de Alfonso I el Batallador, el Estado de los navarros, alcanzó su mayor esplendor territorial desde los tiempos del Ducado de Vasconia, pero a su vez, las tendencias pre-romanas que mantuvieron y potenciaron sus antecesores, Sancho V y Pedro I, alcanzaron al fin su mayor esplendor, gracias a incrementar el Batallador, de una manera considerable, la relación existente hasta entonces entre la dinastía vascona y el emperador de Roma.
Iruñea, volvía a ser la sede más importante del Estado navarro y su obispo se vinculó directamente con el rey de Pamplona y Aragón, facilitando con este gesto, una renovación de los altos cargos eclesiásticos, lo que provocó un principio de deterioro en las buenas relaciones que se mantenía hasta entonces el Estado navarro con el heredero de San Pedro, jefe de la cristiandad.
El testamento de Alfonso I, trajo unas duras consecuencias para el Estado de los Navarros. En la última voluntad del Rey de Pamplona y Aragón, el rey vascón entregaba los Reinos de Pamplona y Aragón a tres ordenes militares cristianas, el Santo Sepulcro, San Juan de Jerusalén y el Temple.
Los navarros se opusieron y eligieron como rey a García Ramírez el Restaurador, con la misión de reponer la monarquía vascona en los Reinos de Pamplona y Aragón, pero la intervención del maestre de la orden del Temple y conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, que contó con el apoyo del autotitulado emperador Alfonso VII de León y Castilla, proponiendo al mejor candidato posible para emperador de Roma, Ramiro el Monje como rey para ambos reinos, provocó la división definitiva del antiguo condado vascón, con el resto del Estado navarro.
El emperador de Roma, Benedicto IX, se negó a reconocer a García Ramírez como rey, otorgándole solo el título de dux, facilitando con ello las pretensiones invasores de los vecinos de los navarros, lo que provocaría un continuo desmembramiento territorial del Estado navarro durante el siglo XII.
Sancho VI el Sabio, tampoco fue reconocido como rey por San León IX, lo que obligó al monarca vascón, entre otras cosas, a cambiar el nombre del Reino, cambiando Pamplona por Navarra. El emperador de Roma, tardó más de setenta años en reconocer el título de rey a los monarcas navarros y para entonces, Castilla-León, Inglaterra, Aragón y Francia, que ya comenzaban a dar muestras su apetito imperial, se aprovecharon de ello, invadido y ocupado numerosas tierras navarras, asestando con ello, una importante herida para la soberanía navarra.
El año 1212 y ante las amenazadas de excomunión y una nueva retirada del título de rey de Navarra, provenientes del emperador de Roma, Inocencio III, lo que facilitaría una nueva invasión de los hostiles vecinos de los navarros, el monarca vascón Sancho VII el Fuerte, se ve obligado a luchar junto al mayor enemigo de los navarros, el rey de Castilla, Alfonso VIII, mientras el rey de León se negaba a asistir junto al resto de “aliados” cristianos, que gracias al rey de Navarra, alcanzaron la victoria en la batalla de Las Navas de Tolosa.
Hasta la invasión y ocupación española de comienzos del siglo XVI, las relaciones entre los sucesivos emperadores de Roma y los navarros, fueron más o menos cordiales. El Reino de Navarra participó en varias cruzadas contra los musulmanes, junto a diferentes reinos europeos, entre ellos Francia y participando, junto al resto de estados europeos, en diferentes concilios organizados por orden del emperador de Roma.
En mayo del año 1512, ante la amenaza militar proveniente del autotitulado rey de España, Fernando el Falsario, la neutral Navarra, mediante su Consejo Real, requiere el Pase o exequáter, de las Bulas Pontificias por el Consejo, al estar el Reino de Navarra totalmente asentado en el espacio de las naciones europeas, pero esta petición nunca fue atendida por el emperador de Roma, Julio II, aliado acérrimo del maquiavélico Fernando de España.
Para facilitar las ansias invasoras de Fernando de España, el 21 de julio de 1521, aparece la Bula Pastor ille celestis, donde el emperador de Roma no nombra a los monarcas navarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, en cambio, se refiere a cierta veneno de herejía que afectaba a los cántabros y navarros, lo que no justificaba ni de lejos, la invasión y ocupación del Estado de Navarra por parte española.
La presión y manipulación por parte del rey de España, Fernando el Falsario, o bien en la Curia romana o más probablemente en la Cancillería de Aragón, consiguió una segunda Bula, Exigit contumatiam, ese mismo año, vinculada al Estado de Navarra a la condición de colonia española y ha servido al estado español, para justificar toda suerte de atropellos y crímenes realizados por su inquisición, la destrucción de los castillos navarros y la expulsión de la nobleza e intelectualidad humanista del territorio ocupado por soldados españoles, extranjeros en esta tierra.
La tercer Bula, etsi obstinati es ya una clara condenación de los reyes navarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret. Es muy probable que el emperador de Roma, Julio II sólo proclamó la bula contra Luís XII de Francia, Universis Santae Matris Ecclesiae y las otras tres serían prefabricadas o incluso falsificadas por el rey de España, Fernando, ante la pasividad del emperador cristiano.
Pero fue la Bula Exigit contumatiam, no anulada aún día por el estado católico del Vaticano, la que asentó realmente la ocupación militar española en el Estado de Navarra. En ella se dispensaba a los navarros bajo pena de excomunión, de continuar obedeciendo a sus legítimos monarcas, Catalina I y Juan III, a quienes habían jurado "por fuero sacrosanto ancestral" lealtad, nunca jamás hasta entonces violado de manera unilateralmente. Con ella, el rey de España condenaba personalmente Catalina y Juan, más a todos los navarros que masivamente les defendían, por lo que España no dudó en imponer en esta tierra, su horrenda ley de excepción, la cual arruinó a los navarros y devastó nuestro territorio, al menos los situados al sur del Pirineo.
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