Iñigo Saldise Alda
El Estado soberano de Nabarra, 1530-1620
Soberanía de Navarra
“Navarre shall be the wonder of the World”. William Shakespeare, 1594
El año 1530 el emperador Carlos V de Alemania y I de España, ordena la retirada de las tropas de ocupación españolas de la Tierra nabarra de Vascos o Ultrapuertos. Tomó dicha decisión política, no solo por motivos estratégicos en su guerra contra el rey Francisco I de Francia, aliado del legítimo soberano del Reino de Nabarra Enrique II el Sangüesino, sino en gran medida por la falta de control sobre los naturales del lugar acrecentada desde el año 1524, a pesar de las extremas y continuas medidas de represión ejercidas por las tropas españolas contra los nabarros del norte del Pirineo, las cuales contaban con el absoluto consentimiento del dirigente de la Iglesia Católica o Papa.
Debido a la invasión militar española del año 1512, las legítimas Cortes de Nabarra se trasladaron a Orthez, estando encabezadas por los mismísimos reyes privativos de Nabarra, Catalina I de Foix y Juan III de Albret. Pero incluso antes de que las tropas españolas retrocedan por los Pirineos hacia el sur liberando la tierra de Ultrapuertos en 1530, las Cortes de Nabarra se reúnen en Donapaleu a petición de Enrique II de Albret en el año 1527, llegando a ostentar dicha localidad la capitalidad del Reino.
Desde el año 1530, en la Nabarra independiente, soberana y por tanto libre del norte del Pirineo, se sucedieron diferentes intentos diplomáticos encaminados todos a la recuperación de la totalidad de las tierras nabarras ocupadas por el imperio español. El rey Enrique II de Nabarra lo intentó mediante el matrimonio de su hija la princesa de Biana, Juana de Albret, con el hijo del emperador Carlos V, el príncipe de Asturias y Gerona y futuro Felipe II de España. Tal perspectiva esperanzó a todos los nabarros sometidos del sur del Pirineo, donde destacaron los beaumonteses de Iruñea que cohabitaban en unas cortes ilegales con un Virrey español y por tanto extranjero, al preparar un memorandum el año 1540 donde detallaban cuáles eran las tierras arrebatadas de forma ilegal por el Reino de España y que debía reclamar el rey de Nabarra además de las cinco Merindades ocupadas en su totalidad desde el año 1522:
“Quanto a lo que pertenesce a V. Alteza, según lo que solía extender este Reyno antiguamente como es pública voz y fama que era señor de Guipúzcoa, Vizcaya y Alaba y mucha parte de Rioja, hasta el holmo de Burgos; como por la sepultura que antiguamente los reyes de Navarra tenían en Nájera y otras ciudades y villas que hoy en día parescen las armas de Navarra; anssí como en Logroño y en otros lugares y de poco acá se han borrado...”
La Corte de Nabarra y con ello la capital del Reino, es situada en Pau por Enrique II y Maragita de Nabarra, donde como en el Ducado de Florencia, se crearon numerosos cenáculos y academias de simbología cabalística y de hermenéutica, donde se enseñaron las artes y la filosofía neoplatónica, gracias principalmente a la labor de la reina Margarita de Nabarra, algo que no ocurrió en los territorios nabarros del sur del Pirineo, donde la inquisición española realizaba auténticos estragos y los magníficos castillos habían sido destruidos por orden del cardenal católico y español, Cisneros.
Durante el reinado de Enrique II de Nabarra, en pleno Renacimiento nabarrista, el Estado independiente de Nabarra vio como sus formidables fortalezas se transformaron en auténticos palacios Renacentistas. Además, el Reino de Nabarra era un lugar de acogía para todos los refugiados humanistas y reformistas que estaban siendo perseguidos en el resto de Europa.
La corte humanista de Pau se llenó de escritores, filósofos, pensadores, artistas y arquitectos, siendo la reina Margarita de Nabarra la mayor inspiración posible del movimiento evangelista, el cual se había asentado firmemente en el Reino de Nabarra. Incluso la propia reina de Nabarra, considerada por muchos la primera mujer moderna en la historia de la humanidad, escribió numerosas obras literarias y entre ellas podríamos destacar Las soledades de Margarita de Navarra, obra de teatro que se desarrolla en un contexto íntegramente pirenaico, el magistral poema Las prisiones de la Reina de Navarra o la inacabada Heptameron, obra erótica femenina, donde incluso llega a mofarse de los defectos del macho.
No es casualidad que durante el reinado de Enrique II y Margarita I de Nabarra, más concretamente en el año 1545, se editara en Bordele-Bordeaux-el primer libro en la lengua natural de los nabarros, el euskara. Dicho libro fue escrito por el párroco católico Bernart Etxepare, llevando por título Linguae Vasconum Primitiae, alcanzo con ello el rango literario la Lingua Navarrorum.
En el año 1555, tras la muerte de Enrique II de Nabarra, le sucede en el trono Juana III de Albret, casada desde el año 1548 con Antonio de Borbón en Moulins. Este matrimonio fue promovido por otro Enrique II de Francia. La reina Juana III de Nabarra, que a pesar de haber sido educada a la francesa debido al secuestro que llevó a cabo su tío Francisco I de Francia cuando era una niña, continuó con el nabarrismo integral comenzado con su madre y llegó a ser una mujer de gran talento, extraordinaria cultura, de firme carácter, inquebrantables energías, junto a elevadas ideas y bondadosos sentimientos; en definitiva, un ejemplo de feminismo.
Juana III y Antonio I de Nabarra continuaron reclamando la totalidad de las tierras nabarras del sur del Pirineo en poder de las tropas españolas. La reina Juana III llegó incluso a presentarse, junto a su esposo y varios caballeros nabarros, en la frontera impuesta por los españoles en el Pirineo. Allí les esperaba el ejército ocupante, que negó a los legítimos reyes de Nabarra visitar el País y entrar en su territorio. Hoy en día este acto se recuerda con una leyenda en torno a los días en que la niebla se apodera de la selva del Irati.
Pero las reclamaciones de la devolución de las tierras nabarras del sur de los Pirineos no solo fueron simbólicas. Los monarcas nabarros utilizaron la diplomacia Internacional, llegando incluso a enviar una carta al papa Pío IV en diciembre del año 1560, con una oración solemne de adhesión a la Iglesia Católica de Roma, buscando con ello la recuperación de todas las tierras perdidas. Ante la negativa actitud Papal, la reina Juana III de Nabarra, ese mismo año introdujo definitivamente la Reforma Protestante en el Reino de Nabarra y en el vizcondado del Bearne-unido al Reino de Nabarra desde el año 1484-, divulgando el calvinismo desde el año 1561. El príncipe de Biana, Enrique, fue educado junto a su hermano conforme a las ideas religiosas de esta brillante reina de Nabarra, llegando a contar incluso con un profesor reformador español, Antonio del Corro, perseguido por Felipe II de Habsburgo y que había sido acogido en la Corte de Nabarra.
La primera guerra de religión entre católicos y hugonotes ocurrida en el reino de Francia no llegó a afectar a ningún territorio del Reino soberano de Nabarra. La reina se opuso y resistió a jesuitas e inquisidores cuando intentaron establecerse en el Reino vascón, al temer por la integridad y las conciencias de los suyos, una vez conocidas las atrocidades sufridas por los nabarros surpirenaicos a manos de la Inquisición española en la Nabarra ocupada.
La religión calvinista fue implantada en la Nabarra libre como la religión del Estado. Así, la reina Juana III de Albret ordenó la traducción del Nuevo Testamento al euskara, concretamente al nabarro de Laburdi Joannes Leizarraga en el año 1571, con la intención de que la palabra de Dios sería accesible para la totalidad del Pueblo llano de Nabarra.
El señor de Luxa, casa perteneciente al bando de Beaumont en la guerra civil y también durante la ocupación española del Reino de Nabarra en el año 1512, enfrentado históricamente con la casa de Agramont, apoya militarmente a los clérigos católicos en la Nabarra soberana. Siendo como era esta casa partidaria de la unión con el Reino de España, el de Luxa se alza contra la reina de Nabarra tomando como escusa las guerras de religión y la defensa de la religión católica. De nuevo las viejas rivalidades entre los bandos salen a relucir en una nueva guerra de carácter religioso y también civil. Enfrente se le opone de nuevo un notable agramontés, el señor de Agramont, que había aceptado la Reforma y era partidario de la reina Juana III de Albret, y con ello de la soberanía e independencia de Reino Pirenaico.
Los católicos y proespañoles se levantaron en armas a comienzos del año 1568, expulsando a los ministros protestantes o hugonotes, apoderándose de varios castillos. El joven Enrique de Borbón y Albret, príncipe de Biana, intervino consiguiendo una paz entre ambas facciones. La reina Juana III de Nabarra otorgó el perdón absoluto a los rebeldes, y proclamó la libertad de conciencia mediante el Manifiesto de los Gentileshombres y del Pueblo de Nabarra, a petición de los representantes de éste último.
La guerra religiosa prosiguió entretanto en el Reino vecino de Francia. Así en el año 1569, el barón de Terride en nombre de Carlos IX de Francia, ocupó el señorío de Bearne restableciendo el catolicismo. El traicionero señor de Luxa le ayudó en el asedio a Navarrenx, en cuya plaza se había encerrado el barón de Arros, un importante jefe protestante o hugonote. A su vez, el Reino de España junto al emperador de Roma, apoyaron a los católicos posicionándose de nuevo contra el Reino de Nabarra.
La reina Juana III encomienda la recuperación del vizcondado de Bearne y los puestos ocupados por los católicos en el Reino nabarro al conde de Mongome. En agosto del año 1569 levantaron el asedio de Navarrenx y reconquistaron Orthez. El lugarteniente de Juana III de Nabarra ordenó la toma de los bienes eclesiásticos y el 28 de enero del año 1570 quedó abolido en el señorío de Bearne el ejercicio de la religión católica. Por otro lado, las tropas de la reina de Nabarra derrotaron a los católicos sublevados dentro el Reino y tomaron Donibane Garazi, destruyendo las iglesias y expulsando al señor de Luxa del castillo de Maule en la nabarra Tierra de Sola o Xiberoa-Zuberoa-. Se prohibió el ejercicio del culto católico y se designó como gobernador de la castellanía de Donibane Garazi a un hugonote. Sin embargo y pese a la sublevación católica contra la soberanía de Nabarra, la religión católica permaneció gracias al ejercicio de libertad y tolerancia que promovía la reina Juana III, que siguió el consejo de la Corte celebrada en La Rochelle por motivos de las guerras de religión, junto a la aceptación de la demanda de libre culto religioso realizada por los Estados Generales de Nabarra en el año 1571.
La reina Juana III de Nabarra, en pos de una paz duradera con el católico Reino de Francia, promovió el matrimonio entre el príncipe de Biana, Enrique, y Margarita de Valois, hermana del rey francés Carlos IX, a lo que desde el principio se oponía el joven príncipe de Nabarra. En el año 1572 la reina de Nabarra fue envenenada en la Corte católica de París. Enterado de la noticia Enrique III, ya rey de Nabarra, entra en París junto a 900 caballeros nabarros vestidos de negro, color de los protestantes o hugonotes.
La boda no se suspende y se celebra en la capital francesa, teniendo como actores a un rey protestante y a una hermosa princesa católica. Esta boda no contaba con el apoyo del Papa y se realizó en la puerta de la iglesia de Nôtre-Dame, por las creencias religiosas de Enrique III de Nabarra.
En la noche de S. Bartolomé del mismo año, los católicos atacaron a los protestantes, entre los que se encontraba el séquito nabarro, como siempre con la excusa de la herejía y la defensa de la religión Católica. Fueron asesinados en el Reino de Francia unos cien mil, protestantes en su mayoría, y con ellos la mayor parte del cortejo de 900 nabarros del rey de Nabarra. Éste fue hecho prisionero y obligado a establecer el catolicismo como única religión del Reino de Nabarra, teniendo que permanecer, contra su voluntad, en la Corte de París.
Ese mismo año consigue huir de París, abjura de la fe católica y de inmediato se pone al mando de las tropas hugonotas en la cuarta guerra de religión, conocida también como la guerra de los tres Enriques, que implica el propio rey de Nabarra, al nuevo rey de Francia y al ultra-católico Enrique I de Guisa, que se negaba a que un rey protestante accediera al trono de Francia.
Enrique III de Francia muere en el año 1589, y ello permite al rey de Nabarra convertirse en rey de Francia gracias a la herencia paterna. Enrique III de Nabarra mantuvo una guerra abierta contra la Liga Católica, contra el Papa y contra el rey de España, Felipe II, que se negaban a reconocerlo como rey de Francia. En algún momento de la guerra, Enrique III de Borbón y Albret tuvo que retirarse a Nabarra, donde cierra las filas protestantes franco-nabarras, y preparando un ejército que le pudiera facilitar el acceso al trono francés por la vía militar.
Ya cuatro años antes, concretamente en el año 1585, el papa Sixto V había excomulgado por hereje a Enrique III de Nabarra. Las tropas hugonotas franco-nabarras consiguieron algunas victorias militares destacadas, pero París se resiste a caer gracias al apoyo que reciben los parisinos católicos de las tropas españolas comandadas por Alejando Farnesio. En el año 1593 el rey de Nabarra se convierte al catolicismo para conseguir el trono de París, haciéndose así realidad una de las profecías que Nostradamus había realizado a Catalina de Medicis y al propio Enrique III de Nabarra, cuando al nabarro le fue presentado por Carlos IX de Francia. Esta conversión se resume una la célebre frase, que incluso hoy día y de forma errónea se le atribuye:
“París bien vale una misa”.
Esta coronación en ningún modo supuso en ningún caso la unión de los Reinos de Nabarra y Francia, ya que Enrique III de Nabarra y IV de Francia mantuvo las Coronas separadas y con ello continuó la soberanía e independencia del Estado de Nabarra, cuyas Cortes legítimas permanecieron en la capital Pau, mientras que en Donapelau estaban los Estado Generales de Nabarra donde se sigue acuñando la moneda oficial del Reino vasco(n). En el año 1598 el Reino de Francia firma la paz de Vervins con el Reino de España. Es un Tratado sobre el conflicto existente en Flandes entre Francia y España, pero el rey nabarro aprovecha para introducir una clausura negándose con ella a legitimar la anexión forzosa e ilegal de las tierras nabarras del sur del Pirineo, tema pendiente desde las ilegales invasiones militares castellano-leonesas, barcelonesa-aragonesas y finalmente españolas de los año 1134, 1173, 1179, 1199, 1200, 1373, 1463, 1512 y 1521.
Ese mismo año 1598 el rey de Nabarra y Francia firmó el Edicto de Nantes, a semejanza del Manifiesto de los Gentileshombres y del Pueblo de Nabarra realizado treinta años antes por su madre Juana III de Albret, donde se reconoce la libertad religiosa dentro de esos Estados, Nabarra y Francia. Incluso intentó que éste Edicto se extendiera a los demás Reinos europeos, legitimando el protestantismo y poniendo las bases para acabar con las guerras de religión en Europa, que en menos de un siglo costaron millones de muertos. Esta decisión le supone una nueva excomunión por parte del Papa de turno. Enrique III de Navarra y IV de Francia, fue finalmente asesinado en París por un fanático ultracatólico, el jesuita Ravaillac en el año 1610, pero todavía el Estado de Nabarra permaneció soberano 10 años más sin contar con un rey, siendo gobernado por las Cortes y los Estados Generales de Nabarra.
En el Fuero de Nabarra es claro en el tema sucesorio y una de las condiciones para el nombramiento del príncipe de Biana, título del legítimo heredero a la Corona de Nabarra, era que debía ser educado en la Corte de Nabarra y acatando el respeto a las Leyes del Reino o Fueros. El futuro Louis XIII de Francia en cambio, se negó a ello y permaneció en la Corte extranjera y francesa de París, siendo educado bajo la religión católica por el cardenal Richelieu durante 10 años, en los cuales, desde las Cortes de Nabarra no se llegó nombrar a otro rey o reina, a pesar de poder hacerlo según el Preámbulo del Fuero del vizcondado nabarro de Bearne del año 1551 elaborado por Enrique II de Nabarra, por lo que este pequeño periodo histórico de diez años, es lo más parecido a una República que ha tenido el Estado soberano e independiente de Nabarra.
En el año 1620 Louis XIII de Francia asaltó fatalmente las Cortes nabarras de Pau, restaurando a continuación la religión católica en el Reino de Nabarra-y por supuesto el vizcondado del Bearne-de manera violenta e ilegal, prohibiendo la religión protestante en todos los territorios bajo su dominio marcial. Disolvió militarmente dichas Cortes de Nabarra ese mismo año y realizó de manera unilateral el decreto de unión desde las Cortes francesas de París. El Estado Pirenaico de Nabarra perdía por imposición militar francesa su independencia en el año 1620 y queda anexionado de forma ilegítima al Reino de Francia.
Los Estados Generales de Nabarra perduraron aún y todo, pero cada vez con menos competencias dentro de le Parlement de Navarre impuesto por los franceses en Pau, ciudad que mantuvo las Cortes soberanas de Nabarra hasta el año 1620, con el beneplácito y apoyo de la nueva nobleza francesa, traidora a Nabarra y encabezada por el conde de Gramont, nombrado ilegalmente virrey de Nabarra y Bearne por la regente de Francia, María de Médicis desde el año 1613. El rey francés intentó suprimir el Parlamento junto a los Fueros de Nabarra de forma completa en el año 1632, sin conseguirlo. La llama soberana del Reino o Estado de Nabarra fue apagada violentamente en el año 1620 por las tropas francesas, pero el rescoldo siguió humeando hasta el año 1789; es decir, hasta la Revolución Francesa y continúa a la espera de volver a ser encendida por los nabarros algún día.
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