Pierres Albret de Nabarra y Ganuza
Iñigo Saldise Alda
Heráldica 1: escudo partido. 1º terciado en faja. De gules carbunclo cerrado y
pomelado de oro que es de Nabarra. De oro dos vacas de gules puestas en
palo, astadas, acollaradas y uñadas de azur que son del Bearno. Cuartelado en
cruz 1 y 4 de azur tres flores de lis de oro puestas de dos y uno que trae de
France, 2 y 3 de gules pleno que son de Albret. 2º de azur nueve torres de oro
puestas en palo (uno, dos, uno, dos, uno, dos) que son de Ganuza.
Nació en
Lizarra-Estella el año 1504. Fue hijo natural o bastardo del rey consorte Juan
III de Nabarra y de María de Ganuza, también conocida como Catalina. A muy temprana
edad comenzó su formación intelectual en el Estudio Municipal de dicha ciudad,
iniciándose en los secretos de la lengua del Lazio o latín. Cuando poseía
cierto dominio de la Gramática latina, el Reino de Nabarra fue invadido por las
tropas españolas de Fernando II el
falsario, por lo que su madre llamó a las puertas del monasterio de Santa
María la Real de Iratxe pidiendo su admisión en la orden benedictina.
Debido a las
consecuencias de la ocupación militar española y la posterior colonización en
todos los ámbitos institucionales de las tierras nabarras bajo el yugo
imperial, incluido el eclesiástico, en el año 1522 el monasterio fue ilegalmente
reformado por mandato del emperador Carlos I de España y V de Alemania, pasando
así a pertenecer a la Congregación de San Benito de Valladolid, siendo dicha unión
ratificada finalmente el 25 de septiembre de 1531.
Esto obligó a Pierres
Albret de Nabarra y Ganuza, a finalizar sus estudios de filosofía y teología en
dos monasterios españoles; el monasterio castellano de San Pedro de Cardeña y
el monasterio leonés Real de San Benito de Sahagun. Todo ello tras terminar el
noviciado y profesar como religioso en el monasterio de Santa María la Real de
Iratxe, bajo el nombre de Veremundo de Navarra.
Al
finalizar sus estudios y con el nombre “castellanizado” de Pedro Labrit de
Navarra, pasó a residir a la ciudad de Valladolid. Como religioso de la orden
benedictina fue asiduo a la Corte española del emperador Carlos I de España y V
de Alemania. Su residencia la fijó en la casa de María Flores de Lusa, quien le proveyó
de todo, así como le cedió sus cuatro o cinco criados. Su alto tren de vida
llamó mucho la atención, ya que por esas fechas carecía de rentas personales.
Además con esta mujer
tuvo un hijo natural a finales del año 1539 o comienzos del
año 1540. Dicho hijo fue legitimado por el emperador español y se llamó Juan
Basilio de Labrit y Navarra.
Ya en el año 1540,
Pedro Labrit de Nabarra retornó a Lizarra-Estella tras pasar por Herce de la
Errioxa-Rioja. Residió en la ciudad nabarra a su madre, persona a la que fue a
visitar, pero sin llegar a pisar el monasterio de Santa María la Real de
Iratxe, ni siquiera para saludar a sus antiguos compañeros benedictinos que
todavía permanecían en él. También cantó su primera misa en la parroquia de San
Juan Bautista de la capital de Lizarraldea.
De vuelta a la ciudad
de Valladolid frecuentó una academia literaria, la cual se reunía y celebraba
sus tertulias en la casa del violento y sanguinario marqués del Valle de Oaxaca
Hernán Cortés, tras volver éste de las campañas españolas que capitaneo al otro
lado del Atlántico, contra el imperio Mexica y diversos pueblos nativos
americanos.
En dichas reuniones
coincidió y a la que concurrían el colector general de la Cámara Apostólica de
España el nuncio Juan Poggio, el arzobispo de Cagliari Domingo Pastorello, el
franciscano Domingo del Pico, el comendador mayor de Castilla Juan de Zúñiga, Juan
de Vega, Francisco de Cervantes Salazar y otros altos personajes de la
aristocracia y del clero. También se pudo encontrar en algunas ocasiones a dos hombres
originariamente nabarros, uno agramontés y otro beaumontés, el marqués de
Falces Antonio de Peralta y a Juan de Beaumont. En una de aquellos cenáculos Pedro
Labrit de Navarra disertó sobre la disposición cristiana de la muerte, tema novedosos
y de actualidad en aquellos años.
En el año 1541, Pedro
Labrit de Navarra y Hernán Cortés, acompañaron al emperador Carlos I de España
y V de Alemania en su expedición a Argel del imperio otomano, a modo de Guerra
Santa contra el almirante otomano Khair Ben Eddyn Barbarroja. Para ello
hicieron escala en la ciudad de Valencia, de donde se embarcaron primero y
desembarcaron de vuelta tras la fracasada campaña, para regresar nuevamente a
la ciudad de Valladolid. Pedro Labrit de Navarra volvió a residir a su posada
en la casa de María Flores de Lusa.
Tras abandonar el
benedictino estellés a María Flores de Lusa en el año 1544 con destino Rodez, municipio
de la región del Langedoc pero perteneciente a la Corona de Nabarra, la
española se quejó de que se había gastado con Pedro Labrit de Navarra todo lo que
tenía, concretamente una suma que rondaba los 1.500 ducados.
Ya en Rodez acudió de
forma asidua a la escuela humanista católica del cardenal George d’Armanhac,
consejero de la reina consorte de Nabarra. El obispo de Rodez y administrador
Apostólico de Vabres había conseguido el título de cardenal sacerdote de los
Santos Juan y Pablo, tras varias peticiones al Papa Paulo III, realizadas por
parte de la mismísima reina consorte de Nabarra, princesa de France, duquesa
d’Aleçon y Berry, condesa de Armanhac, de Rodez, de la Perche y de la isla de
Jourdain, Marguerite d’Angoulême.
Ya en el año 1545
acudió a la Corte del emperador Carlos I de España y V de Alemania como
embajador y diplomático de su hermanastro o hermano de sangre, el rey Enrique
II de Nabarra. En su agenda diplomática y política estaba únicamente entablar
negociaciones con el emperador español para la devolución a los reyes de
Nabarra de las tierras ocupadas ilegalmente por los españoles. Carlos I de
España y V de Alemania reconoció implícitamente la solidez de la reclamación.
Pedro Labrit de
Navarra como diplomático de Nabarra estuvo en Roma en el año 1546, donde
conferenció con el embajador imperial español Juan de Vega, con el cual había
coincidido como contertulio en Valladolid. Inconscientemente o tal vez no,
informó al embajador español de las labores de reclutamiento y captación que se
estaban realizando en nombre de su hermanastro el rey Enrique II de Nabarra por
parte de los gentileshombres de Lizarra-Estella Juan de Iturmendi, Julián de
Medrano y por el clérigo Tomás de Ubago, en todas las tierras ocupadas en el
año 1521, en busca de un levantamiento nacional nabarro contra el invasor
español. El embajador español, inmediatamente tras la reunión con Pedro Labrit
de Navarra, puso dicha información en conocimiento de la Corte española, la
cual permanecía desde la rendición nabarra en la Fortaleza de
Hondarria-Fuenterrabia del año 1524, recelosa ante la posibilidad, más que
supuesta real, de una nueva insurrección nabarra frente a la sojuzgadora
dominación española.
Ese mismo año acudió a
la Corte del emperador Carlos I de España y V de Alemania como embajador y
diplomático de su hermanastro o hermano de sangre, el rey Enrique II de
Nabarra. Su misión era conseguir, mediante la oratoria y la persuasión, llegar
a llevar a efecto la devolución pacífica de las tierras ocupadas por los
españoles, en una Nabarra donde los naturales eran sojuzgados a su yugo
imperial y colonial. Pero los ministros españoles se posicionaron en contra,
negando la legitimidad nabarra y falseando la historia, aconsejando al emperador
Carlos I de España y V de Alemania que se negara a ello.
A finales del año 1548,
durante un pequeño periodo de intervalo en su ocupación como diplomático del
Reino de Nabarra-Bearno en la Corte del emperador español, fray Pedro Labrit de
Navarra retornó a Lizarra-Estella para atender asuntos personales. En enero del
año 1549 visitó el pueblo cercano de Iguzquiza en una visita de cortesía y de
carácter personal, antes de volver a la Corte imperial española.
Tras esta pequeña
pausa en su tierra natal, Pedro Labrit de Navarra volvió como diplomático
nabarro a la Corte imperial de Carlos I de España y V de Alemania. La política
familiar de los Habsburgo arrastró al embajador nabarro, acompañando al emperador español y a su hijo
el príncipe Felipe de Asturias y Gerona durante más de un año por Flandes y por
Alemania, hasta llegar a la ciudad de Augsburgo. Siempre que tuvo ocasión retomaba el tema de
la ilegal retención militar de las tierras ocupadas por los españoles, teniendo
como respuesta evasivas y excusas, siendo la más recurrente de todas ellas la
que no era el momento apropiado de tratar el problema o conflicto nabarro. Por
el contrario para apaciguar a Pedro Labrit de Navarra, el emperador español le
concedió el priorato de la Real Colegiata de Santa María de
Roncesvalles-Orreaga.
En el año 1451
acompañó al emperador Carlos I de España y V de Alemania a Innsbruck, desde
pudo seguir los reanudados cenáculos del Concilio de Trento. Tras el inicio
nuevamente del conflicto entre el Reino de España y los católicos alemanes tras
un ataque combinado del Reino de France junto a los protestantes alemanes, huyo
Pedro Labrit de Navarra junto al emperador español y su Corte, de Innsbruck a la
ciudad de Villach, en la región de Kärten. Tras un largo periplo de huida, el
embajador nabarro junto al emperador español y su Corte, llegaron a Flandes en
el año 1553.
Pedro Labrit de
Navarra permaneció como diplomático del Reino de Nabarra en la Corte del
emperador español hasta mayo del año 1555. La muerte de su hermano de sangre el
rey Enrique II de Nabarra-Bearno fue el motivo de su retorno a las tierras bajo
soberanía nabarra. Tras participar en el enterramiento en la iglesia catedral
de Lescar y en las exequias fúnebres de Enrique de Albret y Foix, rey de
Nabarra, señor soberano de Bearno, copríncipe de Andorra, duque de Alençon y de
Nemours, señor de Albret, conde de Foix, de Bigorra, de Armanhac, de Périgord,
de Dreux, vizconde de Limòtges, de Marsan, de Tursan, de Gabardan, Nebouzan, de
Tartas de Marenne y de Aillas, retomó a su labor diplomática yendo esta vez a
Roma en nombre de la reina Juana III de Nabarra y de su marido el duque de
Vendôme Antoine de Bourbon.
Hasta el año 1558
permaneció en Roma sin conseguir avance alguno ante el papa Paulo IV, en las
legítimas reivindicaciones de los reyes de Nabarra. Decidió por tanto retornar
al Reino de Nabarra, en la región de Aquitania, para evitar presenciar las desgracias
que padecían los habitantes de la Ciudad Eterna. Pero los males que encontró al
norte del Pirineo eran mayores que los de Roma. Lluvias torrenciales,
pestilencias, hambruna, además de violentas revueltas que afectaban por igual a
lo humano y a lo religioso, más concretamente esto último en lo relacionado con
la inmortalidad del alma.
En la región cristina se
topó con múltiples “herejías” instituidas en la tiranía y el libertinaje, que
cundía incluso entre los eclesiásticos católicos. Pedro Labrit de Navarra no
permaneció pasivo y salió en defensa de la inmortalidad del alma con una obra
distribuida en nueve coloquios, basado en su conocimiento de las deduzcas efectivísimas
existentes en la Filosofía natural, de los santos doctores católicos y que son
ilustrados por las Sagradas Escrituras. Pero como los “profetas” heréticos que jamás
quisieron admitir Escritura ni autoridad alguna, salvo razón natural, el
benedictino de Lizarra-Estella, de forma inteligente, se situó en el mismo terreno.
Antoine I de Nabarra
le envió en una nueva misión diplomática a Bruxelles-Brussell. Fue en el año 1559
y se presentó en la Corte del rey Felipe II de España con el pretexto de
reivindicar sus derechos sobre el monasterio de Orreaga-Roncesvalles, del cual
era legítimo prior. Tras esta escusa relacionada con sus negocios personales,
se escondía el verdadero motivo de sus embajada, negociar la devolución de las
tierras ocupadas por los españoles al Reino de Nabarra.
Felipe II de España
rehusó reconocer a Pedro Labrit de Navarra como titular del monasterio de Orreaga-Roncesvalles,
esgrimiendo la excusa de que no habitaba en él. Algo imposible ya que el cargo
estaba ocupado por el español Antonio Manrique, quien había sido nombrado por el
emperador Carlos I de España y V de Alemania. Le propuso diversas
compensaciones en reiteradas ocasiones, pero el rey de España nunca cumplió con
su palabra.
El rey de los
españoles demoró el tema de la restitución de lo “robado”, es decir, las
tierras nabarras del sur del Pirineo ocupadas por los españoles tras
continuadas invasiones violentas e ilegales. Felipe II de España aplazó la
respuesta hasta su regreso a Toledo, sacando como una excusa muy maleada por la
Casa de Habsburgo, que consistía en la necesidad de consultar el negocio con
los ministros españoles.
Pedro de Labrit y
Navarra acompaño al rey de los españoles a Toledo capital de España por
aquellos años. Felipe II de España celebró Cortes y tras ellas nuevamente dio largas
en lo relacionado con la cusa nabarra, todo un problema para los españoles,
entreteniendo al diplomático nabarro con buenas palabras. La estancia del
estellés en Toledo en España se prolongó varios meses, hasta que a finales de
ese año, hasta que el duque de Vendôme y rey consorte de Nabarra lo llamó a Donibane
Garazi para que le informara. Tras la obligada reunión, Antoine de Bourbon le
entregó una carta para el rey de España. Antes de dirigirse nuevamente a la
corte española, Pedro Labrit de Navarra hizo un alto en el camino,
concretamente en su ciudad natal, Lizarra-Estella.
Felipe II de España encargó
al virrey español de Navarra que lo vigilara estrechamente, que no lo perdiera
nunca de vista en ningún momento, pues lo consideraba un personaje peligroso,
un espía de cuidado. El duque de Alburquerque, algo extraño en él, procuró
tranquilizar a su rey, comunicándole que Pedro Labrit de Navarra era incapaz de
atentar contra la seguridad de los intereses españoles en la Navarra ocupada,
pese a comunicarse con muchas personas, la mayoría legitimistas nabarros, de
Lizarra-Estella, Iruinea-Pamplona junto a otras ciudades y poblaciones que
sufrían el sometimiento militar español.
Mientras el embajador
de Nabarra estaba en la Navarra ocupada, el español Pedro Fernández de Gamboa requirió
permiso obligado de su rey, Felipe II de España, para invadir la Nabarra libre.
El principal objetivo militar español era secuestrar al rey de Nabarra y someter
la ciudad de Baiona, para después entregarlos al rey de España. Pero fue descubierto
por el propio Antoine de Bourbon, siendo el español ejecutado en mayo de 1560.
Los ministros de España, ignorando las intenciones conocidas por su rey y declaraciones
escritas del propio Gamboa, se quejaron Pedro Labrit de Navarra, que ya se
encontraba por entonces en Valladolid, de la conducta del rey de Nabarra. Para
ellos, en sus acostumbradas ideas falsarias, aquel acto de justicia llevado a
cabo por los nabarros, constituyó una fragrante violación de la inmunidad
diplomática.
Felipe II de España, de
forma oportunista y buscando con ello esconder su implicación en el asunto del
secuestro del rey de Nabarra, aprovechó la ocasión para expulsar al embajador
Pedro Labrit de Navarra de la Corte española. En junio del mismo año puso en
sus manos, por medio del secretario Cortavilla, una carta para los reyes de
Nabarra, Juana de Albret y Antoine de Bourbon, la cual fue redactada de víspera
en pleno extraordinario del Consejo Real de España, donde no dio el monarca
español ninguna solución al problema de la restitución de las tierras ocupadas
por los españoles al Estado nabarro. Incluso el rey Felipe II de España negó el
tratamiento de soberanos a los reyes de Nabarra.
Antes de partir con
destino al Reino de Nabarra-Bearno, Pedro Labrit de Navarra presentó ante el
rey español Felipe II, nuevas reclamaciones sobre la causa legitimista nabarra,
denunciando incluso las represalias tomadas por los soldados españoles del
virrey de Navarra contra los legitimistas nabarros en Iruinea-Pamplona, tras la
legal ejecución del español Pedro Fernández de Gamboa. El rey español se las
demandó por escrito y por toda contestación se restringió a responder que
entendería en dar a los Albret una compensación en sustitución de su trono, es
decir, de las tierras ilegalmente ocupadas por los españoles y también por el
título de rey-reina de Nabarra.
Tras estas
superficiales palabras, que descaradamente ocultaban el propósito del rey
Felipe II de España, que tenía la firme intención de no ceder un ápice en la
cuestión nabarra, partió el embajador nabarro de la ciudad de Toledo en julio
del año 1560, llegando unas semanas más tarde a Mas d'Agen, cerca de Nerac,
donde se encontraba el duque de Vendôme y rey consorte de Nabarra Antoine de Bourbon,
a quien entregó la carta del rey de España.
A partir de ese
preciso instante las negociaciones estrategias y diplomáticas promovidas
directamente con el gobierno español, acerca de la restitución de las tierras
vasconas del sur del Pirineo, entraron en un punto muerto por la negativa
española y sus falacias. Así los reyes de Nabarra dieron un viraje en su
política diplomática para recobrar lo usurpado ilegalmente por el Reino de
España, y buscaron entonces el apoyo de la curia romana. Nuevamente fue elegido
para tan complicado como legítimo objetivo, fray Pedro Labrit de Navarra.
En agosto del año
1560, el estellés escribió al rey de España Felipe II, que él había sido
elegido para rendir homenaje al nuevo papa Pío IV en nombre de los reyes de
Nabarra. En la misma carta volvió a insistir en sus reclamaciones sobre el
priorato de Orreaga-Roncesvalles. Para beneficio de sus pretensiones, adjuntó
un certificado de los reyes de Nabarra, en el cual lo reconocían oficialmente
como hijo bastardo del monarca Juan de Albret, abuelo de la reina titular de
Nabarra, y de María de Ganuza, vecina de Lizarra-Estella.
En dicha reclamación y
aun a sabiendas de que él era indiscutiblemente el legítimo prior de iure del monasterio de Orreaga-Roncesvalles,
mostró su contento al rey de España con que se le permitiera apoderarse de ciertas
posesiones que el monasterio poseía en la Tierra de Vascos, que tenían un valor de mil ducados, o si esto
no pareciese bien al rey Felipe II de España por ceder en perjuicio del
priorato de Orreaga-Roncesvalles, pedía al monarca español el cumplimiento de
la promesa que tantas veces le había
prometido, que constaba de una recompensa o merced acorde a sus legales
pretensiones.
Felipe II de España le
permitió coger ciertas cosas de las posesiones del monasterio de
Orreaga-Roncesvalles en el Reino independiente de Nabarra, las cuales
significaron una miseria comparado con lo que realmente le correspondía al
capellán de Lizarra-Estella.
Pedro Labrit de
Navarra llegó finalmente a la ciudad de Roma el 21 de noviembre del año 1560,
siendo recibido a los cinco días por el papa Pio IV en audiencia privada. En
ella le comunico al sumo pontífice lo siguiente:
“(…) del mal que algunos malvados herejes y sediciosos
habían querido hacer a la reputación del rey y de la reina de Navarra,
sirviéndose con falso título de su nombre para cubrir sus malvadas opiniones y
perversa voluntad. (…)”
Pero el ministro y
diplomático español Francisco de Vargas, tan pronto tuvo conocimiento de las
pretensiones del embajador nabarro, trabajó con todos los medios que tuvo a su
alcance para desbaratar las legítimas demandas nabarras.
Francisco de Vargas
sostuvo que el rey de Navarra era el rey Felipe II de España, ya le había dado
la obligada obediencia. El papa le contestó que era verdad, pero que se podría
recibir la obediencia de Juana de Albret y Antoine de Bourbon sin perjuicio.
Alguien intervino diciendo que no se podía negar que el duque de Vendôme poseía
muchos territorios del Estado de Nabarra. El embajador español, de forma
alterada, replicó que la privación hecha por Julio II afectaba a todo el Reino Pirenaico
y que, como ya había prestado la obediencia debida al papa el rey Felipe II de
España por Navarra, no era justo tomarla de otro.
Pio IV llamó al
diplomático español para decirle que a causa de las “herejías” que corrían por
Europa, convenía muy mucho recibir la obediencia de los duques de Vendôme.
Además y en principio, la Iglesia Romana Católica y Apostólica no debía cerrar
su gremio a los que vienen a ella, Pero como contrapartida le informó a
Francisco de Vargas que se quitaría cualquier inconveniente con declarar el
papa, al tiempo de la ceremonia, que se entendiese por parte española en perjuicio
de su rey.
Pero el embajador español Francisco de Vargas,
en dos ocasiones más, le insistió al papa que los duques de Vendôme venían no
por religión, sino por miedo. Los acusó de ser la cabeza de secta luterana y que
en nada debía sufrir la reputación del rey de España, por lo que debiera bastar
con recibir Pedro Labrit de Navarra de forma privada, solo con la presencia de
algunos cardenales y sin admitirle en público, así que mucho menos en sala de
reyes. Este desde el inicio continúo toma y daca, de demandas y repuestas,
causaron cierta antipatía hacia el español por parte del sumo pontífice.
Ante la nefasta
actuación diplomática para los intereses españoles por parte de Francisco de
Vargas, el conde de Tendilla, embajador extraordinario español en la Santa Sede,
mostró un carácter más comprensivo, no viendo tantos inconvenientes. A su
juicio y en consonancia con otras de las malignas cualidades imperiales
españolas, el menosprecio y la censura, tal vez fuera mejor no tratar de ello, ignóralo
en definitiva, pues viniendo el papa desde el principio el asunto, como le
convenía en que no los llama reyes ni aceptaría la obediencia de Nabarra-Bearno,
sino de lo que los duques de Vendôme poseían. Los otros puntos no eran de
substancia, además el lugar no importaba., pues ya con antelación histórica los
sumos pontífices, cuando querían honrar a algunos nobles permitían que éstos les
prestasen obediencia en sala de reyes aunque no eran reyes. De esto había dos ejemplos
llevados a cabo poco antes, la señoría de Venecia y el duque de Florencia. El que
les llamase reyes su embajador, Pedro Labrit de Navarra, no le otorgaba derecho
alguno de serlo para el embajador extraordinario español.
A pesar de la firme oposición
del español Francisco de Vargas, el papa desde un principio siempre se mostró predispuesto
a recibir al emisario del Reino de Nabarra-Bearno en pleno consistorio, como a
los demás embajadores, pero tuvo un momento de vacile cuando supo por parte del
nuncio en Paris, que el hecho no agradaría al rey de France. Este nuevo golpe para
la causa legitimista nabarra llegó
promovido por la casa francesa de los Guisa, que por aquel entonces disfrutaban
del favor de su rey François II de France.
Ante tal presión antinabarra
promovida desde los Reinos de España y de France, el papa Pio IV propuso a
Pedro Labrit de Navarra que se contentase con una recepción privada. Pero el
embajador nabarro desplegó todas sus habilidades diplomáticas y pese a la
oposición de los españoles y de los franceses, logró triunfar en la indecisión que
tuvo el papa. En consecuencia el consistorio fijó para el 14 de diciembre del
año 1560 el juramento de los reyes de Nabarra-Bearno en la sala Regia.
Momentos antes del
acto, el papa volvió a titubear e indicó al embajador francés Philippe Babou la
conveniencia de proceder para la ceremonia en otra sala, tomando por escusa el frío y el mal tiempo. Dicho embajador, que
había recibido nuevas órdenes, comunicó en su propio nombre y en el de Pedro
Labrit de Navarra, su rechazó enérgico ante aquel frívolo pretexto, exigiendo
de Pio IV el cumplimiento de su promesa al embajador del Reino de
Nabarra-Bearno.
Finalmente ante la
presentación documental con la importantísima noticia de la anulación de unas
bulas falsarias realizadas ad doc por
el rey español Fernando II de Argón desde su Cancillería, mediante la
reintegración del Reino de Nabarra a sus reyes privativos Catalina de Foix y
Juan de Albret por parte del papa Julio II, influyó supremamente a su sucesor
el papa Pio III, predisponiéndolo para que finalmente recibiera la obediencia
de los presentes y legítimos reyes de Nabarra Juana de Albret y Antoine de
Bourbon, celebrándose el acto formal en el consistorio con la solemnidad obligada
y acostumbrada.
Pedro Labrit de
Navarra finalmente rindió homenaje al Santo Padre en nombre de los reyes de
Nabarra-Bearno, pronunciando en latín un brillante discurso. Dicho alegato fue preparado
por el famoso humanista occitano Marc-Antoine Murèth. Le contestó en nombre de
la Santa Sede el canciller pontificio Florebellius. De éste acto se formó un
proceso formal que fue firmado y legitimado por todos los cardenales, ante la
ausencia del ministro y embajador español Francisco de Vargas.
Pedro Labrit de
Navarra consiguió que desde aquel momento los reyes de Nabarra-Bearno, fueran
equiparados en la cancillería pontificia en igualdad al resto de soberanos
europeos.
Los Estados
Pontificios actuaron en consonancia y enviaron un cardenal legado a los reyes
de Nabarra. Sesenta embajadores protestantes de Deutschland, Flandes, England y
de muchas partes del Reino de France, suplicaron a los reyes de Nabarra para
que no aceptasen al legado pontificio, a la vez de que no rehusase respaldar a
los protestantes.
Los reyes de Nabarra admitieron
en todo y por todo al legado pontificio en nombre de la Sede Apostólica. Esto
fue debido por la gran diligencia de Pedro Labrit de Navarra y otros católicos.
Pero de facto, no sólo le fue dada la obligada obediencia al legado del papa,
sino que se otorgó licencia a todos los embajadores protestantes.
Pedro Labrit de
Navarra pensaba pedirles a los reyes de Nabarra que le relevaran de la embajada
en Roma, para acreditarlo nuevamente como embajador en la Corte española. Su
intención era la de comportarse adecuadamente
con el Felipe II de España y así buscar la pensión que el español le había
prometido. Bien con el obispado de Sigüenza o cualquier otro que estuviera
vacante en ese momento, como compensación al priorato de Orreaga-Roncesvalles.
Eso sí, sin desatender sus obligaciones como diplomático del Reino de
Nabarra-Bearno.
A comienzos del año
1561, tras su éxito en Roma, Pedro Labrit de Navarra escribió una nueva carta
al rey de España, donde da fe del logro diplomático nabarro y del interés de la
Santa Sede en la restitución plena de las tierras vasconas ocupadas por los
españoles a sus legítimos reyes Juana de Albret y Antoine de Borbon.
Los reyes de Nabarra pensaron en una mitra como
recompensa por la tarea realiza por el estellés en Roma. Con ella premiaban una
larga carrera de servicios y lealtad a Nabarra, además de disponer de un
instrumento más disciplinado y más eficaz para hacer valer sus reclamaciones en
los Estados Pontificios.
En marzo
del año 1561 quedó vacante el obispado de Comenge-Comminges por muerte del
cardenal Carlo Caraffa. Inmediatamente, por influencia de los reyes de Nabarra,
Pedro Labrit de Navarra fue presentado por el rey Carlos IX de France para
ocupar dicha sede episcopal. Esta diócesis era sufragánea o dependiente de Aux y
estaba situada en la Gaskoinia-Gascohna-Gascogne. Pero su confirmación por
parte del papa era inseparable y necesitó de una nueva embajada, que por
segunda vez llevó al capellán estellés hasta Roma.
Heráldica 2: escudo partido. 1º terciado en faja. De
gules carbunclo cerrado y pomelado de oro que es de Nabarra. De oro dos
vacas de gules puestas en palo, astadas, acollaradas y uñadas de azur que son
del Bearno. Cuartelado en cruz 1 y 4 de azur tres flores de lis de oro puestas
de dos y uno que trae de France, 2 y 3 de gules pleno que son de Albret. 2º de
plata nueve torres de gules puestas en palo (uno, dos, uno, dos, uno, dos) que
son de Ganuza con los colores del condado de Comenge-Comminges.
Pedro Labrit de
Navarra alcanzó a la Ciudad Eterna en abril del año 1561. Desde el primer
instante no tuvo reparo en manifestar cuales eran los objetos de su viaje.
Quería obtener del papa que lo admitiera como embajador permanente del Reino de
Nabarra-Bearno. Incluso mostró sus pretensiones de pedir la devolución de lo
ilegalmente usurpado por los españoles, como recompensa por la actitud católica
de los reyes de Nabarra-Bearno.
Ya en Roma el
diplomático nabarro se encontró con la situación cambia, logrando los groseros,
deshonestos y descorteses enviados del rey Felipe II de España sus propósitos. El
enviado español Juán de Ayala había formulado una enérgica protesta, además de
entregar al papa un largo memorial sobre sus falsarios derechos al trono
navarro.
Así pues, Pedro de
Albret encontró en Roma la situación completamente mudada. Por eso su llegada,
antes deseada por el papa, le puso ahora a éste en un embarazoso compromiso,
procurando desembarazarse mediante una sagaz diplomacia.
Mientras, en el Reino
de España, el nuncio papal para el Reino de España y obispo de Terracina
Razerta, ofreció un breve pontificio, en el cual se reconoció los [falsarios e
ilegales] derechos de la corona española sobre país ocupado, es decir, las
tierras vasconas del sur del Pirineo. A su vez, en Roma, se dio a entender que
el papa de momento se abstendría de entremeterse en la cuestión nabarra.
Pedro Labrit de
Navarra, en lugar de ser admitido como embajador ordinario del Reino de
Nabarra-Bearno en la Santa Sede, fue reenviado a la Corte del Estado Pirenaico con
un pretexto. Allí se le ordenó hacer esperar a los sus señores una ocasión más
favorece y crear el ambiente necesario para la misión de un legado extraordinario.
Con el fin de comprar y calmar al agente
de los reyes legítimos de Nabarra, se le concedió en mayo del año 1561 el
obispado de Comenge-Comminges libre de tasas.
El secretario de
Estado del Vaticano y cardenal Borromeo puso rápidamente en relieve la
generosidad del papa con el embajador nabarro, ya que a Pedro Labrit de Navarra
le había concedido la iglesia de Comenge-Comminges, con la expedición de las
bulas gratis con un valor de más de 4.000 escudos. Añadió que además su Santidad
había escrito una carta al duque de Vendôme y rey de Nabarra. También puso de
manifiesto que el papa había conversado largamente con el nuevo obispo de
muchas cosas concernientes a la religión, informándole de cuanto convenía, de
manera que se podía esperar que hiciera mucho fruto.
El obispo electo de Comenge-Comminges
partió de Roma a fines de mayo y tomó posesión de su iglesia por medio de un procurador
en junio del mismo año. Su escudo de armas tenía un letrero con esta
inscripción: Ubi magis, ibi minus.
Pedro Labrit de
Navarra se presentó en la Corte francesa para notificar su nombramiento para el
obispado de Comenge-Comminges y prestar juramento al rey de France por el
cargo. Pero no fue creído por el nuncio residente en Paris hasta que éste
último recibió una carta del nuevo legado papal, el cardenal de Ferrara
Ippolito II d’Este.
Desde el primer
instante en su promoción a obispo, Pedro Labrit de Navarra comenzó a mostrar un
más que claro alejamiento de las cuestiones políticas, para consagrarse en
cuerpo y alma a sus deberes episcopales. Pero en julio y por mandato del rey de
Nabarra, el obispo de Comenge-Comminges volvió a Roma. Las instrucciones que
llevaba el embajador nabarro eran las misma, la restitución plena de lo
ilegalmente usurpado por los españoles. El secretario de Estado para el
Vaticano afirmó:
“(…) Cuando comparezca el electo de Comminges y el otro que
el rey [de Nabarra] manda, su Santidad no dejará de abrazar verdaderamente su
negocio con el rey católico [de Nabarra] y ayudarle en lo que pueda, con tal
que vea con efecto que él va sin simulación al verdadero camino de proteger la
religión católica. (…)”
El obispo Pedro Labrit
de Navarra comunicó lo acaecido en Roma al rey de Nabarra Antoine de Bourbon.
Este cambió su actitud inicial en lo concerniente a la legítima devolución de
lo ocupado por los españoles y se empeñó ahora en conseguir una recompensa por
ello.
Por ello sustituyó en
el cargo de embajador del Reino de Nabarra-Bearno al obispo Pedro Labrit de
Navarra, acreditando a continuación a un nuevo embajador, de índole totalmente
personal, en la corte pontificia. Este fue un gentilhombre francés y conde de
Escars François de Pérusse des Cars, teniendo como mandato un doble objetivo.
En primer lugar tenía que obtener que el papa mediase con el rey de España, a
quien Antoine de Bourbon había destinado otra embajada, a fin de que se le
diese por parte española de una compensación por lo usurpado al sur del
Pirineo. Y en segundo lugar, para que el señor de Escars quedase en Roma como
embajador permanente y fuese aceptado como tal. La oposición española no se
hizo esperar a lo que el papa les comunicó que era justo y conveniente hacer entretener
al duque de Vendôme con baldías palabras para no acabarlo de desesperar,
sellando definitivamente con ello, la traición a los nabarros por parte de la
República Romana, Apostólica y Católica.
A su vuelta a su
obispado, tuvo conocimiento de que se estaba celebrando el coloquio de Poissy y
a él asistió Pedro Labrit de Navarra. El embajador español que se encontraba
presente, el severo Chantonay, observó que el estellés era un católico muy
entero y que cumplía con su deber en aquella junta de obispos. Como buen
nabarro, el obispo de Comenge-Comminges decía las cosas como las sentía y sin
temor ni respeto humano. Cantaba las cuarenta a los más altos interlocutores de
la Corte francesa, de manera que, a pesar de lo poco que conseguía, no dejaban
de temer sus reprensiones.
El catolicismo a
ultranza que tuvo el obispo Pedro Labrit de Navarra, expresado en su total intransigencia
en materia religiosa, le excitó el odio del cardenal Odet de Chatillon, del almirante
Coligny y especialmente de sus soberanos naturales, los reyes de Nabarra. El
rey consorte de Nabarra Antoine de Bourbon, lo maltrató y le retuvo dos tercios
de las rentas episcopales, escudándose
en que el estellés no poseía el obispado más que en encomienda para el hijo bastardo
del propio duque de Vendôme. Llegó incluso a exigir al obispo nabarro que
firmara una delegación irrevocable, que diera poder absoluto incluido en el
nombramiento de los administradores del obispado, no solo en lo temporal, sino
también en lo espiritual.
A tales atropellos
respondió Pedro Labrit de Navarra amenazando al rey de Nabarra con trasladarse al
valle de Aran, territorio español pero perteneciente en lo eclesiástico a la
diócesis de Comenge-Comminges, y pedir al rey Felipe II de España una
compensación, si no se le permitía gozar del obispado. Incluso para llevar a
cabo su plan con mejor título y mayor seguridad personal, quiso hacerse enviar como
embajador francés a Madrid en sustitución del obispo de Auxerre.
Al obispo de
Comenge-Comminges le dio mucho ánimo cierto discurso del papa. Pio IV le había
informado que si el duque Vendôme se hacía calvinista, lo excomulgaría y le
privaría del título de rey de Nabarra, al igual que a la reina Juana III de
Nabarra. Y que tras ello se lo daría, no al rey Felipe II de España, sino al
pariente más cercano. Y el más cercano estaba el propio Pedro Labrit de Navarra,
como hijo natural o bastardo del rey de Nabarra Juan de Albret.
En este ambiente,
donde había algo más que tiranteces entre los reyes de Nabarra y su súbdito
Pedro Labrit de Navarra, el obispo de Comenge-Comminges, junto a una capitanía
de hombres de armas, sus criados y varias cabalgaduras, se encaminó a la Corte
española haciendo una escala en Lizarra-Estella. Su estancia en Lizarraldea se
prolongó por espacio de veintidós días. Comieron en casa de Remiro de Oco, pero
fue Diego de Gabiria, a su propia costa, quien preparó la comida para todos,
gastándose 66 ducados. Finalmente tras esos días volvió a su obispado.
En noviembre del mismo
año figuraba el penúltimo lugar de una lista con los prelados escogidos para ir
al concilio de Trento de parte del reino de France. Pero de momento el viaje
quedó congelado.
Ya en el año 1562 el
obispo acompañado por el canónigo Pedro Verges, repitió el viaje pasando a
través de grandes nieves por Viella en el valle de Aran hasta Lizarra-Estella.
Diego de Gabiria llevó la tapicería, los cofres y la recámara. Tras treinta y
siete días de marcha, cuando llegaron a Lizarra-Estella se encontraron con las
puertas de la ciudad a orillas del Ega cerradas a cal y canto, porque había
peste en el punto de partida. Tuvieron que refugiarse unos días en un cerrado
de Diego de Gabiria, el cual gastó 24 ducados más con los criados y las
cabalgaduras. En esta ocasión el obispo de Comenge-Comminges regaló a la
iglesia de San Juan de Lizarra-Estella un frontal y unos ornamentos.
De regreso a su
diócesis recibió el mandato de acudir al concilio de Trento. El 18 de junio del año 1563 se encontraba ya
en Trento. Su paso por el concilio fue muy fugaz y apenas dejó huella. El 12 de
julio del año 1563 tuvo su primera y última intervención. Se discutían los
abusos referentes al sacramento del Orden y Pedro Labrit de Navarra dijo que
sobre ellos daría su voto por escrito al secretario. Tres días más tarde firmó en
latín en la sesión XXIII de esta manera: Petrus
Alebretus, episcopus Convenarum, hispanus.
En el concilio el
obispo de Comenge-Comminges tuvo notificación de se trataba desde el Vaticano
de privar a la reina de Nabarra y a sus hijos de sus legítimos títulos reales y
nobiliarios y de ser excomulgados.
También mientras Pedro
Labrit de Navarra estaba en el concilio,
el rey de France publicó un edicto para la venta de una parte de los
bienes temporales del clero, para hacer
frente al pago de los gastos de las primeras guerras civiles en su Reino.
Varios obispos reunidos en Trento protestaron contra los proyectos del rey
Carlos IX de France e intentaron impedir su realización. Pedro Labrit de
Navarra rehusó tomar partido con ellos contra el soberano francés. El 25 de
septiembre del año 1563 notificó por carta a la reina madre de France Catalina
de Medici, que partía de Trento para no intervenir con ellos contra su hijo el
rey de los franceses, considerando la ingratitud de aquellos obispos y prelados
que habían recibido todos sus bienes de manos del rey francés. El obispo de
Comenge-Comminges se mostró dispuesto a entregar al servicio del soberano
francés lo temporal, lo espiritual y hasta su propia vida si fuera menester.
Todavía estando en el
Concilio el estellés por mandato del rey de France, su sobrina la reina Juana
III de Nabarra libró contra el obispo de Comenge-Comminges una tremenda persecución.
La reina de Nabarra hizo secuestrar todas las rentas de un año de su obispado,
todas las deudas que se le debían e incluso sus casas, herrerías, muebles y
provisiones. Criados de Juana III de Nabarra, protestantes como ella, ocuparon
su diócesis. No contenta con eso, procuró que tres ministros calvinistas,
valiéndose de testigos falsos de la misma secta, le formaran un proceso con el
intento de privarle de la mitra, como había sucedido con otros muchos obispos
de Gaskoinia-Gasconha-Gascogne.
El pretexto esgrimido
por la reina Juana III de Nabarra fue la negativa de su tío, Pedro Labrit de
Navarra, a pagar una pensión que la Corte francesa exigía de su mitra para el
bastardo de Vendôme. Antoine de Bourbon había pedido al obispo natural de
Lizarra-Estella parte de las rentas episcopales para un inmueble. En su día el
estellés no supo negarle y así le dio 10.000 libras. Pero una vez muerto el
duque de Vendôme el 17 de noviembre del año 1562, se creyó liberado de todo
compromiso, toda vez que ni las letras de exposición, ni las bulas, le
obligaban a nada. Por eso rehusó constantemente indemnizar con una pensión que
carecía de todo fundamento legal.
Pero ciertamente el
verdadero motivo de la persecución era otro o al menos eso comunicó el obispo
de Comenge-Comminges al embajador español extraordinario en la Corte de Paris,
Francés de Álava. Pedro Labrit de Navarra le expresó que su sobrina habría
pretendido hacerle de su secta, y que le diese una plaza fuerte que tenía en su
obispado. Además tendría la obligación de
permitir predicar en su diócesis la doctrina calvinista. Esto era totalmente
inconcebible para el ultracatólico estellés, el cual perdería la vida antes de
consentir dicho dogma contrario a la República Romana, Católica y Apostólica.
El obispo estellés solicitó
inconscientemente la protección del rey Felipe II de España, en una entrevista
celebrada en Monzón. Por cartas patentes, intimadas a sus vicarios, el soberano
español le había ordenado que se presentase ante él el 15 de octubre de ese
año, so pena de privación de la parte de la diócesis que el obispado de
Comenge-Comminges tenía en el valle de Aran. El obispo Pedro de Navarra suplicó
a la reina madre de France que le permitiese entrevistarse con el rey español Felipe
II, para así no perder la parte que el
obispado tenía en el valle de Aran, ni la jurisdicción que allí ejercía en
nombre de France.
Pero ni españoles, ni
franceses hicieron algo en favor de Pedro Labrit de Navarra, sino que en
realidad el asunto fue empeorando. Por ello instó nuevamente a la reina de
Nabarra para que ordenase que le dejasen vivir en paz en su diócesis, le
restituyesen todo lo que le habían robado y no se procediese contra él por vías
indirectas para privarle de su iglesia y de sus bienes. Pero la reina Juana III
de Nabarra endureció aún más la persecución hacia su tío, llegando a procurar
apresar y matar a Pedro Labrit de Navarra.
Es entonces y en busca
de esconder su verdadero interés de invadir la Nabarra libre y ocuparla militarmente
hasta el río Garona, algo que ambicionaba el rey español desde el fracasado
intento del secuestro del rey de Nabarra Antoine de Bourbon llevado a cabo en
el año 1561, cuando el rey Felipe II de España aprovechando la situación,
muestra una fingida indignación por tal injusticia hacia el obispo de
Comenges-Comminges, escribiendo a la regente de France, Catalina de Medici, y a
su embajador en Paris, en su habitual tono amenazante. En dicha misiva decía
que si no se reponía a Pedro Labrit de Navarra su condado, sus rentas, casas,
dineros, herrerías y muebles que le habían robado; que si además no se le
dejaba vivir pacíficamente en casa; y si para colmo la princesa del Bearno no
le daba los alimentos que le concernían como hijo natural del rey de Nabarra Juan de Albret que era, él, Felipe II de
España, le proporcionaría al instante otro tanto en el principado de Anguien.
Pedro Labrit de
Navarra estaba dispuesto a pasar de lo denominado alimentos, pero este punto
inquietó en grado sumo a la reina Juana III de Nabarra. Por ello inmediatamente
consultó a una junta de letrados en Tolosa-Toulouse, para saber si
efectivamente su tío tenía derecho a los alimentos y a la sucesión en la Corona
de Nabarra. En cuanto a lo primero los letrados fueron del parecer que no se le
podía negar. Respecto de la sucesión, le respondieron que si los hijos de la
princesa eran bastardos y sus parientes herejes, el derecho que poseía Pedro Labrit
de Navarra era el mejor.
Entonces Juana III de
Nabarra cambió de estrategia. Con blandas y dulces palabras trató de convencer
a su tío que se retirara con ella, amenazándole de lo contrario con la pérdida
de la dignidad y de la vida. Pedro Labrit de Navarra, tan terco como su
sobrina, le replicó que jamás confiaría en su palabra, ni que iría a su
presencia ni daría fe alguna a quien había negado a Dios y a su religión.
Esta respuesta irritó
a la reina de Nabarra. Montada en cólera envió al Reino de España al barón de
Larboust con ciertos propósitos secretos. Entre otros, el de procurar que el
rey español Felipe II, dejase de proteger a Pedro Labrit de Navarra. Para
conseguir sus propósitos, el emisario de la reina de Nabarra debía informar al
rey de España, que la princesa había moderado en sus audaces descaros.
Pero mientras el
emisario se encontraba de camino, Juana III de Nabarra irrumpió violentamente
en la iglesia de Sant Gaudens, una de las principales villas del obispado de Comenge-Comminges,
resultando muertas tres personas que oían misa, y otras heridas.
Con todo esto la
situación fue empeorando progresivamente. Francés de Álava embajador español en
France, comunicó ya en el año 1565 a su rey Felipe II de España, que definitivamente
ambicionaban quitar a Pedro Labrit de Navarra su obispado, pese a que él lo
merecía, porque era impertinentísimo, siendo esto algo muy bueno para los
intereses políticos del Reino de España.
Ante tal situación
provocada por el fanatismo religioso de su sobrina y de él mismo, Pedro Labrit
de Navarra decidió pasarse al Reino de España con propósito de renunciar a su
mitra. Entonces fue la reina Juana III de Nabarra la que reculó accediendo a
las reclamaciones de su tío, el obispo de Comenge-Comminges, entregándole a
Pedro Labrit de Navarra seis pensiones de 4.000 ducados y 5.000 ducados.
También la reina de Nabarra instó a Pedro Labrit de Navarra a no retirarse del
obispado hasta encontrar a un sustituto.
Pedro Labrit de
Navarra, como era natural, escogió la ciudad del Ega para pasar tranquilamente
sus últimos días de su vida. En Lizarra-Estella estaba su familia, como sus dos
hermanos uterinos, Juan y Diego de Gabiria, los hijos e hijas de estos y más.
Tras completar con los
requerimientos pedidos por la reina Juana III de Nabarra, en lo relativo a su
sucesor en el obispo, llegó a su ciudad natal en el año 1567. Su obra Diálogos subtiles y notables, fue impresa
ese mismo año en Zaragoza bajo el pseudónimo de Pedro de Navarra.
Pedro Labrit de
Navarra falleció ese mismo año coincidiendo con fiesta de San Agustín. Conforme
a sus últimos deseos, fue enterrado junto al altar de nuestra Señora del Puy,
pared con pared con las gradas del altar mayor de la iglesia parroquial de San
Juan de Lizarra-Estella.
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