El 15 de agosto, una verdad rodeada de falsedades
Tomás Urzainqui Mina, jurista e historiador nabarro
Pierre Narbaitz, al igual que los autores de otras muchas investigaciones, marca con cierta aproximación el lugar de la batalla, “el escenario, o por lo menos como punto de inicio, la tradicional vía romana Burdeos-Astorga, por encima de Ibañeta, sin duda no lejos de Bentarte”. Lo que coincide con el tramo de la calzada romana de seis metros de anchura que corta la ladera norte del Txangoa a lo largo de casi tres kilómetros, hoy en buena parte cubiertos por las hayas. Dicho lugar por su valor estratégico ha sido escenario de repetidos enfrentamientos armados, por ello y para proteger el idóneo paso de los ataques se levantó la torre de Urkulu y el Chateau Pignón o Castillo del Peñón. La mecánica de la batalla se desarrollaría, con rapidez, así, mientras se produce el agrupamiento del ejército vascón en la cara sur del Txangoa, permiten pasar a la mitad de la armada franca, dejándose a continuación caer desplegados ladera abajo por la vertiente norte del Txangoa sobre la calzada, en donde circulaba ya la retaguardia franca, formada por varios miles de soldados que, batidos con gran fuerza sobre la estrecha y alargada plataforma que forma la calzada, corren a refugiarse ladera abajo fuera de la misma donde son rematados por el resto del ejército vascón que allí les esperaba emboscado. El historiador Bernard Gicquel sugiere a este respecto que no fue Carlomagno sino su hijo, Luís el Piadoso, el que padeció el verdadero ataque de los vascones a sus tropas en Orreaga, pero el año 824. Entiende que los hechos atribuidos a Carlomagno en el 778 y el personaje de Roldán son ficticios y le sirven a Luís el Piadoso para excusarse de “haber sufrido allí una derrota, pues aquella desgracia ya le había ocurrido a su padre”. No obstante, están suficientemente documentadas las tres sucesivas batallas de Orreaga, en 778, 812 y 824. A consecuencia de esta victoria nace dicho año el reino de los vascones o de Pamplona con Eneko Aritza como primer rey.
En cada época, se ha utilizado la batalla de Orreaga, relacionada con la leyenda de Compostela, para diversos fines políticos. Sobre el hecho cierto, de una victoria de los vascones, se han superpuesto relatos figurados -a cual de ellos más fantasioso si cabe- que constituyen cuatro temas principales -Santiago, La Chanson de Roland, Castilla seudoprotagonista y las calumnias a los navarros-, que con evidente intencionalidad han ido negando la realidad política y el derecho a existir a la sociedad circumpirenaica que objetivamente no es francesa ni española.
Primero, “Santiago”. La más rotunda oposición conocida a la leyenda de Compostela la protagonizó el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, el 13 de noviembre de 1.215, antes a del comienzo del Concilio de Letrán IV. El arzobispo de Compostela pretendía la primacía sobre el de Toledo por alegar que Santiago -que jamás estuvo en Hispania- había sido el iniciador del santuario de Compostela. El de Toledo dijo que dichas afirmaciones no tienen “otro crédito que el que se puede conceder a los cuentos de las niñeras”. La antigüedad de la iglesia de Compostela según Jiménez de Roda data apenas de 109 años. Cesar Baronius (1538-1607), futuro cardenal, confesor del Papa Clemente VIII (1595-1605), funda su crítica a Santiago sobre la base científica del estudio de la “Leyenda de Compostela” y también sobre otros autores antiguos que habían ignorado la existencia de las leyendas compostelanas, en particular una carta del Papa Inocencio I (401-417) donde se aseguraba que Pedro y Pablo habían enviado no a Santiago si no a siete obispos para evangelizar España. En 1879 dicen que “se encuentra” el cuerpo de Santiago, mezclado con los cuerpos de sus dos discípulos; descubrimiento “autentificado” el 1 de noviembre de 1884 por la bula de León XIII. Sin embargo, dicho Papa no dice en absoluto como conclusión que las reliquias de Santiago estén allí, confirma únicamente la sentencia del arzobispo, la cual, según ella misma no habla más que de reliquias “que, se dice, se dicen son de Santiago el Mayor”. “Que se dice”, lo que está en contradicción con la afirmación de “que son”.
Segundo, “La chanson de Roland”. Hay autores que adjudican dicho relato al Obispo francés de Pamplona, Pedro de Anduque (1083-1115), como primer interesado en promover Roncesvalles, promocionarlo con el tema del piadoso Roland traicionado por Ganelón. La apuesta por poner en valor Roncesvalles a través de una infraestructura monástica que era preciso rentabilizar, por lo que, antes de 1.135, se redactó el relato relacionándolo con la vía de peregrinaje a Santiago que coincide con la instalación de los canónigos de San Agustín en el hospital de Nuestra Señora de Roncesvalles en el año 1.132. Una primera redacción del texto parece remontarse al año 1.133, en el cual todavía no se había insertado el famoso retrato contrario a los navarros. El mito literario de Carlomago y de Roldán, derrotado ahora por los musulmanes, tiene el efecto de haber incitado a las abadías a dotarse de este discurso novelesco, multiplicando las copias del seudo Turpín para intoxicar a los monjes con la ideología política y de cruzada.
Tercero, el seudoprotagonismo de Castilla. El Papa Calixto II (1119-1124) convoca una cruzada que le permite a su sobrino Alfonso VII de Castilla proclamarse “emperador”. Para ello, según Turpín, Arzobispo de Reims, en su relato llamado “Proto Turpín”, Carlomago incitado por Santiago marcho a conquistar y liberar la tierra de musulmanes. En este tiempo alguna crónica expone ya que las tropas de Carlomago en vez de haber sido derrotadas por los sarracenos -según la impostura de la Chanson de Roldand- cuando volvían a Francia, habrían sido derrotadas nada menos que por los castellanos que les habían impedido regresar a su suelo. En la Crónica “del emperador” Alfonso VII la imagen de Carlomagno que se refleja no es la de su biógrafo Éginhard ni la de los “anales carolingios”, sino la de la apología política de la cual el seudo Turpín es un testimonio “...el rey del imperio de Toledo, este era Alfonso que tiene el título de emperador, y que seguía los altos hechos de Carlomagno, ya que quería ser igual que el”. El rey de Castilla, en la “Crónica de Alfonso VII”, se declara, a propósito de su coronación como emperador partidario de una visión que asumía el sueño de una supuesta soberanía española hasta el río Ródano, que habría existido según el monje de Silos antes de la invasión visigótica: “los reyes españoles gobernaron del Ródano hasta el mar que separa Europa de África”. Poder imperial castellano al cual el arzobispo de Compostela añade una dimensión espiritual.
El cuarto, las calumnias a los navarros en el “Codex Calixtinus”. En la versión antigua del “Libro de los Milagros” se incluye un pasaje que constituye la urdimbre de una falsificada historia de Navarra a partir de una leyenda imputada a Julio Cesar. Esta versión en los manuscritos anteriores no figura. Se dice en él que los navarros no forman un pueblo homogéneo. Son producto de tres poblaciones diferentes: los nubianos, los irlandeses -llamados en el texto escoceses- y los caudati de Cornualles. Según el texto estas poblaciones habrían expulsado a los españoles de las regiones que les pertenecían en propiedad. Los caudati son los equivalentes de los cagots franceses, término por el que se designa a los leprosos. El hecho de que se les tenía como originarios de una línea no auténtica, que hacía de ellos seres humanos manifiestamente de segunda categoría. Que una tal asimilación de navarros a leprosos tenga su plaza en el “Libro de los Milagros”, a continuación de la primera versión del “seudo Turpín”, trata de sugerir la presencia bajo Carlomagno “del emperador” de España, el rey de Castilla Alfonso VII, del cual los navarros eran sus adversarios. En el momento que Alfonso VII de Castilla busca la ocasión propicia para apropiarse del reino de Navarra, la presentación de sus habitantes como semisalvajes, justifica implícitamente una conquista de Castilla bajo los colores aparentes de una empresa civilizadora. Lo que fue el prolegómeno de la conquista por Castilla de la Navarra marítima en 1.200, así como en 1.512 y en 1620 por los franceses.
El “peregrinaje de Santiago” que aparece en el manuscrito de Ripoll intensifica el discurso contra los navarros. Mientras que en la primera versión del “Libro de los Milagros” no lo llevaba más que en el último párrafo del “peregrinaje de Santiago”, que explica la manera muy poco amena de la presencia de esta población, de nuevo desarrolla una descripción de sus costumbres que va exactamente en el mismo sentido. Está hecha para recordar el origen imputado a los navarros. En esta versión, el tenor general es la identificación de los navarros con los gascones, comprendiendo de forma unitaria a toda Vasconia. Visten de la misma manera, se parecen por sus costumbres en la mesa y en el acostamiento colectivo, y por su lengua no menos animal que su manera de alimentarse. Su mentalidad también es comparable y parcialmente idéntica a la de los gascones reconocidos “deslenguados, borrachos, glotones”, con una exageración sensible en todos los dominios, en particular en lo referente al impudor.
Al manipular, a través de intencionados relatos fantasiosos, el acto victorioso de resistencia del pueblo vascón al imperialismo franco se convierte en una fuente de relatos literarios de velada apología de las conquistas. Así la justificación al expansionismo de Francia y España deviene desde este origen local intraeuropeo, por un efecto dominó en el inicio de las empresas coloniales de las naciones europeas en todo el mundo: Portugal, España, Holanda, Inglaterra, Francia ... El 15 de agosto es una buena oportunidad para acudir a Orreaga, siguiendo la convocatoria de Etxabarrengoa elkartea y Orreaga fundazioa, al acto que comienza a las doce horas en la Colegiata, para dejar testimonio de defensa y afirmación de la unidad, la libertad, el euskera y de la recuperación de la soberanía de esta sociedad, en el lugar de la victoria vascona que consolidó la independencia de Navarra. Pro Libertate Nabarra.