El valor nacionalespañolista de
unas cadenas
Iñigo Saldise Alda
“El escudo de Navarra está formado por cadenas de oro sobre fondo rojo, con una esmeralda en el centro de unión de sus ocho brazos de eslabones y, sobre ellas, la Corona Real, símbolo del Antiguo Reino de Navarra”. Símbolos de Navarra - Gobierno de [la colonia española al sur del Pirineo de] Navarra.
Para el nacionalespañolismo y por supuesto, todo su entorno de agentes
coloniales y colonialistas, Las actuales cadenas del escudo de la colonial C.F. de Navarra-Nabarra
residual y reducida- son un símbolo
permanente para algunos de una realidad incómoda. Esta supuesta realidad
incómoda, según esos miembros de ese imperial nacionalespañolismo, fue la participación directa y principal de
Navarra, muy lejos de sus fronteras, en la reconquista y reintegración de
España. Además, afirman sin pudor, sin rigor histórico y con chulesca rotundidad,
que la participación nabarra en la batalla de las Navas de Tolosa y la relación
de esa batalla con las cadenas del escudo de la “pro-vinci” de la C.F. de Navarra, ofrecen escasas dudas. Vamos, para
el nacionalespañolismo y su variado entorno colonial y colonialista, la
intervención de Sancho VII de Nabarra, conocido como “el Fuerte”, en la batalla de las Navas de Tolosa es calificada de
decisiva, con lo que llegan a la conclusión nacionalista española de que Navarra salva a toda a España.
Esto no siempre ha sido así, ya que la realidad histórica es muy
distinta, incluso la emanada desde las fuentes históricas del Reino de
Castilla, semilla del imperio español.
Las primeras fuentes contemporáneas a la batalla, nos indican que la
contribución del Reino de Nabarra en la batalla de las Navas es ciertamente
tardía, y además está obligada por orden del Papa o Emperador de Roma, bajo la
firme amenaza de excomunión, con todo lo que ello acarreaba a la soberanía territorial
del Reino Pirenaico, como ya ocurrió
tras la violenta e ilegítima invasión militar castellana de sus tierras
occidentales, posteriores a la excomunión que sufrió Sancho VII de Nabarra en
el año 1196, por su negativa de unirse con los Reinos cristianos peninsulares
en un solo Reino y buscar además, una alianza para la defensa de ellos con el
califa de los almohades en Marruecos. Finalmente el rey de Nabarra se incorporó
a la cruzada con apenas doscientos caballeros, a los que se le añadieron los
ganboinos o pro nabarros de Araba, Duranguesado y Gipuzkoa, que sobrellevaban
la ocupación castellana desde los años 1199 y 1200. Incluso ante la escasez de
efectivos nabarros en la decisiva batalla, la columna capitaneada por Sancho
VII de Nabarra tuvo que contar con al menos tres milicias castellanas.
Es más, ateniéndonos a los cronistas que estuvieron presentes en la
batalla, como por ejemplo el Arzobispo de Toledo Rodrigo Ximenez de Rada, y el
musulmán Ibn Abi Zar, ni siquiera fue Sancho VII de Nabarra el que rompió las
defensas del palenque del califa Miramamolín (Muhámmad al-Násir o Mohamed Aben Yacub, según fuentes).
Las fuerzas militares cristianas, tras romper las desorganizadas filas
de choque musulmanas, se encontraron ante el palenque y la
guardia del califa. La ruptura de esta última defensa de los almohades, según
las comentadas fuentes contemporáneas de la batalla, debió de ser casi
sincronizada entre los tres cuerpos de ejército cristiano. No obstante, la
mayor dificultad de la toma del palenque residía en derrotar al muro humano que
conformaba la guardia del califa, rodeado por un verdadero bosque de lanzas
sostenidas por voluntarios, con lo cual podemos llegar a entender e interpretar
correctamente, que la guardia del califa no debió de estar formada por esclavos
encadenados, sino por fanáticos voluntarios armados con lanzas, que tal vez se
encontraban encadenados entre sí.
Sancho VII de Nabarra contaba aproximadamente con 58 años de edad en el año
1212, y concederle a él y a los 200 caballeros nabarros la hazaña de ser los
primeros en romper las cadenas y penetrar en el palenque de Miramamolín, es
mucho decir y además, de manera innegable, este reconocimiento vino en años
posteriores. Las fuentes contemporáneas y presentes en la batalla nada dicen de
este suceso y de hecho, cuantas descripciones suelen darse de la disposición de
las defensas musulmanas se basan en narraciones muy posteriores. Si leemos al
arzobispo de Toledo, el botín fue abundante y rico para las tropas cristianas.
Oro, plata, ricos vestidos, atalajes de seda y muchos otros ornamentos
valiosísimos, además de mucho dinero y vasijas preciosas, pero no nos menciona
por ningún lado las cadenas de hierro (simbolizado este metal en con el color negro
o sable), que actualmente son de oro (amarillo) cuando adornan el escudo de la
Comunidad Foral de Navarra dentro del Reino de España, junto a otro ornamento
colonial español como es la corona que porta.
Debemos saber que el escaso desarrollo
del discurso histórico que tuvo lugar durante el siglo XIII, retrasó en más de
un siglo la elaboración de una memoria historiográfica entorno a la batalla de
las Navas de Tolosa en el Reino de Nabarra, siendo hasta entonces solo las
fuentes castellano-leonesas las más numerosas y ricas, en las cuales se destaca
por encima de todo el protagonismo del Reino de Castilla en la Cruzada,
excluyéndose la valiente labor de Sancho VII de Nabarra que nos indica la carta
de Blanca de Castilla. Solo mediante la tradición oral, que cuenta con el reflejo
en alguna composición popular con su libertad imaginaria compositiva incluida,
se mantuvo muy vivo el recuerdo inmediato de la gran victoria para la
cristiandad dentro de las fronteras del Reino de Nabarra.
Tras la muerte
de Sancho VII de Nabarra, su sucesor y sobrino Teobaldo I rey de Nabarra y IV
conde de Champagne, el cual es primer monarca nabarro perteneciente a la casa
francesa de Champagne, valga la redundancia, mandó construir un sepulcro
colocado en el centro de la iglesia de la colegiata de Orreaga, “(…) rodeado
de una verja de hierro procedente del palenque o vallado que Mohamed Aben Yacub
tuvo en su campamento de las Navas de Tolosa y traído por Don Sancho como
trofeo de aquella memorable batalla. A cada lado del nicho cuelga en trozo de
algo más de dos metros cada una de las cadenas traídas por Don Sancho.” Es
en este preciso instante cuando encontramos la primera referencia explicita a
las cadenas. Como podemos comprobar es realizada por un rey de Nabarra de
origen francés.
En ese mismo siglo XIII, es cuando el poeta
francés Guillermo Anelier escribió unos versos en lengua occitana o provenzal.
Este escrito fue a raíz de los sucesos acaecidos durante la guerra de la
Nabarreria del año 1276 en Iruñea. En él, el trovador francés, hace la primera
referencia específica a la ruptura de las cadenas, a la valentía del monarca
Sancho VII de Nabarra en la batalla de las Navas de Tolosa y a su magistral manejo
de la maza.
Ya en el siglo XIV, aproximadamente en
el año 1387, el obispo nabarro de Baiona García de Eugui, realiza una pequeña
mención a las cadenas en su obra, la cual trata de presentar de manera
independiente la historia de Nabarra. Este trabajo es su Crónica
General de España, la cual está escrita en romance
nabarro según el método tradicional de la época, arrancando desde la Creación y
debiéndose en la muerte de Alfonso XI de Castilla. Todo ello es debido al estar
el autor muy influenciado por la historiografía castellana, pero sin contar con
ninguna aportación novedosa salvo la introducción en la misma de un apéndice
que incluyó al final de su relato. Este añadido es una genealogía,
relativamente amplia, de los Reyes de Nabarra, que viene a sumarse con cierta
anticipación a las escasas historias particulares del Reino nabarro durante la
Edad Media. Concretamente la mención sobre las cadenas nos dice lo siguiente: “Este rey don Sancho ganó allí las cadenas et tiendas que son
oy en Nabarra et mucho mas”. Pese a todo, teniendo
en cuenta que el verbo ser también significa estar en el romance nabarro de ese
siglo, podemos entender que para llegar a esa afirmación se basa en los escrito
por Teobaldo I de Nabarra y IV de Champagne, junto al poema del francés
Guillermo Anelier, pero García de Eugui nunca nos menciona que estas fueron
incorporadas al escudo del Reino de Nabarra, sino que están en algún lugar
dentro de su territorio junto a unas tiendas y mucho más.
Entrado ya el siglo XV, concretamente en el año 1454, Carlos de Trastámara y Évreux o simplemente Carlos de Aragón príncipe de Biana y legítimo heredero a la Corona del Reino de Nabarra, hace un alegoría entusiasta de lo ocurrido en la batalla de las Navas de Tolosa en su obra Crónica de los Reyes de Navarra, la cual está escrita en castellano. “Después de esta batailla de negros, estaban tres mil camellos encadenados el uno con el otro; y más adelante se explica así: é el rey de Navarra tomó el dicho cadenado de los camellos é las tiendas, é conquistó las cadenas por armas y assentolas sobre las Ariestas, con un punto en medio de sinople”. Al leerle al príncipe nabarro, entendemos que Sancho VII de Nabarra, tras la cruenta batalla, toma el cadenado que encadenaba a 3000 camellos, por tanto no el cadenado de los esclavos, junto a las tiendas. Esta toma es llevada a cabo por las armas (maza o espada, no especifica cual, quizás ambas) y por primera vez da a entender que Sancho VII de Nabarra las coloca en el escudo del Reino Pirenaico, concretamente sobre las Ariestas (para el particular imaginario del príncipe de Biana este era el escudo de Nabarra primogénito) junto a un punto de sinople (verde) en medio, es decir, tampoco hay referencia alguna a la esmeralda.
Tal vez, su personal y romántica interpretación del escudo de Nabarra real
y auténtico, el carbunclo cerrado y pomelado, y su conversión en unas cadenas,
le venga por la explicación dada por su abuelo, Carlos de Évreux, III de
Nabarra, al decretar el Privilegio de la unión de los Burgos de Iruñea, con la
otorgación de un escudo para dicha ciudad en el año 1423. La explicación dada
por este rey de Nabarra para el escudo de la capital del Reino vascón dice así:
“(…)
Et un pendon de unas mesmas armas, de las quolles el campo sera de azur; et en
medio aura un leon pasant, que sera dargent; et aura la lengoa et huynnas de
gulean. Et alrededor del dicto pendon aura un renc de nuestras armas de
Nauarra, de que el campo sera de gulean et la cadena que yra alrededor, de oro.
Et sobre el dicto león, en la endrecha de su exquina, aura en el dicto campo
del dicto pendon una corona real de oro, en senyal que los reyes de Nauarra
suelen et deuen ser coronados en la eglesia Cathedral de Santa Maria de nuestra
dicta Muy Noble Ciudad de Pomplona”.
La
Crónicas de los reyes de Navarra del Príncipe de Biana, que según muchos
eruditos, guardan una estrecha relación con el apéndice realizado por el obispo
de Baiona García de Eugui. También debemos conocer que dicha obra de Carlos de
Aragón fue reproducida en varios manuscritos posteriores. Estos nuevos autores,
además de ampliar nuevos pasajes históricos posteriores a la muerte del
Príncipe nabarro, modificaron en mayor o menor grado lo escrito por Carlos de
Aragón, príncipe de Biana, e incluso añadieron significativamente nuevas
aportaciones o apreciaciones entorno a lo ocurrido en las Navas de Tolosa.
Pero
creo que no es necesario continuar con estas copias posteriores a la realizada por Carlos de
Aragón, las cuales están innegablemente modificadas. La apreciación sobre el
escudo del Reino de Nabarra llevada a cabo por el Príncipe de Biana y de
Girona, produjo el primer debate sobre si son cadenas o es un escarbunclo
cerrado y pomelado el verdadero escudo del Reino Pirenaico. Este debate se creyó
zanjado tras la aportación en el año 1496 de Garci Alonso de Torres, rey de
Armas del Reino de Aragón, mediante las siguientes palabras: “......traen
los dichos rreyes de Navarra aquellas cadenas. Pero a esto yo no sé qué
rresponda, salvo que las harmas que traen los dichos llamamos en harmería
escarbunclo, y no cadenas, porque si cadenas fuese no era neçesario quitarle el
nombre,.......” (Información
facilitada por el heraldista nabarro Jaime Albillos Arnaiz).
Es ya en el año
1560, con la Nabarra surpirenaica totalmente ocupada, cuando de nuevo aparece
una mención a Sancho VII de Nabarra. Isabel de Valois, princesa de France y
prometida de Felipe II de España, entró en la ciudad de Iruñea. Esta fue
acompañada por Antoine de Bourbon, rey consorte de Nabarra (la libre y soberana
al norte del Pirineo) hasta los Pirineos, ante la negativa de la soldadesca española
de dejarle acompañar hasta el Ebro, donde consideraban él y su mujer la legítima
reina Juana de Albret, III de Nabarra.
Bien, ya en el
desfile procesional que tuvo lugar desde la puerta de San Lorenzo hasta la
Catedral, además de arcos de triunfo, otros distintivos relativos a la paz y al
buen gobierno que se auguraban para el Reino de España, se dispusieron cuatro
figuras de reyes de Nabarra. El regimiento imperial español, donde no faltaron
los nobles beaumonteses y también agramonteses surpirenaicos que guardaban lealtad
a la monárquica española, indudablemente extranjera y usurpadora para los
legitimistas nabarros, de los Habsburgo o Austria, sencillamente por intereses económicos
personales, eligió los cuatro monarcas vascones que consideraron que encarnaban
mejor la identidad de Nabarra como Reino, eso sí, dentro de la Monarquía de
España, y también los que convenía para el imperio español que conociesen sus
ilustres visitantes franceses. Como no podía faltar esta entre ellos Sancho “el Fuerte”. Este fue el momento por
primera vez, que se promulgó la vinculación hispánica y reconquistadora de
Sancho VII de Nabarra, la cual estaba evocada particularmente en las cadenas de
su escudo “que rompió y ganó las cadenas
al Mirava, rey de Marruecos, en […] las Navas de Tolosa”.
Bien, como podemos
comprobar, es en ese preciso instante de la historia, 348 años después de que
el rey de Nabarra, Sancho VII “el Fuerte” acudiera a la batalla de las Navas de Tolosa,
en una Iruñea ocupada por el invasor español, con la nobleza surpirenaica de
Nabarra sometida y colonizada, cuando surge la falsaria idea manejada hasta la saciedad
por el nacionalespañolismo, por la cual, Navarra
participó en la reconquista y reintegración de España, cuando realmente no
le quedó otra opción al rey de los nabarros ante las amenazas provenientes del Papado.