Martin de Çalba
Iñigo Saldise Alda
In memoriam del religioso,
docente e historiador nabarro José Goñi Gaztambide (1914-2002). Este trabajo
está basado, casi en exclusiva, en el capítulo El Cardenal Martín de Zalba, de
una obra suya titulada Los obispos de Pamplona del siglo XIV.
Heráldica: De plata dos lobos de sable con bordura angrelada de gules. (Otros dicen
bordura dentada).
Nació en la denominada
ciudad de la Nabarreria de Iruinea-Pamplona en el año 1337, dentro del seno de
una familia acomodada, a pesar de ser su linaje procedente de modesta condición,
gracias especialmente al comercio de telas. Surtían de este género al rey de
Nabarra y al resto de la familia Real. Fueron muy bien considerados por el
resto de sus vecinos. Este linaje es originario de Zalba, en el valle de
Arriasgoiti de la merindad de Zangotza-Sangüesa.
Mientras su hermano
mayor continuo con el negocio familiar, Martin de Çalba o Zalba, siguiendo la
costumbre de la época y conforme a la orientación política del Reino de Nabarra,
fue iniciado por sus progenitores en el estudio de la lengua del Lazio y
también en el estudio de la gramática. Posteriormente dedicó al estudio del
Derecho Canónico en las Universidades de Tolosa, Bolonia y Avignon, donde a la
edad de 28 años obtuvo el grado de Doctor en Decretos.
Antes de conseguir
dicho título, en el año 1362 era ya bachiller en Decretos. El papa Inocencio VI
le concedió la parroquia de Villamayor en la diócesis de Iruinea-Pamplona,
vacante por libre resignación de su titular Vitalis de Castroveteri desde los
tiempo del papa Clemente VI. Pero a ciencia cierta no llegó a tomar posesión de
ella, pues la encontró ocupada por Bernart de Baubión, el cual había sido
nombrado por el ordinario de la catedral. A los ojos del papa Inocencio VI este
último fue un intruso, por eso mandó expulsarlo y dar la posesión de la
mencionada diócesis a Martin de Çalba. Los deseos del papa no se verificaron
por culpa del propio interesado que no hizo nada por reclamar la posesión de la
misma.
A comienzos del año
siguiente obtuvo del papa Urbano V una canonjía y el arcedianato de Ausona en
la catedral de la ciudad vascona de Jaca bajo ilegal imposición política
barcelonaragonesa, la cual habían quedado vacantes por la muerte de Jaime
Rafex, subcolector de la cámara apostólica. Pero el obispo de Jaca Bernart de
Folcaut ignoró que en tiempos del papa Inocencio VI se había reservado para el
jefe de la Iglesia Católica y Apostólica la provisión de todas las canonjías,
pero aun así y todo, confirió el canonicato y el arcedianato a Martín de Çalba.
Por esta embrollosa situación, surgieron dudas acerca de la validez de la
colación de los beneficios en la sede apostólica vacante. Entonces el papa
Urbano V declaró que tales beneficios estaban afectados por dicha reserva y que
por tanto, nadie podía darlos a excepción del papa. Así pues, el 22 febrero del
año 1363 el papa otorgó al bachiller en decretos Martín de Çalba, la canonjía y
la prebenda jacetanas.
Dos años después, el
papa Urbano V le concedió de motu proprio un canonicato y unos prestimonios en
la ciudad castellana de Burgos, los cuales habían quedado libres por
resignación del tesorero normando de Rouen Bertrand de la Motte, pero
finalmente no se llevó a afecto debido a un pleito. En el mismo año también recibió
del papa Urbano V la prepositura de la catedral de Elna en los condados
catalanes, y completó sus estudios alcanzando el grado de doctor en decretos en
la universidad de Avignon, lo que le dio la facultad necesaria para dedicarse a
la enseñanza en las universidades de Toulouse, Avignon y Montpellier. Enseguida
se puso a enseñar derramando su ciencia canónica en dichas universidades y gracias
a su buen saber comenzó divulgarse su fama por toda Europa.
En el año 1371, el
nuevo papa Gregorio XI le benefició nuevamente con una canonjía y la dignidad
de abad de Jerez en la catedral metropolitana de la ciudad castellana de
Sevilla, a pesar de que ya poseía en firme por gracia de los antecesores del
nuevo papa, la prepositura de Elna y el arcedianato de Ausona en la catedral de
la ciudad vascona de Jaca, además de que continuaba litigando sobre la canonjía
y los prestimonios de Burgos.
El rey Carlos II de
Nabarra había comenzado a recurrir más de una vez a sus servicios, como por
ejemplo el de la confesión. El 2 julio del año 1372 el monarca de Nabarra
ordenó que se pagasen 50 francos a Martín de Çalba para resarcir ciertas
indulgencias tocantes a su conciencia y a la de algunos de sus familiares.
Un año después recibió
el título de deán de Tutera-Tudela que se encontraba vacante por el fallecimiento
de Juan de Cruzat, siendo ésta una de las dignidades eclesiásticas la más
importante del Estado de Nabarra, eso sí, después de la de obispo de Iruinea-Pamplona.
Este cargo, pese a sus funciones en la cátedra universitaria y en los negocios
de la Curia papal, le permitió tener cierta jurisdicción eclesiástica en la
ribera del Reino de Nabarra. Esto fue debido a que puesto o cargo de deán de Tutera-Tudela,
venía a ser como un pequeño obispo para las parroquias de la diócesis de
Tarazona que se encontraban incluidas bajo la legítima soberanía política del
Reino de Nabarra.
En el año 1375 recibió
el cargo de párroco de San Martin de Unx.
También ese año, el obispo
gascón de Akize-Dacs-Dax Jean de Salle, bajo cuya jurisdicción eclesiástica
recaía la mayor parte del territorio nabarro que se encontraban al norte de los
Pirineos, le nombró su vicario general cuando fue trasladado desde Akize-Dacs-Dax
hasta Agen. Martin de Çalba también abandonó dicha diócesis gascona, para inicialmente
regentar una cátedra de Derecho en la Universidad de Avignon y posteriormente
ejercer en la Curia Pontificia el cargo de Referendario de Su Santidad.
En el año 1376, Martin
de Çalba es nombrado para el importante cargo político de canciller del Reino
de Nabarra, por el rey Carlos II de Nabarra. Éste último envió el 21 de agosto,
como emisario, al arcediano de valle de
Aibar en la catedral de Iruinea-Pamplona Martin de Aoiz, con cartas para el
canciller del Estado de Nabarra Martín de Çalba, el cual estaba residiendo en
la ciudad del Ròdan-Rodano de la Lumbardéa-Lombardia, próxima a Milano.
Martin de Çalba ordenó
que se despachase favorablemente en las reclamaciones de los vecinos de Aspurz,
concretamente sobre un nuevo impuesto que se les quería exigir por parte del
rey Carlos II de Nabarra. Antes de informar al rey de Nabarra, los de Aspurz ya
habían sido informados por el canciller del Estado de Nabarra de su resolución,
quien les remitió a los maestros de Comptos.
Además es mismo año y
por orden del papa Gregorio XI, se unió al abad del monasterio de Saint Teodofred
de Avignon Jacob de Chiffre, y comisionaron conjuntamente la construcción y la
dotación necesaria para una casa destinada a niñas huérfanas. Asimismo el papa Gregorio
XI echó mano de él para obligar a los usureros de la ciudad y diócesis de
Avignon, en la restitución de las ganancias conseguidas malamente.
A instancias de Ramon
de Bearno, arcediano de la tabla, el papa Gregorio XI confió a Martín de Çalba
y al tesorero de la catedral de Iruinea-Pamplona, la tramitación de un pleito
entre el arcediano de la tabla iruñesa Gullen de Broa y el hospitalero de la
catedral pamplonesa Pierres de Rosas, relacionado con determinadas cantidades
de trigo y vino, revocando otra comisión dada anteriormente a instancias del
hospitalero al auditor del palacio apostólico y maestro Roberto Estratón.
Ya en el 1377, Martin
de Çalba fue nombrado referendario pontificio, cargo muy influyente y cercano
al jefe de la Santa Sede Católica y Apostólica.
Ese mismo año murió en
Anagni, ciudad próxima a Roma, el obispo de Iruinea-Pamplona Bernardo de Folcaut,
el cual se hallaba también empleado en la Curia Pontificia durante los últimos años
de su vida. Esto fue debido a que había tenido que huir de la presencia del rey
Carlos II de Nabarra. Entonces, el Papa puso sus ojos en Martín de Çalba para
que le sustituyese en el importante cargo.
El 16 de diciembre de
ese año, Martin de Çalba fue promovido a la sede episcopal de Iruinea-Pamplona,
contando con 41 años y estando solo ordenado como diácono. Por su servicio
común prometió pagar a la cámara apostólica y al colegio cardenalicio 3.500
florines de oro y los cinco servicios acostumbrados en el espacio de dos años a
contar de la próxima fiesta de la Purificación. Sin embargo, no pudo preparar
una suma tan elevada, y entonces el rey Carlos II de Nabarra acudió en su
ayuda, entregándole al menos 300 libras con las cuales saldar sus deudas, tanto
a la cámara apostólica por causa de su obispado, como por el saqueo que sufrió
en la península Itálica en la disensión de los papas, además como para ponerse en
estado de obispo. También el monarca nabarro le dispensó del pago de más de 148
libras y le asignó una pensión anual de 2.000 libras.
Meses después de su
nombramiento y ya en el año 1378, tuvo lugar la muerte del papa Gregorio XI.
Tras una más que accidentada elección, se nombró al nacido en la ciudad Itri de
la región del Lazio, Bartolomeo Prignano como papa en la Ciudad Eterna, tomando
éste el nombre de Urbano VI. Martin de Çalba, pese a ser el obispo de
Iruinea-Pamplona, no se halló en el lugar de los acontecimientos.
Esto se debió a que apenas
recibió la consagración episcopal pamplonesa, el papa Gregorio XI lo envió a la
ciudad toscana de Lucca, en compañía del cardenal de Amiens Jean de la Grange,
del arzobispo de Narbona Jean Roger y del caballero y canciller del Reino de
Sicilia Nicola de Spinellis, con la misión de negociar la paz entre la Santa
Sede y los florentinos. Esto provocó que se formara un verdadero congreso
europeo, inaugurándose las sesiones en la también ciudad toscana de Sarzana el
12 marzo.
Tomaron parte en dicho
congreso los representantes de casi todas las potencias europeas. Allí
estuvieron la mayoría de los diferentes Estados existentes en la Península
Itálica, también estuvieron presentes los embajadores del emperador del Heiliges Römisches Reich-Sacro
Imperio Romano Germano, diplomáticos de los reyes de los Estados de Nabarra, Danmark-Dinamarca,
France, Magyarország-Hungría, Portugal, Castilla y León, Aragón, entre otros. Pero
las negociaciones quedaron interrumpidas a causa de la noticia de la muerte del
papa Gregorio XI, sobrevenida en Roma el 27 de marzo del año 1378.
Si hubiese querido, Martin
de Çalba podría haberse retirado sin dificultad al Estado de Nabarra. Pero al
ser informado de que la elección papal había sido libre, se prestó a exteriorizar
sus diversos homenajes al nuevo papa.
Tras la elección, fray
Pedro de Guadalajara y el obispo de Jaén Alfonso Pecha, oyeron de boca del
cardenal de Ardèche-Viviers Pierre de Sortenac, lo siguiente:
“(…) entre todos los hombres del mundo que yo conocía, a
ninguno pude dar mejor mi voto que al arzobispo de Bari (Bartolomeo Prignano) o
al obispo de Pamplona (Martin de Çalba), si hubiese estado presente el navarrus.
(…)”
El obispo pamplonés
estaba ligado mediante una estrecha amistad con el nuevo papa Urbano VI. Cuando
era arzobispo de Bari y vicecanciller de la Curia Pontificia Bartolomeo
Prignano, él y el corrector de las cartas apostólicas Poncio Beraldo, fueron
durante mucho tiempo compañeros en la casa del obispo de Iruinea-Pamplona, frente
a la iglesia de los armenos en Avignon.
Al día siguiente de su
coronación, el 19 de abril lunes de Pascua, el papa Urbano VI insultó a un
grupo de obispos diciéndoles que eran todos perjuros y renegados, porque habían
desatendido sus iglesias, residiendo en la Curia papal. Todos enmudecieron
menos el obispo de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba, quien tuvo el coraje y el valor
de replicarle al papa, diciendo que él no era perjuro y menos aún renegado, que
si estaba allí no era por sus intereses privados, sino por el bien de la
República Católica y Apostólica, de la Iglesia Universal, y que estaba
dispuesto a regresar a su diócesis en Iruinea-Pamplona, de forma inmediata.
Este maltrato llevado
a cabo por el papa Urbano VI hacia los obispos, propició el enfado del
pamplonés, que inicio un estudio exhaustivo a través de las leyes del Derecho
Canónico, de cómo se le había elegido papa Bartolomeo Prignano.
Pese a cumplirse la
premisa obligada, según Derecho Canónico, de que el nuevo papa debía ser
elegido en la misma ciudad donde había encontrado la muerte su antecesor, se
dieron varias irregularidades de gran importancia, según el conocido y
mencionado Derecho, que anulaban la elección del papa Urbano VI por ilegal.
Por otro lado, el
cardenal de Sant'Anastasia Pierre de Monteruc, que en su día había sido
postulado para el cargo de obispo de Iruinea-Pamplona, aunque no llegó a ser
consagrado, se resistió a admitir que la elección del papa Urbano VI hubiese
sido determinada por el miedo. La dificultad que se ponía a sí mismo fue seria,
concretamente sobre el aspecto de los cardenales y de la legalidad de la
elección del nuevo papa. Durante largo tiempo anduvo dándole vueltas a este
problema, hasta que se reunió con el obispo de Iruinea-Pamplona, persona a quien
estimaba por un hombre de buena conciencia y de gran ciencia. Martin de Çalba
conferenció con el cardenal de Sant’Anastasia durante veinte días, hasta que el
nabarro le quitó al francés de Doncenac las dudas que tenía sobre la materia y además,
el obispo de Iruinea-Pamplona deshizo todos los argumentos que alegaba en favor
de la parte del papa Urbano VI.
Tras reunirse en
Anagni con los cardenales del Reino de France unos meses después, enviaron al
prior de la cartuja de Napoli para que dijera a Urbano VI que no era el verdadero
papa y que se trasladara adonde estaban ellos, que lo recibirían cortésmente
para realizar un conclave legal.
Ante la negativa de
jefe de la Santa Sede, el obispo de Iruinea-Pamplona se presentó en Roma ante el
papa Urbano VI y le dijo, de forma rotunda y siempre bajo el amparo del Derecho
Canónico, que no era papa y que renunciase a tal derecho, si alguno es que tenía.
El papa Urbano VI, durante la comida pasó a preguntar, riendo y con actitud
prepotente, a ver si los presentes le aconsejaban lo mismo que el obispo nabarro,
es decir, que presentase la dimisión de manera fulminante. Como era de espera o
natural, todos sus leales siervos le contestaron negativamente. Pero la frase
se le clavó en el alma al papa, y cuando Martin de Çalba se retiró con su
comitiva, el jefe de la República Católica y Apostólica los hizo apresar a
todos. Poco después, el papa mandó soltar al obispo de Iruinea-Pamplona y
canciller del reino de Nabarra. Poco más tarde también liberó a todos los
miembros de su séquito.
El nabarro fue enviado
nuevamente ante el papa Urbano VI, esta vez a Tivoli, para hacer ver a
Bartolomeo Prignano, otra vez, que era un intruso y que usurpaba el papado sin
previa elección canónica. Entonces Urbano VI dispuso que el obispo de Iruinea-Pamplona
fuese muerto en el próximo castillo de Subiaco, preparando una emboscada en el
camino de regreso que llevaba al pamplonés a la compañía de los cardenales.
Pero las cosas no le salieron bien al jefe de la Santa Sede, porque Martin de
Çalba y los suyos solamente fueron heridos y saqueados, pero lograron escapar a
la muerte.
En este brutal
atropello, Martin de Çalba perdió los bienes que llevaba consigo, por ello el
rey Carlos II de Nabarra le indemnizó del “roberío” que había sufrido en la
Península Itálica.
Narraron los
asaltantes al papa cómo habían sido heridos en Subiaco y él replicó:
“(…) Pero ¿es que no han sido muertos?
—No.
—Bien, bien; estos cardenales creen que yo no sé hacer nada;
ya lo verán. (…)”
El cardenal de
Glandèves Bertrand Lagier de Figeac, admiraba mucho al obispo nabarro Martin de
Çalba, al que consideraba como un varón brillante en ciencia y santidad. Por
ello quedó escandalizado al conocer que el papa Urbano VI hubiese maquinado la
muerte de un prelado tan grande y tan santo. El papa Urbano VI, una vez
cometido ese gran error, tanto a nivel personal como de naturaleza política,
perdió el apoyo del último cardenal de la Iglesia Universal de la República
Católica y Apostólica.
El 9 de agosto el
grupo de Anagni endureció su posición y comenzó a buscar apoyos políticos, pues
era evidente ya que el Papa Urbano VI no cedería, ni consentiría que se
celebrase un nuevo cónclave. Una vez se habían trasladaron a Fondi, recibieron el
apoyo militar de la reina Giovanna I de Napoli perteneciente a la casa de
Anjou-Sicilia. En septiembre Borsano, Corsini y Orsini se unieron al resto de
cardenales y además, el rey Charles V de France de los Valois, les hizo saber de
su apoyo político. Por tanto, el 18 de septiembre decidieron nombrar un nuevo
colegio cardenalicio formado por 29 cardenales y de este modo seguir adelante,
estando guiados en el Derecho Canónico por Martin de Çalba.
Con estos
antecedentes, el 20 de septiembre se produjo un nuevo cónclave influido o
presionado políticamente por el rey de France, eligió al cardenal de Cambrai
Robert de Genève, conocido como el
carnicero de Cesena, quien
tomó la denominación papal de Clemente VII. De esta forma se inició de
manera formal el denominado Gran Cisma de Occidente, gracias en gran medida a
la labor política y jurídica del obispo de Iruinea-Pamplona.
Consumado plenamente
el Cisma, el papa o antipapa Clemente VII se dirigió a Avignon, mientras que el
canciller del Reino de Nabarra Martin de Çalba, salió también para su obispado
de Iruinea-Pamplona y por tanto, regresó a su tierra natal, el Estado de
Nabarra.
Pero antes de su
regreso a la capital de los nabarros Iruinea-Pamplona, logró importantes
gratificaciones del papa Clemente VII de Avignon, las cuales firmó el jefe de
esa Sede Pontificia en un extenso
pasquín. Este estuvo dividido en dos partes. Por un lado quedó patente las grandes
muestras de agradecimiento para el obispo pamplonés y otro lado estuvo
relacionado con beneficios y cargos eclesiásticos para sus familiares.
El papa de Avignon
concedió a Martin de Çalba la facultad de administrar, en dignidad de la
autoridad apostólica, cualquier merced, siempre y cuando dichos frutos no
pasasen de la suma de diez libras, aunque su refacción tocase a la Santa Sede
por cualquier título, ya que, precisamente por ser tan sutiles y paupérrimos,
casi nadie querría exponerse a tantos peligros, trabajos y gastos para solicitarlos,
y de otro modo quedarían vacantes con incalculable daño de las iglesias.
También autorizó a
Martin de Çalba la potestad de cubrir dos canonjías en la catedral de Iruinea-Pamplona,
y conferir seis beneficios a otras tantas personas, aunque éstas poseyesen ya
otros favores, con tal de que no pasasen de cuatro si el agraciado fuese doctor
en Teología, en Derecho Canónico o en Derecho Civil. De tres si fuese
licenciado, y de dos, si fuese bachiller.
Además le permitió al
obispo de Iruinea-Pamplona absolver a sus familiares si estos hubiesen golpeado
a un eclesiástico, conceder indulgencias plenarias en el apartado de la muerte
a doce personas, crear ocho nuevos notarios apostólicos y dispensar de la
obligación de la residencia canónica a cuatro de sus familiares.
En cuanto a la segunda
parte de la instancia, el papa Clemente VII de Avignon concedió un beneficio o
dignidad en Iruinea-Pamplona para el canónigo pamplonés Garcia Martínez de
Larraga. Licenciado en Decretos fue el vicario general de Martin de Çalba. Por
ello, el mencionado canónigo, se comprometió a dejar la dignidad de tesorero de
la catedral iruñesa.
Otorgó una gracia
idéntica al canónigo de Iruinea-Pamplona Martin de Aoiz. Presbítero, socio y
continuado comensal en la mesa de Martin de Çalba, que durante más de tres años
había asistido a las clases de Derecho Canónico. Martin de Aoiz prometió renunciar
al arcedianato de Aibar.
Otra gracia similar
fue extendida a favor del clérigo de la diócesis de Mirepoix Raimundo Soqui. Bachiller
en Decretos, también socio y comensal habitual en la mesa del obispo de
Iruinea-Pamplona, que además le había sirvido en el oficio de referendario en
Roma y aquellos otros lugares visitados en la Península Itálica en tiempo del
papa Gregorio XI.
Un beneficio en Angers
para el clérigo Piero Morreli. Familiar de Martin de Çalba que ya tenía otras mercedes
no despreciables. Una canonjía en Tutera-Tudela para Garcia Pérez de Murguindoeta.
Familiar, presbítero, racionero de Erriberri-Olite y Lerin, además había sido oyente
de Derecho Canónico por un espacio de cuatro años. Un beneficio en Dax para el
clérigo de dicho lugar Guillermo de Echegoyen. Familiar, racionero de Los Arcos
y Falces. Un beneficio en la ciudad de Zaragoza para Pedro Miguel de Olaz.
Familiar, racionero de Aoiz y miembro de la diócesis de Iruinea-Pamplona. Una
canonjía en Baiona para el clérigo de Dax Bernard Feriart. Familiar como los
anteriores. Y, finalmente, un beneficio dependiente de la iglesia de Iruinea-Pamplona
para Pedro de Janáritz, clérigo de dicha diócesis y racionero de Mendigorria
Sin duda por
influencia de Martin de Çalba, el papa Clemente VII de Avignon firmó tres días
más tarde un nuevo y extenso para el rey Carlos II de Nabarra, concediendo al
monarca nabarro sesenta y una gracias más, para: Miguel de Tabar, Juan de
Etunain, Tristan de Beaumont-Nabarra, Sancho de Ibarrola, Pierres de Godeile,
Richard Alexandri, Ferrando Ibaynes de Huarte, Jean Pasquier, Pascial de
Ylardia, Pierres Garsel, Johan de Pamplona, Pierres Magdaline, Gil Quesnel, Juan
Moliner, Rodrigo de Aranguren, Miguel de Echarri, etc.
Los beneficios
concedidos a estos nabarros, no solo se encontraban dentro de las fronteras del
Estado de Nabarra de la época, sino que también los había en la región ocupada
por los ingleses en la Gaskoinia-Gascohna, en el Reino de Castilla y León, en
el Reino de Aragón, en el ducado de Tolosa-Touluose, etc.
El señor de Latsaga Pées
de Laxague, que había ido a la Península Itálica junto a su hijo Beltrand en
defensa de la causa cismática, del papa Clemente VII de Avignon y especialmente
del canciller de Nabarra y obispo de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba, también
mostró su interés por algunos eclesiásticos nabarros o relacionados con el Reino
vascón al papa de Avignon. Así pidió una canonjía en la ciudad castellana de
Burgos para el ya nombrado clérigo de la diócesis de Mirepoix Raimundo Soqui. Una
canonjía en San Severino, a extramuros de Bordele-Bordeu, para el miembro de la
diócesis pamplonesa Juan de Lacarra. Y finalmente otra canonjía, esta vez en Tutera-Tudela,
para Pedro Garcia de Miranda, también de la diócesis iruñesa.
Anteriormente, Martin
de Çalba tras recibir la consagración Episcopal, había tomado posesión de la
diócesis desde la distancia mediante un procurador. Por ello la estuvo gobernando
por medio de sus vicarios generales; el licenciado en Decretos y abad de la
iglesia parroquial de Huarte Ferrando Ibaynes de Huarte, junto al miembro del
Consejo Real de Nabarra y licenciado en Decretos Garcia Martínez de Larraga.
Estos vicarios fueron los que dieron su consentimiento a la unión de la iglesia
de Lecaroz al priorato de Belate, llevado a cabo por el obispo de Baiona
Pierres de Oraitch, el 9 de junio del año 1378.
Y finalmente, antes de
partir rumbo a su Estado natal, el papa de Avignon encomendó al nabarro Martin
de Çalba la misión de reformar la diócesis pamplonesa, tanto en la cabeza como
en los miembros. Según los informes llegados a la Curia Pontificia de Avignon,
en la catedral de Iruinea-Pamplona, en las iglesias colegiatas, en las demás iglesias
e incluso en los monasterios de ambos sexos de la diócesis de San Çermin, se estaban
cometiendo muchísimos desatinos, los cuales pedían a gritos una urgente
corrección y reforma. Es por eso que el papa Clemente VII de Avignon invistió
al obispo de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba de plenos poderes para así castigar
cualquier exceso y reformar exhaustivamente las iglesias y los monasterios.
La noticia de la
llegada de Martin de Çalba al Estado de Nabarra, provocó ansiedad en las
instituciones del Reino, existiendo con gran intensidad una enorme expectación
por la venida del obispo de Iruinea-Pamplona. Incluso, el rey Carlos II de
Nabarra aplazó una reunión de los tres estados en Cortes hasta la llegada del
prelado pamplonés, confiando en que el canciller del Reino de Nabarra sabría encontrar
una fórmula ajustada y aceptable por todos, en el tema relacionado con la
cobranza de un impuesto.
Así pues, Martin de Çalba
llegó a tierras nabarras el 1 octubre del año 1379. El rey de Nabarra, el prior
de la catedral y otras personalidades lo estuvieron esperando en la frontera
del Reino. Ya en Zangotza-Sangüesa se entrevistó con el rey Carlos II de
Nabarra. Allí pudo comprobar las ruinas que había ocasionado de la guerra entre
los Reinos de Nabarra y de Castilla y León, terminada con la humillante paz de Briones
en marzo de ese año. El convento de las carmelitas, situado cerca del castillo
de dicha ciudad, yacía en parte derribado y quemado por la guerra y se suponía
que el resto sería demolido en breve. El monasterio de los dominicos, que también
se hallaba a extramuros, igualmente había sido incendiado y posteriormente derribado
por orden del rey de Nabarra, aduciendo razones militares. Así pues, en
Zangotza-Sangüesa ya no quedando en pie más que la iglesia.
Tras una breve
estancia en Monreal, el obispo de Iruinea-Pamplona entró solemnemente en su
Sede Episcopal el 9 de septiembre del año 1379, acompañado por el señor de
Latsaga Pées de Laxague, junto al séquito de ambos, en medio del júbilo de sus
fieles pamploneses. El rey de Nabarra los obsequió con un banquete y a Martin
de Çalba le regaló una mula valorada en 200 libras.
El Gran Cisma de
Occidente polarizaba entonces la atención general durante el banquete. Martin de
Çalba, innegablemente partidario del papa de Avignon y de su legitimidad
canónica, instó al rey Carlos II de Nabarra a prestar obediencia al papa
Clemente VII. Tras algunas vacilaciones, el monarca de la casa de Évreux se
declaró cuando menos indiferente, debido en gran medida a que no estaba
dispuesto a realizar un seria apuesta, por algo que ya había apoyado su enemigo
el rey Charles V de France.
Por el posicionamiento
del rey Carlos II de Nabarra, durante los cuatro años que aproximadamente duró
su primera estancia en la diócesis de Iruinea-Pamplona, Martin de Zalba se dedicó
con más atención a los problemas del Estado nabarro como canciller del Reino
vascón que era.
El 21 octubre
confirmó, en virtud de su autoridad ordinaria, la elección de abad llevada a
cabo por los monjes de Iratxe en favor de Johan Garcia de Roncesvalles, monje
profeso del mismo monasterio y además, íntimo amigo del obispo de
Iruinea-Pamplona.
Los pleitos entre las
iglesias del Santo Sepulcro y San Pedro de la Rúa de Lizarra-Estella por esos
años solían ser frecuentes. El anterior obispo de Iruinea-Pamplona Bernart
Folcaut, mediante sentencia definitiva, ordenó que fuera el prior de San Pedro quie
debía nombrar cada año dos racioneros de su iglesia para el servicio diurno y
nocturno de la parroquia del Santo Sepulcro. Esta sentencia fue ratificada y
aprobada por el prior de San Pedro Pierres Garcia de Uzquizu, en presencia del
obispo de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba. Allí mismo el prior se encargó del
servicio religioso del Santo Sepulcro para el año 1380, señalando como
ejecutores a los hermanos Ramón y Juan Ochoa, ambos presbíteros y beneficiados de
San Pedro. Pero, a fin de que el mencionado prior no pisotease nuevamente la
sentencia, como lo había
hecho tantas veces, Martin de Çalba le ordenó observarla inviolablemente bajo la pena
de multa de veinte libras por cada vez que la quebrantase.
Tras ello y ya en el
año 1380, Martin de Çalba concedió cuarenta días de indulgencia a todos los que
en determinados días visitasen la capilla de nuestra Señora en la iglesia de
San Cristóbal de Uncastillo, la cual había sido deteriorada por un terremoto.
El 8 junio el rey Carlos
II de Nabarra envió al canciller del Reino al vizcondado de Bearno en misión
diplomática, donde debía entrevistarse con el conde de Foix y Bigorra, vizconde
de Bearno, señor de Andorra, Marsan, Oloron, Brulhes, Gabarret, Domaisan y Lautrec
Gaston III de la casa Foix-Bearno. Para ello le entregó 200 libras en concepto
de dietas. Gaston III, apodado Phoebus,
estaba casado con Inés de Nabarra-Évreux, hermana del rey Carlos II Nabarra,
pero debido a la cuestión del pago de la dote de 50.000 francos por parte de
Gaston Phoebus, se produjo la ruptura
diplomática entre el conde y el soberano. Con este motivo la infanta de Nabarra
regresó a la Corte del Reino de Nabarra y ya no se atrevía a regresar junto al
conde. Incluso, Ines de Nabarra-Évreux eligió su sepultura en la catedral de Iruinea-Pamplona,
legando al obispo Martin de Çalba una gruesa perla, al tiempo que lo nombró uno
de sus testamentarios.
De regreso a la Corte
vascona, el rey Carlos II de Nabarra le perdonó 68 libras y 6 sueldos de
impuesto Pero casi de inmediato, Martin de Çalba tuvo que ponerse de camino rumbo
al Reino de Castilla y León. Antes de haber viajado al vizcondado de Bearno, el
obispo de Iruinea-Pamplona había ordenado al escribano castellano Juan Sánchez,
que redactara ciertas escrituras relacionadas con los monarcas de ambos Reinos.
Los gastos del viaje fueron abonados por Pierres Magdalene y ascendieron a 11 libras
y 10 sueldos, que posteriormente le fueron reintegrados por una orden de la
cancillería Real de Nabarra el 13 mayo.
En septiembre el
canciller del Reino de Nabarra estaba de vuelta. El 6 de ese mes, consiguió que
el rey Carlos II de Nabarra le dispensara nuevamente del pago de 66 libras y 6
sueldos que le debía por trece fuegos del año 1379. En octubre, el obispo de
Iruinea-Pamplona recibió 300 libras para saldar sus deudas.
El 3 de octubre
recibió nuevamente del rey de Nabarra la suma de 400 libras, por su embajada en
el Reino de Castilla y León. Esta vez relacionada con las expensas o gastos
producidos por las gentes del obispo de Iruinea-Pamplona.
El 4 de noviembre el
rey Carlos II de Nabarra, por miramiento con el canciller del Reino, nombró
sargento de armas a Johanixo de Bergara, estando éste al servicio del obispo
pamplonés. Percibiría 120 libras, siendo asignadas por el rey de los nabarros sobre
la pecha y rentas de la villa de Bidaurre, en atención a Martín de Çalba.
A comienzos del año
1381, el canciller del Reino de Nabarra viajó nuevamente al Reino de Castilla y
León como embajador, con la misión de tratar los negocios del rey Carlos II de
Nabarra. Por ello recibió 600 libras el 15 enero y otras 600 el 27 febrero.
Martin de Çalba
prolongó Su estancia en el Reino de Castilla y León hasta el mes de mayo. Esto
fue debido a que tomó parte activa en una asamblea realizada en Medina del
Campo, la cual fue convocada por el rey Juan I de Castilla y León, para resolver
la actitud y el posicionamiento definitivo del Reino español, en el asunto que
concernía al Gran Cisma de Occidente.
Bajo la presidencia
del obispo de Sigüenza y canciller mayor del Reino de Castilla y León Juan
García Manrique, se reunieron la mayor parte de los obispos castellanoleoneses,
los miembros del Consejo Real de aquel Reino, el cardenal aragonés Pedro Martínez
de Luna, el abogado fiscal del papa Clemente VII de Avignon, los embajadores de
Charles VI de France, dos legados del papa Urbano VI de Roma. También estuvo
presente el canciller del Reino de Nabarra y obispo de Iruinea-Pamplona Martín
de Çalba, en funciones de embajador del rey Carlos II de Nabarra.
En dicha asamblea, la
propaganda clementina superó con creces a la divulgación pro-urbanística. La
primera contó con personalidades eminentes y dinámicas, entre las cuales destacó,
no podría ser de otra manera, de una de las más insignes y sabias cabezas
eclesiásticas, la del verdadero impulsor del Gran Cisma, Martin de Çalba. Éste
formó parte del grupo de juristas que discutieron la quaestio itiris; es decir, la valoración jurídica en base al
Derecho Canónico de los hechos acaecidos años atrás. El último en suscribir las
actas resolutorias fue Martin de Çalba, quien firmó así:
“Ego Martinus, episcopus Pampilonensis”
Terminada la asamblea
y ya de vuelta en el Reino vascón, los legados urbanistas se presentaron y quejaron
al rey Carlos II de Nabarra, con respecto a su embajador en el Reino español de
Castilla y León Martin de Çalba; el cual, en lugar de ayudarles, resultó por
primera vez ante el rey de Nabarra, un agente decidido del partido clementino y
un encarnizado enemigo de la causa urbanista. Los legados del papa Urbano VI de
Roma, temían que el rey de Nabarra, por influjo del obispo de Iruinea-Pamplona,
imitara el ejemplo de su homónimo rey de Castilla y León. Por eso exhortaron al monarca
de los nabarros para inclinarse como fiel vasallo cristiano del papa de Roma.
Pero en una carta escrita
al rey de Nabarra, el 26 del mismo mes, por uno de esos legados, concretamente
por el obispo de Favenza, temeroso de que sus palabras pudieran molestar a
Martin de Çalba o al mismísimo rey Carlos II de Nabarra, le dio a este último una
explicación:
“(…) No creáis, señor mío, que trato de infamar al obispo de
Pamplona. Por el contrario, confieso que es un varón de gran literatura y de
buena vida. Pero, como veo en él muy impresas las informaciones de la parte
contraria, no comprende fácilmente las nuestras. Por eso no apruebo su juicio
en este punto. Sé que él estaba ausente de Roma y yo presente, cuando
sucedieron estas cosas. (…)”.
La continuada actitud
manifiestamente clementina arrogada por Martin de Çalba en Medina del Campo, le
conllevo una excomunión nominal realizada por el papa Urbano VI de Roma, tras
ser informado por sus legados y haber desechado definitivamente la opción del
asesinato del nabarro. Esta especial excomunión, solo estaba reservada a los favorecedores
más distinguidos de su contrincante en el trono pontificio, señal inequívoca
del influyente papel que fue desempeñado por el obispo de Iruinea-Pamplona, en los
debates de aquella asamblea.
Mientras, el rey
Carlos II de Nabarra seguía dando larga sobre el tema del Gran Cisma al obispo
de Iruinea-Pamplona, pero prometiéndole a Martin de Çalba que actuaría de común
acuerdo con el rey Pedro IV de Aragón.
Inmerso de nuevo en la
diócesis pamplonesa, Martin de Çalba se encontró con una bula del papa Clemente
VII de Avignon, donde le dejaba entrever la situación irregular del cabildo
catedralicio de Iruinea-Pamplona y la falta de escrúpulos del prior cesante, el
arcediano de la tabla Remón de Bearno, durante los años 1372, 1373, 1378 y 1380.
Por otra parte, cuando
murió
el arcediano de Santa María de Eguiarte, algunos canónigos se asignaron los
bienes del difunto y no los quisieron restituir, a pesar de todas las
amonestaciones llevadas a cabo por el obispo de Iruinea-Pamplona Martin de Zalba, con
injuria de las censuras eclesiásticas.
Faltos de escrúpulos,
no sólo
no se abstenían
de los oficios eclesiásticos, sino que se esforzaron en obligar al hospitalero
Rainaldo de Ham, a participar con ellos en las “cosas celestiales”. Éste se
mostró temeroso de incurrir en excomunión menor y en pecado mortal, por lo que se
resistió,
perdiendo las distribuciones cotidianas y convirtiéndose en objeto de
burla y escarnio. Hasta los fieles feligreses murmuraron de él, porque no iba con ellos
a la iglesia. Sus colegas le decían que otros mejores y más sabios que él, no habían dejado la catedral
por cosas semejantes. El pobre hospitalero se veía confundido, avergonzado y también
empobrecido. No pudiendo continuar más tiempo en esta situación, pidió al papa Clemente VII
de Avignon, que le permitiera asistir a los divinos oficios con los demás, aunque éstos estuviesen
excomulgados o hubiesen incurrido en suspensión e irregularidad, con tal de que él fuese inocente. El
papa Clemente VII de Avignon le confió a Martin de Çalba la solución de este caso de
conciencia.
A fines del mismo año 1381, el canciller
del reino de Nabarra Martin
de Çalba, acompañado
por el alférez del Estandarte Real de Nabarra Charlot de Beaumont-Nabarra, el consejero
del rey de Nabarra Andreo Dehán,
y del tesorero del Reino Guillén
Plantarrosa, salió
al encuentro del infante heredero de Nabarra Carlos de Nabarra-Évreux, que
regresaba al Estado Pirenaico de su prisión en el Reino de France. El infante nabarro
siguió
la ruta de Avignon,
Barcelona, Lleida
y Zaragoza. El obispo de Iruinea-Pamplona fue a darle la bienvenida hasta el Reino
de Aragón,
recibiendo a su vez, cien libras para los gastos del viaje.
Mientras el infante de
Nabarra se dirigió casi inmediatamente a Santiago de Compostela, el canciller
del reino de Nabarra fue enviado en misión oficial a la Corte del Reino de
Castilla y León, abonándosele 600 libras.
Durante su ausencia,
el cardenal aragonés Pedro Martínez de Luna, legado de papa Clemente VII de
Avignon, hizo su entrada en el Reino de Nabarra, el 18 abril del año 1382.
Traía una tentadora oferta a modo de moneda de cambio. Se ofreció ante el rey
de Nabarra como mediador frente al rey de Castilla y León, para lograr una
descarga del gravoso tratado de Briones, a cambio de que el monarca nabarro
abrazase la causa del papa Clemente VII de Avignon. El astuto rey Carlos II de
Nabarra colmó de atenciones y regalos al célebre visitante, incluso le dio el
priorato de Falces, pero se abstuvo de comprometerse.
Dos meses y estando ya
Martin de Çalba en la capital del Estado vascón, se presentó en Iruinea-Pamplona
el obispo de Favenza, legado del papa Urbano VI de Roma, dispuesto a
contrarrestar la influencia que podía haber tenido el cardenal Pedro Martínez de
Luna. Pero el rey Carlos II de Nabarra no abandonó su calculada indiferencia.
Por otro lado, el 17 de
junio y desde la capital de la diócesis nabarra, Martin de Çalba nombró rector
de Lizaso a Lope Gil de Sarasa.
El 7 de octubre el
obispo de Iruinea-Pamplona recibió 500 florines para que acompañase en su viaje
a Barajas al infante Carlos de Nabarra-Évreux. Allí es donde se encontraba su
esposa Leonor de Trastámara, hermana del rey castellanoleonés. Martin de Çalba bautizó
a su hija primogénita Juana, que nació el 9 de noviembre del mismo año y después
fue con el infante de Nabarra hasta Toledo. De allí, dejando a Carlos de
Nabarra-Évreux en el Reino de Castilla y León, volvió a su diócesis pamplonesa,
donde se encontraba ya a principios del año 1383.
En Gares-Puente la
Reina, el rey Carlos II de Nabarra le entregó al obispo de Iruinea-Pamplona,
2.000 libras de pensión anual, para los gastos que le habían ocasionado las
embajadas pasadas y los que le podrían causar los viajes diplomáticos
venideros.
Martin de Çalba recibió
del camarlengo del papa de Avignon, el encargo de que recuperase los bienes de
su predecesor Bemart de Folcaut, y de abad de Iratxe Johan de Roncesvalles, pues
estaban reservados a la cámara apostólica.
El 7 de junio quedó
vacante el priorato de la catedral pamplonesa por traslación de Miguel de
Tabar, con la misma dignidad, a la Real Colegiata de Orreaga-Roncesvalles. El
obispo de Iruinea-Pamplona fue invitado a tomar parte en la elección del nuevo
prior. El 13 del mismo mes dio licencia en Iruinea-Pamplona a los cuestores del
hospital de Sancti Spiritus de Roma, para que pudieran pedir limosna en su
obispado y además, concedió cuarenta días de indulgencia a los bienhechores del
mismo.
Nuevamente el rey
Carlos II de Nabarra atendió a la súplica de su canciller del Reino de Nabarra
Martin de Çalba, otorgando la pecha de Sorauren, con sus dieciocho libras y
quince sueldos que importaba, al vecino de dicho pueblo y escudero Juan Lópiz
de Villava.
Ese año también,
Martin de Çalba atendió el recurso presentado por las iglesias de Santiago de Puente
en Gares, de Santa María de los Huertos y de Santa María de Muruvarren, contra
el procurador del arcediano de la cámara pamplonesa, el cardenal Pierre de
Vergne.
El 14 junio del año 1384,
el obispo pamplonés cobró ochenta y siete libras del arcipreste de la Ribera,
procedentes del impuesto que se debía por los clérigos de aquel arciprestazgo
al rey Carlos II de Nabarra. Del arcipreste de Longida percibió por el mismo
motivo 140 libras y de su clavero 1.211 libras, de las cuales 968 debían
invertirse en hacer la torre de Mendillorri y en reparar las ruedas del
obispado, sitas junto a San Pedro de Ribas.
A instancias de Martín
de Çalba, en noviembre el rey Carlos II de Nabarra concedió al obispo y al cabildo
de Iruinea-Pamplona, el privilegio de exención de derechos de la cancillería del
Reino, por el sello de cualesquiera cartas reales. Ese mismo mes también, el
obispo de Iruinea-Pamplona dirimió un pleito entre el arcediano de la tabla y
el cabildo, de un tema que trataba sobre el pago de raciones a los canónigos
difuntos.
Inmediatamente después
de subsanar el asunto de los difuntos, se puso en marcha dirección a Paris
pasando por Avignon, con el fin de negociar un arreglo beneficioso acerca de
las posesiones nabarras existentes de forma legítima en la Galia. Para esta
embajada recibió mil francos oro. Además, le acompañaron el prior de Orreaga-Roncesvalles
Miguel de Tabar y el secretario Real Juan de Ceilludo.
Los embajadores del
Estado de Nabarra se detuvieron en Avignon más de lo previsto y al parecer, no
continuaron el viaje a la capital del Reino de France. A través de varios
correos estuvieron en frecuente contacto con el rey Carlos II de Nabarra. Los
mensajeros fueron Gieffroy de Biernilla el paje del obispo de Dax Basquín, un
tal Gómiz y Garciot de Uxanavilla.
Los embajadores
nabarros volvieron al Reino de Nabarra, pero Martin de Çalba se quedó en
Avignon desempeñando el cargo de referendario pontificio. Desde la ciudad del
Ródano hizo más por la diócesis que si hubiera residido en Iruinea-Pamplona. Por
influencia del canciller del Reino de Nabarra, el papa Clemente VII de Avignon despachó
una bula el 9 febrero del año 1385, donde encargaba al obispo pamplonés, de
acuerdo con el rey Carlos II de Nabarra, confirmase y sancionase la traslación
ya verificada del convento de los agustinos de Lizarra-Estella, cuyo primer
edificio había sido demolido por razones militares.
En Avignon, y desde su
influyente puesto de referendario pontificio, Martin de Çalba consiguió varios privilegios
muy importantes para la Sede Episcopal de Iruinea-Pamplona.
Pero por otro lado, su
ausencia de la Sede Episcopal de Iruinea-Pamplona, fue aprovechada por el abad
del monasterio de Montearagón Ramón Sellán, para atacar a Martin de Çalba,
infringiéndole varios agravios. La causa fue llevada al tribunal metropolitano
de Zaragoza por el procurador sustituto del obispo pamplonés Nicola Bonetti,
pero el procurador del abad aragonés Pedro Desclés, consiguió que el juez
negara poder judicial del procurador del obispo de Iruinea-Pamplona.
Debido a ello, Martin
de Çalba intuyó que había llegado el momento de dar el golpe definitivo al
prepotente monasterio aragonés, pero no en Zaragoza, donde la causa corría
peligro de eternizarse y su desenlace era incierto, sencillamente por ser los
jueces aragoneses y por tanto estar predispuestos a favor de Montearagón. Por
ello eligió llevar su causa a la ciudad del Rodano.
Martin de Çalba, en
nombre propio y de su cabildo, presentó una súplica al papa Clemente VII de
Avignon, pidiéndole que recomendara a algún cardenal todas las causas que eran
ventiladas entre la mitra de Iruinea-Pamplona y el abad de Montearagón. Más
tarde adhirieron a la causa los priores de Uxue-Ujué y Larraga, y los vicarios
perpetuos y racioneros de Erriberri-Olite, Ibero, Marcilla, Milagro, Mélida,
Pitillas, Santacara, Rada, Murillo el Fruto, Villafranca, Peñalén, Uxue-Ujué, Larraga,
Funes, Ibero y Arlas. El trasfondo del litigio trataba sobre los derechos
episcopales en dichas iglesias y sus personas, la absoluta jurisdicción
episcopal y la visita pastoral, la procuración, la obediencia, residencia,
diezmos, cuarta de los diezmos y mortuorios, la institución de los vicarios y la
asignación de retribución sustentada a los mismos, tener capellanes en ciertos
lugares, reparación de edificios y sobre otros bienes y cosas que pertenecían
al obispo de Iruinea-Pamplona por razón de su cargo.
El papa de Avignon
comisionó, como le pidió Martin de Çalba, al cardenal de San Lorenzo de Lucina
y obispo de Sabina Pietro de Sortenaco. El juez apostólico comenzó por citar a
las partes y sus adherentes. Por el obispo e iglesia de Iruinea-Pamplona
compareció Alberto de Milano; por el abad, el monasterio y convento de
Montearagón nadie.
Hacía ya algún tiempo
que el abad de Montearagón y Bartolomé de Sevil llevaban jactándose, de que los
derechos de esos pueblos nabarros pertenecían al abad aragonés y a su convento,
y por tanto no al obispo e iglesia de Iruinea-Pamplona, y se habían esforzado y
se perseveraban por ejercerlos, y sobre ellos y su pacífica posesión molestaban
de diversas maneras, inquietaban e impedían que el obispo pamplonés usara en
paz posesión de los mismos. Por lo cual el procurador de los nabarros pidió que
el cardenal juez declarase por su sentencia definitiva, pues tales derechos pertenecían
sin ninguna duda al obispo e iglesia de Iruinea-Pamplona. Además que le
impusiera perpetuo silencio al abad de Montearagón y a Bartolomé Sevil, junto
la absolución al obispo pamplonés y a la iglesia iruñesa, de la demanda de la
parte contraria. Finalmente en enero del año 1385, el cardenal Pietro de
Sortenaco dictó sentencia definitiva conforme en todo lo demandado por los
nabarros.
Pese a esta
importantísima victoria en la batalla eclesiástica contra el monasterio de
Montearagón, Martin de Çalba buscó ennoblecer como de debía a la Sede Episcopal
de Iruinea-Pamplona, cabeza espiritual de la cristiandad en el Reino
independiente de Nabarra y madre de las diócesis limítrofes. Por ello trabajó
hasta conseguir que el papa Clemente VI de Agninon promulgara una bula el 23 de
septiembre, por la cual, la diócesis pamplonesa quedó definitivamente exenta de
la jurisdicción metropolitana de Zaragoza, aumentando con ello el prestigio de
la ciudad de Iruinea-Pamplona y del resto del Estado de Nabarra.
Mientras Martin de
Çalba luchaba por la diócesis pamplonesa desde Avignon, fueron sus vicarios
generales los que llevaron el peso del gobierno del obispado iruñes, destacando
entre ellos el tesorero de la catedral de Iruinea-Pamplona y licenciado en
Decretos Ferrando Ibaynes de Huarte. Así pues, el 21 de agosto, este aprobó una
fundación hecha en el monasterio de Iratxe por Juana de Beaumont-Nabarra, mujer
de Pées de Laxague, acreditado seguidor de la causa clementina.
El 1 de Enero del año
1387, Martin de Çalba se enteró de la muerte del rey Carlos II de Nabarra por
el mensajero Baubión. Éste se había encaminado a la ciudad del Rodano desde
Iruinea-Pamplona, con cartas del nuevo rey de Nabarra, dirigidas al papa y a los
obispos de Iruinea-Pamplona y Dax. El canciller del Estado de Nabarra regresó
al Reino a principios de mayo del mismo, poniéndose rápidamente a disposición
del rey Carlos III de Nabarra-
Llegó al Reino vascón investido
de facultades extraordinarias, cuasi semejantes a las de un legado pontificio. El
papa Clemente VII de Avignon le autorizó para crear veinte notarios, dispensar
con treinta hombres y otras tantas mujeres del cuarto grado de parentesco,
absolver de reservados a la Santa Sede, dispensar de edad con sesenta
ordenandos, legitimar cien personas, aplazar a sus clérigos y familiares la
ordenación sacerdotal exigida por sus beneficios hasta un septenio, absolver a
las monjas que entraron en religión por deshonra y levantar la excomunión a los
que mutilaron sacerdotes intencionadamente, dispensar de ilegitimidad con otras
quince personas, absolver a los que adquirieron beneficios por manejos
deshonrosos, conceder indulgencia plenaria a sesenta personas, reconciliar a
los urbanistas de los Reinos de Nabarra y del de Castilla y León, también de
las diócesis de Dax, Baiona, Oloron, Lescar y de la champañesa de Aire, para que
posteriormente se pasasen a la obediencia clementina, conceder indulgencias a
los que orasen por la unidad y, finalmente, absolver a doce matrimonios
contraídos sin dispensa de parentesco en cuarto grado. Unir a la mensa
episcopal la iglesia de Villamayor, valorada en 20 francos de oro, junto al
priorato de Villatuerta sin cura de almas.
También le permitió el
papa de Avignon, dispensar veinticinco beneficios sin cura de almas y agregar a
la mensa episcopal los bienes ocupados por personas laicas, ensamblar entre sí
parroquias pequeñas, retirar la irregularidad a los que celebraron en sitio
entredicho, dispensar de residencia a siete familiares suyos y disponer
libremente por testamento, de sus bienes hasta un valor de 3.000 florines.
Por otra parte, el
papa Clemente VII de Avignon, le encargó que le informase sobre la oportunidad
de la traslación de la colegiata de Armentia a la ciudad de Vitoria-Gasteiz y
sobre la liquidación de varios prestimonios en las iglesias de Calahorra y La
Calzada.
También el rey Carlos
III de Nabarra a su llegada a Iruinea-Pamplona, le concedió a Martin de Çalba algunos
favores. Estos fueron el indulto a sus sobrinos Pierres y Pascuala, vecinos de Zangotza-Sangüesa,
hijos de los difuntos Bertolomeo de Quintana y de Catalina de Çalba, de 27 de
las 42 libras que debían pagar de una ayuda de 30.000 florines. La confirmación
al sargento de armas al servicio del obispo pamplonés Joanco de Bergara, de la
subvención que le había concedido el difunto rey Carlos II de Nabarra. La dispensa
del pago de 6libras y 10 sueldos a Guillén Arnaut de Saut. Y el perdón de 530
libras para el mismo canciller del Reino de Nabarra, las cuales debía al fisco
de impuestos y exención de alojamientos al prior y canónigos de Iruinea-Pamplona.
Antes de partir para
en una nueva misión diplomática al Reino de France por mandato del rey Carlos
III de Nabarra, Martin de Çalba publicó el 12 de marzo del año 1388, con el necesario
consentimiento del cabildo, una regla nueva de Corpus Christi.
Así pues, El 8 de
abril, El canciller del Reino de Nabarra y obispo de Iruinea-Pamplona Martin de
Çalba salió en dirección a la capital francesa, acompañado del chambelán del
rey de Nabarra y señor de Latsaga Pées de Laxague, y del consejero del rey de
Nabarra Francés de Villaespesa. El objetivo de la embajada consistía en
conseguir del rey Charles VI de France la devolución de las posesiones nabarras
en la Galia, que habían sido ilegalmente confiscadas por el rey Charles V de
France al rey Carlos II de Nabarra. El rey Carlos III de Nabarra tenía mucho
interés en este asunto, por lo cual decidió retrasar su coronación oficial hasta
ver realizados sus deseos.
El obispo de Iruinea-Pamplona
recibió para el viaje 3.005 florines de oro del cuño del Reino de Aragón, al
señor de Latsaga 1.104 y a Francés de Villaespesa 732. Martin de Çalba fue quien se encargó de defender la
causa del rey Carlos III de Nabarra en la corte francesa, tras instruirse sobre
la causa en los anales de la abadía de San Dionisio de Paris. En el día fijado,
e canciller del Reino de Nabarra se presentó ante el rey Charles VI de France,
quien estuvo acompañado por su consejo, y empezó a hablarles así:
“Mi señor el ilustre rey de Nabarra se encomienda
afectuosamente a vuestra real majestad y a todos los príncipes de sangre, y os
suplica prestéis favorable oído a las peticiones que os ha trasmitido hace poco
por escrito y que yo ahora voy a exponer de viva voz.”
Después de explicar y demostrar,
con abundantes razones y ejemplos, con numerosas citas de Derecho canónico y
civil, la conveniencia de que los príncipes unidos por lazos de sangre no
mantengan contiendas entre sí, sobre todo cuando se trata de una sucesión de
familia y de que por tanto debían arreglarse de manera amigable, añadió:
“(…) Con vuestro permiso es aquí el caso de aplicar este
principio en favor del príncipe, por quien yo abogo, si hay que atenerse a los
anales dignos de crédito. Porque partiendo de la genealogía de su padre y
remontándose hasta el ilustre rey de France Louis X, hijo de Felipe el Hermoso,
que por derecho de su madre se intitulaba rey de Nabarra y conde de Champagne,
se ve que la hija de este príncipe, abuela de Carlos III, sucedió en estos
famosos dominios por derecho hereditario.
Vuestros ilustres predecesores Philippe, Jean y Charles
prometieron al rey de Nabarra su padre, pagarle diez mil libras parisienses a
cambio de dicho condado de Champagne, pero esta promesa no ha sido cumplida a
su hijo, como sabéis, aunque él lo ha pedido insistentemente repetidas veces
por medio de mensajeros y de cartas. Tiene, pues, derecho a quejarse de verse
privado de la parte más fértil de Normaundie, que el rey Jean dio en dote a su
madre; tanto más que esta reina, mostrándose una francesa sincera, amó de
corazón al reino y procuró inspirar los mismos sentimientos en su marido. Todo
el mundo sabe que el hijo ha seguido sinceramente las huellas de su fidelísima
madre y que jamás se ha apartado de la obediencia de la real majestad. El pide,
pues, al rey de France que cumpla las promesas de sus predecesores y que no
rechace sus justas reivindicaciones, las cuales, a juicio de personas
prudentes, no serían denegadas ni por un príncipe bárbaro. (…)”
Tras la brillante
exposición de Martin de Çalba, los debates entre el rey de France y sus
consejeros duraron muchos días. Algunos de estos, acordándose de las traiciones
del rey Carlos II de Nabarra, (que le apodaron le Mauvais) cometidas contra el Reino francés y su soberano,
predicaban que le habían hecho
acreedor a la pérdida de la vida y de los bienes, además fueron del parecer que
el hijo, el rey Carlos III de Nabarra, merecía la misma repulsa por las
perversidades del padre. Los tíos del rey Carlos III de Nabarra que eran los duques
de Berry y de Bourgogne, compartían esta opinión. Por otro lado, había otros
consejeros que en recuerdo de la fidelidad de su hermana queridísima, eran
partidarios de un medio menos riguroso. Ante esta diferencia insalvable de
opiniones, los embajadores fueron despedidos el 15 de octubre del año 1389, con
bellas promesas pero sin conseguir el objetivo fijado por el rey de Nabarra,
regresando al Estado vascón tras una ausencia de dieciocho meses.
Algún tiempo después
del regreso de Martin de Çalba a Iruinea-Pamplona, el papa Clemente VII de
Avignon le dejó al cargo del asunto de la traslación de las benedictinas de San
Cristóbal y del alzamiento en su lugar de un priorato dependiente del monasterio
de Iratxe, pero el asunto no prosperó, a pesar del interés que puso en ello el
abad de Iratxe Johan de Roncesvalles.
El 6 de febrero del
año 1390, con asistencia del cardenal de Aragón Pedro Martínez de Luna, de los
obispos de Iruinea-Pamplona, Baiona, Akize-Dacs-Dax, Calahorra, Tarazona,
Ampurias y Vich, se realizó por parte del Reino de Nabarra, el reconocimiento
de Clemente VII de Avignon como papa legítimo.
Una semana más tarde se
llevó a cabo la unción y coronación oficial de Carlos III de Nabarra,
nuevamente en la catedral pamplonesa. A la majestuosa ceremonia asistieron el
cardenal de Aragón Pedro Martínez de Luna y los obispos de Irunea-Pamplona
Martín de Zalba, Pedro de Tarazona, por Akize-Dacs-Dax Jean Beauffes, Juan de
Calahorra, el de Baiona Garcia de Eugui, Pedro de Ampurias y Fernando de Vich.
También los abades de Iratxe, Iranzu, Fitero Leire, La Oliva y Urdax, el deán
de Tutera-Tudela y el gran prior de la orden de los Hospitalarios de San Juan
de Jerusalen. Por supuesto representantes de los ricohombres, barones,
caballeros, infanzones y de las ciudades y villas del Estado de Nabarra, junto
a delegaciones del rey de Aragón y del rey de Castilla y León.
La víspera, al caer de
la tarde, el rey de Nabarra, se había dirigido, a caballo, desde el palacio del
obispo hasta la catedral, donde pasó la noche en vela. La ceremonia comenzó por
un doble juramento. El obispo de Iruinea-Pamplona, tutelando sus palabras al
rey le dijo:
“(…) Antes de que os acerquéis al sacramento de vuestra
unción, conviene que prestéis juramento a vuestro pueblo como lo hicieron
vuestros predecesores los reyes de Nabarra y es costumbre, y esto mismo hará el
pueblo con vos. (…)”
El monarca se declaró
dispuesto a ello y en el acto, poniendo sus manos sobre la cruz y los santos
evangelios, juró en romance nabarro guardar los fueros, usos, costumbres y
libertades. Tras ello, los ricohombres, los barones, los caballeros, los
infanzones, junto a las ciudades y villas le rindieron homenaje de fidelidad al
rey Carlos III de Nabarra.
Dichas unas oraciones
por Martin de Çalba, el rey Carlos III de Nabarra tomó en sus manos la corona y
se coronó él mismo. Tras tomar el cetro en mano fue elevado sobre el pavés,
mientras todos los presentes en la catedral de Iruinea-Pamplona gritaban tres
veces:
“¡Real! ¡Real! ¡Real!”
Así alzado el rey
Carlos III de Nabarra, arrojó monedas en todas direcciones. Después el cardenal
de Aragón Pedro Martínez de Luna, junto a los obispos de Iruinea-Pamplona y
Tarazona, condujeron al rey de los nabarros, que todavía permanecía sobre el
pavés, a un trono preparado en un lugar eminente, donde lo entronizaron con el apoyo
del obispo de Akize-Dacs-Dax. Martin de Çalba entonó el canto de Te Deum y a continuación celebró una
solemne misa cantada. Al ofertorio el rey de Nabarra entregó telas de oro y
monedas, según el Fuero del Reino vascón. Luego recibió la comunión de manos
del obispo de Iruinea-Pamplona. Terminada la ceremonia, el soberano recorrió la
ciudad a caballo y se bajó en la puerta de la iglesia madre, donde concedió a
todos los invitados con un banquete de gala.
Después de todo ello,
el rey Carlos III de Nabarra, envió al papa Clemente VII de Avignon una
brillante embajada, integrada por el obispo de Dax, el consejero Real y doctor
en Decretos Tomás de Repunta, junto al franciscano y maestro en Teología Juan de China, con la misión principal de
pedir con gran demanda al pontífice aviñonés, la púrpura cardenalicia para el
canciller del Reino de Nabarra Martin de Çalba.
El 23 de julio y con
el consentimiento unánime de los cardenales, el papa Clemente VII de Avignon
accedió a la petición del rey de Nabarra, poe ser Martin de Çalba uno de los
prelados más notables de toda la Iglesia y uno de los doctores en derecho canónico
más grandes del universo orbe, insigne por su vida, costumbres y prudencia.
Pero
A pesar de que el canciller
del Reino de Nabarra y obispo de Iruinea-Pamplona, había reusado tal alta
distinción dentro de la República Católica y Apostólica, en tiempos de la
gobernación del rey Carlos II de Nabarra, el paso firme dado por el rey Carlos
III de Nabarra, obligó a Martin de Çalba a aceptar de manera humilde su propia
promoción a la dignidad cardenalicia.
El papa Clemente VII de
Avignon, nombró a Martin de Çalba cardenal de San Lorenzo in Lucina el día 21
de julio, con retención de la administración de la Iglesia de Iruinea-Pamplona,
tanto en lo espiritual como en lo temporal.
El 25 de julio fue
jurada la infanta de Nabarra Juana como heredera del trono. En su nombre
juraron los Fueros Martin de Çalba y otros ilustres personajes del Estado de
Nabarra, designados como tutores.
Bernín de Badafol
trajo desde Avignon al Reino de Nabarra la grata nueva de la concesión del
rango de cardenal para el nabarro Martin de Çalba, siendo gratificado con 100
florines. El monarca nabarro costeó los preparativos de la ceremonia de
imposición del birrete cardenalicio, que tuvo lugar en la catedral de Iruinea-Pamplona
el 25 septiembre.
El Papa Clemente VII
de Avignon le colmó de privilegios y de sustanciosos beneficios. Entre otros la
tesorería de la catedral iruñesa, el obispado de Ampurias y el priorato de San
Marzal de Tutera-Tudela, que le aseguraron grandes ingresos destinados al
sostenimiento de su nueva dignidad. Pero no sólo se preocupó de su situación
personal, sino también de las rentas de la mitra, que se aumentaron con la
incorporación de las iglesias de Monreal.
El 10 de julio se
derrumbó la catedral de Iruinea-Pamplona. Martin de Çalba cooperó activamente a las
obras, construyendo a sus expensas la capilla de San Martin y las dos columnas
que hay frente al coro hacia el altar mayor, donde aparecen sus armas.
Por otro lado y desde
los inicios de ese año, en la comarca vascona de Gipuzkoa la mayor parte de las
iglesias, suscritas a la diócesis pamplonesa, continuaban bajo la humillante
servidumbre de los laicos, que percibían directamente los diezmos y se
limitaban a suministrar una mera retribución, a modo de sustentación, al
clérigo que las atendía espiritualmente. Martin de Çalba quiso acabar con este
arcaico sistema y siempre que se le presentaba ocasión, intervenía mediante el
nombramiento de los rectores de las iglesias, adjudicándoles los diezmos a
título de beneficio, hasta entonces en manos de los laicos. La actuación del
obispo de Iruinea-Pamplona, acorde inequívocamente con el Derecho Canónico,
pero desacorde con los intereses creados por los laicos de nacionalidad
castellanoleonesa, motivó una enérgica protesta de los caballeros e hijosdalgo de
Guipúzcoa en las Cortes del Reino de Castilla y León situadas en Guadalajara y
un choque violento en Azpeitia.
De forma conjunta, los
obispos de Burgos, Calahorra y de Iruinea-Pamplona, bajo cuya jurisdicción
recaían las tres provincias vascongadas
de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, se dirigieron al rey Juan I de Castilla y León
en sus Cortes de Guadalajara, mediante un memorial pidiendo remedio a tal abuso
por el cual, los laicos sangraban a las iglesias en esas provincias
castellanas. Pero el rey castellanoleonés, que también era parte interesada en
el asunto, una vez recibida la contestación de los caballeros castellanos las
provincias en cuestión, se contentó con mandar que en adelante no se creasen
nuevas costumbres en este sentido, permitiendo sin embargo, que se conservasen
las ya establecidas de antiguo.
Pero el obispo de Iruinea-Pamplona,
afamado Doctor y profesor de Derecho Canónico, no podía dejar pasar sin más semejantes
costumbres, las cuales se hallaban en evidente contradicción con los cánones de
la Iglesia.
En Azpeitia, el rey Enrique
III de Castilla y León trasfirió sus derechos
sobre la iglesia de San Sebastián de Soreasu, al señor de Loyola Beltrán
Ibáñez de Loyola. Éste renovó al momento, con nuevo vigor y brío, la lucha
contra la diócesis pamplonesa. Éste expulsó a Pelegrín Gómez de San Sebastián
oficial foráneo de Guipúzcoa que había nombra Martin de Çalba a quedar vacante
la parroquia y a continuación, se incautó de los diezmos y de las rentas de la
iglesia. El obispo de Iruinea-Pamplona no vaciló en recurrir a una medida
extrema; lanzó el entredicho sobre la parroquia de Azpeitia, que duró veinte
años, y excomulgó nominalmente al señor de Loyola y cuarenta personas, poniendo
con ello en entredicho a todos los habitantes de ese pueblo.
Fue una victoria
parcial de la diócesis iruñesa, obtenida gracias a la decisión de Martin de Çalba,
que había de dar sus frutos sirviendo de ejemplo a los demás señores castellanos
de esa comarca vascona ilegalmente amputada, junto a otras comarcas de igual
condición étnica, al Reino de Nabarra, por los reyes españoles de Castilla y
León, años y siglos atrás.
Estos procedimientos
drásticos se compaginaban mal con su carácter, inclinado normalmente a
procedimientos más suaves, sin aristas ni discordancias. Así en ese mismo año,
Martin de Çalba accedió gustoso a la erección de un santuario, sin carácter
parroquial, en Alza, para el servicio religioso de aquel apartado barrio,
filial de la parroquia de San Sebastián-Donostia.
Martín de Çalba, en
gran medida debido a su humilde origen, no desdeñó favorecer a los necesitados.
Así intervino para que el rey Carlos III de Nabarra, perdonase a Catalina,
viuda del caballero Sancho Périz de Agorreta, lo que debía de dos ayudas.
Donó una casa en la
ciudad de Nabarreria de Iruinea-Pamplona, para la fundación de una capellanía perpetua
en la catedral, por la salud y por las almas de los difuntos.
Juan de Caritat, baile
de Tutera-Tudela, sorprendió a Ferrando de Ciordia, mercader de la misma ciudad
ribera, en el momento en que intentaba llevar de contrabando a la ciudad de Zaragoza,
catorce cargas de congrio y tres cargas de merluza. El baile tudelano vendió la
mercancía en Zaragoza, pero después se comprobó que los propietarios del género
eran el mercader de Iruinea-Pamplona Juan de Çalba, hermano del cardenal
nabarro, y del mercader de la misma ciudad Juan de Izco. Intervino Martin de
Zalba y el rey Carlos III de Nabarra entregó a los mencionados mercaderes 700
florines como indemnización por el pescado que había sido vendido.
El rey Carlos III de
Nabarra ordenó que se devolviesen al cardenal de Iruinea-Pamplona, 40 francos,
equivalentes a 76 libras, que éste le había fiado para entregarlos al consejero
Real y abad de Aibar Pero Martíniz de Erespuru, con destino a los gastos de una
bula de dispensa necesaria para el soberano nabarro.
El 23 octubre del año
1392 se abonaron al cardenal de Iruinea-Pamplona veintiséis francos, por los
gastos ocasionados por una orden del rey de Nabarra, para averiguar la verdad
del judío chico, sobrino del judío Acaz Alborgue. El muchacho fue detenido,
porque se decía que, a pesar de que estaba criándose con unos parientes suyos
judíos, había sido bautizado en el Reino de Castilla y León, no fue así.
Tras obtener el
permiso del papa Clemente VII de Avignon, Martin de Çalba, debido al asunto
anteriormente mencionado, sintió la necesidad de erigir en su diócesis un
tribunal de la Inquisición, para que así no quedaran impunes los crímenes de
los apóstatas y de los herejes.
Antes de partir para
hacia Avignon, el papa le encomendó varias comisiones. Si hallase el Cardenal
de Iruinea-Pamplona suficiente preparado al franciscano y maestro Gil de
Murillo, le tendría que dar la posesión del obispado de Ampurias También el
papa Clemente VI de Avignon le encargó que confirmase, si le parecía bien, una
sentencia arbitral pronunciada por el propio obispo en una disputa surgida
entre la cofradía de San Çernin y Pascasia de Echarri, relacionada a unas casas
y posesiones, sentencia que había merecido la aprobación de ambas partes.
Pero cuando llegó esta
bula a Iruinea-Pamplona, Martin de Çalba se hallaba ya en ruta camino de
Avingnon. El 2 mayo del año 1393 se entregaron diez libras jaquesas a Pascual Moza,
por sus expensas y gastos en el Reino de Aragón al ir en la compañía del
cardenal de Iruinea-Pamplona. Cuatro días después el rey Carlos III de Nabarra envió
dos mensajeros a Zaragoza con cartas para el cardenal de Iruinea-Pamplona.
Otros cuatro días después partió un nuevo mensajero en dirección a la ciudad
condal de Barcelona, con cartas del rey de Nabarra para el insigne purpurado.
El rey Carlos III de
Nabarra, también había dado a Martin de Çalba, 200 florines de gracia especial
para el viaje. Finalmente el primer
purpurado nabarro, el cardenal de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba, hizo
su entrada en la Curia de la Sede Pontificia de Avignon, el 3 de junio. Allí, inicialmente,
se preocupó ante todo de mejorar la situación de sus familiares y validos.
El 20 de febrero del
año 1394, el cardenal nabarro Martin de Çalba, consiguió que el papa Clemente
VI de Avignon, ciertas indulgencias a favor de los que contribuyesen con
limosnas en la restauración del priorato conventual de
Orreaga-Roncesvalles.
El papa Clemente VII de
Avignon otorgó también a Martin de Çalba, el arcedianato de Calahorra, pero el
obispo y el cabildo de aquella ciudad se opusieron frontalmente, prohibiendo
dar beneficios a los extranjeros, tanto franceses, como nabarros y aragoneses. El
mismísimo rey Enrique III de Castilla y León, apadrinó su actitud con una orden
al concejo de Calahorra, para que no se diese posesión de dicha prebenda al
cardenal de Iruinea-Pamplona.
El papa Clemente VII de
Avignon murió el 16 septiembre del año 1394, y diez días más tarde entraron los
cardenales, incluido Martin de Çalba, en conclave. Por mayoría unánime,
eligieron al cardenal de Aragón Pedro Martínez de Luna, quien tomó el nombre de
Benedicto XII de Avignon.
El cardenal de Iruinea-Pamplona
había nombrado y dictado la cédula de juramento del papa Benedicto XII de
Avignon, donde se hacía especial hincapié en el trabajo del propio papa a la
unión de la República Católica y Apostólica, palabra por palabra, de tal manera
que nadie pudiera contradecirla.
El cardenal de Iruinea-Pamplona,
que había sido la figura clave del inicio del Gran Cisma de Occidente, se
convirtió de pronto en una de las figuras más significativas en la historia del
mismo.
Comenzó por presentar
a la firma del nuevo papa, un rótulo en favor de sus familiares y comensales,
en número de treinta y cuatro, y también de otras personas. Para todos
consiguió alguna canonjía o beneficio.
La corte francesa, que
había dejado en paz por espacio de dieciséis años al papa Clemente VII de
Avignon por ser francés, sintió ahora prisa por desembarazarse de un papa
aragonés, al cual tenía en poca estima y les era poco grato. Apenas habían
trascurrido cuatro meses desde su elección, y ya en la capital francesa de Paris
se hablaba de obligar a ambos papas a que dimitiesen.
El papa Benedicto XIII
de Avignon, pidió la creación de una comisión de ocho cardenales. Martin de Çalba
aconsejó la celebración de una conferencia entre delegados de ambos papas, el
de Avignon y el de Roma, con sus respectivos colegios cardenalicios, con el
arbitraje de las gentes del rey de France, para estudiar las vías idóneas con
las cuales devolver la paz a la Iglesia Católica y Apostólica.
Pero la corte francesa
había puesto ya todas sus esperanzas en la vía de cesión. En nombre del rey Charles
VI de France, los duques de Berry, Bourgogne y Orléans invitaron al papa
Benedicto XIII de Avignon a adoptar el procedimiento de la renuncia el día 1 de
junio del año 1395. El papa Luna lo rechazó y les propuso otro más seguro a su juicio;
entenderse directamente con su competidor.
Aquella misma tarde
los tres embajadores celebraron una reunión con veinte cardenales y les
situaron en la alternativa de escoger entre la vía del rey de France y la del
papa de Avignon. Como todos poseían copiosas rentas en el Reino de France, no
vacilaron en promulgar la palabra mágica, cesión. Solamente el cardenal de Iruinea-Pamplona,
cuya vida, conciencia y ciencia eran conocidas en todo el mundo cristiano, tuvo
el valor y el coraje de pronunciarse contra el procedimiento ilegal del sacro
colegio y por consiguiente, rechazar la vía preconizada por el rey Charles VI
de France.
Según el Derecho
Canónico que siempre defendió Martin de Çalba,
nadie podía obligar a los cardenales a obrar de otra manera. Si tomasen
alguna decisión, debía considerarse como nula y de ningún valor legal, a
semejanza de lo que en su día dio origen al Gran Cisma de Occidente.
Después, el cardenal
de Iruinea-Pamplona asentó como principio que Benedicto XIII de Avignon, era el
verdadero papa, el pastor de la Iglesia Universal y el único vicario legítimo
de Cristo, con la plenitud de los poderes prometidos a San Pedro, y que por
consiguiente, todos estaban obligados a amarle, favorecerle, defenderle y
protegerle como al auténtico papa, además de odiar al intruso y expulsarlo. Por
eso dijo en conciencia, que el camino más recto, según Dios y la justicia, para
llegar a la paz, era deponer al intruso por la violencia de las armas, porque no
era justo ni razonable, que el cismático de Roma se equiparase al católico de
Avignon.
Martin de Çalba se
había posicionado mediante la firme e incondicional adhesión al papa Benedicto
XIII de Avignon. Mientras los demás cardenales comenzaron a abandonar al papa
Luna, el cardenal de Iruinea-Pamplona permaneció a su lado hasta en los
momentos más críticos, siendo su intrépido y defensor, además de su consejero
inseparable. No se trata sólo de la fidelidad a un amigo, sino a una causa.
Los duques franceses
acogieron fríamente la declaración de Martin de Çalba, y se retiraron de la
presencia del papa custodiados por los cardenales de Albano y de
Iruinea-Pamplona. En el camino los dos purpurados se enredaron en una violenta
discusión a propósito de este asunto. El cardenal Brancacci trató de ambicioso
a Martin de Çalba, echándole en cara que había redactado la bula, y que quería
apropiarse el gobierno de la Iglesia y dominar al papa, y que se daba una
importancia exagerada. El cardenal de Iruinea-Pamplona rechazó enérgicamente
estas imputaciones por falsas, y además le atribuyó al cardenal Brancacci,
varias veces, todas las tribulaciones y desgracias que sufría la Curia.
Incluso, en un arrebato de cólera le dijo tres veces, a voz en grito, que
mentía como un bellaco por su garganta purpurada.
Este fuerte altercado
entre tan estimables personajes, proporcionó materia de irrisión y mofa en los
tres duques franceses.
Cuatro días más tarde,
los embajadores franceses obtuvieron una entrevista con los cardenales en el
convento de franciscanos de Avignon. El cardenal de Iruinea-Pamplona ni
siquiera fue invitado. En otras reuniones posteriores Martin de Çalba fue
descartado cuidadosamente. El 1 de julio todos los cardenales, menos el de Iruinea-Pamplona,
se presentaron ante el papa y le suplicaron que aceptase la vía propuesta por
el rey de France. El papa Benedicto XIII de Avignon se mostró inflexible.
El día 12 de julio del
año 1395, Los duques de Berry, Bourgogne y Orléans dirigieron al rey de Nabarra
una carta colectiva, en la que le comunicaban del fracaso de sus gestiones y
pintaban al papa Benedicto XIII de Avignon, como un pontífice egoísta y terco,
pero a la vez astuto e ingenioso en la búsqueda de evasivas.
Finalmente, los tres
duques franceses regresaron a Paris, humillados y disgustados de su fracaso.
Ciento veinte días de negociaciones no habían producido ni el más mínimo
resultado positivo para los intereses del rey de France.
Entonces la
universidad de Paris adoptó una actitud violenta y amenazadora contra el papa
Luna. Este sometió al examen de los juristas que le rodeaban diversas
cuestiones destinadas a justificar su postura y embarazar a sus adversarios. Con
este motivo Martin de Çalba, compuso una pequeña y a su vez igual de brillante
disertación, con el título de Allegationes,
en que con gran lujo de erudición jurídico-histórica, trató de defender la vía
del papa de Avignon y minar la de sus enemigos.
La corte francesa
trató de conseguir la adhesión de toda Europa a su proyecto. La idea fue rechazada
en England y del Heiliges Römisches Reich-Sacro Imperio Romano Germánico. El
rey Charles VI de France pensó que al menos la aceptarían los Reinos de
Nabarra, Aragón y de Castilla y León. Por ello envió emisarios ante el rey
Carlos III de Nabarra, los cuales se reunieron en Lizarra-Estella, pero las
negociaciones no cristalizaron y no dieron resultado concreto alguno.
Desde la declaración
del 1 junio del año 1395, Martin de Çalba había tomado una parte cada vez más
activa en la política benedictina, convirtiéndose en una especie de secretario
de Estado del papa de Avignon. El dirigía toda la diplomacia, redactaba las
instrucciones de los embajadores y glosaba las cartas que recibía el papa Luna.
El 17 de abril del año
1396, el papa Luna eleva una sincera protesta ante los cardenales. Martin de
Çalba la escribió de su puño y letra.
El 5 junio, tras
previo establecimiento del contacto con la cismática Sede Pontificia de Roma
por parte de la católica Sede Pontificia de Avignon, parte para la Ciudad
Eterna el obispo de Tarazona Fernando Pérez del Calvillo, provisto de
argumentos y sugerencias, intregados en dos memoriales de instrucciones, donde
se reflejan las ideas dominantes en la Corte aviñonesa.
El primero de ellos
fue revisado, mejorado y completado por el cardenal de Iruinea-Pamplona.
“(…) ¿Quién debe renunciar? El de Roma, ya que es notoria la
justicia de Benedicto XIII y notoria la intrusión de su rival. Además sería de
mal ejemplo en la Iglesia de Dios, que abdicase el verdadero papa y quedara el
intruso por alteración. Todos los cismas se han acabado así, quedando el
verdadero papa y cediendo los intrusos. (…)”
En el segundo se
plantea el problema del lugar en que se podría celebrar la entrevista de los
dos papas, siendo el Reino de Nabarra el lugar más viable; porque el de Roma
podría establecerse en Baiona y las gentes del papa Benedicto XIII de Avignon podrían
ir a Iruinea-Pamplona, u otro lugar de aquella frontera en la diócesis de Baiona
bajo la obediencia aviñonesa.
A finales de agosto el
obispo de Tarazona terminó sus discusiones con el papa Bonifacio IX de Roma y
sus cardenales, sin cosechar resultado alguno. El papa romano se mostró tan
irreductible como el papa Benedicto XIII de Avignon, desechando todas las vías
que le propuso el embajador, abdicación, concilio, compromiso, entrevista y
arbitraje, sin concebir otra solución para el Gran Cisma que la sumisión absoluta
de su competidor aviñonés.
Martin de Çalba
siempre estuvo en la brecha, espiando los movimientos del adversario romano,
recogiendo innumerable cantidad de datos, escribiendo los diversos memoriales,
apostillando los documentos oficiales o los tratados contrarios.
Incluso cuando se
enteró de la ley promulgada por el rey Enrique III de Castilla y León,
prohibiendo a los extranjeros, incluso al papa y a los cardenales, el disfrute
de los beneficios eclesiásticos de aquel Estado español, Martin de Çalba puso
de relieve lo desatinado de la pragmática laica frente al Derecho Canónico y a
la plenitud de poder del papa, que es vicario de Cristo.
Invitado por el papa Benedicto
XIII de Avignon, el rey de Aragón y conde de Barcelona Martín I, en su viaje
desde el Reino de Sicilia al Reino aragonés para recibir la corona, se dirigió
con siete galeras armadas río Ródano arriba hasta Arles, donde fue recibido
solemnemente el día 29 marzo del año 1397. Después de besar la cruz, se
encaminó bajo palio a la iglesia de San Trófimo, donde le esperaba el arzobispo
de la ciudad revestido de pontifical. Adoró las reliquias y oyó misa. Después
se trasladó, nuevamente bajo palio, al puerto y comió en sus galeras. En el
banquete le acompañaron el cardenal de Iruinea-Pamplona, el arzobispo de Arles,
el obispo de Mallorca, un protonotario del papa y otros muchos señores. Dejando
en esa ciudad cuatro galeras, continuó el viaje a Avignon con las otras tres,
adonde llegó dos días más tarde.
Los dones, regalos y
atenciones que le prodigó el papa Luna durante su estancia en Avignon, entre
ellos la rosa de oro que valía más de 4.000 francos, sirvieron junto a las
magníficas e ilustradas palabras de Martin de Çalba, para convencer al rey de
Aragón para causa aviñonense.
El 22 de abril el
monarca aragonés prestó homenaje al papa Luna por los Reinos de
Sardìnnia-Cerdeña y de Corsica-Córcega en presencia del cardenal de
Iruinea-Pamplona. El 12 de mayo partió de la ciudad del Ródano. Salieron a
despedirle Martin de Çalba y el cardenal de Viviers, junto a muchos clérigos y
laicos.
En mayo, el papa Luna,
coqueteó con un proyecto por el cual conquistar Roma por las armas y expulsar así
al intruso manu militari. A este fin
entabló negociaciones para apoderarse del puerto de Civitá Vechia. El cardenal
de Iruinea-Pamplona esbozó las grandes líneas de un proyecto de instrucciones
para los embajadores que el rey de Aragón tenía que enviar a Roma, los cuales
debían aprovechar su paso para examinar los lugares y darse cuenta de la
utilidad que podría tener para el papa Luna y el rey de Aragón un puerto en
aquel sitio.
El rey Martín I de
Aragón, Sardìnnia-Cerdeña y Corsica-Córcega, tras fracasar en su intento de convencer
al rey de Castilla y León, el cual ya había aceptado y seguido la política del
Reino de France, planeó el envío de una embajada al papa romano para atraerlo a
la vía de la justicia. El cardenal de Iruinea-Pamplona fue el encargado de
preparar un borrador de instrucciones para la misma.
Por su parte el papa Benedicto
XIII de Avignon trató de ganarse a duque Philippe le Hard, II de
Bourgogne, valiéndose de su secretario Pierre Berthiot. Éste le contó lo que le
había dicho el papa Luna y lo que le manifestó el cardenal de Iruinea-Pamplona,
como si éste último fuera el secretario de Estado Pontificio de Avignon.
El papa Luna celebró
la fiesta de la Natividad de Jesús del año 1397 en el castillo de Pontdes-
Sorges, junto a los tres cardenales que acababa de crear, Berenguer de
Anglesola, Bonifacio degli Ammanati y Luis de Barre, además de los cardenales
de Iruinea-Pamplona, Viviers y Le Puy. El 19 de enero del año 1398 entraron en
la ciudad de Avignon, poniendo el palacio en estado de defensa bajo la custodia
de arqueros y hombres de armas provenientes del Reino de Aragón.
Temiendo lo peor, el
papa Luna desarrolló una gran actividad militar, de carácter defensiva, para
hacer naufragar los planes de invasión de los franceses. A los cardenales les
prohibió que le volvieran a hablar de cesión y, como algunos le dijeran que su
vía favorita confinaba muchos inconvenientes, para disimular, nombró una
comisión de tres cardenales, el de Iruinea-Pamplona, el de Sant'Angelo y el de
Ammanati, para que en su nombre discutiesen con otros tres representantes del
sacro colegio. El papa Benedicto XIII de Avignon continuó aferrándose a su
táctica de convención y los cardenales, salvo la excepción firme de Martin de
Çalba, al de la renuncia, que era el plan del rey Charles VI de France.
El 7 marzo, en una
circular del mayor enemigo del Estado Pontifico de Avignon, el rey Charles VI de
France, se convocaba al clero para una reunión en el palacio Real de Paris. A
pesar de que la resolución estaba tomada de antemano, el papa Benedicto XIII de
Avignon, buscando conjurar el peligro, decidió jugarse la última carta enviando
a Paris a los cardenales Guy de Malesset y a Martin de Çalba.
El 15 mayo el papa Luna
hizo abonar 300 florines de cámara de tesoro Pontificio a favor del cardenal de
Palestrina y otros tantos a favor del de Iruinea-Pamplona, para los
preparativos del viaje. El 22 del mismo mes el papa les extendió otros 480
florines a cada uno, para los gastos de un mes a contar desde el día de la
partida.
Pero dos cardenales
desde Avignon, se interpusieron para impedirla, presentando ante el gobierno
francés a los legados pontificios como partidarios de la vía de convención y
opuestos a la idea de renuncia.
“(…) es el principal impugnador de la vía de cesión y según
se dice, parte de aquí provisto de todo lo necesario para hacer fracasar el
concilio de Paris. El de Pamplona, el de San Ponce de Torneras, el de Albi y
algunos otros se dice que llevan las muías cargadas de escrituras hechas para
sostener la vía del papa. Ni ellos ni ningún otro deben ser admitidos a
discusión. (…)”
Los cardenales además,
aleccionaron al rey de France, para que instara al rey Carlos III de Nabarra.
El monarca nabarro debía obligar al cardenal de Iruinea-Pamplona a seguir la vía
de cesión. Le indicaba que debía trasmitir al rey de los nabarros, que era obligado
castigarle con el secuestro de las rentas del obispado iruñes, si Martin de
Çalba se resistía. Además instó al rey francés
para que intercediera en su homónimo, el rey de Nabarra, para éste
último que trabajase con el rey de Castilla y León para que se aparte del papa
Benedicto XIII de Avignon.
El monarca francés
siguió casi al pie de la letra estos descabellados consejos. Sin esperar a que
los legados del papa de Avignon llegasen a una jornada de Paris, escribió al
papa Luna que estaba dispuesto a recibir al cardenal Malesset, más no al
cardenal de Iruinea-Pamplona Martin de Çalba.
El duque de Berry
justificó la conducta del rey francés diciendo, que el cardenal de Iruinea-Pamplona,
a pesar del juramento hecho a la entrada del conclave, había impedido
constantemente la paz y la unión de la Iglesia. También acusó a Martin de Çalba
de haber enviado al rey de Castilla y León, un impreso difamatorio contra el
monarca francés, cosa del todo ajena a la mente del cardenal nabarro.
La actitud belicista
de los mandatarios franceses contra el cardenal de Iruinea-Pamplona, era un
modo por el cual ocultar su temor a Martin de Çalba. El nabarro era considerado
por ellos como un temible enemigo de la vía de cesión. Incluso, capaz por sí
solo de crear inconvenientes y dudas entre los partidarios de la retirada de la
obediencia al papa Luna.
La Universidad de
Paris adujo como motivos para la no admisión de Martin de Çalba a pesar de ser
el representante del papa de Avignon, por su condición de nabarro, es decir extranjero,
junto a su parcialidad y apego al propio juicio.
El rey Carlos III de
Nabarra, que también estuvo presente en Paris, e hizo exactamente lo contrario
de lo que le pidió el rey Charles VI de France. En lugar de secuestrar las
rentas de Martin de Çalba que le correspondía por el obispado pamplonés, le exoneró
del pago de impuestos. Mientras que por el otro lado, en lugar de influir e
intervenir para que el rey de Castilla y León retirase la obediencia al papa
aviñonés, trabajó para que se la restaurara de nuevo.
Además, las Cortes nabarras,
exigieron tres condiciones difíciles de cumplir por todos los implicados en
ellas. Primera, que puesto que la sustracción había de ser noticiada por el rey
de Nabarra, ésta se hiciese de tal manera que la obediencia sólo se
restableciese al único e indubitable sumo pontífice. Segunda, antes de dicha
publicación, se invitaría al cardenal de Iruinea-Pamplona a seguir el ejemplo
de su rey de Nabarra y de su Reino o Estado. Por último, el monarca francés se
comprometería, por medio de cartas patentes, a obtener del pontífice
indubitable, tanto para el rey de Nabarra, como su iglesia y el Reino de
Nabarra, las mismas gracias, privilegios, absoluciones y provisiones que
obtendría para sí mismo y para la iglesia y el Reino de France.
El 1 septiembre se
publicó en Avignon el edicto de sustracción y se obligó, mediante amenazas y
terror, a los empleados de la Curia pontificia, a excepción de unos pocos, a
abandonar la ciudad. Asñi pues, quedaron en Avignon cinco cardenales de la
obediencia del papa Luna. Dos en el interior del palacio pontificio, el de
Tarazona y Boyl, y los otros tres en la ciudad, el de Iruinea-Pamplona, el de Girona
y el de San Adrián.
Ante la mala pinta que
iban tomando los hechos, estos tres últimos cardenales preguntaron a los
síndicos y a otros notables si podían estar seguros en la ciudad. Estos les respondieron negativamente, a pesar
de que antes les habían ofrecido garantías. El de Girona, temiendo por su vida,
se refugió en el palacio del papa Luna.
Los habitantes de la
ciudad cercaron el acceso del palacio pontificio con barricadas, para que nadie
pudiera ingresar en él sin su licencia, y finalmente se rebelaron abiertamente
contra el papa Luna. En aquella hora, los cardenales de Iruinea-Pamplona y San
Adrián, avisados de lo que se tramaba, entraron en el palacio papal acompañados
de algunos vecinos, con los cuales había intención de negociar.
Algunos días después,
los cardenales de Iruinea-Pamplona, Girona y San Adrián, salieron durante algún
tiempo para tratar de la paz con el cardenal de Novo Castro en el palacio
episcopal, y con los vecinos en la catedral. Pero en ambos casos fue imposible
llegar a un acuerdo satisfactorio para las partes.
El 16 septiembre los
cardenales de Iruinea-Pamplona, Girona y San Adrián, estaban celebrando un
consejo secreto con el papa Luna. Esto fue aprovechado por el capitán francés Godofred
Boucicaut y sus cómplices, que contaron con la colaboración de los vecinos de
la ciudad, irrumpieron violentamente en las casas de los tres purpurados. Las
saquearon y expoliaron, robando a todos los familiares que encontraron, además
de herir y mutilar a varios de ellos.
A fines del mismo mes
diecisiete cardenales escribieron al rey de France aprobando la sustracción de
la obediencia y diciendo que ellos pensaban hacer lo mismo, denunciando al papa
Luna por hereje y fautor de cisma, puesto que rechazaba obstinadamente la vía
de cesión que él había jurado a la entrada del conclave. El papa Benedicto XIII
intentó inicialmente y de forma frívola, hacerles cambiar de parecer. Al final,
instigado por los cardenales de Iruinea-Pamplona y Tarazona, únicos que le
asistían, resolvió perseguirlos. Los cardenales traidores se pusieron a salvo
pasando al otro lado del Ródano y refugiándose en la población de Villeneuve.
La fuga de los
purpurados desertores de la causa benedictina, fue la que señaló el inicio de
las hostilidades contra el palacio pontificio, que se vio sometido a un asedio
en toda regla, bajo el efecto destructor y mortífero de minas subterráneas,
bombardas y ballestas. Peo el cerco no cogió desprevenido al papa Benedicto
XIII de Avignon, que con tiempo ya había almacenando víveres, armas y
municiones, y juntando una pequeña guarnición de soldados aragoneses, nabarros,
alemanes, castellanoleones, ingleses, franceses y también de varias comunas de
la Península Itálica.
los defensores
nabarros, encabezados por el cardenal de Iruinea-Pamplona Martín de Çalba,
fueron: el protonotario, capitán del sacro palacio y reverendo padre Bertrán de
Agramont, el chambelán del cardenal de Iruinea-Pamplona Roger de Aranguren, Nicolás
López de Roncesvalles, el arcediano de Lanso Bernardo Sánchez, Jaime de Huarte,
García Miguel de Caparroso, Miguel Martínez de Tafalla, García López de Isaba,
Blas García de Burgui, Jimeno de Canales, Juan García de Muñones, Juan Bruy de
Curicaron o Cuntareus, Miguel de Palmas; Pedro de Baquedano;, Juan Pérez de
Vidaurreta, Juan de Sarasa; Juan Pérez de Garro, Balduino de Saut, Juan de Moriones,
el presbítero Sancho de Uncastillo, que murió de un tiro de saeta, Juan de
Lecumberri y el ballestero Pedro Navarro, ballestero.
Todos lucharon con gran
heroísmo, sostenidos por la indómita energía del papa Luna; pero llegó un
momento en que el estado alimenticio y sanitario comenzó a empeorar alarmante, por
lo que el papa Benedicto XIII de Avignon se vio obligado a entablar
negociaciones.
El 24 de octubre los
cardenales Martin de Çalba, Godofred Boyl y Bonifacio degli Ammanati, confiados
en un salvoconducto que les extendió el capitán francés Godofred Boucicaut,
salieron del palacio pontificio para negociar un acuerdo, pero sin éxito. Cuando
quisieron regresar a la presencia del papa, fueron detenidos de repente y
encarcelados por orden del capitán francés Godofred Boucicaut bajo un falso
pretexto. Los cardenales de Iruinea-Pamplona y de San Adrián, obtuvieron
licencia para exponer al papa Luna ciertas condiciones, quedando el cardenal Boyl
prisionero en calidad de rehén. Terminada su misión, en lugar de quedarse en el
palacio pontificio, se presentaron nuevamente ante el traidor capitán francés,
para cumplir con su palabra dada.
A media noche y
despojados de sus vestidos cardenalicios, con doce o trece de sus familiares,
fueron llevados a una miserable lancha. En un principio, los apresados,
creyeron que iban a ser sumergidos en las aguas del Ródano hasta su muerte,
pero finalmente fueron conducidos al castillo de Bourbon, cerca de la población
de Tarascon, donde fueron encerrados, cada uno en una celda vil, estrecha y
húmeda, siendo siempre tratados cruel e inhumanamente, mientras gran parte de
sus bienes, depositados en la sacristía de la catedral aviñonesa, fueron robados.
Martin de Çalba y el
resto de prisioneros, sólo consiguieron una libertad relativa en la Pascua de
Resurrección acaecida el 30 marzo del
año 1399, después de pagar un rescate de 11.000 ó 12.000 escudos y de sufrir
enormes pérdidas en sus bienes.
Inmediatamente se
presentaron ante el papa Luna, pero no se les consintió permanecer de continuo
en el palacio apostólico, sino en sus casas particulares de Avignon. Rara vez
se les concedió autorización para entrevistarse con el papa Benedicto XIII de
Avignon, sino era por conveniencia de los cardenales disidentes y de los
vecinos de la ciudad.
A comienzos del año
1400, Martin de Çalba, sin olvidarse de la catedral de Iruinea-Pamplona, contribuyó
con unos 180 florines a la construcción de un coro en la misma.
Por este tiempo se estaba ya a dos dedos de la
ruptura total entre el papa Benedicto XIII de Avignon y la corte francesa, que
fomentaba la idea de un tercer papa. El papa Luna, en la primavera de ese año, pensó
en el envío de una embajada a Paris. Como era de espera, El cardenal de Iruinea-Pamplona
revisó las instrucciones, hizo perspicaces observaciones, procuró limar toda
aspereza suprimiendo cualquier frase punzante por temor de provocar la ruptura
definitiva, sobre todo con el duque de Orléans. A juicio de Martin de Çalba, la
elección de un tercer papa sólo produciría mayor confusión en la cristiandad.
Ya en verano, el papa Luna
sometió a examen de sus consejeros, la cuestión de si el pontífice podía
someterse de antemano al parecer del duque de Orléans. Por supuesto, el
cardenal pamplonés Martin de Çalba terció en el debate, dando una respuesta
negativa.
El emperador romano-germánico
fue depuesto el 20 agosto, sucediéndole enseguida Robert de Bayern. Mientras el
papa Bonifacio IX de Roma permaneció extraño y distante a la deposición del
emperador, el cardenal de Iruinea-Pamplona anunció prematura y equivocadamente el
reconocimiento de Robert de Bayern por el papa de la obediencia intrusa e
ilegal romana.
Por otro lado, ese
mismo año, el rey Carlos III de Nabarra colmó de ayudas a Martin de Çalba por
el obispado y la tesorería de Iruinea-Pamplona, así como por los prioratos de Uxue-Ujué
y Villatuerta.
Hacia el mes de mayo
los provenzales restituyeron espontáneamente su obediencia al papa Benedicto
XIII de Avignon. Esto provocó que los habitantes de Avignon se alarmaran.
Temiendo un ataque de los catalano-aragoneses, estalló una rebelión contra el
papa Luna y el cardenal de Iruinea-Pamplona. Varias noches anduvieron por la
ciudad más de 600 hombres armados, deteniéndose cerca de una hora ante la
posada del abad de Ripoll, uno de los embajadores aragoneses. Finalmente,
rodearon el mesón de San Marcos y el palacio del cardenal de Iruinea-Pamplona,
que estaba junto a la catedral de Avignon. Entraron y lo registraron de arriba
abajo en busca de catalano-aragoneses armados, o sencillamente reunidos.
Después repitieron la misma operación en la posada de San Marcos, Donde
trataban de localizar a Sancho, familiar del vizconde de Roda, a quien habrían
sumergido en el Ródano, si lo hubiesen encontrado.
Ante tales sucesos, el
rey de Nabarra se mantuvo siempre informado al estar en contacto permanente con
el cardenal de Iruinea-Pamplona. Así, el 25 mayo, un mensajero partió para Avignon
con cartas suyas para el cardenal pamplonés, sin saber que 9 días antes Martin
de Çalba se vio obligado a abandonar dicha ciudad.
Los cardenales y los
dirigentes de la ciudad habían acordado que el cardenal de Iruinea-Pamplona
abandonase definitivamente la ciudad. Así pues, Martin de Çalba se alejó de
ella el 14 mayo, concretamente después de la comida. Antes de que se marchase,
fueron a visitarle tres cardenales desobedientes, ofreciéndose a su disposición
por si algo necesitara. El cardenal de Iruinea-Pamplona se quedó estupefacto de
su cinismo y les echó en cara la muerte del cardenal de San Adrián en la cárcel
y la del cardenal Boyl. Además les mostró su indignación por sitio del palacio
pontificio, el cual se asemejaba más a una prisión. Por la cautividad del papa Luna
y la tiranía con que regían la ciudad, en la que el nabarro creía tener tanto
como cualquier otro cardenal.
Martin de Çalba se
retiró al lugar de Aramón, donde permaneció algunos días. De allí marchó a la
ciudad de Arles, en cuyo palacio arzobispal residió en adelante, gozando siempre
de la absoluta confianza del papa Benedicto XIII de Avignon. Los documentos y
la correspondencia del papa Luna continuaron pasando por las manos de cardenal
de Iruinea-Pamplona.
El partido extremista,
capitaneado por Simón de Cramaud, halló la manera de complicar más la situación
del papa Luna, originando una campaña de propaganda en favor de la celebración
de un concilio general, de la obediencia aviñonesa, para la elección de un
tercer papa. El cardenal de Irunea-Pamplona estaba lejos de compartir su
opinión. Según el Derecho Canónico, los cardenales carecían de atribuciones
sobre la materia y el papa tenía causa justa para rehusar la asamblea, mientras
durase su cautiverio y despojo.
Martin de Çalba creía
que sus colegas no se arrojarían a una aventura con riesgo de que nadie les
obedeciera. Sin embargo, el peligro era real y no cabía otro recurso que ganar
tiempo por medio de inteligentes negociaciones, ya que el cardenal de
Iruinea-Pamplona estaba planeando la evasión del papa Luna.
Antes del 6 junio del
año 1402, la casa que poseía el cardenal de Iruinea-Pamplona en Avignon, había
sido quemada. El 23 del mismo mes Martín de Çalba autorizó de parte del papa
Benedicto XIII de Avignon, a la duquesa de Breizh y a las personas de su
séquito, para comunicarse con los cismáticos, en atención a que ella se
disponía a dirigirse a país urbanista.
El 26 agosto Louis II de Anjou visitó al papa Benedicto
XIII de Avignon y trató con él sobre una cuestión económica. Louis I de Anjou
había prestado en su día al papa Gregorio XI, 100.000 mil francos para su
regreso a Roma y poco después otros 35.000 francos al papa Clemente VII de
Avignon. Louis II aseguraba que esta deuda no había sido liquidada totalmente. No
pudiendo ponerse de acuerdo, el papa Luna y Louis II, convinieron en confiar
este problema a cuatro arbitrios; dos por cada parte. El papa de Avignon escogió
a Martin de Çalba y al chantre de Bayeux Juan de Costa. Nuevamente la inteligencia
y el razonamiento lúcido del cardenal de Iruinea-Pamplona logro aclarar aquel
embrollo a satisfacción de las partes afectadas.
Los franciscanos y
agustinos de la ciudad de Grasse en la Provença, sostenían un pleito con
Honorato Cosme y Pedro Agnés, vecinos de dicha ciudad, en torno a unas
cantidades anuales que el difunto Jacques Muton, les había asignado sobre sus
bienes y que dichos conventos habían percibido durante unos veinte años. El
papa Benedicto XIII de Avignon facultó al cardenal Martin de Çalba para que,
oídas las partes, solventase la causa.
Martin de Çalba fue
protector y vicario de la orden franciscana, por nombramiento expreso de la
Santa Sede de Avignon en fecha indeterminable. Este cargo le confirió
amplísimas atribuciones para intervenir en los asuntos internos de la orden. De
hecho el cardenal de Iruinea-Pamplona pronunció una sentencia sobre la elección
de Gianni Bardolini para ministro general, verificada posteriormente en el año
1403 en el capítulo de Avignon. Un resentido, Arnulfo de Fonte, combatió la
elección, pero esta fue confirmada por el papa Luna.
Estas cuestiones no
distrajeron a Martin de Çalba del proyecto que venía madurando para liberar al
papa. El plan se había estado preparando lentamente. En las instrucciones dadas
a los embajadores aragoneses, el condestable del Reino de Aragón Jaime de
Prades, y los consejeros del rey aragonés Vidal de Blanes, Juan de Valterra y
Francés de Blanes, que estaban enviados a las Cortes de Paris y Avignon, se les
encomendó que expusiesen al papa Luna cómo el rey de Aragón había tenido unas
vistas con el rey de Nabarra en la raya fronteriza entre Mallén y Cortes el
pasado enero. En su entrevista trataron del estado del Santo Padre y de la
Iglesia, conviniendo en trabajar juntos por la unidad de la misma, buscando la
suerte necesaria con la cual fuera liberado el papa Luna. Acordaron también
enviar embajadores al rey de Castilla y León para formar con él una liga sobre
estas materias, algo que lograron. Por parte del Reino de Nabarra fueron
designados el licenciado en Derecho Miguel de Echarri, Guillén Arnaut de Santa
María y el miembro de la orden del Hospital fray Juan de Asiain.
El embajador del rey
Martín I de Aragón Jaime de Prades y sus colegas, juntamente con el cardenal de
Iruina-Pamplona, fijaron la evasión del papa Luna para el amanecer del día 12
de marzo del año 1403, fiesta de San Gregorio Magno. El papa Benedicto XIII de
Avignon se disfrazó de cartujo y puso sobre su pecho una hostia consagrada.
También tomó consigo una carta del rey Charles VI de France, que desautorizaba
las violencias contra el pontífice. A través de los corredores del
palacio-fortaleza, el papa Luna llegó a una puerta que daba acceso a la casa
del deán de nuestra Señora. La puerta estaba tapiada con piedras de sillería.
Fueron removidas sutilmente y, a través de ella, sin que se diesen cuenta los
centinelas, el papa Luna se vio en la calle, donde le esperaban el condestable
del Reino de Aragón Jaime de Prades, el caballero aragonés Francisco de Paz, el
Doctor en Leyes Juan de Valterra y el Doctor en Decretos Francisco de Blanes.
El evadido y sus
rescatadores llegaron sin dificultad al mesón de San Antonio, en que se alojaban
los enviados aragoneses. Allí esperaron a que, al clarear del día, se abriera
la puerta de la Oulle, segunda del Ródano. El papa, Luna, montado a caballo
llegó a la orilla del río, donde le esperaba una barca enviada por el cardenal
de Iruinea-Pamplona, estando comandada esta por un monje de Montemayor, al frente
de catorce fornidos remeros.
La barcaza descendió por
el curso del río con rapidez, impulsada por la corriente. Después remontó el curso
del Durence y se detuvo en la orilla izquierda a la altura de Chateaurenard. Allí
le aguardaba el cardenal de Iruinea-Pamplona, con gentes de armas y
cabalgaduras para el papa Luna y sus acompañantes.
A las nueve de la
mañana del día 12 marzo, el papa Benedicto XIII de Avignon hacía su entrada en
el castillo de Chateaurenard. Más tarde el papa Luna edificó en él una capilla
en honor de San Gregorio.
Ante la noticia de la
inesperada e inadvertida evasión del papa Luna, los vecinos de Avignon se quedaron
estupefactos, abandonando a continuación el cerco de la ciudad. Los servidores
del papa Luna salieron libremente y fueron a juntarse con su señor.
Los otros cardenales, como
gentes acostumbradas a seguir la fortuna, trataron por todos los medios
posibles de aplacar al papa de Avignon, a quien más de una vez habían ofendido,
y le ofrecieron humildemente su obediencia como antes.
La paz entre el papa Luna y los cardenales quedó
concertada el 28 de marzo en el castillo de Chateaurenard, en presencia del
cardenal Martin de Çalba. Fue ésta la última intervención del cardenal de Iruinea-Pamplona
en la gran política.
El 13 junio, el rey
Carlos III de Nabarra, le concedió al cardenal pamplonés la misma gracia de los
años anteriores, tanto para el obispado iruñes, como para los prioratos de
Uxue-Ujué y Villatuerta. Además también por el priorato de San Marzal de Tutera-Tudela
y los demás beneficios que tenía en el Estado de Nabarra. Incluso, dispenso al
chambelán del Cardenal de Iruinea-Pamplona Rodrigo de Aranguren, del pago de
impuestos.
Con la liberación del
papa Luna y su reconciliación con el sacro colegio, Martin de Çalba sintió que hubiera
cumplido su misión en la tierra.
Al medio año de estos
grandes acontecimientos, concretamente el 27 de octubre, murió en Salon, cerca
de Narbona, sin haber dado el bochornoso espectáculo de sus colegas purpurados,
mudables como la rosa de los vientos.
El nabarro Martin de
Çalba fue enterrado en el monasterio cartujo de Bonpas.
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