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2015/03/14

Reyes en la Llanada

Reyes en la Llanada
Fernando Sánchez Aranaz, Gasteiz-Nabarra

Que la realeza tiene un particular atractivo es algo que está fuera de toda duda. Que se lo digan a los mocetes y mocetas que al anochecer del día cinco se agolpaban en las aceras, para contemplar el paso de sus majestades los Reyes Magos de Oriente.

Nuestra tierra, la Llanada, encrucijada de caminos, ha visto pasar por ella gentes de las más diversas alcurnias, desde mercaderes a guerreros, desde peregrinos a simples vagabundos y, por supuesto, a gentes de encumbrada alcurnia. Nos podemos imaginar el asombro de los aguraindarras, entonces llamados salvaterranos, y de los habitantes de los pueblos de los alrededores, cuando a finales del invierno de 1367 vieron llegar a estas tierras a un formidable ejército de más de diez mil guerreros, a cuya cabeza marchaba un soberbio personaje revestido de una armadura completamente negra.

Se trataba de Eduardo de Woodstock, Príncipe de Gales, llamado “el Príncipe Negro”, al mando de las fuerzas que venían para reponer en su trono al rey de Castilla, Pedro I, llamado “el Justiciero” por sus leales y “el Cruel” por sus enemigos, desposeído del mismo por su hermano bastardo Enrique de Trastámara. Eran tiempos difíciles. Una veintena de años antes la peste negra había asolado Europa. En cinco años la población del continente descendió de 86 a 51 millones de habitantes. Previamente la guerra se había adueñado del occidente europeo, cuando en 1340 el rey de Inglaterra, Eduardo III, se había proclamado rey de Francia, disputando el trono a su pariente Felipe de Valois, coronado como Felipe VI de Francia. Tras dos décadas de lucha se llegó a una tregua, en 1360. Quedaba un problema. La guerra se había llevado a cabo, sobre todo por el lado francés, mediante la actuación de tropas de mercenarios, conocidas como “las Grandes Compañías”, que ahora, en tiempo de relativa paz, faltos de actividad y de fuentes de ingresos, se dedicaban a saquear las comarcas francesas.

El rey de Francia, entonces Carlos V, encontró una solución a ese problema. Animó a Enrique de Trástamara, quien no era más que uno de los capitanes de las Compañías, a postularse como candidato a la corona de Castilla, con la ayuda de otro ilustre capitán, el bretón Bertrand du Guesclin. Ambos, al mando de la mayor parte de las Compañías que merodeaban por Francia, con la debida financiación y el apoyo del rey de Aragón, pasaron a la Península Ibérica.

El tal Enrique era el mayor de los diez hijos bastardos que el rey de Castilla, Alfonso XI, tuvo con su amante Leonor de Guzmán.

Enrique, con sus tropas mercenarias, se hizo coronar rey de Castilla en Burgos e hizo huir a su hermano, quien se refugió en la corte del Príncipe Negro en Gascuña. Tal cosa no habría sido posible sin el apoyo de gran parte de la nobleza castellana, ya que el rey Pedro I se había apoyado para su gobierno en el pueblo, incluidos musulmanes y judíos, marginando a los nobles.

Entonces tomaron cartas en el asunto Inglaterra, que poseía la Gascuña por herencia de la duquesa Eleonor de Aquitania, y Navarra, siempre necesariamente alerta ante sus poderosos vecinos, Castilla, Francia y Aragón. Así se llegó al tratado de Libourne, en el que el rey de Castilla, a cambio de su apoyo para la recuperación del trono, restituía a Carlos II de Navarra “las tierras de Guipúzcoa con todos sus puertos de mar, enteramente, Vitoria y todo Álava, enteramente, y Calahorra y Alfaro y Logroño, con todos sus términos y aldeas (…), y Nájera, Haro, Briones, Labastida y todo lo que fue Navarra”, es decir, los territorios que su antepasado, Alfonso VIII, había conquistado el año 1200, excepto Bizkaia y sus puertos, que Pedro I cedía al Príncipe de Gales, a cambio de su ayuda.

Aquel ejército, al mando de Eduardo de Woodstock, estaba formado fundamentalmente por ingleses, gascones, castellanos y navarros. Entraron en la Llanada hacia el 15 de marzo, por la calzada romana, que estuvo en uso hasta hace escasamente un par de siglos, cuando en 1820 se trazó la carretera de Navarra, que luego fue la N-I.

Ignoramos donde se alojarían tan egregios personajes. Hay que tener en cuenta que la Salvatierra que ha llegado a nuestros días, no tiene mucho que ver con la del siglo XIV, debido al gran incendio que destruyó la villa el año 1564, pero sin duda habría algún palacio digno de darles cobijo.

La vanguardia del ejército se dirigió a la cuenca de Vitoria, encontrándose en Ariñez con una tropa de seiscientos lanceros, al mando de Tello, hermano de Enrique de Trastámara. Los castellanos hicieron gran mortandad entre los arqueros ingleses, al mando del capitán Thomas Felton, en el lugar que se conoce como Inglesmendi, que quiere decir Cementerio de los Ingleses. Los franceses, aliados del de Trastámara, se disgustaron bastante por ello, ya que su costumbre no era matar a los enemigos, sino apresarlos para pedir rescate por ellos.

En su iglesia de Santa María, hoy llamada de la Asunción de Nuestra Señora, se descubrieron en 1982 en el ábside, unas interesantísimas pinturas, datadas en la segunda mitad del siglo XIV, un poco posteriores a las cercanas de Gazeo, pero de un estilo completamente diferente. Se trata de figuras esquemáticas monocromas, en color ocre, que representan tanto figuras humanas, animales y árboles, como edificios, tanto religiosos como militares. Destacan las figuras de guerreros, así como el asedio a un castillo. También aparecen tres peregrinos. Mucho se ha discutido acerca del significado de estas pinturas. Para empezar, hay que decir que dado su emplazamiento, en el ábside de una iglesia, su temática no puede ser sino religiosa. En ese sentido, podría interpretarse el conjunto como una representación simbólica de los tres estadios de la existencia humana, el material, el vital y el espiritual, estableciendo un paralelismo con los tres estamentos de la sociedad medieval, el pueblo, la nobleza y el clero.

¿Quién fue el autor de estas pinturas? Por su estilo parecen estar relacionados con ciertos frescos ingleses de la misma época, lo cual no nos resulta extraño, ya que, como sabemos, en Alaitza pudieron acampar parte de las tropas que al mando del Príncipe de Gales. Todo ello, unido  a la exacta representación de las armas y vestimentas militares de las pinturas, nos inclinan a creer que quien las realizó era un entendido en el tema, un guerrero en definitiva, probablemente inglés.

El ejército del Príncipe Negro venció al de Enrique de Trastámara en un paraje entre Navarrete y Nájera. Posteriormente, el usurpador se repondría de la derrota, venciendo  a su vez y asesinando a su hermano Pedro en Montiel, con lo que se hizo con la corona de Castilla con el nombre de Enrique II. Los territorios que habían retornado a Navarra, entre ellos la Llanada, serían luego otra vez conquistados por los castellanos.

Para quien quiera revivir estas historias sobre el terreno, la Cuadrilla de Salvatierra ofrece visitas guiadas a las iglesias de Gazeo, Alaitza y Añua. Es preciso concertarlas llamando al teléfono 945302931 en horario de 10 a 14, excepto los lunes.

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©NABARTZALE BILDUMA 2011

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