Reyes en la Llanada
Fernando Sánchez
Aranaz, Gasteiz-Nabarra
Que la realeza tiene
un particular atractivo es algo que está fuera de toda duda. Que se lo digan a
los mocetes y mocetas que al anochecer del día cinco se agolpaban en las
aceras, para contemplar el paso de sus majestades los Reyes Magos de Oriente.
Nuestra tierra, la
Llanada, encrucijada de caminos, ha visto pasar por ella gentes de las más
diversas alcurnias, desde mercaderes a guerreros, desde peregrinos a simples
vagabundos y, por supuesto, a gentes de encumbrada alcurnia. Nos podemos
imaginar el asombro de los aguraindarras, entonces llamados salvaterranos, y de
los habitantes de los pueblos de los alrededores, cuando a finales del invierno
de 1367 vieron llegar a estas tierras a un formidable ejército de más de diez
mil guerreros, a cuya cabeza marchaba un soberbio personaje revestido de una
armadura completamente negra.
Se trataba de Eduardo
de Woodstock, Príncipe de Gales, llamado “el Príncipe Negro”, al mando de las
fuerzas que venían para reponer en su trono al rey de Castilla, Pedro I,
llamado “el Justiciero” por sus leales y “el Cruel” por sus enemigos,
desposeído del mismo por su hermano bastardo Enrique de Trastámara. Eran
tiempos difíciles. Una veintena de años antes la peste negra había asolado
Europa. En cinco años la población del continente descendió de 86 a 51 millones
de habitantes. Previamente la guerra se había adueñado del occidente europeo,
cuando en 1340 el rey de Inglaterra, Eduardo III, se había proclamado rey de
Francia, disputando el trono a su pariente Felipe de Valois, coronado como
Felipe VI de Francia. Tras dos décadas de lucha se llegó a una tregua, en 1360.
Quedaba un problema. La guerra se había llevado a cabo, sobre todo por el lado
francés, mediante la actuación de tropas de mercenarios, conocidas como “las
Grandes Compañías”, que ahora, en tiempo de relativa paz, faltos de actividad y
de fuentes de ingresos, se dedicaban a saquear las comarcas francesas.
El rey de Francia,
entonces Carlos V, encontró una solución a ese problema. Animó a Enrique de
Trástamara, quien no era más que uno de los capitanes de las Compañías, a
postularse como candidato a la corona de Castilla, con la ayuda de otro ilustre
capitán, el bretón Bertrand du Guesclin. Ambos, al mando de la mayor parte de
las Compañías que merodeaban por Francia, con la debida financiación y el apoyo
del rey de Aragón, pasaron a la Península Ibérica.
El tal Enrique era el
mayor de los diez hijos bastardos que el rey de Castilla, Alfonso XI, tuvo con
su amante Leonor de Guzmán.
Enrique, con sus
tropas mercenarias, se hizo coronar rey de Castilla en Burgos e hizo huir a su
hermano, quien se refugió en la corte del Príncipe Negro en Gascuña. Tal cosa
no habría sido posible sin el apoyo de gran parte de la nobleza castellana, ya
que el rey Pedro I se había apoyado para su gobierno en el pueblo, incluidos
musulmanes y judíos, marginando a los nobles.
Entonces tomaron
cartas en el asunto Inglaterra, que poseía la Gascuña por herencia de la
duquesa Eleonor de Aquitania, y Navarra, siempre necesariamente alerta ante sus
poderosos vecinos, Castilla, Francia y Aragón. Así se llegó al tratado de
Libourne, en el que el rey de Castilla, a cambio de su apoyo para la
recuperación del trono, restituía a Carlos II de Navarra “las tierras de Guipúzcoa con todos sus puertos de mar, enteramente,
Vitoria y todo Álava, enteramente, y Calahorra y Alfaro y Logroño, con todos
sus términos y aldeas (…), y Nájera, Haro, Briones, Labastida y todo lo que fue
Navarra”, es decir, los territorios que su antepasado, Alfonso VIII, había
conquistado el año 1200, excepto Bizkaia y sus puertos, que Pedro I cedía al
Príncipe de Gales, a cambio de su ayuda.
Aquel ejército, al
mando de Eduardo de Woodstock, estaba formado fundamentalmente por ingleses,
gascones, castellanos y navarros. Entraron en la Llanada hacia el 15 de marzo,
por la calzada romana, que estuvo en uso hasta hace escasamente un par de siglos,
cuando en 1820 se trazó la carretera de Navarra, que luego fue la N-I.
Ignoramos donde se
alojarían tan egregios personajes. Hay que tener en cuenta que la Salvatierra
que ha llegado a nuestros días, no tiene mucho que ver con la del siglo XIV,
debido al gran incendio que destruyó la villa el año 1564, pero sin duda habría
algún palacio digno de darles cobijo.
La vanguardia del
ejército se dirigió a la cuenca de Vitoria, encontrándose en Ariñez con una
tropa de seiscientos lanceros, al mando de Tello, hermano de Enrique de
Trastámara. Los castellanos hicieron gran mortandad entre los arqueros
ingleses, al mando del capitán Thomas Felton, en el lugar que se conoce como
Inglesmendi, que quiere decir Cementerio
de los Ingleses. Los franceses, aliados del de Trastámara, se disgustaron
bastante por ello, ya que su costumbre no era matar a los enemigos, sino
apresarlos para pedir rescate por ellos.
En su iglesia de Santa
María, hoy llamada de la Asunción de Nuestra Señora, se descubrieron en 1982 en
el ábside, unas interesantísimas pinturas, datadas en la segunda mitad del
siglo XIV, un poco posteriores a las cercanas de Gazeo, pero de un estilo
completamente diferente. Se trata de figuras esquemáticas monocromas, en color
ocre, que representan tanto figuras humanas, animales y árboles, como
edificios, tanto religiosos como militares. Destacan las figuras de guerreros,
así como el asedio a un castillo. También aparecen tres peregrinos. Mucho se ha
discutido acerca del significado de estas pinturas. Para empezar, hay que decir
que dado su emplazamiento, en el ábside de una iglesia, su temática no puede
ser sino religiosa. En ese sentido, podría interpretarse el conjunto como una
representación simbólica de los tres estadios de la existencia humana, el
material, el vital y el espiritual, estableciendo un paralelismo con los tres
estamentos de la sociedad medieval, el pueblo, la nobleza y el clero.
¿Quién fue el autor de
estas pinturas? Por su estilo parecen estar relacionados con ciertos frescos
ingleses de la misma época, lo cual no nos resulta extraño, ya que, como
sabemos, en Alaitza pudieron acampar parte de las tropas que al mando del
Príncipe de Gales. Todo ello, unido a la exacta representación de las
armas y vestimentas militares de las pinturas, nos inclinan a creer que quien
las realizó era un entendido en el tema, un guerrero en definitiva,
probablemente inglés.
El ejército del
Príncipe Negro venció al de Enrique de Trastámara en un paraje entre Navarrete
y Nájera. Posteriormente, el usurpador se repondría de la derrota,
venciendo a su vez y asesinando a su hermano Pedro en Montiel, con lo que
se hizo con la corona de Castilla con el nombre de Enrique II. Los territorios
que habían retornado a Navarra, entre ellos la Llanada, serían luego otra vez
conquistados por los castellanos.
Para quien quiera
revivir estas historias sobre el terreno, la Cuadrilla de Salvatierra ofrece
visitas guiadas a las iglesias de Gazeo, Alaitza y Añua. Es preciso
concertarlas llamando al teléfono 945302931 en horario de 10 a 14, excepto los
lunes.