Eneko
Aritza, un rey diferente
Mikel Etxebarria Dobaran
Hace unos 1.200 años, en el siglo VIII y por
estos lares, tuvimos un monarca con personalidad propia. Vamos a intentar
reflejar su existencia verídica, objetiva y documentada, no es ninguna leyenda.
Nos referimos a Eneko Aritza (Iñigo Arista), apodado El Vascón. La exactitud en los datos, aunque tomados
fundamentalmente de Auñamendi y de Estornés Lasa y teniendo como fuente al
historiador musulmán-cordobés Ibn Haiyan y al Códice de Meyá o de Roda, hay que
tomarlos con cautela, ya que el conocimiento sobre la vida del considerado Primero de los Vascones está
ubicado en cierta penumbra.
Nació en 780 y murió en 852. Siendo hijo de otro
Eneko y originario de Bigorre. Antes de su nacimiento, en el año 778, y con la
participación de su padre, tuvo lugar la primera batalla de Orreaga
(Roncesvalles), una de las más importantes de la Edad Media, según señala
Aitzol Altuna y fuente para la creación de mitos chauvinistas (no por nuestra
parte), según indica Stephen Hayward, y donde se derrotó al invencible, hasta
entonces, ejército de Carlomagno. Los francos, tanto con el relato de Einhard
(ó Eginardo) acusando a los vascos de sanguinarios, como con la Chanson de Roland adjudicando la
maldad a los sarracenos, harían, contradiciendo el dicho de que la historia la
escriben los vencedores, versiones distorsionadas de la realidad.
Eneko Aritza, contrario a la expansión
carolingia, se enfrentaría en el año 824 a los francos, ejerciendo de buruzagi
(jefe) en la considerada segunda batalla de Orreaga, donde se les volvió a
derrotar. Su victoria acrecentó su prestigio y le llevó a ser rey. Y no fue
designado por uno de los procedimientos habituales, es decir, por providencia
divina (¡¡¡), por decisión digital de dictador, por guerra , conquista o
usurpación, por herencia o por abdicación. Es nombrado rey de Pamplona, y por
tanto fundador del Reino (que luego se llamaría de Navarra), por sus
colaboradores. Dicen que, coronado en el valle del Roncal, ennobleció y
fortificó diversas localidades navarras y expandió el Reino. Hay que añadir,
como señalan los sacerdotes historiadores Estomba y Arrinda, que jamás aceptó
que le trataran como rey. No era una figura decorativa, sino un líder. Fue un
dirigente habilidoso, que unió a vascos de distintas comarcas, que se relacionó
con los vascones ultrapirenaicos y que logró pergeñar y mantener alianzas
variopintas. Al parecer, supo aunar la osadía en la batalla con la diplomacia
en la política. Fue también el precursor de un proceso integrador para el
pueblo vasco, tomando como punto neurálgico a Iruñea (Pamplona) y los valles y
comarcas circundantes, iniciando además una emancipación del poder franco
(fundamentalmente, con enfrentamientos) y del poder musulmán (sobre todo, con
pactos). Anciano y paralítico, se retiró para morir, en el año 852, al
monasterio de Leyre.
Eneko Aritza puede traducirse literalmente al
castellano por el roble de mi casa. El
roble (dadas las características de nuestro árbol emblemático) se
puede interpretar como el fuerte, el
duro o el noble. La latinización y transformación onomatopéyica
de Eneko Aritza lleva a pronunciarse y escribirse, en castellano como Iñigo
Arista y en árabe como Yannaquo (o Wannaquo) Ibn Wannaquo, aunque en este
último caso podría equivaler a Eneko
hijo de Eneko. También hay quien defiende que Eneko podría derivar de Oneko (bueno,
buen hombre, de buena estrella). Por tanto, Iñigo es la latinización de Eneko,
con lo que ambos nombres tienen relación, pero no Iñigo e Ignacio (Iñaki en
euskera). Amatiño e Iñaki Anasagasti ya han explicado que el error de
relacionar estos dos últimos nombres deriva de que Iñigo (López) de Loyola decidió
cambiarse, como lo hacen otros religiosos, en vísperas de fundar la Compañía de
Jesús, el nombre por Ignacio (en vez de por Agustín o Juan), ya que este
nombre, además de su aproximación fonética, era más conocido en Italia por la
devoción a San Ignacio de Antioquía.
No puedo soslayar, perdón por el anacronismo,
que nuestro histórico Eneko Aritza, por su envergadura, pundonor y fortaleza,
podría haber sido un magnífico delantero centro de nuestro Athletic. Como lo
fue, otro Eneko, sucesor de Zarra, Eneko Arieta-Araunabeña, padre político de
¡otro Eneko!, el lehendakari Iñigo Urkullu. Y como lo es, otro Aritza, nuestro
delantero actual Aritz Aduriz. Guiños de nuestra intrahistoria, diría Unamuno.
En cuanto a monumentos en su honor, el asunto es
manifiestamente mejorable, ya que en Pamplona, en una ronda de circunvalación,
tiene dedicada desde hace
diez años una escultura en acero inoxidable de trece metros de altura con
aspecto de guerrero batusi (!!!). En Madrid, tiene otra desde hace 260 años en
piedra blanca, de tamaño normal, ubicada ni más ni menos que en la plaza de
Oriente (¡qué habrá visto y oído allí!), y en la Comunidad Autónoma Vasca no
nos consta ninguna.