La conquista de Navarra
Fernando Sánchez
Aranaz, Gasteiz-Nabarra
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Hace dos años tuvo
lugar la conmemoración del quinto centenario de la invasión de lo que quedaba
del Reino de Navarra, que condujo, tras una guerra que duró once años, a su
anexión por parte de Castilla. Sin embargo, ésa no fue la única conquista que
padeció el Reino a manos de sus belicosos vecinos, sino tan sólo el principio
del, por ahora, último acto de esta historia. En efecto, la cosa venía de
lejos. Tanto como que ya los reyes de la Hispania visigoda mantuvieron un
constante acoso a las fronteras del Ducado de Vasconia, predecesor del Reino de
Navarra, que sólo cesó tras la llegada de los musulmanes a la península ibérica
en 711.
Portada de un conocido libro de Pello Guerra alusivo al expansionismo castellano |
Esa política
imperialista de los visigodos se trasladó al reino astur-leonés, donde se
habían refugiado sus descendientes, de manera que, durante siglos, la parte
occidental del territorio de Vasconia sufrió la presión de los astur-leoneses,
tanto mientras esa zona era parte del Ducado de Vasconia, como cuando su parte
continental fue conquistada, en el año 769, por el rey franco Carlomagno. A
partir de entonces, las crónicas francas llamarán vascones a los dominados por
ellos, constituyendo el Reino de Aquitania, que será entregado en 781 al hijo
de Carlomagno, Ludovico Pío. A los vascones rebeldes al dominio franco, los del
sur de la cordillera pirenaica, las crónicas les llamarán navarros.
Éstos vencerán a los
francos de Carlomagno en Roncesvalles en el año 778 tras un infructuoso intento
de conquista, y a los de su sucesor, Ludovico Pío, en 823, lo que llevará a la
proclamación por los navarros de Eneko Garzeitz, conocido como Aritza, como Rey
de Pamplona.
Desde aquellos remotos
tiempos, aparecen los condes de Álava vinculados a la monarquía pamplonesa.
Incluso existe una leyenda, citada por el padre José Moret, quien fuera
cronista del Reino de Navarra en el siglo XVII, que relata como el rey Eneko
Arista habría donado, en el año 839, a su alférez mayor, Eneko de Lane o de
Lalanne, “un valle y monte por nombre Larrea, que dice está a la entrada de
Álava, desde el río hasta la montaña alta de Guipúzcoa llamada Arbamendi y una
torre que el rey había edificado”. El Reino de Pamplona alcanzará su apogeo
bajo el reinado de Sancho III el Mayor. En aquel tiempo, quedarán unificados
los territorios habitados por vascones, bien fuera por pertenecer al Reino de
Pamplona o por vasallaje, como es el caso del ducado de Gascuña, gobernado por
Guillermo II Sánchez, con quien estaba emparentado.
Existe la interesada
ficción de que Sancho III, en su testamento, dividió el Reino entre sus hijos,
lo cual es falso. Su hijo mayor, pero natural, Ramiro, recibió Aragón como
régulo, siempre supeditado a su hermano García, primer hijo legítimo de Sancho,
que fue quien recibió el Reino, estableciendo su corte en Nájera, mientras que
su hijo Fernando fue conde de Castilla por herencia materna y, más tarde, rey
de León, por su matrimonio con Sancha de León, con la ayuda de su hermano
García, el rey de Pamplona. El cuarto hijo, Gonzalo, fue conde, también llamado
régulo, de Sobrarbe y Ribagorza.
El príncipe Carlos de
Viana (1421-1461) tomó como divisa la frase Utrimque
roditur, que significa Por todas partes me roen, lo cual podría ser un
resumen de la historia de Navarra. En efecto, desde el siglo XI se da una
continua pérdida territorial, que tiene dos constantes. En primer lugar, la
avidez expansionista de sus vecinos, especialmente del Reino de Castilla, pero
también del Condado de Barcelona y, más tarde de la Corona de Aragón. En
segundo lugar, pero no menos importante, la pertinaz traición de los señores
navarros, deseosos de disfrutar de los privilegios que a los castellanos daba
el sistema feudal, emanado del derecho germánico, en contra del derecho
pirenaico, propio del Estado navarro, que era de naturaleza electiva y no
creaba jurisdicciones separadas de la del Estado. Fue esa doble presión la que
llevó, en 1056, a la batalla de Atapuerca, donde murió el rey García III, y en
1076 al asesinato del rey Sancho IV, perpetrado por su hermano Ramón en el
contexto de una conspiración urdida por los castellanos. Los navarros elegirán
como su rey a su primo Sancho Ramírez de Aragón, pero Alfonso VI de León
invadirá La Rioja. Los posteriores monarcas pirenaicos, recuperaron los
territorios de la época de Sancho el Mayor, según consta en los Pactos de
Támara, suscritos en 1127 entre Alfonso I el Batallador, rey de Pamplona y
Aragón, y Alfonso VII de León.
Desgraciadamente,
Alfonso murió sin descendencia en 1134, habiendo testado a favor de las órdenes
militares, pero, una vez más los castellano-leoneses, esta vez en connivencia
con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, tramaron una conjuración,
mediante la cual colocaron en el trono al hermano de Alfonso, Ramiro, que era
obispo de Roda, con la oposición de los señores pirenaicos, que fueron pasados
por las armas. Quienes apoyaron la conjura, fueron recompensados con feudos en
el recién conquistado Reino de Zaragoza, mientras los navarros elegían como rey
a un descendiente de Sancho el Mayor, García Ramírez, y los castellanos volvían
a conquistar los Montes de Oka, la Bureba y La Rioja.
El hijo de García
Ramírez, Sancho VI el Sabio, promovió un arduo trabajo para organizar el Reino
que, para entonces ya se denominaba oficialmente Reino de Navarra. Renovó las
tenencias para la mejor administración del territorio, a cuya cabeza estaban
tenentes, que eran funcionarios reales. Fundó villas, donde se concentraba la
actividad económica del Reino, e intentó reconquistar los territorios
arrebatados por los castellanos. Esto inquietó al rey de Castilla Alfonso VIII.
Como solución acordaron someter sus disputas al arbitraje del rey de
Inglaterra, Enrique II, que era suegro del rey castellano. Por otra parte, el
heredero navarro, Sancho, era íntimo amigo del segundo hijo del rey inglés,
Ricardo, llamado Corazón de León, quien era más aquitano que inglés, el cual se
casaría años después, en 1190, con la hermana de Sancho llamada Berenguela. Así
pues, todo quedaba en familia.
Navarros y castellanos
enviaron sus embajadores a Londres. Allí ambos expusieron sus testimonios ante
el rey inglés. Mientras los castellanos basaban sus argumentos en las
conquistas de sus antepasados, los navarros fundaron los suyos en “la fidelidad
probada de sus moradores naturales”. En 1176, el rey de Inglaterra emitió su
laudo arbitral que establecía un tratado de límites que no satisfizo a ninguna
de las partes.
La frontera occidental
de Navarra se estableció como sigue, según suscribe el propio rey castellano: “Yo, Alfonso, rey de Castilla, os dejo a
vos, Sancho, rey de Navarra, y a vuestros sucesores, perpetuamente, a saber,
todo lo existente de Itziar a Durango, excepto el castillo de Malbezin, que
pertenece al rey de Castilla, y además Zubarrutia (Zuia) y Badaia, según las
aguas caen hacia Navarra, excepto Morellas que pertenece al rey de Castilla, y
además de allí sin interrupción hasta Oka, y de Oka derecho, tal como divide el
Zadorra hasta su desembocadura en el Ebro”.
A pesar de todo ello,
los castellanos atacaron Navarra. La invasión, iniciada en junio de 1199,
encontró resistencia sobre todo, tal como era de esperar, en las villas de
Treviño, Laguardia, Lapuebla de Arganzón y Vitoria. Los vitorianos, dirigidos
por su tenente Martin Ttipia, resistieron 9 meses, hasta que el propio rey,
Sancho VII el Fuerte, ante la imposibilidad de auxiliarles, les obligó a
capitular. A continuación cayó el resto del territorio, hasta la costa, excepto
la Sonsierra, actual Rioja Alavesa, que permaneció en Navarra hasta 1462.
La constatación
arqueológica de incendios en Getaria y San Sebastián atestigua la crudeza de la
conquista. También Vitoria se incendió en 1202, aunque se ignora si fue por
alguna revuelta de sus naturales. Lo cierto es que la antigua Gasteiz navarra,
Nova Victoria, la posterior Villa Suso, quedó destruida, de tal manera que posteriormente
se conoció como El Campillo. Hasta los tiempos actuales, han permanecido allí
solares sin edificar.
Relación. Entre los
territorios conquistados por Castilla y el resto de Navarra se estableció una
frontera, que fue entregada a la rapiña de los señores alaveses y guipuzcoanos,
que fue conocida como ‘frontera de
malhechores’.