Las tres corrientes actuales de la historia de los vascos
Aitzol Altuna Enzunza,
Galdakao-Nabarra
El alemán Wilhelm von
Humboldt (1767-1835) dejó escrito sobre los vascos: “Tendría que ser sumamente interesante ver desarrollada las
circunstancias mediante las cuales este pequeño Pueblo consiguió, en tiempos en
que en todas partes dominaba la opresión y la violencia, darse una organización
que, tan alejada del despotismo como de la anarquía, respira enteramente un
espíritu noble de libertad, cuyas beneficiosas consecuencias sobre las
costumbres y el carácter todavía hoy son inequívocas”. Sin embargo, somos
pocos los vascos que actualmente podemos decir a qué organización se refería el
ilustre intelectual alemán.
La historia se suele
interpretar en función de lo que queremos proyectar para el futuro. Esta
aseveración es más evidente en el caso del Pueblo vasco si analizamos las
diferentes maneras en la que ha sido interpretada (o ignorada) nuestra
historia. Hoy en día podemos distinguir hasta tres tipos de historiografía en
referencia a nuestro Pueblo.
La primera línea
historiográfica es la imperialista, española o francesa, por la cual, los
baskones o vascos, básicamente, no tenemos una historia propia o incluso no
hemos existido, salvo dentro de la historia nacional española o francesa, por
lo que Baskonia o el Estado de Nabarra, sólo se entienden como elementos
previos y en general de poca monta dentro de la construcción de España o
Francia, donde culminaría y se acabaría todo como una “unidad de destino
universal”. En esta historiografía, la Baskonia o Nabarra invadida por el otro
Estado imperialista, queda fuera, simplemente, no encaja en el resultado
previamente precocinado.
La segunda línea
historiográfica es la nacionalista-autonomista vasca, heredera de la
historiografía foralista, la cual todavía no ha superado el mito del “pactismo”
pese a los textos históricos y políticos de grandes hombres de esta corriente
como Ortueta, Irujo, Monzón o Agirre. El Alzamiento de los militares españoles
de 1936 y su posterior dictadura, cortó de raíz la evolución que se estaba
produciendo. Esta historiografía nacionalista-autonomista quedó anquilosada en
la tara que suponía la necesidad de la defensa foral de los siglos precedentes,
así, para esta corriente historiográfica, los vascos en general nunca fuimos
nabarros sino que formábamos unidades políticas diferenciadas de Castilla pero
no Estados: hermanos sí pero unidos no, por lo que es necesario crear un Estado
vasco llamado Euskadi y últimamente Euskal Herria. Es más, estos territorios,
se incorporaron mediante un pacto personal con el rey a la corona castellana,
uno a uno: Bizkaia, Gipuzkoa y Alaba actuales, tal y como son territorialmente
en el siglo XX, siendo más discutible el caso de Alta Navarra. Para la
historiografía nacionalista-autonomista, la historia de la Baskonia
continental, o no se cuenta o queda en un segundo plano, incomprensible y
deslavada, olvidando en la misma siempre a Gascuña, pese a ser el territorio
más grande y constituirse en él el núcleo del primer Estado baskón o ducado de
Baskonia.
Uno de los fundadores
de ANV (1930), Anacleto Ortueta, lo explicaba así: “Una falsa tradición nos ha
hecho considerar como evolución natural de nuestra nacionalidad la formación de
los llamados Estados alabés, bizkaino, gipuzkoano, zuberoano y laburtino. Por
el contrario, ellos han sido creados por la presión ejercida por nuestros
enemigos”. Actualmente esta línea histórica de “Estados” vascos independientes
entre sí que pactan con Castilla-España, no tiene continuadores de renombre
entre nuestros historiadores, pero es la tesis que se sigue enseñando a
nuestros hijos.
Estas dos
historiografías, la imperialista y la nacionalista-autonomista vasca, quedaron
heridas de muerte desde las manifestaciones, libros, conferencias,
concentraciones y en general la recuperación de la memoria histórica del Estado
baskón de Nabarra que tuvo su culminación en el año 2012, con la conmemoración
del 500 aniversario de la invasión y sometimiento de Alta Navarra. Ese año, la
teoría histórico-política del nacionalismo-autonomista vasco y también del
imperialismo español-francés, se desmoronó, pues la incorporación “aeque
principalis” de 1512 de Alta Navarra al Imperio español quedó desmitificada
para siempre frente a la realidad de la invasión, conquista sangrienta,
resistencia enconada, recuperación del reino y vuelta a invadirlo, destrucción
de castillos, represión y asesinato de los disidentes incluso condenándolos a
la hoguera de la Inquisición, sometimiento militar durante siglos de la
población siempre dispuesta a recuperar su libertad y construcción en régimen
de esclavitud por los naturales de una fortaleza extramuros de Pamplona-Iruñea,
donde se acantonó el ejército español los siguientes siglos para evitar todo
alzamiento militar de los naturales del reino nabarro. En ese año 2012 se
recuperó socialmente la memoria nabarra de un Estado invadido por las potencias
imperialistas del momento, lo cual se refleja en la actualidad en las encuestas
sociológicas sobre sentimiento nacional.
De esta realidad se
nutre la tercera línea historiográfica, la nacional Nabarra o nacional baskona,
cuyos precedentes son los ya mencionados miembros de la Asociación Euskara y
los posteriores estudios de Bernardo Estornés Lasa, Jimeno Jurio, Julio
Altadill, José María Lacarra, María Puy Huici Goñi, Pablo Antoñana, Jon Oria
Oses etc., pero también de Anacleto Ortueta, Manuel de Irujo, Telesforo Monzón
o el Lehendakari Agirre, como cuando éste en 1948 escribía: “El pueblo vasco,
cuya personalidad nacional ninguna persona preparada discurre hoy en el mundo,
tiene una historia, la suya. Escribirla con criterio extranjero o al servicio
de intereses extraños, es adulterarla”
Esta es la única línea
historiográfica solvente y realista como en la interpretación de las
excavaciones que se están llevando a cabo de época medieval y de los documentos
conocidos, pero cuyas implicaciones políticas cuesta mucho asumir a la parte de
la población acomodada a nuestra triste realidad: somos un Pueblo-nación con su
Estado invadido. Esta realidad es negada incluso por el conjunto del
nacionalismo vasco.
José Antonio Agirre y
Lekube se dio cuenta de la vital importancia de recuperar la cuestión histórica
para nuestro Pueblo y dejó escrito en 1948 en Donibane Lohitzune para los que
quieran recoger el guante: “Las páginas
que preceden recogen sólo algunos datos sacados de una obra de historia que
preparamos y no tienen otra finalidad sino la de despertar inquietudes y llamar
sobre todo a la juventud estudiosa para que, marchando por nuevos caminos,
destruya la leyenda, saque a la luz la verdad y presente la historia del pueblo
vasco cada vez más ajustada a su genio, a su tradición y a su verdadero pasado.
Es decir, más vasca, y al mismo tiempo más universal (…). Las páginas que hemos
dedicado desde Sancho el Sabio hasta Enrique de Nabarra (sic.) creemos que
pueden convencer a más de uno de la necesidad de una revisión a fondo de
nuestra historia, jamás llevada a cabo quizás por nuestro propio desdén, quizás
también por falsos temores basados en motivaciones políticas ”.