Martin de Azpilcueta y Jaureguizar el joven
Iñigo Saldise Alda
Heráldica: Escudo cuartelado. 1º y 4º de gules un menguante de plata con las
puntas hacia abajo (otros añaden bordura de oro); 2º y 3º jaquelado de sable y
plata que son de Azpilkueta, las cuales trae de Baztan.
Nacido el 13 de
diciembre del año 1492 en Barasoain, fue hijo de Martin de Azpilcueta y María
Martin de Jaureguizar, ambos euskaldunes y de importantes linajes de la alta
nobleza del Reino de Nabarra. Originarios del valle Baztan, fueron además, uno
y otra, del conocido como bando o partido agramontés.
A muy pronta edad
recibió una esmerada educación por parte de sus padres. Ya desde niño mostró un celo especial por lo religioso, gran
precocidad y amor por el estudio. Debido a ello sus padres lo enviaron en el
año 1503, después de ser consagrado al Estado eclesiástico fue enviado a la
Universidad Complutense de Alcalá, la cual había sido fundada cuatro años antes
por un Cardenal español, Francisco Jiménez de Cisneros.
Durante su periodo de
estudiante en Alcalá, no cayó en las típicas distracciones de su corta edad, consagrándose
principalmente en los estudios de Teología, Filosofía y Artes. Es decir, religión
y ciencias de la época, dividiendo su tiempo entre la oración y el estudio.
Tras obtener el grado
de Bachiller de Teología en Alcalá el año 1509, se trasladó a la Universidad de
Toulouse donde coincidió con varios nabarros, entre los que se encontraba
Francisco de Nabarra y Hualde, hijo natural o bastardo del Marischal del Reino
Pirenaico, Pedro de Nabarra y Lacarra. Allí curso estudios de Derecho Canónico
y Civil. Sus conocimientos adquiridos, destacando especialmente sus ilustraciones
en la Jurisprudencia Canónica junto a su brillante retórica, le permitieron
conquistar gran fama y respeto en la ciudad francesa, tanto entre sus
condiscípulos como también entre sus maestros. Una vez finalizado sus estudios recibió
el grado de Doctor de Cánones en el año 1514.
Tras ser ordenado
sacerdote católico en el año 1515 y cumplir con sus funciones religiosas, por
requerimiento de la Universidad de Toulouse en el año 1518, se inició como
profesor y es donde llegó a ostentar su primera cátedra. Es en ese periodo
cuando alumnado y profesorado le comenzaron a llamar Doctor Navarrus, adquiriendo gran prestigio y fama como maestro.
Estando allí conoció
las noventa y cinco tesis del fraile agustino Martin Luther, las cuales rebatió
públicamente defendiendo con gran pasión a la República de Santa Iglesia Apostólica,
Católica y Romana como única doctrina de Cristo, llegando a exclamar:
“(…) solo existen dos banderas por las cuales la Humanidad
milita: una de ellas enarbolada por Jesucristo, la otra por Satanás.”
En el año 1521 se
trasladó a Samantan, donde impartió diariamente dos clases del Derecho Pontificio.
Un año después, pasó como profesor a la Universidad de Cahors, para regresar
brevemente a la Universidad de Toulouse. Durante este periodo no fueron “todo
alegrías”, ya que el Doctor Navarrus
sufrió grandes calamidades y penurias.
Por esos años donde su
fama de hombre sabio era muy extendida ya, antes de su regresó a su Nabarra
natal, rehusó la alta distinción y dignidad de formar parte del Consejo en el
Gran Parlamento Regio de Paris, recibida mediante una instancia realizada
vivamente por las autoridades francesas.
A su regreso al Estado
de Nabarra se lo encontró, en su mayoría territorial, invadido por las fuerzas militares
de ocupación del emperador Carlos de Habsburgo, I de España y V de Alemania.
Incluso estuvo a punto de morir ahogado en el río Aturri o Adour, en las
cercanías de Baiona. Ya en Orreaga ingresó como novicio en los Canónigos Regulares
de Santa María de Roncesvalles, en cuya comunidad ejerció durante el año siguiente
bajo las órdenes del Prior, su amigo Francisco de Nabarra y Hualde. Recibió el
hábito verde de la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín el 15 de
agosto del año 1524. Durante su estancia en el monasterio pirenaico, el Doctor Navarrus además de impartir
clases de Derecho Canónigo a los demás monjes, formalizó la regulación de las
rentas y las dividió en tres: para el Hospital, para el Prior y para el Cabildo,
de forma igualitaria para los diferentes cuerpos existentes en la congregación
dependiente de la Orden de los Agustinos en la Real Colegiata de Orreaga.
Su amigo el Prior de
Orreaga, comprendió que el Doctor
Navarrus debía seguir impartiendo sus conocimientos y sus sabiduría en al
alguna Universidad. Entre ambos decidieron que ante la nueva situación política
tras la rendición de los legitimistas nabarros en Hondarribia, era aconsejable por
el bien de sus familiares y amigos, no volver al Reino de France y decidieron entonces
partir al Reino de España. Concretamente hacia la castellana ciudad de
Salamanca, sitio donde se encontraba una de las Universidades más afamadas de
la época.
Antes de dejar la Real
Colegiata, Francisco de Nabarra y Hualde le nombró Comendador de San Justo del
Villar, renunciando a su vez el Doctor
Navarrus de los beneficios que ostentaba en Falces y Barasoain. Así pues, Martin
de Azpilcueta y Jaureguizar el joven,
se convirtió en el administrador de cuantos vienes y provechos disponía el
Monasterio de Roncesvalles en el Reino de España, concretamente en Castilla.
Ya en Salamanca, el Doctor Navarrus se hico notar gracias a
sus conocimientos en Teología y Derecho Canónigo, si bien, pese a presentar su
curriculum como profesor en Toulouse y Cahors, verificado por su testigo el
Prior de Orreaga, las normas de la propia del Claustro de Universidad de
Salamanca, requerían de manera indispensable para impartir clases, sacarse el
Doctorado en el mismo Centro.
Por ello recibió
clases llegando a regentar algunas cátedras ya en el año 1525. A comienzos de ese mismo año, el emperador
Carlos I de España y V de Alemania promovió al Doctor Navarrus para una plaza en el “restituido” Consejo Real de
Navarra y concediéndole además, una canonjía en la Catedral de
Iruinea-Pamplona. Martín de Azpilcueta y Jaureguizar el joven, reusó ambas sacando como excusa su intención de
Doctorarse e impartir clases en la Universidad de Salamanca; si bien, para el
puesto en el Consejo Real de Navarra postuló la candidatura de su hermano
Martin de Azpilcueta y Jaureguizar el
mayor, Doctor en Derechos.
Es en el año 1528
cuando el emperador de España y Alemania, en calidad de alumno junto a
importantes nobles españoles, conoció personalmente al Doctor Navarrus. La propia Universidad salmantina eligió a Martin
de Azpilcueta y Jaureguizar el joven, para realizar una explicación magistral sobre
Derecho Político, finalizando la charla con la siguiente conclusión:
“El Reino no es del rey, sino de la comunidad; la misma
potestad regia, por derecho natural, pertenece a la comunidad, no al rey, por
lo que no puede la comunidad abdicar totalmente de su poder.”
Ese mismo año, le
llegó una notificación desde la Real Colegiata de Orreaga, de su nombramiento
para la encomienda de Santa María de Luymil, siendo así el administrador
también de los bienes y provechos que ostentaba el Monasterio de Roncesvalles
en el Reino de Portugal.
El Doctor Navarrus durante ese periodo
inicial en Salamanca, formó junto a Francisco de Vitoria, al cual
consideró su maestro, la denominada como Escuela de Salamanca, donde junto a
ellos destacaron en su fundación y participación Domingo de Soto, Luis de
Alcalá, Francisco Suárez y también Tomás de Mercado. Desde unos pensamientos encuadrados en las
corrientes de pensamiento basado en el Derecho Natural y de la Moral Cristiana,
estos teólogos y juristas se encomendaron la ardua tarea de reconciliar
la doctrina cristina y católica de Santo Tomás de Aquino, con el
nuevo orden social y económico emergente el Reino de España tras el
“descubrimiento” de América, junto a la contraposición a las nuevas corrientes
de pensamiento examinado las doctrinas de Erasmo de Rotterdam y el herético
pensar de Martin Lutero.
En su trabajo sobre
economía en la mencionada escuela, el Dortor
Navarrus desarrolló la Teoría del Dinero, siendo el primero en exponer de
la misma:
"La moneda de oro, por su particular falta, puede valer
más de lo que valdría si hubiese abundancia de ella."
Es en el año 1532
cuando el Doctor Navarrus ganó en
brillante oposición la cátedra de Decretos. Para poder dar cabida a un gran
auditorio, tuvo que explicar su tesis en el Paraninfo de la Universidad. En los
resultados de la votación supero a su oponente y contrincante, el Doctor Sahagun,
por quinientos cuarenta y cinco votos. Un año después obtuvo la Cátedra de
Prima en Cánones.
Su tal su fama que
tras más de trece años explicando en Salamanca el Derecho Canónigo e
impartiendo demás conocimientos, fue invitado por el rey Juan de Avis, III de
Portugal, a trasladarse a la Universidad de Coimbra, continuadora de la
conocidísima Universidad lisbonense. Así en el año 1537 el emperador Carlos I
de España y V de Alemania le ordenó ir a las tierras portuguesas para
satisfacer las reiteradas peticiones su esposa Isabel de Avis, infanta de Portugal,
y de su mimada hermana Catalina de Habsburgo, reina consorte de Portugal. Una
vez recibido el pertinente y obligado permiso de su prelado Francisco de
Nabarra y Hualde, Prior de Orreaga, se dirigió al Reino lusitano ante la
tristeza e insatisfacción absoluta del Claustro y especialmente del alumnado de
la Universidad de Salamanca.
Fue máximo el
privilegio que le otorgaron al Doctor
Navarrus los reyes de Portugal, al escogerlo entre tantos sabios para
enaltecer y regir los estudios de las Leyes de dicho Reino. Fue nombrado como el
primer jurisconsulto del Estado de Portugal, tras incorporase finalmente al
Claustro de la Universidad portuguesa en el año 1538.
Juan III de Portugal
le asignó un sueldo anual de 1.000 ducados de oro, muy por encima delo
estipulado en esa época, en lo concerniente a las rentas para el profesorado en
las Universidades de los Reinos de España y de Francia. Incluso los reyes de
Portugal le dieron hospedaje en uno de los Palacios Reales que disponían, mientras
permaneciera en su Estado, aunque el Doctor
Navarrus prefirió albergarse, casi permanentemente, en el Monasterio de
Santa Cruz perteneciente a su Orden de Canónigos Seculares de San Agustín.
En el año 1540 y tras
haberse dictado una Real Disposición, por la cual se le concedía derecho a
jubilación, el Doctor Navarrus volvió
a su Patria Nabarra para despedirse de sus deudos y arreglar los asuntos
testamentarios de su hermano Martin de Azpilcueta y Jaureguizar el mayor, Relator del Consejo Real de
Navarra. Antes de su retorno al Reino de Portugal, tuvo conocimiento del
Memorandum para el rey Enrique de Albret, II de Nabarra, preparado por el
partido o facción beaumontesa, que concernía a la devolución a la Corona de
Nabarra de las tierras ocupadas ilegalmente por los castellanos a lo largo de
la historia. A su entrada en el País luso le acompañaban sus sobrinos Juan, Ana
y María de Azpilcueta.
Una vez en Coimbra se
carteó con su familiar Frantzes de Jasso y Azpilcueta o Francisco de Xabier,
mostrando un gran interés por la recientemente creada Compañía de Jesús,
fundada el español de Azpeitia Iñigo López de Loyola o Ignacio de Loyola. La
influencia del Doctor Navarrus
facilitó un rápido embarque a Francisco de Xabier con destino las Indias.
La veneración
portuguesa hacia el Doctor Navarrus
fue tal, que incluso acudía como representante en voz y nombre de la
Universidad, en las recepciones a personas importantes de la época, tanto
portuguesas como españolas, siendo además siempre tratado con gran mimo por los
reyes de Portugal.
Juan III de Portugal
aceptó todas las propuestas presentadas por el Doctor Navarrus, concernientes a la estructuración interna y al
funcionamiento en la elección del profesorado para la Universidad de Coimbra.
Realizó numerosas
conferencias para un auditorio siempre lleno, al cual acudían no solo
estudiantes, sino también acudían pensadores y magnates portugueses. En ellas
efectuaba una relación, desde un prisma moralista, del Derecho Civil con el
Derecho Canónigo. Esto le supuso ser nombrado Consejero de los reyes
portugueses, Regente Académico de la Universidad de Coimbra, Inquisidor del
Santo Oficio en el Reino de Portugal, confesor personal de la princesa Juana de
Portugal e incluso de los príncipes de Bohemia.
En el año 1543, la
reina consorte Catalina de Portugal, le otorgó de mutu-propio y con el debido
pase apostólico, la Chantría de la Catedral de Coimbra, que a la sazón se
encontraba desocupada. Pero esto le supuso un enfrentamiento con un competidor
mal carado por el puesto, lo cual provocó la tristeza ante la ofensa y la
caridad en el perdón del agustino de Nabarra, fray Martin de Azpilcueta y
Jaureguizar el menor.
En el año 1549 publicó
por primera vez y en portugués, su importantísima obra Manual de confesores y penitentes, donde aparecían los pecados en
todas las capas sociales de la época. Para su exposición moralista, juntó en
una misma reflexión aspectos psicológicos, teológicos, pastorales y jurídicos. Incuso
llegaba negar la existencia de pecado en algunos, como por ejemplo en brujos,
brujas, hechiceros y hechiceras, pues realmente quienes cometían pecado era las
personas que creían en sus supuestas artes. En dicho trabajo centrado mayor
mente en los vasallos de un Reino, no se olvidó un capítulo exclusivo para los
reyes, de los cuales decía:
“(…) Los reyes, por ejemplo, intentan conseguir nuevos
reinos contra todo derecho, hacen guerras injustas, tienen diferencias con
otros príncipes cristianos, (…)”
“(…) solo con la restitución de lo ajeno se salva el alma. (…)”
En este trabajo, el
propio autor indicaba que estaba abierta la opción de insertar correcciones,
actualizaciones y la posibilidad de añadir nuevos anexos.
Practicó el magisterio
de Doctor de Cánones y la docencia en la Universidad de Coimbra hasta el año
1554, siendo además durante su estancia prolongada en tierras lusitanas, el
consejero de la Casa Real y de gran parte de la nobleza del Reino de Portugal.
La reina Catalina de
Portugal intentó retenerlo en el País luso dándole un obispado, pero el Doctor Navarrus reusó y se encaminó
nuevamente hacia Salamanca, estableciéndose en el colegio de los Padres
Jesuitas. Tras ello marchó a Valladolid encontrándose en la Corte española con
la Gobernadora de Castilla y León, en nombre de su hermano el rey de España, Juana de Habsburgo y el Arzobispo de Sevilla Fernando
de Valdés. Estos ofrecieron al jubilado de Coimbra, honores y riquezas para
retenerlo, pero al no logarlo la infanta de España intentó posponer la partida a
Barasoain de Martin de Azpilcueta y Jaureguizar el menor, encomendándole la visita de los monasterios de Santa
María de Parraces en Segovia y de San Isidro del Real en León.
Tras subsanar los
problemas existentes en ambos monasterios españoles, la infanta española
permitió la partida hacia su Patria al Doctor
Navarrus, pero con la obligación por mandato de la propia gobernanta
española, de tener que regresar a su Corte tras solventar sus asuntos
personales, para así ser el guía y consejero con la misión de facilitarle la
gobernación del Estado español.
Tras poner al día
diversos asuntos personales, el Doctor
Navarrus, regresó a Salamanca, pero lo hizo de incógnito y a escondidas de
Juana de Habsburgo, para pasar siete meses en secreto en casa del librero Andrés
de Portonotario. Con la compañía de fray Antonio de Zurara realizó reformas y
nuevas ampliaciones a su Manual de
confesores y penitentes, como por ejemplo en el apartado de los reyes:
“(…) con la restitución de lo ajeno se salva el alma o con una
acordada compensación equivalente por lo sustraído de manera ilegal. (…)”
También añadió cinco
comentarios sobre la usura, los cambios y la simonía mental, de la justa
defensa, del hurto notable y de la irregularidad. Tras su publicación en el año
1556, el Doctor Navarrus, nuevamente
de forma clandestina, volvió a Barasoain el 3 de diciembre.
En los primeros días
del año 1557 visitó la Real Colegiata de Orreaga, lugar de su orden. A finales
de enero, los españoles Domingo Álvarez de Moscoso obispo de Pamplona y Antonio
Manrique de Valencia prior de Roncesvalles, pidieron al Doctor Navarrus arbitraje sobre un litigio que arrastraban en
relación con el Concilio de Trento. Ya en marzo Martin de Azpilcueta y
Jaureguizar el menor dictaminó
sentencia, la cual fue aceptada por ambas partes.
Hasta final de año se
dedicó a concluir la política matrimonial familiar, iniciada en su breve visita
del año 1556, realizadas como tutor de sus tres sobrinas huérfanas de padre.
Ese mismo año 1557, en la Nabarra ocupada comenzó a plantearse en todas las
casas nobles, tanto de agramontesas como de beaumontesas, la posibilidad manifiesta
del retorno de la dinastía de los Albret, cuya cabeza era la legítima reina de
Nabarra, Juana III, casada con el conde de Vendôme Antonie de Bourbon, por
ello, en busca de consejo, recibió en Barasoain varias veces el Doctor Navarrus al virrey español de
Navarra, el duque de Alburquerque Beltrán II de la Cueva y Toledo, junto a su
hijo Gabriel III de la Cueva y Girón, mediadores ante una factible devolución.
Desde el uno de Enero
hasta el veintidós de junio del año 1558, el Doctor Navarrus permaneció en la Real Colegiata de Orreaga,
arbitrando el pleito existente entre el prior español y los canónigos nabarros.
Si bien era por la forma del gobierno del prior, también tenía un trasfondo
legitimista y nacionalista nabarro por parte de los canónigos, los cuales eran
naturales del País.
Antes de concluir ese
año, el rey Felipe de Habsburgo, II de España, pidió al Doctor Navarrus, adicto a la Santa Sede de Roma, consulta sobre la
candente cuestión del enfrentamiento visceral existente entre el Papa Paulo IV
y el rey de España por la soberanía del Reino de Nápoles, además de la reforma
de los cabildos llevada a cabo en el Concilio de Trento. Finalmente Martin de
Azpilcueta y Jaureguizar el menor,
redactó un dictamen o parecer, solo concerniente a varios decretos exclusivos
expedidos durante el Concilio, relativos ellos a la jurisdicción de los
Prelados sobre los Cabildos.
Ya en abril el año
1559 y gracias al tratado de Chateau-Cambrésis, que provocó la paz en las
guerras existentes en Flandes e Italia entre los Reinos de Francia y España,
pudo atravesar el Pirineo con la intención de cruzar el Reino libre de Nabarra
y el Reino de Francia, tal vez con destino a la residencia Papal en Roma, por
estar entonces los reyes de España excomulgados y en entredicho la posesión de
sus Estados o tierras ocupadas como la Nabarra surpirenaica, puestos a cesación
y divinis.
Pero sufrió un
accidente tras pasar los Pirineos y se cayó de su mula en el viaje,
fracturándose una pierna y poniendo también en riesgo su vida, siendo atendido
en primera instancia en el hospital de la Real Colegiata de Orreaga. Su
superior en la orden, el prior español Antonio Manrique de Valencia, no tenía
conocimiento alguno de este viaje y acuso a Martin de Azpilicueta y Jaureguizar
el menor, de partidario de Antonie de
Bourbon, legítimo rey consorte de Nabarra y duque de Vendôme, por lo que fue
apuntado como “vandomista”, además de:
“(…) agramontés apasionado y enemigo de los castellanos.”
En cuanto se recuperó
lo suficiente como para poder viajar de nuevo, el Doctor Navarrus se trasladó a Barasoian, permaneciendo recluido en
su casa natal recuperándose de las lesiones y curas, por un largo periodo de
tiempo.
El 8 de enero del año
1560, el Doctor Navarrus recibió en
su Palacio de Azpilcueta y Jaureguizar situado en Barasoain, a una gran
comitiva encabezada por una joven infanta o princesa de France, Elizabeth de Valois, que iba a confirmar su
matrimonio con Felipe II de España. Dicha comitiva estuvo formada por españoles
y franceses. La parte francesa se encontraba encabezada por dos damas de sangre
Real, Susanne de Bourbon-Rieux, Anne de Bourbon-Montpensier. También estaba Louise
de Bretaña-Clemont, junto a unos ciento cincuenta sirvientes y la recién
nombrada como camarera mayor por Felipe II de España, la condesa de Ureña, que
se les había unido en Iruinea-Pamplona.
Por la parte española se
encontraban en dicho séquito Real, la flor y nata de la nobleza española,
encabezada por el Duque del Infantado y Grande de España Iñigo López de
Mendoza, y el Arzobispo de Toledo el Cardenal Francisco de Mendoza, con veinte
hombres de escolta cada uno, además de un gran número de Prelados y monjes que
acompañaban al Cardenal español, junto otros trece señores con importantes
títulos nobiliarios en Castilla y León, con más de cien caballeros y
gentilhombres de sus respectivos linajes, además de cincuenta pajes y alrededor
de dos mil quinientos hombres de armas.
El Doctor Navarrus enseguida renombró a esa
linda niña de trece años y de nombre Elizabeth de Valois, con el nombre de Isabel de la Paz, ya que su matrimonio
había sido acordado, concertado y obligado en la firma del tratado de
Chateau-Cambrésis.
Tras encerrase Isabel de la Paz junto a las damas
francesas en el aposento que habían preparado para ellas las sobrinas del Doctor Navarrus, este conoció por boca
de los militares españoles lo sucedido en las instancias del Monasterio de
Orreaga, durante la entrega de la princesa francesa por parte del rey de
Nabarra Antoine de Bourbon-Vendôme y el Cardenal y arzobispo de Rouen Charles
de Bourbon-Vendôme, ambos príncipes de sangre.
El rey de Nabarra
había acudido a Bordele-Bordeaux junto a un importante séquito, donde se encontraban
entre otros nobles, dos importantes barones nabarros, Antonio de Agramont y Carlos
de Luxe, para escoltar a la joven princesa francesa por las tierras que
pertenecían a la Corona de Nabarra, cuya legítima titular era su mujer Juana de
Albret y Angoulême, III de Nabarra. Por ello mostró su indignación de tenerla
que entregar en Orreaga en lugar del Ebro, pues según él esta era frontera
natural del Reino de Nabarra y del Reino de España.
Además de jactarse de
acción política que había sido la prohibición realizada por el virrey de
Navarra por mandato de Felipe II de España, impidiendo con ello la presencia de
nobles nabarros, tanto agramonteses como beaumonteses, estos expertos militares
españoles consideraron ante el Doctor
Navarrus, su total convicción de que Felipe II de España y sus herederos en
la Jefatura del Estado español, jamás restituirían las tierras pertenecientes
al Reino de Nabarra a sus legítimos dueños, siendo un claro ejemplo de ello, la
planificación de recibimiento y el trato dado al rey de Nabarra en la Real
Colegiata de Roncesvalles. Pues tanto ellos como Felipe II de España, pensaban
que eso abriría la puerta de los Pirineos y posibilitaría la encrucijada de
ocasionar daños mayores a otros territorios del Imperio.
En un clima de
represión orquestado por el lugarteniente y capitán general de Felipe II y virrey
español de Navarra, tras la partida de Isabel
de la Paz y de su alarmante séquito, el Doctor
Navarrus recibió a los pocos días correspondencia proveniente de la Real
Colegiata de Orreaga. Esta fue una carta firmada por el licenciado Ainciondo,
enfiteuta de su orden y consejero de Antoine I de Nabarra. En ella su compañero
de la orden de los agustinos, afirmaba que pronto las tierras nabarras ocupadas
por los españoles serían devueltas a sus legítimos reyes, además de que se
preparara para una pronta visita del rey Antoine I de Nabarra.
Martin de Azpilcueta y
Jaureguizar el menor, conocedor de
primera mano de la realidad concerniente en dicho asuntos y de los reales
intereses político-militares por parte española, le indicó que le informara al
duque Antonie de Bourbon-Vendôme, rey consorte de Nabarra, que no perdiera más el
tiempo buscando una restitución, sino que examinase una compensación lo más
honrosa posible, ya que el simplista acto creer que los españoles iban a
devolver las tierras ocupadas carecía de una reflexión seria y además, el mero hecho
de plantearse dicha restitución, a pesar de su indiscutible legalidad, era un
pensamiento verdaderamente imprudente entre los legitimistas de la Alta Nabarra,
independientemente de su facción o partido.
A los pocos meses
recibió el Doctor Navarrus un nuevo
mensaje proveniente de la Real Colegiata y firmado nuevamente por Ainciondo,
insistiendo en el tema de la restitución. Esta vez su amigo le indicaba en sus
líneas, que Felipe II de España había prometido a su suegro Henri II de France,
la devolución de la Alta Nabarra a Juana III y Antoine I, y que su esposa Isabel de la Paz iba a encargarse de
demostrarle al rey de España su marido, que retenerla ilegalmente era pecado
mortal.
Fray Martin de
Azpilcueta y Jaureguizar le contesto que Felipe II de España, si de condenar su
alma se tratase, indudablemente devolvería la Alta Nabarra, pero para demostrar
a su amigo que ese no era el caso y el pensar del monarca español, le indicó
también que devolvería Toledo [a los mahometanos] y toda Castilla.
Conjuntamente le
razonó que la hija de Henri II de France no podría demostrarle nada al poderoso
y experimentado rey de España, debido a la total ignorancia de los hechos histórico-políticos
entorno a Nabarra, en gran medida debidos a la conocida juventud de Isabel de la Paz, nueva reina de España.
El Doctor Navarrus, aparte de continuar con
sus compromisos y gestiones familiares, también realizó nuevas mediaciones y
dictados en varios asuntos tensos, como por ejemplo en la relación enfrentada del
Monasterio de Roncesvalles con algunos naturales del valle de Salazar.
La situación
geográfica del Palacio de Azpilcueta y Jaureguizar sito en Barasoain, permitió,
durante todo el año 1560, conocer al Doctor
Navarrus noticias concernientes a lo que ocurría en la Corte española, como
la detención y el inicio del proceso inquisitorial del arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza de
Miranda; información de la delegación diplomática nabarra de los Reyes Juana
III y Antoine I en la Santa Sede, donde Pedro Labrit de Nabarra prestó obediencia en nombre de los reyes de Nabarra al
Papa Pio IV, escenificada públicamente el 14 de diciembre en la sala Regia,
siendo así equiparados los reyes de Nabarra con el resto de soberanos europeos por
la Cancillería pontificia; también y sin duda con más preocupación personal,
recibió diversas noticias sobre la expansión de diversas doctrinas protestantes
en las tierras norpirenaicas pertenecientes tanto a la Corona de Nabarra como a
la Corona de France, especialmente la de Jean Cauvin Calvinus, pero todas ellas igual de dañinas para los intereses de
la República Romana, Católica y Apostólica.
Pero especialmente y
más de primera mano, los sucesos que se fueron sucediendo a comienzos del año
1561 por todo el territorio de la Alta Nabarra, pero con especial atención e importancia
en Iruinea-Pamplona. Esto fue debido a una carta, fechada el 13 de diciembre
del año 1560, donde el Papa Pio IV pedía a Felipe II de España la total
restitución de las tierras ocupadas ilegalmente por los españoles a la Corona
de Nabarra, ya que sería bueno para la paz y el bien de la Cristiandad [Romana,
Católica y Apostólica].
El virrey español de
Navarra y clavero de la Orden militar de Alcántara, Gabriel III de la Cueva y
Girón, se apresuró a realizar actos represivos contra todos aquellos que
poseyeran una copia de dicha carta. Requisó todos los ejemplares que pudo y
envió comunicado a Felipe II de España. La reacción española fue inmediata,
declarando además que dicha carta era falsa, como conoció el Doctor Navarrus del propio virrey en una
de sus visitas a Barasoain.
A mediados de junio,
el Doctor Navarrus recibió en su
domicilio una carta del Consejo Inquisitorial de la Suprema del Reino de
España. En ella y en nombre del Arzobispo de Santiago, juez de la causa contra
el Arzobispo de Toledo, le comunicó a fray Martin de Azpilcueta y Jaureguizar,
que había sido asignado como letrado, junto a otros, para su defensa. Por ello
debía presentarte ante el tribunal de la Santa Inquisición sin tardanza.
El Doctor Navarrus, conocedor de todo lo
que estaba ocurriendo y el porqué, con los perjuicios y desengaños que podía
ocasionarle la defensa de fray Bartolomé Carranza de Miranda, en primera
instancia se rehusó como abogado defensor ante el rey Felipe II de España
mediante una carta. En ella alegó que estaba de mediador, por mandato del
virrey de Navarra, en un nuevo pleito entre el Prior y los canónigos de
Roncesvalles; además tenía varias ocupaciones y asuntos familiares, junto a una
avanzada edad y los problemas de salud que arrastraba en los huesos de la
rodilla hasta el pie, debido al accidente de la mula.
Pero Felipe II de
España le mostró su firme voluntad, con lo que ello acarreaba, de que fuera el
abogado defensor del arzobispo de Toledo. La decisión o mandato Real le fue
comunicada al Doctor Navarrus, esta vez
por el propio arzobispo de Santiago y obispo de Segovia Gaspar de Zúñiga y
Avellaneda, juez inquisitorial español de la causa. Así pues, fray Martin de
Azpilcueta y Jaureguizar, se presentó ante el Santo Oficio de Valladolid el 16
de agosto, centrándose casi solamente con ello, en la defensa del arzobispo de
Toledo.
La defensa que realizó
el Doctor Navarrus en esta causa ante
el Tribunal de la Inquisición español, se basó desde el inicio y casi en forma
exclusiva, siempre bajo el estatuto del Derecho Canónigo, en que el tribunal de
la Santa Inquisición del Reino de España carecía de Derecho, era ilegítimo para
dicha causa y que el juicio contra el arzobispo de Toledo le correspondía a los
tribunales existentes en la Santa Sede situados en Roma.
El Canónigo de Orreaga
era gran conocedor de los métodos que solía utilizar la Inquisición, porque de
facto él fue inquisidor en el Reino de Portugal. Además, al unirse tarde al
grupo de abogados defensores, el proceso ya se encontraba bastante viciado, de
todas formas muy pronto comprendió que Bartolomé Carranza de Miranda era
inocente, de las gravísimas acusaciones de herejía y de ser proluterano
vertidas hacia el arzobispo de Toledo.
Envió un primer
memorial al rey Felipe II de España, donde le informó y razonó, de las razones
que esgrimió para que no fuera juzgado el arzobispo de Toledo en el Tribunal de
Santa Inquisición española, sino que el proceso debería ser trasladado a la
Santa Sede, todo ello basado meramente en razones jurídicas. Pero el rey Felipe
II de España habló con el Consejo de la Suprema Inquisición instándoles a
utilizar todos los medios a su alcance, para que el Doctor Navarrus no sacara el proceso de la Jurisdicción española.
Esto provocó que el
proceso contra fray Bartolomé Carranza de Miranda se prolongara hasta diciembre
del año 1566, que es cuando finalmente se trasladó el juicio, pese a todas las
trabas y obstáculos provocados por el rey Felipe II de España, a la más elevada
Autoridad según los Sagrados Cánones, de la Santa Sede en Roma.
Incluso, durante esos
años, el Doctor Navarrus, por su gran
labor como abogado, sufrió encarcelamiento en la casa que habitaba en
Valladolid. Así pues no podía salir de ella a no ser que fuera al juicio o ir a
escuchar y dar misa en el monasterio o iglesias que le fueran señaladas, pues
de lo contrario sería excomulgado por la Inquisición Española, además de
pagarle al Santo Oficio 1.000 ducados por gastos.
Pese a todo, Felipe II
de España no dudo en pedir consejo legal sobre el asunto concerniente a su
psicópata hijo, Carlos príncipe de Asturias y Gerona, sobre la viabilidad de
permitir que acudirá a la Navarra ocupada o a Flandes. El Doctor Navarrus desaconsejó que el heredero de España fuera a ambos
territorios, aduciendo que ello podía significar daño para los Estados del rey,
además saber que ello era malo para las gentes que habitasen cualquier lugar
donde pudiera ir el demente de Carlos de Asturias y Gerona.
Martin de Azpilcueta y
Jareguizar también aprovechó su encierro forzado para escribir nuevos apéndices
de su obra más conocida, Manual de
confesores y penitentes. Donde sabedor de excomunión en el año 1563 de la
reina Juana III de Nabarra por haber abrazado la reforma calvinista en el día
de la pascua de la natividad del año 1560 en privado y confirmada públicamente
en el año 1562. Incluso supo que el mayor valedor para la final excomunión de
la legítima reina de Nabarra Juana de Albret, fue el mismísimo rey español
Felipe de Habsburgo, el cual tenía planeado con antelación, invadir las tierras
libres, vasconas y/o gasconas, del norte del Pirineo hasta el río Garona-Garonne,
que pertenecían legítimamente a la Corona de Nabarra.
Por todo esto se
anticipó a sucesos futuros y preparó durante esos años una nueva actualización
que se publicaría en el año 1566, en Valladolid. Por supuesto también había un
pequeño apartado en lo referente a los reyes y la posesión ilícita:
“(…) no se ha de hacer la restitución si así excediera en un
grave daño hacia la República [Romana, Católica y Apostólica]. (…)”
En el año 1565, el Doctor Navarrus envió un enérgico
Memorándum al rey Felipe II, sobre la causa contra el Arzobispo de Toledo, sin
cambiar ni un ápice su defensa, siendo firme a sus convicciones y conocimientos
del Derecho Canónigo, le recordó la obligatoriedad legal de llevar el proceso a
Roma. Felipe de Habsburgo ya era por aquel entonces, un declarado enemigo de
Martin de Azpilcueta y Jaureguizar.
El Doctor Navarrus no acompañó en diciembre
del año 1566 al arzobispo de Toledo en su viaje a Roma, sino que retrasó su partida
hasta abril del año 1567, tras atender una consulta de Felipe II de España sobre
una Bula con relación a la Santa Cruzada y haber visitado por asuntos
personales, y literarios para la publicación de su Manual, la sojuzgada Navarra
peninsular. Tras visitar Orreaga partió rumo a Roma atravesando la Nabarra
“herética” y el Reino de France, envueltos en las denominadas guerras de
Religión. Durante el viaje enfermó y tuvo de que detenerse en Avignon.
Ya en Roma la
resolución del juicio no fue inmediata y tuvieron que esperar hasta el año 1576
un veredicto de inocencia para su defendido Bartolomé Carranza de Miranda,
arzobispo de Toledo.
Durante su estancia en
Roma, ya desde casi el primer día de ello, fue acogido por el Papa y el Colegio
Cardenalicio, como uno de los más sabios Canónigos de la Cristiandad [Romana,
Católica y Apostólica], dándole al nabarro ingreso en el Tribunal de la
Penitenciaría, apadrinado por el cardenal Carlo Borromeo. Muy pronto realizó un
gran trabajo donde quedó de manifiesto su alcanzada sabiduría, resolviendo
dudas y dilapidando controversias en las más altas instancias del Orbe cristiano,
teniendo siempre las puertas del Vaticano abiertas para él. También acudían
clérigos a buscar consejo del Doctor
Navarrus desde los Reinos de Portugal, España y France.
Martín de Azpilcueta y
Jaureguizar en el año 1568, realizó desde Roma una importante defensa de los
frailes franciscanos Conventuales residentes en la ocupada Navarra. Con fecha
21 de noviembre de ese año, realzó la labor de los mismos en un informe a
Felipe II de España ante la crítica situación que estaban viviendo y soportando “más de mil frailes Conventuales, entre los
cuales habrá según dicen cerca de cien Maestros en Teología”. El Doctor Navarrus sostuvo que los
Conventuales eran anteriores a los Observantes, que vivían según la Regla de
San Francisco y con las lecturas autorizadas por la Santa Sede, y que por lo
tanto no se les podía obligar a profesarla de otra manera. Aunque el Concilio
de Trento hubiera legitimado su posesión de bienes en común, que se reformase
en ellos lo que fuese necesario, tal y como había hecho Pío V en Italia. Por
tanto le indicaba al rey de España que no se les podía privar de sus bienes
sin “la citación, audiencia y
defensión por derecho natural, divino y humano”. Que el imperio español
había actuado “a instancia de émulos
y partes interesadas, como lo han sido y lo son notoriamente los dichos
Observantes de los Conventuales”. Por tanto había la obligación de
restituirles lo usurpado para encontrar una solución justa y necesaria, porque
la intención Papal era reformar, y no extinguir la Orden de los Conventuales.
En el año 1570, el
Papa Pío V realizó lista para una promoción de cardenales. En ella se
encontraba el nombre de Martin de Azpilcueta y Jaureguizar. El embajador
plenipotenciario español para la Santa Sede, Juan de Zuñiga, le indicó al Papa
que tendría que hacer cambios en la lista debido a los intereses imperiales
españoles. El Papa inicialmente le contestó:
“(…) que él no hacia cardenales a petición de los Príncipes,
sino por los méritos que le parecía que concurrían en las personas. (…)”
Dichas noticias
llegaron hasta Felipe II de España, que se opuso rápida, frontal y radicalmente
a la promoción del ilustre Doctor
Navarrus para vestir la toga morada de cardenal.
El Doctor Navarrus pese a contar con la
recomendación del nuncio de Madrid, Castagna, e incluso del conocimiento por
parte del Sumo Pontífice de su lealtad a la Santa Sede Romana y Apostólica, vio
como el rey de España intentaba quitarle el premio a su vida dedicada a la
religión Católica, algo que sabían y decía del él nuncio español sobre la
autoridad Papal:
“(…) no sólo reverencia y acatamiento infinito, sino afición
y celo de su autoridad (…)”
Pero la diplomacia
española en Roma actuó rápidamente siguiendo las órdenes de Felipe II de
España, con el único objetivo de impedir el nombramiento de cardenal para el Doctor Navarrus. Así pues, los españoles
comenzaron su cruzada contra Martin de Azpilcueta y Jaureguizar. La diplomacia española
triunfó y en lugar de nombrar cardenal a fray Martin de Azpilcueta y
Jaureguizar, el máximo mandatario de la República Romana, Católica y
Apostólica, el Papa Pío V nombró al arzobispo español de Tarragona Gaspar
Cervantes de Gaeta.
La diplomacia imperial
española nuevamente fue tenaz y firme en su exposición, mezclando realidades desvirtuadas
con verdades a medias y mentiras, como acostumbraba históricamente desde 1512
contra Nabarra y los nabarros, extendiendo varios chismes perfectamente dirigidos
contra el Doctor Navarrus, haciéndolos
llegar incluso al mismísimo Papa. Fray Martin de Apilcueta y Jaureguizar
posteriormente los enumero así:
“Primero, que había defendido en sus obras la posesión
injusta de Navarra por el Rey.
Segundo, que por confesión propia nunca había recibido
ningún cargo en la corte real y esto no era posible, sino porque el Rey le
odiaba.
Tercero, que era navarro y descendiente de familias
partidarias de Juan de Labrit, que huyeron con él a Francia.
Cuarto, que había estudiado y enseñado Derecho durante mucho
tiempo en Francia, que hablaba francés y que ensalzada y amaba a Francia.”
El Doctor Navarrus, que pese a su gran humildad
soñó la toga morada, por lo que preparó y realizó, tras recoger dichas
imputaciones pero indicando que el mayor cargo contra él era su defensa del
arzobispo de Toledo, una salvaguardia exclusiva de su persona ante tales cotilleos
contra él. Para ello utilizó a uno de sus conocidos, el gobernador español de
Milano y duque de Alburquerque, Gabriel III de la Cueva y Girón, antiguo virrey
de Navarra, al cual le envió una carta apologética, para que a su vez el
gobernador español de Milano se la reenviara a Felipe II de España.
Con una ágil, sabia y
dócil pluma, desbarató una por una todas las acusaciones sin llegar a renegar
nunca de su linaje agramontés y de su condición de nabarro. En dicha carta también
se definía como vasallo de los reyes de España, Carlos I, del cual indica que rechazó
dos cargos, y de Felipe II, pero eso sí, al mismo nivel que cuando fue vasallo
del rey de Portugal, Juan III. También se muestra orgulloso de los lugares
donde estudio e impartió clases y conocimientos del Derecho Canónigo y Papal; alabándolos
cada cual a su modo, bien en el Reino de España, en el Reino de France o en el Reino
de Portugal, siendo este último su preferido.
Además sin legitimar la
invasión y ocupación del Estado de Nabarra, alabando incluso a familiares y
amigos que estuvieron defendiendo el reino bajo el mando del ilustre mariscal
Pedro de Nabarra, utilizó deliberadamente la actualización publicada en el año
1566 de su Manual de confesores y penitentes,
para aceptar la triste situación de sometimiento del pueblo de la Nabarra
situada al sur del Pirineo, como mal menor, pero sin entrar por decisión
consciente en el debate de a quién pertenece la Corona de Nabarra. Para ello se
cita una vez más a sí mismo, pronunciando nuevamente su máxima creencia sobre
las únicas banderas de la Humanidad, la de Jesucristo o la de Satanás, ya expresada
en su juventud durante su estancia el Reino de France.
Martin de Azpilcueta y
Jaureguizar, pese a este contratiempo, se mantuvo fiel a su carácter humilde,
manteniendo con ello el favor de la mayoría de la Santa Sede, lo que obligó al cardenal
español Francisco Pacheco de Toledo evitar una nueva promoción de cardenales. Este
cardenal español fue el que chismorreo al Papa sobre el Doctor Navarrus.
En el año 1572, nuevos
rumores surgieron sobro una nueva promoción de cardenales, en donde de nuevo estaría
incluido el hijo de Barasoain. Felipe II de España nuevamente activo la
maquinaria diplomática española existente en la Santa Sede, solo con la única
intención de impedir el nombramiento de cardenal para el nabarro.
“(…) no conviene en ninguna manera que éste sea cardenal. (…)”
En el año 1573 los
seglares catalanes, perceptores de diezmos, perseveraban obstinados en su
rebeldía contra Felipe II de España, luchando insistentemente desde varios años
atrás, para sacar a flote sus privilegios.
Acudieron a Roma y entablaron la oportuna súplica contra la concesión
pontificia que beneficiaba a su rey Felipe II de España. Para apoyar con más pujanza
sus pretensiones, solicitaron el parecer de la máxima autoridad en derecho, el Doctor Navarrus, quien emitió un informe
jurídico favorable a sus deseos.
Según el canonista de
Barasoain, el Papa no tenía poder alguno para otorgar aquella concesión en perjuicio
de los laicos que poseían dichos diezmos. Los efectos inmediatos del dictamen
no sólo se dejaron sentir en Cataluña, sino también en el resto de Aragón,
donde pronto comenzaron a cundir los brotes de la rebeldía contra Felipe II de
España.
Esto le valió para que
Felipe II de España se indignara con Martin de Azpilcueta y Jaureguizar,
instando a sus diplomáticas a hacerle llegar la siguiente amenaza envuelta a
modo de advertencia:
"(…) Será bien que llaméis luego al dicho Navarro y le
digáis por la mejor orden que os pareciere, cómo yo he sabido esto y que me ha
desplacido mucho de ello, y que para lo de adelante convendrá que esté muy advertido
de no tratar de semejantes materias siendo tan en deservicio nuestro, teniendo
él las obligaciones que tiene; y a este propósito lo demás que os pareciere (…)"
Pero esta vez su
embajador Juan de Zuñiga no cursó la orden de su rey Felipe II de España por
contraproducente. A demás, la emisión favorable hacia los seglares de Cataluña
y por ende contraria al Papa, aunque fuera totalmente legal según el Derecho
Canónigo y Papal, le apartó definitivamente de las todas las listas de promoción
de cardenales. Así pues, el Doctor
Navarrus aceptó humildemente el no ser nombrado cardenal.
Tras la absolución del
arzobispo de Toledo en el año 1576, el Doctor
Navarrus continuó con su labor literaria, permaneció como consultor de los
Papas sucesivos Gregorio XIII y Sixto V, los cuales le siempre tuvieron gran
cariño y en un alto aprecio.
El 21 de junio del año
1586, el Doctor Navarrus falleció en
Roma, siendo posteriormente enterrado en la iglesia de San Antonio de los
Portugueses.
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