Iñigo Saldise Alda
Orígenes; identidad cultural y jurídica
Soberanía de Navarra
Hoy a comienzos del siglo XXI, los habitantes de esta parte o zona de Europa nos transportamos a través del espacio temporal por dos itinerarios, uno que nos sumerge en nuestro pasado y otro que intenta deslumbrar un futuro libre y propio. Para alcanzar próximamente un futuro libre y propio, se necesitan las enseñanzas histórico-políticas necesarias, junto a las raíces de nuestra existencia, para así poder proyectar las permutaciones y las evoluciones necesarias en vías del desarrollo, en un proceso continuo de forja y conocimiento, en el cual sobresale no sólo el ámbito de lo material, sino incluso también la llamada voz de la espiritualidad. Y desde tales principios, podemos acercarnos a la obra de nuestros fundadores, los pueblos vascos que habitaron nuestra bella Europa. Ese espacio geográfico y cultural integrado por una misma nación lingüística emparentada con el euskara, que según el ruso Kart Boucha y el argentino Gandía se extendía desde el Cáucaso al Atlántico y desde el norte de África al norte de Europa en los periodos del paleolítico y neolítico, hasta la entrada de los pueblos indoeuropeos. Esos primitivos pueblos vascos lograron subsistir en amplias zonas en entorno al Pirineo; concretamente, desde el río Garona al norte, hasta el sistema ibérico por el sur, sin significar con ello, la existencia de una frontera política entre galos y vasco-aquitanos por un lado y vasco-ibéricos con celtibéricos o hispano-celtas por otro.
Así, la primera organización de nuestros antepasados fue durante la Iª Edad de Hierro. Esta estaba basada en la propiedad comunal de la tierra, teniendo como característica principal el reparto equitativo de todos los bienes, donde la mayoría de la población poseía unos niveles ecuánimes de recursos económicos. Los poblados de aquellos pueblos vascos abarcaban poca extensión, debido principalmente a la presión militar celta, pero abundaban en las dos vertientes del Pirineo y en la costa del Atlántico. Estos territorios fueron habitados por pequeños grupos, los cuales formaban en sí mismos, auténticas unidades sociológicas completas, cuyos miembros estaban relacionados entre sí por lazos claramente normativos y culturales. Esta es una clara realidad jurídica, denominada comunidad vecinal, con la cual se encuentran los romanos.
La entrada del imperio romano en las tierras de los pueblos vascos, no significó la desaparición del euskara, signo cultural principal que los unía. A diferencia de los pueblos celtas, los pueblos vascos mantuvieron una estrecha relación con los romanos, basada en la amistad y una franca colaboración a pesar de aislados enfrentamientos, lo que les permitió recuperar territorios perdidos ante las tardías acometidas guerreras de los pueblos celtas. Incluso mercenarios de los pueblos vascos, enrolados en legiones romanas, participaron en la guerra contra los britanos, como lo atestiguan varias tumbas de la época que se encuentran en las proximidades de la actual London. Las características del territorio de estos pueblos vascos, hizo que la romanización no fuera homogénea. Las comunidades vecinales vasconas subsistieron durante la imposición jurídica de la época romana. Esto fue posible por ser poblaciones con una organización vecinal, que asemejaron con relativa facilidad los esbozos jurídicos del municipio romano en materia de comercio, por lo que únicamente fueron las nuevas relaciones socioeconómicas las que se basaron en el derecho romano, sin eliminar el antiquísimo Derecho Pirenaico, basado en las costumbres y tradiciones prehistóricas, propias de los nativos europeos, los vascos.
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