LO QUE TODO NABARRO DEBE SABER (parte 4ª)
31. ¿Qué ocurrió en verdad?
La pérdida de la
independencia y soberanía del Reino de Nabarra no debe encuadrarse solo en los
sucesos acaecidos entre los años 1512 y 1530, ya que al norte del Pirineo el
Reino de Nabarra mantuvo su soberanía y sus legítimas instituciones hasta el
año 1620. Pues bien, dicho esto, como todos debemos saber,
solo existe
un único procedimiento para ver las cosas, y este es verlas por completo.
Así pues, el Reino de
Nabarra, todavía bajo el nombre de Iruñea, sufrió la primera violenta agresión a
su independencia y a su soberanía territorial en el año 1054, con la ilegítima invasión
de los territorios occidentales por parte del rey Fernando I de León y
Castilla. El propio rey de Iruñea, conocido como el de Naiara, se enfrentó a los invasores castellanoleoneses y
murió defendiendo las tierras de los nabarros en Atapuerca. Esto provocó las deserciones de tenentes nabarros, que fueron
numerosas, ante las promesas feudales de Fernando I de León y Castilla, teniendo
como consecuencia directa una pérdida importante del territorio nabarro en el
oeste del Estado vascón. Concretamente estas deserciones y pérdidas se suceden
hasta el año 1062 en todas las tierras que habían ocupado el ejército invasor
castellanoleonés, destacando entre ellas la Vieja Castilla de las Merindades y
la Bureba. A raíz de esta primera feroz agresión a las tierras occidentales del
Estado vascón y a sus pobladores nabarros, se sucedieron otras, de las cuales
destacamos las siguientes fases históricas.
En el año 1063 el ducado de Gasconia, que se encontraba en la órbita del
Reino de Iruñea desde el año 970, siendo el rey de los nabarros Sancho II Abarca, pasó a manos aquitanas tras
varias décadas de luchas internas. Esto ocurrió tras la muerte de Eudes de
Poitiers, acontecida en el año 1039.
En el año 1076, Sancho Garcés IV de Iruñea es asesinado en Peñalén por
sus hermanos Ramón y Ermenesilda, los cuales son bien acogidos en el Reino de León y
Castilla, y en la musulmana ciudad de Zaragoza. Esto fue aprovechado por el rey
Alfonso VI de León y Castilla, gran hostigador del crimen, que consiguió grandes
beneficios con ello. Rápidamente invadió las tierras de los nabarros, ocupando
desde los Montes de Oca hasta los ríos de Oria y Arga. Otorgó títulos
nobiliarios y hereditarios a todos los funcionarios desertores. Estos tenentes
de Bizkaia, Gipuzkoa, Araba y Errioxa se hicieron vasallos del rey de León y
Castilla, favoreciendo con ello la ocupación extranjera a cambio de recibir parte
de las tierras invadidas como feudos. Mientras, los nabarros señalaron como rey
de Iruñea a Sancho Ramírez, conde de Aragoi.
En el año 1087, el rey castellanoleonés impuso al rey de Iruñea y Aragoi
un vasallaje, nombrado como condado de
Navarra, subsidio y situado en torno a la ciudad de Iruñea.
Antes de proseguir con la larga cronología de la invasión y ocupación
del Reino de Nabarra hasta la pérdida total de su independencia y soberanía del
año 1620, debemos recordar lo siguiente:
En el año 1109, el rey de Iruñea y Aragoi, Alfonso I el Batallador, recuperó para el Estado
de los nabarros las comarcas de Bizkaia, Gipuzkoa, Araba y Errioxa, llegando hasta
los Montes de Oca. Tras la paz de Támara llevada a cabo en el año 1127, se
realizó un nuevo tratado fronterizo con Castilla (y León), en el cual se
reconocía la territorialidad nabarra de esas comarcas mencionadas, volviéndose
así a la frontera natural y estipulada con anterioridad en el tratado fronterizo
acordado entre el condado de Castilla y el Reino de Iruñea del año 1016.
Ya en el año 1134, tras la muerte de Alfonso I el Batallador, Alfonso VII de León y Castilla invadió la margen
derecha del Ebro apoderándose de la comarca de Errioxa y de la recientemente reconquistada a los almohades, comarca de
Zaragoza. Únicamente las tierras de Tutera y Logroño resistieron al invasor imperialista
castellanoleonés, gracias a la defensa del Estado vascón realizada por el
electo rey de Iruñea en las Cortes del Reino, García Ramírez el Restaurador.
En el frente oriental el
Restaurador inicialmente logró el llamado pacto de Vadoluengo con Ramiro,
hermano de Alfonso I de Iruñea y Aragoi. Ramiro estaba incapacitado para
gobernar por su condición de obispo, pero en la práctica ejercería de rey,
estando García Ramírez y sus descendientes como únicos sucesores al trono del
Reino de Iruñea y Aragoi. Finalmente el pacto fracasó por la injerencia del rey
de León y Castilla con su ilegal y violenta intrusión, el cual consiguió la colaboración
de su cuñado, el conde de Barcelona y Gran Maestre de la Orden del Temple, Ramón
Berenguer IV, para que Ramiro se casase con Inés de Poitiers. De esta unión nació
Petronila de Aragón, la cual fue prometida a Ramón Berenguer IV cuando apenas contaba
con un solo año de edad.
Dos años después, en el año 1136, el
Restaurador reinaba en Zaragoza en nombre de Alfonso VII de León y
Castilla, pero en ese mismo verano el emperador castellanoleonés cedió la
comarca de Zaragoza a Ramón Berenguer IV de Barcelona. Además, Ramiro separó ilegalmente
el Reino de Aragoi del Reino de Iruñea con la ayuda militar de Alfonso VII de
León y Castilla aliado con el conde de Barcelona, el ya mencionado Gran Maestre
de la Orden del Temple, Ramón Berenguer IV.
Ya en el año 1137, Ramón Berenguer IV de Barcelona recibió
ilegítimamente de Ramiro el Reino de Aragón, bajo el título de príncipe de
Aragón y además también la confirmación por parte castellanoleonesa de la entrega
de la comarca de Zaragoza.
En los años 1140, 1151 y 1157, Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y
Alfonso VII de León y Castilla, llegaron a distintos tratados con un objetivo
común, repartirse el Reino de los nabarros.
También, en el ya mencionado año 1151, el príncipe de Aragón y conde de
Barcelona, esperó hasta que Petronila de Aragón cumpliese los 14 años para
hacerle un hijo. Este de nombre Alfonso (II) será el primer rey de la Corona de
Aragón y Barcelona.
En el año 1158, Sancho VI el Sabio
cambió el nombre al Estado vascón. Así desde entonces y de manera oficial, el
Reino de Iruñea pasó a llamarse Reino de Nabarra. Solo cuatro años después, en
el año 1162, tras una gran ofensiva, recuperó las comarcas de Errioxa y la
Bureba, firmando una tregua con Alfonso VIII de Castilla en el año 1167,
conocida como tregua de Fitero y de diez años de duración. Pero en el año 1173,
tras apenas seis años del acuerdo, el rey castellano rompió la tregua e invadió
el Reino de Nabarra. También durante esa ofensiva imperial castellana, las
tropas invasoras comandadas por Diego López II de Haro en el año 1174, entraron
en la comarca de Bizkaia tomando el castillo de Malvecín. Otras campañas militares
llevadas a cabo por el invasor castellano, concretamente en los años 1173 y
1176, les llevaron a sus tropas hasta las mismas puertas de Iruñea, asaltando
el castillo de Leguín.
Como ya hemos visto, en el año 1176 tuvo lugar el conocido como Laudo
Arbitral de London. Nabarros y castellanos dispusieron en las previas, entregar cada uno sus
alegatos a Enrique II de Inglaterra. Como garantía, Alfonso VIII de Castilla devolvía las fortalezas de
Naiara, Arnedo y Cellorigo a Sancho VI de Nabarra, y éste entregaba las de
Lizarra, Funes y Marañón, que serían regidas por caballeros nombrados de mutuo
acuerdo. También implantaron un armisticio
por siete años. La asamblea de embajadores nabarros y castellanos se
reunió en el Reino de Inglaterra con el rey Enrique II con sus concernientes
fundamentos. Entre los nabarros se encontraban Pedro de Artaxona, obispo de
Iruñea, junto a tres tenentes y tres juristas. La lengua de la delegación nabarra era el euskara según las
crónicas inglesas consultadas.
Los nabarros pretendían
la restitución de las fronteras existentes hasta el año 1037, por lo que pedían
la restitución de las plazas arrebatadas por Alfonso VII de León y Castilla a
García Ramírez de Iruñea en el año 1134, junto a las tomadas finalmente por
Alfonso VIII de Castilla a partir del año 1173, quebrantando con ello la tregua
firmada en el año 1167. A esto habría que sumarle una indemnización de cien mil
marcos de plata. Los nabarros también mostraron un interesante alegato, al citar
la lealtad declarada de que los
naturales de las comarcas ocupadas manifestaban al rey de Nabarra.
En frente, los
castellanos pretendían volver a la situación del año 1076, en la que tras el
magnicidio de Sancho IV en Peñalen, se habían apoderado de toda la parte
occidental del Reino de Iruñea, incluidas Errioxa y las tierras entre Gares,
Zangoza y el río Ebro. Reclamaban a su vez, la mitad de las rentas de Tutera,
la devolución del castillo de Rueda de Jalón y una compensación de cien mil
monedas de oro. Para todo esto, alegaban ser descendientes de Sancho III el Mayor y haber conquistado Toledo.
Enrique II de
Inglaterra, cuñado del rey castellano, no quiso entrar en restituciones
anteriores a los reinados del nabarro y del castellano viendo que las alegaciones tenían
su fundamento histórico y debían ajustarse a derecho, dictaminando finalmente que Sancho VI de Nabarra tenía que entregar en el
año 1179 Logroño, Entrena, Nabarrete, Ausejo, Autol y Resa, únicamente a cambio
de recuperar Leguín, Portilla y el castillo de Godín, además de entregar 30
mil maravedíes en un plazos 10 años de duración, perjudicando así
de forma muy grave los intereses del Estado de Nabarra.
No debemos pasar por alto que el año 1152, el matrimonio que se produjo entre
Leonor de Aquitania y el heredero inglés, Enrique Plantagenet, hizo que los
ingleses entrasen en los territorios de Gasconia de origen vascón, ocupando en
el año 1177 la ciudad de Baiona y el resto del originariamente nabarro
vizcondado de Laburdi. Esto hace que señores gascones (vascones norpirenaicos)
como el de Biarno y el de Xiberoa, pasasen a reconocerse como vasallos del rey
inglés sin dejar de mostrase favorables al Reino de Nabarra. Otros en cambio,
como los de las tierras conocidas como Ultrapuertos, se declararon vasallos del
nabarro para defenderse del inglés.
En el año 1179
castellanos y aragoneses pactaron en Cazola repartirse las futuras conquistas
en Al-Andalus y forjaron una firme alianza contra el rey de Nabarra Sancho VI el Sabio, además concertaron también el
reparto del Reino vascón según tratados anteriores.
De nuevo, en el año 1198 el rey de Castilla Alfonso VIII junto a su
sobrino el rey de Aragón Pedro II, acordaron repartirse el Reino de Nabarra, lo
cual provocó que el rey de Nabarra, Sancho VII el Fuerte, tuviera que viajar hasta el norte de África en el año
1199 en busca de apoyo militar. Ese mismo año el señor castellano de Vizcaya,
Diego López II de Haro, encabezó la invasión militar e ilegítima de las
comarcas del Duranguesado, Araba y Gipuzkoa. Vitoria, la antigua Gasteiz, tras más de
siete meses de brutal asedio castellano, se rindió finalmente al invasor en el
año 1200. Trebiño y Portilla, pese a resistir las continuadas y cruentas
acometidas militares del invasor castellano, tuvieron que ser finalmente intercambiadas
en las treguas posteriores.
El propio rey de Castilla Alfonso VIII, llegó a reconocer la ilegalidad
de su acción militar, dando palabra ante Dios en su testamento del año 1204. En
él se muestra su intención de devolver parte de lo conquistado si se recuperaba
de su enfermedad. Pero finalmente sanó e hizo caso omiso a su juramento.
En el año 1212, al rey de Nabarra Sancho VII el Fuerte, junto a penas 200 hombres
nabarros de armas, se le vio junto a Alfonso VIII de Castilla en la cruzada cristiana contra los almohades.
Esto fue debido únicamente a las presiones y maléficas amenazas, incluso de
excomunión, vertidas por el emperador de Roma y por el obispo de Narbona. A las
que había que añadir las falsas promesas del rey castellano que constaban en la
devolución de las tierras nabarras ilegalmente ocupadas por Castilla en los
años 1199 y 1200, pero al final, el rey de los castellanos solo devolvió varios
castillos situados en la Sonsierra.
Hay que decir, no solo a modo anecdótico, que ese mismo año 1212, el rey
de Francia de turno, Felipe II concretamente, comienzó una cruzada “católica”
contra los albigenses y cataros, lo que provocó
la pérdida de las tierras de Bigorra (de donde según algunas fuentes era natural
el primer rey de Nabarra). Estas se volvieron a recuperar o reconquistar por
los nabarros en el año 1265.
Bien dicho
esto y continuando por nuestra vida histórica, debemos pararnos en la época
existente durante el intenso reinado en el Estado de Nabarra de Carlos II de
Evreux, el Malo pues al comienzo de
su reinado fue cruel y autoritario con los naturales del País. Tuvo grandes presiones
francesas, en las cuales algunos historiadores hablan incluso de búsqueda, más
o menos legítima del trono de Francia. Pero también este rey buscó
incansablemente el recuperar las numerosas tierras nabarras perdidas
militarmente e ilegítimamente ocupadas por castellanoleones y barcelonaragoneses.
Para ello
no dudo inicialmente, combatir a los ingleses situados en la Gasconia, siendo
aliado su cuñado Gastón Febo, conde de Foix. Finalmente, tras enfrentarse al
rey de Francia Juan II, por sus intereses señoriales e indudablemente feudales
en diversas tierras de la Galica, alguna de esas comarcas poseían un gran poder
estratégico y comercial, los ingleses pasarían a ser aliados de los nabarros en
el marco histórico de la denominada guerra de los cien años. Sin ir más lejos,
en el puerto normando de Cherburgo ondeaba la bandera colorada del Estado de
Nabarra y por cierto, el pueblo de Paris en un momento de dicha guerra,
concretamente coincidiendo con la entrada de Carlos II de Evreux en la ciudad
de las luces, sin ningún tapujo era clamor, llegando a gritar al paso de el Malo: NABARRA! NABARRA! NABARRA! (más
que posible lo dijeron en francés).
La paz de Brétigny, llevada a cabo el 8 de mayo del año 1360, puso fin
provisionalmente a las hostilidades entre franceses e inglesas, privando así al
Reino de Nabarra del apoyo indispensable del rey de Inglaterra. Solo con dicho
tratado se reafirmó la incorporación del condado de Evreux a la Corona de Nabarra,
a la vez que el infante nabarro Felipe de Evreux, recuperó sus posesiones en la
Normandía.
Bien, volviendo al sur del Pirineo, que como ya sabemos es lo que
finalmente les importa a los nacionalespañolistas, debemos saber que Pedro IV
de Aragón-Barcelona durante su reinado se apresuró a fortificar dicho Reino, sin
olvidar que intentó por todos los medios acrecentar su vasto imperio a expensas
del Reino de Castilla y León, además, como no, de nuestro Estado, el Reino de
Nabarra.
Mientras, el Reino de Castilla y León se encontraba en una “guerra
civil”, ya que Pedro I el Cruel tenía al enemigo en casa, como
así se suele decir. Este adversario fue su hermano bastardo Enrique de
Trastámara, lo cual significaba que el Estado de Nabarra pasase a ser una vez
más materia de subasta, muy tentadora para todos ellos.
Tras un inicio neutral de Nabarra ante la guerra de cuatro años entre el Reino de Aragón y el Reino de Castilla y León, el 22 de mayo del año 1362 el rey nabarro contrajo en Lizarra una alianza con Pedro I de Castilla y León. Esto fue debido al posicionamiento francés en favor de su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, el cual ya era aliado del Reino de Francia al prestar sus vasallos al francés en un posible ataque a los ingleses, los cuales se encontraban por aquellas fechas en Aquitania. A su vez, Carlos II de Nabarra vuelvió a aliarse con los ingleses, lo que provocó un enfrentamiento directo contra los franceses y contra los partidarios de Enrique de Trastámara. Pedro IV de Aragón por otro lado, intentó sacar tajada de todo ello, pero la diplomacia nabarra encabezada esta vez por su rey, consiguió una “relativa” neutralidad aragonesa, que a pesar de ello, no escondía sus afilas garras en post de invadir nuevas tierras nabarras. Mientras, el infante Luis de Evreux y Nabarra, se dedicaba a contentar al rey de Castilla y León, Pedro I el Cruel.
El rey de Nabarra se reunió con el rey de Aragón en Uncastillo, poniendo
en ese lugar punto “final” a un admirable plan con el cual ambos podrían repartirse
Castilla. En dicho acuerdo, Aragón se contentaba con Toledo y Murcia, mientras
el Estado de Nabarra recuperaría la Vieja Castilla de las Encartaciones,
incluyéndose Burgos, Soria, Agreda y sobre todo, la importante Bizkaia con
todos los territorios antiguamente nabarros. Además, si el rey de Nabarra hubiese tenido la
suerte de apoderarse de Pedro I de Castilla y León, hubiese recibido como
premio suplementario otras tierras originariamente nabarras, que estaban en
poder de la Corona de Aragón, como Jaca y el territorio de la Montaña, con Sos,
Uncastillo, Ejea, Tiermas,… antiquísimas tierras vasconas, junto a la nada
despreciable cantidad de la época de 200.000 florines. No menos magnánimo, el
rey de Nabarra, si hubiese dado cuenta del Reino de Francia, misión imposible
por cierto, hubiese cedido al heredero de la Corona de Aragón la senescalía de
Carcasota y Bellegarde. Finalmente, para esconder dicho pacto, el infante Luis
de Evreux y Nabarra se dejó apresar por el príncipe aragonés en Ribagorza. Así
era la política de entonces.
Pero bueno, para desgracia de los intereses territoriales del Reino de
Nabarra y también del Reino de Aragón, los hermanos Pedro y Enrique no entraron
en guerra en ese momento, condición sine
qua non para los planes nabarro-aragoneses. Pedro I de Castilla y León fue
informado de ello por sus espías y reaccionó
inmediatamente atacando a los aragoneses por Alicante y Murcia. A su vez,
pactó con los nabarros en la villa de Sos en marzo del año 1364, pero esto no
impidió que los nabarros pactasen con el bastardo Enrique de Trastámara poco
días más tarde en Almudéjar. En éste continuo toma y daca, Nabarra reconoció a
Enrique de Tratámara como rey de Castilla y León, pero a cambio, Enrique se
comprometía a ceder, mejor dicho devolver al Reino de Nabarra los mismos
territorios que se habían acordado en el pacto con el Reino de Aragón y que
estaban de forma ilegal en manos castellanas. Además, Enrique debía ayudar a
Carlos II de Nabarra en su guerra contra el Reino de Francia, e incluso de
llegar el caso contra el Reino de Aragón. En ese mismo lugar, Almudéjar, una delegación
aragonesa se comprometía a pagar a finales de abril al Estado de Nabarra, los
50.000 florines anteriormente prometidos. Llovían las promesas por aquel
entonces, como ya había sucedido en otras fechas anteriores, las cuales fueron
olvidadas inmediatamente después de ser formularlas.
Siguiendo con ese año 1364 y retornando a las “legítimas” pretensiones en la Galica de Carlos II de Nabarra, Martín Enríquez, hombre de confianza del rey nabarro, reunió en Etxarri-Aranaz a 1.000 hombres de armas, los cuales embarcaron en Hondarribia tomando destino a la Normandía al mando de Juan de Grally, captal de Buch, y del primo del rey nabarro, Gastón Febo de Foix. Pero en la Normandía les esperaba una terrorífica sorpresa. Beltran Duguesclin al mando de sus famosas compañías, se había apoderado de Mantes y de Meulan. Los saqueos de la soldadesca habían alcanzado al dinero y a las joyas personales de la reina consorte de Francia, Blanca de Evreux, hermana de Carlos II de Nabarra. Además rápidamente corrió la noticia de la muerte de Juan II de Francia en London, lo cual significó el ascenso al trono francés de Carlos V, el cual ha pasado a la historia como un reconocido y enconado enemigo del Estado de Nabarra.
Carlos II de Nabarra se percató que en su guerra contra el Reino de Francia, tenía la grandísima necesidad del apoyo incondicional del Reino de Inglaterra y del Reino de Castilla y León. Así el día 20 de noviembre del año 1364 se firmó el acuerdo de Gares, el cual aseguraba el concurso efectivo de Pedro I de Castilla y León para fletar una decena de navíos en los puertos de Hondarribia y Oiarzun, los cuales se convirtieron de facto, en puertos francos para el Reino de Nabarra.
Como ya hemos dicho en preguntas anteriores, Carlos II de Nabarra junto a Pedro I de Castilla y León, formaron una seria alianza, a las cuales se les unió el príncipe Negro o de Gales, señor de Aquitania y heredero al trono inglés. Éste siempre se mostró como aliado natural de Nabarra, sencillamente por ser adversario del rey de Francia. Por otro lado se encontraban ya definidos sus enemigos. Estos eran el bastardo Enrique de Trastámara y su aliado natural el rey de Francia Carlos V, enemigo exacerbado de Nabarra, junto a las incontrolables compañías del bretón Duguesclin, que estaban formadas no solo por bretones, ya que también contaba con flamencos y valones, además de asalariados ingleses e italianos, incluso no debemos pasar por alto que hubo algunos mercenarios vasco[(n)gado]s, todos ellos esbirros y bandidos. Mientras el rey de Aragón había decidido ser neutral, al menos por el momento.
Bien, al tema. Juan de Grally agrupó a las tropas inglesas y nabarras para enfrentarse a las tropas francesas. La batalla se libró en Cocherel, entre los ríos Eure y Sena donde los anglo-nabarros son derrotados. Esto ocurrió el 16 de mayo de año 1364, muriendo el bravo captal de Buch en la batalla. Así, todo hay que decirlo, esas tierras de la Normandía parecían perdidas definitivamente para el Reino de Nabarra.
Carlos II de Nabarra se negó inicialmente a admitir el hecho consumado de la pérdida de la estratégica Normandía, y para ello reunió a 500 hombres en Baiona, los cuales bajo estandarte nabarro, el 1 de agosto de ese año lograron la victoria en la batalla contra una guarnición francesa en Valogne. El rey nabarro confió a Arnaldo Amaniue de Albret, vizconde de Tartas, señor de Mixe y de Ostabarret, la importante tarea de reclutar la denominadas Grandes Compañías, para así poder atacar a Carlos V de Francia, pero nuevamente y de forma inesperada se llegó a un arreglo. Los reyes de Nabarra y de Francia simularon así una reconciliación en marzo del año 1365. El nabarro con ello renunciaba a las plazas de Mantes y de Meaulan, así como al condado de Longueville, mientras que a cambio obtenía la cesión de la baronía de Montpellier y la restauración del condado de Evreux, además de la comarca del Contentin.
A pesar del supuesto pacto, debemos saber que el duque de Anjou, hermano del rey de Francia Carlos V, se encontraba por esas mismas fechas en Toulouse, preparando junto a los embajadores del rey de Aragón, un frente común contra el Estado de Nabarra y contra el Reino de Castilla y León.
El primer asalto sorprendió a Pedro I de Castilla y León. Así, el 1 de
enero del año 1366, Pedro IV de Aragón recibió al señor Beltrán Duguesclin y le
da el título de conde de Borja. El rey de Nabarra reaccionó rápidamente y
ordenó medidas de precaución, en especial en Luzaide, ante el posible paso de
espías franceses disfrazados de comerciantes o peregrinos. 10.000 hombres de
armas del bretón Duguesclin penetraron en el Reino Castilla y León desde el
Reino de Aragón. Carlos II de Nabarra nombró comandante de la ribera de Nabarra
a Martín Enríquez de Lacarra. Las tropas de Duguesclin pasaron por las puertas
de Tutera y se alojaron en Cascante que antes de su partida arrasan, al igual
que Murchante, Ablitas, Monteagudo y Oliva.
Pedro I de Castilla y León, huyó rápidamente hacia Toledo, yendo después a Sevilla, para acabar momentáneamente en el Reino de Portugal. Esto fue aprovechado por su hermano bastardo Enrique de Trastámara autoproclamándose como rey de Castilla y León el 16 de marzo en Calahorra. Luego entró el día de Pascuas en Burgos, donde nombró duque de Trastámara al conde de Borja, el bretón Beltrán Duguesclin.
Pedro el Cruel remontó el Reino de Portugal y llegó a las tierras de Galiza. Desde allí partió hasta la Baiona cantábrica, desembarcando en dicha ciudad el 1 de agosto del año 1366. Llevaba consigo la importante suma de 500.000 florines de oro. El príncipe Negro o de Gales, recordemos señor de Aquitania y heredero al trono de Inglaterra, sentó a su mesa al fugitivo rey de Castilla y León en un lado, y al rey de Nabarra al otro. Las conversaciones se iniciaron en Baiona, pero finalmente se completaron en Libourne el día 23 de septiembre del año 1366. Se proclamó la firme intención inglesa de reponer a Pedro el Cruel en el trono de Castilla y León. Para ello, Pedro el Cruel debía entregar los 500.000 florines al príncipe Negro. Por otra parte algunos puertos de la comarca vascona de Bizkaia, concretamente los de Bilbo, Bermeo y Lekeitio, serían entregados por el castellano al Reino de Inglaterra. En dicho tratado al Estado de Nabarra se le restituiría el resto de las tierras de Bizkaia, el Duranguesado, las tierras de Gipuzkoa y Araba, con sus diferentes villas y plazas fuertes, entre ellas Tolosa, Segura, Arrasate, Oiartzun, Hondarribia, Donostia, Getaria y Mutriku, algo que indudablemente apoyaban los ganboinos de esas tierras. También retornaban al Reino de Nabarra, Logroño, Nabarrete, Calahorra, Alfaro y Fitero, pero no solo eso, ya que el rey Carlos II recibiría 200.000 florines del Reino de Castilla y León, los cuales debían ser adelantados por el príncipe Negro. Las reclamaciones y pretensiones nabarras, aun y todo, fueron mayores. Se exigió la devolución de Trebiño, Labastida, Haro, Briones y Naiara, comprometiéndose el príncipe de Gales a estudiar el tema. El tratado, junto a esas cláusulas, se confirmó el 27 de septiembre en Saint-Emilion, y debía permanecer en secreto hasta que Pedro el Cruel tomase la ciudad de Burgos.
Pero al mismo tiempo, franceses y aragoneses firmaron en Toulouse, concretamente
dos días después, un acuerdo por el cual el Reino de Nabarra sería invadido
desde el Reino de Aragón, en busca de su ilegal incorporación a dicha Corona. A
su vez, el Reino de Francia invadiría la Gasconia, que por aquel entonces y en
su mayoría, estaba en poder inglés, junto a las posesiones que el rey de
Nabarra poseía en la Galica.
Bien, en ese contexto, Carlos II de Nabarra confió 300 lanceros a Martín
Enríquez de Lacarra para que facilitase el paso por los Pirineos a las tropas
inglesas. Tras esto parte a Donibane Garazi donde se encontró con el Duque de
Lancaster. Juntos se presentaron en Peyrehorade donde se reunieron con el
príncipe de Negro y con Pedro el Cruel.
En la primavera del año 1367, las tropas inglesas cruzaron los nevados
Pirineos por, como no, el paso de Orreaga y llegaron a Iruñea donde era de
esperar, no les faltó el pan y por supuesto el vino. Es en Iruñea donde se
constituyó realmente el ejército, el cual estaba bajo la dirección del príncipe
de Gales, con John Changos duque de Lancaster, junto a William de Fletor, que
estaba al mando de la vanguardia. También estaban presentes los gascones condes
de Albret y de Armagnac, el nuevo captal de Buch y las tropas de Gastón Febo,
vizconde del Biarno y conde de Foix. Por otro lado, disimulando, el rey de
Nabarra se encontraba de cacería por la zona de Tutera. Allí fue capturado por
un caballero bretón, Oliver de Mauny, compañero de Duguesclin y guardián del
castillo de Borja. Por eso, el puesto en el ejército aliado
anglo-gascon-nabarro fue ocupado por Martín Enríquez de Lacarra, el cual sería
el encargado de guiar a las tropas aliadas hasta el campo de batalla por el
conocimiento de la tierra.
William Felton atravesó Logroño para reconocer los territorios situados al otro lado del Ebro. A su vez, el grueso de las tropas inglesas, gasconas y nabarras atravesaron Irurtzun, Alsatsu, Salvatierra y Gasteiz. Tras un pequeño enfrentamiento con las tropas de Enrique de Trastámara cerca de Aríñez, las tropas salidas de Iruñea viraron bruscamente hacia Santa Cruz de Campezo, Biana y Logroño. Al amanecer del día 3 de abril del año 1367 tuvo lugar entre Nabarrete y Naiara, la que ha pasado a la historia como la batalla de Nájera, donde los fabulosos arqueros del rey inglés causaron sensación y ocasionaron muchas bajas al enemigo en pocas horas. La derrota del bastardo Trastámara fue total, pero consiguió finalmente salvarse, bueno mejor dicho, huir mientras que fueron apresados su hermano Sancho y su hijo bastardo Alfonso Enríquez, así como el ilustre combatiente Beltrán Duguesclin.
Enrique de Trastámara contó en su huida con un guía fuera de lo común, el cual le ayudó a cruzar los Pirineos por Somport. Este guía fue Álvaro de Luna. El que había sido su enemigo en Naiara, Gastón Febo, tras su regreso a su feudo, le recibió con la típica cortesía bearnesa y le facilitó el viaje hasta Toulouse. Mientras, el rey Carlos II de Nabarra salió indemne de su estancia en la prisión aragonesa.
Así pues, las ciudades
castellanas se apresuraron a decantarse por uno u otro bando, es decir, por
Pedro o por Enrique. Carlos II de Nabarra aprovechó esta circunstancia para
recuperar para el Estado de Nabarra las villas cercanas. Gasteiz, Salvatierra,
Santa Cruz de Campezo y Logroño, ciudad ésta donde el señor de Luxa Arnaldo Lup
es el primero en estampar el estandarte de Nabarra. A su vez los ganboinos, con
el señor de Oñate Beltrán Belaz de Guevara a la cabeza, también se apresuraron
en alzar el rojo estandarte nabarro en sus respectivas fortalezas y casas
torre, llegando incluso a conseguir recuperar la ciudad de Donostia, entre
otras, para el Estado de Nabarra.
El 28 de septiembre, el mismísimo príncipe de Gales entronizó de nuevo a Pedro I como rey de Castilla y León. Una vez cumplida su misión se presentó en el Reino de Nabarra. Carlos II le acompañó con una guardia de honor hasta Donibane Garazi. Pero Enrique de Trastámara abandonó Toulouse y atravesó nuevamente el Pirineo. Pedro I de Castilla y León, vencedor en Naiara y Nabarrete, sin poder contar con el valioso apoyo de las tropas anglo-gasconas-nabarras, se precipitó en una nueva huida, siendo finalmente alcanzado en Montiel. Después de una disputa, con innumerables y groseros insultos en la tienda de Duguesclin, la daga del bastardo Enrique de Trastámara acabó con la vida de Pedro I de Castilla y León.
Con la muerte de Pedro el Cruel, las esperanzas nabarras del
cumplimiento del interesante tratado de Libourne se desvanecieron completamente.
A pesar del nabarrismo
demostrado por los ganboinos, un viaje de Carlos II de Nabarra a Cherburgo,
facilitó y propició una nueva invasión militar castellana, por supuesto nuevamente
la ilegal ocupación castellana de las tierras nabarras de Araba, Gipuzkoa y
Errioxa. Los castellanos contaron con el inestimable apoyo de los oñacinos, no
lo pasemos por alto. Este nuevo contencioso fue planteado por la reina de Nabarra
ante el mismo emperador de Roma, Gregorio IX, pero como no, una vez más fue una
pérdida de energía y tiempo.
La Corte de Roma siguió el principio de hechos consumados, ya marcados por varios Papas con anterioridad, el cual siempre iba y tristemente va a día de hoy, en contra del Estado vasco(n) de Nabarra. A pesar de ello, en dicha Corte se le atribuyó al Estado de Nabarra los castillos de la Guardia, Burandón y San Vicente, así como el monasterio de Fitero y el castillo de Tudejen. Por otro lado, Carlos II de Evreux logró atraerse para el Reino de Nabarra a los judíos que se encontraban incómodos en el Reino de Castilla y León, ante la nueva política xenófoba del monarca Enrique II de Castilla y León.
De vuelta al norte del Pirineo, Carlos II de Nabarra mantuvo sus
aspiraciones sobre el contencioso de Montpellier. Dichos asuntos estaban
confiados al obispo de Dax, Juan de Bauffes. Pero no logró nada, más que cárcel
y tortura para sus enviados, representantes y correos, entre los que se
encontró inclusive su primogénito y heredero, Carlos (III). Hasta el rey de
Nabarra fue acusado de haber envenenado al cardenal de Bolonia, muerto cuatro
años antes, ante una decisión contraria a las pretensiones del Estado de Nabarra.
Pero esta vez, el propio Gregorio XI exime de todos los cargos al rey de Nabarra.
El infante Carlos fue retenido como rehén junto a sus dos jóvenes hermanos,
mientras que los franceses asaltaron siete fortalezas pertenecientes al nabarro.
Además el duque de Anjou se presentó en la ciudad de Montpellier, que se rinde
de inmediato al hermano del rey de Francia.
El prelado de Roma, en busca de la paz, propuso el matrimonio de la princesa Leonor de Castilla y León con el infante de Nabarra, Carlos. La petición formal de la mano tuvo lugar en Briones y el matrimonio se celebró tres años más tarde en Soria. Carlos II de Nabarra, malhumorado, intentó nuevamente la toma de Logroño, lo que provocó una campaña del infante Juan de Castilla y León sobre Larraga, Artajona y los alrededores de Iruñea, la cual estuvo defendida por Roger Bernardo de Foix.
En el año 1378 se produjo el importantísimo Cisma de Occidente. La muerte de Gregorio XI en ese mismo año, provocó la elección de dos papas, Urbano VI de Roma y Clemente VII de Avignon. El obispo de Iruñea, Martín de Zalba, pretendió que Nabarra se decidiera por uno de ellos, algo que inicialmente no estaba en la cabeza del rey de Nabarra, ni en la del joven príncipe nabarro.
Los castellanos en el año 1379, penetraron una vez más en el Estado nabarro y llegaron a quemar el bello castillo de Tiebas. El rey de Nabarra, como no, estaba ocupado en su lucha contra el rey de Francia, teniendo que aceptar en ese mismo año, la humillante paz de Briones. Para evitar una vergonzosa invasión del Reino de Nabarra, Carlos II tuvo que tratar a precio de oro con Duguesclin y Mauny y renunciar a su alianza con el Reino de Inglaterra. Desde Biana a Tutera, numerosas villas y castillos quedaron retenidos por un periodo de 10 años, por el infante Juan de Castilla y León. Además los castellanos tomaron rehenes nabarros, es decir, que fueron secuestrados por un periodo de siete años, quince fueron de Iruñea, seis de Erriberri, cinco de la Guardia, más una veintena de caballeros designados por el rey de Castilla y León.
Para colmo de males, el hermano de Carlos II de Nabarra, Luis de Evreux y Nabarra, conde de Beaumont-le-Roger, emprendió una nueva aventura por las tierras de Albania, buscando con ella recuperar la herencia de su esposa Juana de Sicilia, duquesa de Durazzo. Las tropas del primer Luis de Beaumont de la historia, estuvieron formadas en su mayoría por nabarros, destacando la intrepidez, entre otros, de Pedro de Lasaga junto a Juan de Urtubie y Garro. Las tropas nabarras pasaron de Albania a Grecia en la primavera del año 1379, cruzando por el Peloponeso y las planicies de Beocia, destacando su arte militar en el ducado de Athenas y Tebas, donde lucharon contra unos catalanes del Reino de Aragón, saliendo los nabarros victoriosos de la batalla.
Volviendo al tema, el joven príncipe nabarro no logró librarse de su prisión hasta la muerte del monarca francés Carlos V, acaecida en el año 1380. El heredero al trono de Nabarra, tras haber rendido homenaje al nuevo monarca francés Carlos VI, recuperó las posesiones de los Evreux en la Galica y regresó al Reino de Nabarra el 1 de octubre del año 1381 vía Avignon y Montpellier. Dentro ya del Reino de Aragón, éste fue recibido por Martín de Zalba, obispo de Iruñea y por el alférez del Reino, Carlos de Beaumont. Junto a ellos parte al Estado de Nabarra llegando a Caparroso, donde fue recibido por su padre. Tras pasar por Erriberri y por Uxue, emprendió una peregrinación a Santiago de Compostela vía Valladolid.
En el año 1383, el Reino de Nabarra firmó el acuerdo de Espinal con el Reino de Castilla y León. En dicho acuerdo se mejoraba considerablemente el tratado de Briones del año 1379. Se obtenía la devolución de los castillos ocupados y en poder de Castilla y León, e incluso por petición del cardenal de Aragón se incluyó una clausura secreta, que significaba en realidad un tratado de alianza y amistad entre ambos Reinos, aunque su ratificación final tuvo que esperar.
En el año 1386, concretamente en Lizarra, se liquidó definitivamente el tratado de Briones en una reunión en la cual estuvieron presentes, entre otros, el cardenal de Aragón, Gonzalo Moro, el prior de Orreaga, un delegado del príncipe de Nabarra y Ramiro de Arellano, cuya casa sirvió de acogida a los firmantes, pagándosele por parte castellana hasta la dote de Leonor de Trastámara, esposa del príncipe nabarro.
Al norte, concretamente en la Gasconia inglesa, el duque de Lancaster renuevó sus pretensiones sobre el Reino de Castilla y León. El príncipe nabarro permitió el paso por Orreaga de 2000 lanceros del duque de Borgoña, el cual, a modo de anécdota, presenció varios torneos e incluso una corrida de toros en el Reino de Nabarra, pero Juan I de Castilla y León ya había pactado con John Holland, jefe de los ingleses, lo que provocó un doble paso de vuelta a la Galica de ingleses y de borgoñones.
Tras la muerte de Carlos II de Nabarra, la coronación del nuevo rey tuvo que posponerse contra todo pronóstico, ante el interés del joven Carlos por recuperar los castillos que se encontraban en manos de los castellanos.
La villa de Cherburgo, que en su día tuvo que ser entregada al Reino de Inglaterra, fue de nuevo reclamada por el Reino de Nabarra. En el año 1388 Carlos de Evreux envió una embajada ante el rey de Inglaterra. Esta estaba presidida por Carlos de Beaumont, acompañado por Pere de Garro y de Martín Henríquez de Lacarra. Ricardo II de Inglaterra envió una comisión a Donibane Garazi en enero del año 1391, para revisar el testamento de Carlos II de Nabarra, al menos en lo que concernía a Cherburgo. Los nabarros no obtuvieron nada, ni Cherburgo ni otra plaza fuerte a cambio, lo que provocó la vuelta a Inglaterra en el año 1392 de Carlos de Beaumont. El monarca inglés pretendió evitar la devolución de Cherburgo, tergiversando y pretextando incluso la actitud del Reino de Nabarra ante el Cisma de Occidente. A pesar de la primera actitud de Ricardo II de Inglaterra, ese mismo año Cherburgo volvió a formar parte del Reino de Nabarra, eso sí, a cambio de 25.000 francos para víveres y armamento. Al recuperar Cherburgo para el Estado de Nabarra, se plantearon de nuevo todas las cuestiones relacionadas con el Reino de Francia. Tras varios fracasos diplomáticos, las relaciones entre ambos Estados comenzaron de nuevo tras el buen trabajo de Martín de Zalba. Cherburgo era una buena base para las negociaciones con el monarca francés Carlos VI, aunque no llegaron a buen término debido exclusivamente por la demencia del monarca francés.
El rey de Nabarra Carlos III, mantuvo una gran y estrecha relación con la Gasconia inglesa, o si lo preferimos con las gentes de la Vasconia Aquitana. Las relaciones de Carlos III de Nabarra con el Reino de Aragón también fueron leales y amistosas, llegándose incluso a cerrar los puertos nabarros a las tropas inglesas que querían cruzar el Reino de Nabarra para invadir el Reino de Aragón. Los valles del Roncal y del Salazar recibieron órdenes reales de no mezclarse en los asuntos aragoneses, mientras su hijo natural o bastardo, Godofredo, marchó en ayuda en el asedio de Balaguer. La muerte de Juan I de Aragón provocó una guerra por la sucesión del Reino aragonés. El Reino de Nabarra se posicionó en contra de las pretensiones bearnesas.
Ante el cisma de occidente, Carlos III de Nabarra realizó una política prudente y sagaz, vamos, en zigzag entre ambos Papas, sacando con su actitud ambivalente mayores ventajas sin dar la adhesión a ninguno de ellos. Primero consiguió que Zalba fuese nombrado cardenal tras una bula de oro desde Avignon. El rey Carlos III también tuvo la idea de ir a Roma para actuar de conciliador entre ambos papados. En el año 1394, siendo elegido Papa el cardenal de Aragón, el ya nombrado Álvaro de Luna en Avignon, el Reino de Francia se alejó de él, mientras que el Reino de Nabarra se convirtió en el mayor defensor de este Papa.
El día 9 de Junio del año 1404, el rey de Nabarra renunció a sus posesiones en la Champane y en la Normandía. Eso sí, a excepción del estratégico Cherburgo, recibiendo como contrapartida 12.000 libras tornesas además del Ducado de Nemours. En un segundo documento, el Reino de Nabarra renunció a Cherburgo a cambio de 200.000 libras tornesas, la mitad de ellas fue el señorío de Provins.
En el año 1412 se llegó a un nuevo acuerdo que renovaba las conversaciones nabarro-castellanas que se estaban manteniendo desde el año 1400. Un acuerdo que trataba de reducir en mayor medida de lo posible las continuadas querellas fronterizas entre Alfaro y Corella. A estas había que añadir las que constantemente se mantuvieron por aquel entonces, a lo largo y ancho de la frontera existente entre las tierras vasc(on)as de Araba y Gipuzkoa, que se encontraban bajo las garras asfixiantes del imperial Reino de Castilla y León, con las vasconas limítrofes del independiente Reino de Nabarra.
Pero en el año 1429 se
produjo una nueva invasión del Reino de Nabarra por parte de los castellanos.
Esta vez tomaron ilegal y violentamente toda la comarca de la Sonsierra hasta
Genevilla. Asa y Laguardia aguantaron aproximadamente siete meses de asedio
hasta ser finalmente tomadas. En el año 1436 se consiguió su devolución por
medio de un tratado, pero en el año 1461 los castellanos, tras incumplir dicho
acuerdo, consiguieron de manera definitiva ocupar lo que se denominaba la
puerta del Reino Pirenaico por esas fechas. Una posterior, es decir, a hechos
consumados y a modo de sentencia arbitral llevada a cabo en Baiona en el año 1463,
dictaminó que toda la merindad de Lizarra debería quedar en manos castellanas,
pero solo La Sonsierra, Los Arcos,
Armañanzas, El Busto y Sanzol, pasaron entonces a ser parte del Reino de
Castilla y León, gracias a la resistencia de los hombres y mujeres de ciudades
como Lizarra y Biana.
En el año 1479, por otra parte, con la llegada al trono de Nabarra de
Francisco Febo de Foix, supuso la reunificación con numerosos territorios del
norte de los Pirineos que ya habían sido anteriormente partes integrantes del
Estado vasco(n) de Nabarra. Francisco Febo I, además de ser rey de Nabarra, fue
señor de Biarno, Foix, Bigorra, Marsan, Gabardan, Nebouzan, Andorra y Castellbó.
Pero su deseo de formar una Corona de Nabarra, en
la cual estuvieran integrados todos los territorios pirenaicos, se vio rápidamente
truncada por las ilegítimas injerencias de los reyes españoles, Isabel y
Fernando, conocidos como los reyes Católicos en la historiografía española, y
por el rey de Francia Luis XI.
Tras estos más que interesantes acontecimientos,
que normalmente son olvidados o más bien ocultados por el nacionalespañolismo y
también por el chauvinismo francés, llegamos a los fraudulentos sucesos bélicos
del año 1512, llevados a cabo por el incipiente Reino de España contra los
restos territoriales de nuestra amada Patria de Nabarra.
El año 1512 comenzó de forma muy complicada para los intereses soberanos
del Reino de Nabarra. Las presiones sobre los restos del Estado vasco(n) eran
constantes. Tanto el Reino de Francia como el embrionario Reino de España, se
preparaban para la guerra, importándoles muy poco la neutralidad manifiesta de
los reyes nabarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret.
Apenas cinco años habían transcurrido desde la finalización de la “guerra civil” en el Reino de Nabarra, la cual fue sellada con la expulsión del Estado vasco(n) del mayor enemigo de los soberanos navarros, Luis III de Beaumont, al cual el tribunal nabarro existente en Baiona le había retirado su condición de caballero nabarro, junto a los títulos que poseía, en resumen, se le quitó la nacionalidad nabarra por alta traición, muriendo en tierras pertenecientes (ilegalmente) a la Corona de Aragón en el año 1508. Su hijo Luis IV de Beaumont se puso rápidamente a las órdenes de Fernando II de Aragón, regente de Castilla y León, el cual ya se titulaba como rey de España desde la conquista de la ciudad nazarí de Granada en el año 1492. El rey español desde el año 1507 ya había comenzado a mostrar serias y oscuras intenciones, encaminadas todas ellas a anexionarse los restos del Reino de Nabarra.
Por otro lado, las intenciones de Luis XII de Francia estaban clarísimas. Pretendía anexionar a la Corona francesa las tierras pertenecientes al Reino de Nabarra existentes al norte del Pirineo, en las que se encontraban gran parte de la Gasconia, el Biarno y Foix desde el año 1494 por órdenes de los reyes de Nabarra, Catalina I y Juan III. Para ello, el francés contó con su vasallo Gastón de Foix, pero éste murió en Ravenna en abril del año 1512 combatiendo contra la Liga Santísima. Como anécdota, pese a su muerte, la victoria en esa batalla cayó del bando francés.
La Santa Liga o Liga Santísima, se había creado el 4 de octubre del año 1511 para salvar a la iglesia y combatir exclusivamente a los franceses. Esta fue organizada por Fernando de España, integrando en sus filas a los Estados Pontificios, Venecia y España inicialmente. Fernando convenció posteriormente a su yerno Enrique VIII de Inglaterra, para que el Reino de Inglaterra se una a la coalición. Para convencerlo le prometió ayudarle en la tarea de recuperar la Guyena para la Corona inglesa.
En mayo del año 1512,
ante la amenaza militar proveniente del rey de España, Fernando, la neutral
Nabarra mediante su Consejo Real requiere el pase o exequáter de las Bulas Pontificias por el Consejo, al estar el
Reino de Nabarra totalmente asentado en el espacio de las naciones europeas;
pero esta petición nunca fue atendida por el emperador de Roma, Julio II,
aliado acérrimo del hipócrita Fernando de España.
Ante las promesas españolas, Enrique VIII de Inglaterra envió al marqués de Dorset al puerto de San Sebastián-Donostia, al mando de 8000 arqueros elegidos entre los mejores de toda Inglaterra, los cuales estuvieron preparados para desembarcar en Baiona, donde se le debían unírseles las tropas españolas, la cuales estaban comandadas por el duque de Alba.
Dispuestos a
mantenerse neutrales, Catalina I y Juan III de Nabarra firmaron el 18 de julio
de 1512 el Tratado de Blois con Luis XII de Francia, palpablemente similar a
otros realizados anteriormente con el rey de España. Fernando de España,
Nápoles y Sicilia conocía el contenido del Tratado antes de su firma, dándolo a
conocer de víspera pero de manera tergiversada, acusando a los reyes de Nabarra
de cismáticos y excomulgados, merecedores de ser despojados de su Corona y del
Reino de Nabarra.
El día 10 de julio del año 1512, tropas españolas invadieron y ocuparon el pueblo de Goizueta del Reino de Nabarra, mientras que el grueso del ejército que comandaba Fabrique Álvarez de Toledo, duque de Alba, irrumpieron el día 19 de julio entrando por la Burunba y por Lekunberri. El ejército invasor español ciertamente era numeroso, y estaba formado por 1000 hombres de armas, 1000 caballeros bardados, 1500 caballeros ligeros y 12.000 infantes, junto a 20 piezas de artillería.
Antonio de Acuña, obispo de Zamora, pronto se unió al grueso de las tropas españolas. Eran 400 hombres armados más, entre los que se encontraba el temido tercio de Bugía, conocido por los cuantiosos estragos realizados entre la población del norte de África. Junto a ellos se encontraba Luis IV de Beaumont, al cual el rey español le otorgó clandestinamente los mismos títulos que poseyó su padre. Estos eran el de condestable de Nabarra y el de conde de Lerin, algo que solo podían otorgar legalmente los reyes de Nabarra.
Luís IV de Beaumont partió hacia los restos de Nabarra junto a su cuñado el duque de Nájera, capitaneando 700 coraceros reales españoles. El duque de Alba dividió al ejército invasor en tres poderosas columnas, dos de ellas capitaneadas por los coroneles Villalba y Renfijo, mientras que la tercera fue comandada por Luis IV de Beaumont.
El 20 de julio de 1512
apareció el monitorio Etsi hii y la
bula Pastor ille celestis, donde en
ninguna de las dos el emperador de Roma nombra a los monarcas nabarros Catalina
I y Juan III. En cambio sí se refierió a cierto veneno de herejía que afectaba
a los cántabros y nabarros, lo que no justificaba ni de lejos, la invasión y
ocupación del Reino de Nabarra por parte española. Ambos documentos llegaron al
Reino de Nabarra un mes después, momento que aprovechó Fernando de España,
Nápoles y Sicilia, para auto titularse de forma ilegítima como rey de Nabarra.
En Uharte-Arakil el día 21 de junio la vanguardia del ejército español fue atacada por un pequeño grupo de valientes roncaleses, teniéndose los patriotas nabarros que retirar rápidamente al paso de Oskia, ante la abrumadora superioridad bélica del invasor español.
Pero el ejército español no se dirigió a la Guyena como habían prometido a los ingleses, sino que su objetivo militar era el corazón de Nabarra. El día 23 de julio las tropas españolas acampan a 2 leguas de la capital del Reino vasco(n). Juan III de Albret asegura la salida de su esposa y de sus hijos hacia el Biarno, alertando a continuación a la leal villa de Tutera, la cual envía a 500 hombres hasta Tafalla.
El rey de Nabarra finalmente se retiró hasta Lunbier y a continuación pasó hasta el Biarno para intentar contener la invasión española organizando la resistencia. Mientras tanto los habitantes de Iruñea fueron conminados a rendirse. No duraron mucho ante las amenazas españolas y eso que la denominada facción beaumontesa ya dominaba de forma dictatorial la ciudad desde hacía mucho tiempo atrás. Así pues, las puertas de la bella Iruñea se abrieron a las tropas invasoras españolas el 25 de julio, día del patrón español Santiago, a petición del duque de Alba y de su fiel escudero Luis IV de Beaumont. La soldadesca española entró en la ciudad al sonido de trompetas, tambores y otros instrumentos de viento.
Por otro frente, tropas españolas del hijo natural o bastardo del rey
español Fernando el Falsario, el cual
era arzobispo de Zaragoza, se encaminaron hacia Tutera. Las tropas españolas
pudieron ser vistas en Cascante el día 31 de julio, bloqueando con ello las
rutas naturales a la ciudad ribera. Ese mismo día, Fernando de España publicó
un falso manifiesto intentando demostrar que la ocupación del Reino de Nabarra
es conforme a los términos acordados en la Liga Santísima. La falsificación de
documentación por parte del español no era algo nuevo ya que lo había hecho
antes con el Tratado de Blois. Esta forma maquiavélica de actuar contra Nabarra
fue constante, Bien volviendo al tema, ese manifiesto fue un intento de darle un carácter de empresa
Santa, además de buscar una justificación ante el Pueblo-Nación de Nabarra y de
cara a sus aliados ingleses, que observaron atónitos desde Pasajes la invasión
española del neutral Reino de Nabarra.
Tutela finalmente no le quedó otra que rendirse, no sin antes haber informado y pedido ayuda a los legítimos soberanos de Nabarra el día 9 de septiembre. Esto ocurrió seis días más tarde de que la valiente tierra del Ronkal. Así el 15 septiembre, con lágrimas de sangre en los ojos, los mensajeros de bella ciudad de Tutela rindieron vasallaje al rey español en Logroño.
El rey de Nabarra realizó una enérgica proclama en Donapaleu el 30 de septiembre denunciando al rey español, usurpador y tirano, por ocupar por la fuerza de las armas el Reino de Nabarra. Los soberanos nabarros comenzaron a recaudar dinero, víveres y soldados en el Biarno, tratando de activar con ello la resistencia.
Fernando de España envió como espía al obispo de Zamora, pero los nabarro-bearneses pronto descubrieron las oscuras intenciones del obispo español y lo encerraron en prisión, para soltarlo únicamente a cambio de un rescate. Colérico el duque de Alba a punto estuvo de presentarse en el Biarno, pero por aquel entonces ya tenía otros problemas que perturbaban la mente del español, los nabarros de Ultrapuertos no se doblegaban.
El duque de Alba convocó a los representantes de Iruñea en el convento de San Francisco, buscando así legitimar la invasión y ocupación con un largo discurso. Algunos lugares del Reino de Nabarra continuaban sin ser ocupados, entre ellos el emblemático castillo de Monjardín, defendido por nabarros leales o legitimistas. Éstos estaban comandados por los Belaz de Medrano.
Una vez asegurada la ocupación de Iruñea y la dominación de la mayoría
las tierras nabarras del sur del Pirineo, las tropas españolas toman rumbo a la
tierra de Ultrapuertos. El ejército español atraviesa los Pirineos por el paso
de Orreaga para llegar a la fortaleza de Donibane Garazi.
Es entonces y no antes, cuando los soberanos nabarros buscaron aliarse con su anterior enemigo, Luis XII de Francia. La alianza iba tomando cuerpo mientras los españoles realizan numerosos estragos entre la población de la Nabarra ocupada. Muchos nabarros esperaron la reacción del rey Juan III de Albret. Los nabarros sufrían la ocupación, pero ni se sentían, ni estaban conquistados.
Las tropas inglesas permanecieron por un tiempo en Pasajes. Ante las continuas y reiteradas invitaciones realizadas por emisarios españoles, que buscaban la implicación inglesa en la guerra contra la neutral Nabarra, el marqués de Roset se negó repetidamente a combatir contra los nabarros, aunque los ingleses continuaron en el puerto castellano-guipuzcoano.
El grueso ejército
invasor español comando por el duque de Alba, llegó a la fortaleza de Donibane
Garazi tras atravesar el paso pirenaico de Orreaga. En su fortaleza, ya ocupada,
les esperó el coronel español Villalba y sus tropas. Éstas ya habían realizados
estragos entre los naturales del País mediante acciones de depredación y de exterminio,
buscando, única y exclusivamente con ello, el total sometimiento de los nabarros.
La alianza entre los soberanos nabarros, Catalina I y Juan III, con el rey de Francia finalmente fue sellada. La Palisse, capitán general de Francia, se instaló con sus tropas en Salvatierra del Biarno, uniéndose así el ejército francés al ejército nabarro de liberación. Al capitán general francés le acompañaron el duque de Longueville y el delfín de Francia, Francisco de Angulema.
Las tropas españolas del duque de Alba realizaron innumerables actos de pillaje y bandidaje en los alrededores de Salvatierra del Biarno. El ilustre general francés, ordenó ante la amenazante posibilidad de asalto español destruir los puentes, mientras 6000 infantes gascones y bearneses, es decir nabarros esperaban dentro de la plaza fuerte.
El duque de Alba,
desde Donibane Garazi, envió una nueva delegación a los ingleses a través de
Hasparren, Ustaritz y Urtubie. La intención, como anteriormente, era
convencerlos una vez más, para que entraran en combate contra los nabarros y
los ahora sí, aliados franceses, pero los ingleses se negaron y abandonaron los
puertos de Pasajes y Hondarribia, lo que obligó al duque español a reforzar la
fortaleza de Donibane Garazi mandando bajar la artillería española que se
encontraba en Orreaga.
La estrategia del ejército aliado nabarro-francés se había decidido. 12000 infantes del ejército de liberación, comandados por Francisco de Angulema se encaminaron hacia Donibane Garazi con las intenciones de enfrentarse al ejército invasor español. El duque de Alba ordenó quemar el pueblo de Mongelos, retardando así la marcha de las tropas del delfín de Francia. A la vez, las tropas nabarras comandadas por Juan III de Albret y el señor de La Palisse, atravesaron los Pirineos accediendo al leal valle del Roncal. Los espías españoles (traidores nabarros bien pagados) alertaron al duque de Alba, quien decidió abandonar la fortaleza de Donibane Garazi rumbo a la ciudad de Iruñea, dejando 800 infantes españolas.
Los españoles volvieron por Orreaga. Al llegar a Burguete, el duque de Alba recibió nuevos informes de sus espías, que le indicaron la cercanía del ejército de Juan III de Nabarra, estando éste formado por 12000 hombres. Las tropas españolas aceleraron por ello su marcha llegando rápidamente a la Larrasoaña.
Las tropas de Juan III de Nabarra habían atravesado los valles del Roncal, Salazar y Aezkoa, no sin antes combatir a todo invasor español que encontraron a su paso en su búsqueda de las tropas del duque de Alba. Mientras 8000 bearneses y gascones, es decir nabarros, 300 hombres de armas franceses, junto a 1500 lansquenetes alemanes y albaneses, que fueron comandados por Luis duque de Longueville, Carlos de Borbón, junto al joven Francisco, delfín de Francia y conde de Angulema, al no lograr entretener al ejército español del duque de Alba en Donibane Garazi, pusieron rumbo a Donostia.
Parte de las tropas del ejército de liberación comandas Odet de Foix, vizconde de Lautrec, se encontraban en Gipuzkoa en operaciones de distracción, buscando impedir que los guipuzcoanos acudieran en ayuda de las tropas de rey español el Falsario, que estaban asentadas en Iruñea y comandadas por Luis IV de Beaumont.
Las noticias del
retorno a Iruñea del rey de Nabarra Juan de Albret, alimentaron la esperanza de
los nabarros. El mariscal Pedro de Nabarra extendió la llama sagrada de Nabarra,
siendo secundado rápidamente por la mayoría de los agramonteses, naturales
leales del País como Juan de Baquedano, el cual mantenía el estandarte rojo de
Nabarra en el castillo de Lizarra, al igual que los Belaz de Medrano en el
castillo de Monjardín. No olvidemos que también hubo beaumonteses destacados
como el señor de Luxa.
En Iruñea, la población nabarra sufría una auténtica vigilancia policial impuesta por los colaboracionistas españoles, familiares y seguidores de Luis IV de Beaumont, tratando de impedir con ello cualquier alzamiento patriótico entre la población de la ciudad y una comunicación con las tropas nabarras del exterior. Francisco de Beaumont atacó la villa de Lizarra por orden de su primo. Juan de Baquedano tras defender heroicamente el castillo de la villa, llegó a un acuerdo con los españoles salvando así la vida de sus hombres, abandonando el castillo con las banderas coloradas desplegadas y partiendo en busca del ejército de Juan III de Nabarra con la única intención de unirse a él.
Pedro de Beaumont, por orden de su hermano Luis IV de Beaumont, se apoderó de la fortaleza histórica de Monjardín, donde los leales nabarros llevaban soportando un asedio que duraba ya varias semanas. Mientras en San Martín de Unx, 90 valientes y patriotas roncaleses derrotaron a 600 españoles. Miranda, Tafalla, Murillo, Satacara, entre otras muchas localidades, se levantaron contra el invasor español dando con ello impresionantes muestras de lealtad y patriotismo nabarro.
En Donostia las tropas del Delfín de Francia y del vizconde de Lautrec se encontraron con toda la noble de Guipúzcoa y de Vizcaya, leales siervos del rey Fernando de España. Éstos estaban encerrados dentro de las murallas de la hermosa ciudad costera de origen nabarro. La nobleza española estuvo comandada, con el permiso de monarca español por el viejo Ayala. Los nobles españoles desde las murallas de Donostia repelieron los ataques, derrotando en ocho ocasiones a los aliados de los nabarros.
El duque de Alba consiguió llegar a Iruñea antes que el ejército nabarro. Las tropas nabarras de Juan de Albret se habían entretenido al recuperar Auritze, ciertamente un éxito militar ante tropas españolas asentadas allí, encaminándose posteriormente a Iruñea para comenzar el asedio de la ciudad. Pero las tropas de refuerzo del ejército aliado que debían llegar desde Donostia no aparecieron inicialmente para el asedio de Iruñea. Al no contar con las tropas comandadas por Francisco de Angulema, el asedio a Iruñea se convirtió en imposible, teniendo que centrarse las tropas de Juan III de Nabarra en un solo punto de la ciudad, concretamente ante la puerta de San Nicolás, intentando con ello impedir el avituallamiento de los españoles que ocupaban la vieja ciudad vasc(on)a.
Las acciones del ejército nabarro fueron pese a todo fuertes y vigorosas, abriéndose pronto una brecha en la muralla de la ciudad. El asalto tuvo lugar el 27 de noviembre del mismo año 1512, con la nieve blanqueando ya las montañas que rodean la cuenca de Iruñea. Los españoles consiguieron rechazar, durante todo el día, las continuas intentonas legitimistas nabarras. Los españoles antes de encerrarse en Iruñea ya habían quemado los campos y almacenes de la cuenca, por ello los víveres empezaron a escasear para las tropas nabarras.
El ejército de liberación por orden de Juan de Albret, rey de Nabarra, ante la presencia de numerosas tropas españolas en Erreniega levantaron el asedio, justo en el preciso instante que llegaron las tropas de refuerzo comandadas por del delfín de Francia. El duque de Nájera, Pedro Manríquez, al mando de 15000 españoles, amenazaba desde el Perdón a las tropas de nabarro-francesas, mientras que alentaba a los españoles ocupas encerrados en Iruñea.
En un arranque de desesperación, no por ello carente de valentía, viendo que el asalto a Iruñea era ya del todo imposible, el general La Palisse envió un mensajero al duque de Nájera, proponiéndole una batalla campal, a la cual el español se negó. Así con nieve helada, cubriendo no solo las cimas que rodean Iruñea sino la mayoría de los pasos pirenaicos, el ejército navarro-francés se vio obligado a regresar al Biarno buscando la ruta más abordable en esos instantes, la cual pasa por el puerto de Belate y el hermoso valle del Baztan.
Las tropas nabarras y francesas iban al frente de la marcha, mientras que en la retaguardia se encontraban los lansquenetes alemanes y albaneses, los cuales tenían la tarea de proteger la artillería. En eso que unos españoles comandados por el señor de Góngora y el señor de Lizarza cayeron sorpresivamente sobre la retaguardia del ejército aliado. Los españoles atraparon a los alemanes y albaneses en el interior de los taludes de Belate y Elizondo. Era un 13 de diciembre del año 1512 y al grito de ¡España! ¡España! estos españoles oriundos de la comarca de Gipuzkoa, lograron hacer huir a los alemanes y albaneses capturando las 12 piezas variadas de artillería, que trasladaron rápidamente a Iruñea, donde les esperaba el general del ejército español, el duque de Alba.
Las tropas nabarras y aliadas consiguieron al fin alcanzar el Biarno. Así pues, el primer contra-ataque nabarro, realizado junto a sus aliados franceses el mismo año de la invasión y ocupación española de gran parte de las tierras que poseía el Reino de Nabarra en el año 1512, no logró tristemente su objetivo, pero los nabarros no se rindieron y comenzaron a prepararse esperando una nueva oportunidad.
El 18 de febrero del año 1513, Fernando el Falsario consiguió finalmente la
bula Exigit contumacium, teniendo para
entonces ya ocupado militarmente el Reino de Nabarra a excepción del Biarno y
diferentes condados nabarros en la Gasconia. Los españoles dejaron correr el
rumor de que el rey Juan III de Nabarra había sido excomulgado por apoyar al
hereje rey de Francia, Luis XII. Sirviéndose del tirón y para controlar el
Reino nabarro, Fernando el Falsario mandó
reunir de forma ilegítima a las Cortes de Nabarra el 23 de marzo del año 1513.
A la cita solo acudieron beamonteses, los cuales le dieron su apoyo, algo que consiguió
tras prometer respetar todos los Derechos del Reino. Fernando el Falsario, con el fin de consolidar la
Corona de Nabarra para sí, una vez jurado los Fueros de Nabarra removió su
diplomacia cerca del Papa, de su yerno Enrique VIII de Ingaterra, del emperador
Maximiliano su consuegro, e incluso hasta ante el propio Luis XII de Francia. A
Julio II le pidió bulas de excomunión. A los soberanos inglés y alemán que
prosiguieran su lucha contra el francés acometiéndole por las fronteras de
Flandes, como en efecto lo hicieron. Para obtener este resultado, en el mes de
octubre del año 1513, fue otorgado en Lille un Tratado que obligaba a Enrique,
a Maximiliano y a Fernando a una invasión combinada de Francia antes del mes de
junio del siguiente año, cuyo texto aparece en documentos y cartas del Estado
español, pacto que el alemán y el inglés ejecutaron, pero que Fernando dejó
incumplido, ya que para entonces, tras el fallecimiento de emperador de Roma Julio
II, el 25 de febrero del año 1513, había propuesto una tregua a Luis XII de
Francia, aceptada por un año y prorrogada después por varios otros.
Enrique VIII de
Inglaterra no reconoció el pretendido derecho de Fernando el Falsario a la Corona de Nabarra a pesar de la interesada
insistencia de su yerno, pero el rey español logró aplacar las iras del inglés
por el engaño sufrido, y dejaron sin efecto intentos de venganza que
reiteradamente exteriorizó el soberano inglés. El rey español, ese mismo año,
presenta ante el pueblo nabarro una tercera bula, etsi obstinati. Esta fue ya una clara condenación a los reyes nabarros,
Catalina I y Juan III, buscando de nuevo justificar lo injustificable, su
violenta acción contra la soberanía del Reino de Nabarra.
En el año 1514 el Reino ocupado de Nabarra, vio cómo se cambia el virrey
extranjero que presidía en continuado contrafuero las Cortes ilegítimas de
Iruñea. Al virrey Alcide de los Donceles le remplazaba en el puesto el vizconde
de Isla, ambos castellanos.
Fernando el Falsario, en las Cortes
castellanas de Burgos, el 7 de julio del año 1515, sin ningún nabarro presente
en las mismas, incorporó de manera unilateral e ilegítima el Reino de Nabarra a
la corona de Castilla-España. Juan III y Catalina I de Nabarra buscaron entonces
la alianza con Francisco I, nuevo rey de Francia; incluso enviaron una embajada
ante el rey español buscando la restitución del Estado nabarro, pero éste se negó
a recibirles.
El archiduque Carlos de Gante, heredero al cetro español y alemán, que a comienzos
de aquel año 1515 asumió el gobierno de los Países Bajos, se demandó no prestar
ayuda alguna a su abuelo Fernando el
Falsario, mientras éste no devolviera el Reino de Nabarra a Juan III.
Los intentos diplomáticos realizados por parte de los legítimos reyes
nabarros no cesaron en ningún momento. Una delegación nabarra encabezada por el
mismísimo mariscal Pedro de Nabarra, se presentó ante el nuevo señor de Roma,
León X, buscando un veredicto Papal con el cual se llegase a restituir las
tierras ocupadas por los españoles a sus legítimos dueños, los reyes de
Nabarra. Pero una vez más, el Estado Vaticano da largas a los nabarros y defendió
a los españoles.
Dentro del Reino ocupado, los beaumonteses dan muestras de su descontento y
malestar ante las continuas acciones de la inquisición impuesta por el invasor,
además de los actos de pillaje y de robo de los soldados españoles, junto al
contrafuero prolongado llevado a cabo por el
Falsario. Se acentuó el malestar general tras la ilegítima anexión, de
manera ilegal y unilateral, del Reino de Nabarra a la Corona de
Castilla-España. Pero Fernando de España logró apaciguar o controlar
momentáneamente la revuelta, al confinar al cabecilla de dicha facción, Luis IV
de Beaumont, en su casa del pueblo de Lerin y aumentar la ya numerosa presencia
militar española.
El 25 de enero del año 1516, Fernando de España murió. Juan III de Nabarra tenía preparados a 5000 infantes a lo largo de la frontera impuesta por los españoles y el mariscal Pedro de Nabarra estaba posicionado frente a las costas de Gipuzkoa con 2000 hombres más. En las tierras ocupadas, nobles y villas se mostraban hostiles al cardenal Cisneros y lo fueron todavía más con el nuevo virrey español, Fabrique de Acuña.
El 25 de enero del año 1516, Fernando de España murió. Juan III de Nabarra tenía preparados a 5000 infantes a lo largo de la frontera impuesta por los españoles y el mariscal Pedro de Nabarra estaba posicionado frente a las costas de Gipuzkoa con 2000 hombres más. En las tierras ocupadas, nobles y villas se mostraban hostiles al cardenal Cisneros y lo fueron todavía más con el nuevo virrey español, Fabrique de Acuña.
Los nabarros, que sufrían
la ocupación, desafiaban continuamente las órdenes del español. Incluso los
Beaumont estaban descontentos y dispuestos a unirse a al legitimismo nabarro a
poco que se les perdonase sus anteriores traiciones y deserciones. Un hermano
del mismísimo Luis IV de Beaumont, mantuvo conversaciones secretas con los
legítimos soberanos nabarros, llegándose a plantear el matrimonio de Isabel de
Albret, hija de los reyes de Navarra, con un hijo de Luis IV de Beaumont.
Francisco I de Francia
envió una carta al rey de Nabarra indicándole que es el momento de apresurarse
al máximo en pos de recuperar las tierras ocupadas por los españoles. El 4 de
febrero el señor de Asparrots se presentó ante Juan III de Nabarra, poniéndose
al servicio del soberano nabarro. El 11 de febrero una nueva carta del rey
francés fue abierta por Juan III de Nabarra. En ella el francés le prometía
enviar lanzas, lansquenetes, gendarmes y artillería, pero ésta promesa nunca
llegó a cumplirse por los intereses del francés al norte de la Península
Itálica.
Así Juan III de Nabarra,
abandonado a su suerte, pero con una Nabarra unidad por primera vez en varios
siglos gracias a que los Beaumont se encontraban decepcionados con los españoles,
consigue que el Biarno vote, con cierta lentitud y una relativa parquedad sus
créditos, consistentes en una ayuda militar de 3000 hombres. Los Agramont
fueron reunidos bajo la autoridad del mariscal Pedro de Nabarra, unánimemente
respetado, para ultimar el ejército navarro, mientras que un buen número de
Beaumont, en el que estaba incluso el insufrible Luis IV de Beaumont, prepararon
el apoyo logístico e incluso aguardaron la oportunidad de unirse al ejército de
liberación de Nabarra.
La nueva actitud en
los Beaumont fue cortada de raíz por los españoles, los cuales detuvieron al
indisciplinado veleta cabecilla de la facción. Incluso, inicialmente, Luis IV
de Beaumont fue declarado traidor a España, pero el ilegítimamente nombrado
condestable de Nabarra por Fernando de España, protagonizó una extraña fuga
tomando rumbo a tierras de la Corona de Aragón, donde se escondió esperando
acontecimientos.
Nabarros de Xiberoa, también
las Landas y otros lugares de la Gasconia que formaban legalmente parte del
Reino de Nabarra, se prestaron para entrar en combate contra el invasor
español. Ya por Semana Santa y con las tierras nabarras nevadas, toda la
población aclamaba la entrada de las tropas de liberación al grito de ¡La resurrección y el mariscal llegan al
mismo tiempo!
Juan III de Nabarra comenzó
un largo asedio a la fortaleza de Donibane Garazi. La lentitud de las tropas
nabarras fue aprovechada por el cardenal Cisneros, quien destituye al virrey,
colocando en su lugar a Antonio Manrique, cuya sola presencia aletarga
definitivamente el entusiasmos patriótico de los Beaumont y espanta a los pocos
Agramont que se encontraban en la antigua capital de Iruñea. El terrible y
despiadado coronel Villalba fue el elegido para salir al paso de las tropas nabarras
de liberación.
El verdugo español del
año 1512, el coronel Villalba, tomó posiciones en Orreaga, impidiendo así el
avance de un cuerpo del ejército nabarro, el cual debía liberar la colegiata.
El mariscal Pedro de Nabarra entró por el Ronkal y eso a pesar de sufrir la
deserción de la mitad de los 1200 hombres que formaban su ejército. Pedro
Sánchez al mando de 120 patriotas roncaleses se pusieron al servicio del
mariscal de Nabarra.
Algunos Peralta y Jaso
intentaron recuperar el monasterio de Orreaga, el cual ya se encontraba
desierto por la acción militar española. Después marcharon por la nieve hasta
Burgi, donde se ven obligados a capitular ante el coronel Villalba y ante
algunos colaboracionistas españoles, como un tal Donamaria. El ejército español
cayó sobre las tropas del mariscal de Nabarra, capturando a todos los jefes
agramonteses, siendo éstos llevados prisioneros a la fortaleza de Atienza.
Con el mariscal
detenido y preso junto a la mayoría de los jefes agramonteses, Juan III de
Nabarra levantó el cerco a Donibane Garazi y puso rumbo de nuevo al Biarno. El
cardenal español, Jiménez Cisneros, ordenó de inmediato al siniestro Coronel
Villalba, la destrucción de los castillos y fortalezas de la Nabarra ocupada.
En mayo el rey Juan III de Nabarra murió. Los patriotas nabarros se ocultaban y
de nuevo comenzaban a prepararse, aguardando una nueva oportunidad con la cual
recuperar la libertad.
Entre los día 3 y 10
de mayo del año 1519, los españoles nuevamente se negaron a restituir el Reino
de Nabarra. Esto ocurrió en las conferencias de Montpellier, y era en ellas
donde debía resolverse definitivamente la cuestión Nabarra, pero la mala Fe de
los españoles y franceses, amigos por aquel entonces, tiró al traste las
legítimas pretensiones de los diplomáticos nabarros.
A principios del año
1521, el capitán español Donamaria, procedió a formación de una milicia
defensora de los intereses de España, cuyo destino debió de ser la zona
fronteriza con las tierras nabarras del Biarno. A continuación ordenó al
alcalde de Aezkoa, la selección de los soldados y cabos, pero el alcalde en
cambio, se puso al servicio de Sancho de Yesa, lealista y activista soberanista
nabarro, amigo del mariscal Pedro de Nabarra, e hizo oídos sordos a la llamada
del traidor y desertor Donamaria.
El emperador Carlos I de España temió por el más que probable posicionamiento de la población en favor del legítimo soberano Enrique II de Nabarra, y tomó rápidas medidas en la frontera castellano-nabarra, concretamente en las tierras de Guipúzcoa, donde sobornó a base de algunos privilegios a los naturales del País. Pero el germen de la sublevación ya estaba embebido en la casta nabarra. El Mariscal Pedro de Nabarra encerrado por los españoles, conoció estos hechos gracias a su amigo Sancho de Yesa, procediendo a dar su autorización, es decir, a ordenar desde el mismo presidio al cual se veía obligado a soportar, la insurrección general en Nabarra.
El rey Enrique II de Nabarra solicitó ayuda a su aliado Francisco I, rey de Francia. El francés no dudó en concedérsela al estar enemistado con el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Una vez más Andrés de Foix, señor de Asparrots formó un ejército con 300 hombres de armas franceses, a los que se les sumaron 6000 bravos gascones, que junto a la inteligencia de los Agramont, tomaron Donibane Garazi el 15 de Mayo del año 1521.
Durante el avance de las tropas nabarras de liberación por la capital de Cize, Luis IV de Beaumont se mostró en lo alto de las montañas junto a sus esbirros, con el único objetivo de estimular a los asediados españoles en la ciudadela de Donibane Garazi y a su vez, guardar los angostos pasos en favor de España, pero fue expulsado de allí gracias a la ofensiva de 2000 infantes nabarros reunidos por el vizconde de Etxauz.
Tras reconquistar Donibane Garazi, el general Asparrots enfiló con el ejército de liberación Iruñea. El virrey español Antonio Manrique, duque de Nájera, abandonó velozmente la ciudad nabarra y puso rumbo a España conocedor de que no había un rincón en el Reino vasco(n), donde un español se pudiera sentir seguro. Esto fue debido la sublevación general del pueblo nabarro, el cual solo buscaba sacudirse el intolerable yugo tirano y esclavista ocasionado por la dominación española.
El día 17 de Mayo del
año 1521, Miguel de Xabier y Francisco de Nabarra, por mandato del prior de
Orreaga, encabezaron a varios caballeros nabarros e iniciaron el levantamiento
entre las gentes de los alrededores del monasterio. El alcalde de Cáseda, Pedro
Benedit secundó el alzamiento libertario y nacional nabarro, instando al
alcalde de Zangoza, Pedro de Arielz, para que le siguiera en la llamada
soberanista y legitimista.
Un día más tarde, la rebelión del pueblo nabarro era generalizada contra el invasor y ocupante español. En Iruñea la población se alzó en armas contra la gente de guerra españoles, sin esperar incluso la llegada de las tropas de liberación del general Asparrots. Los nabarros expulsaron a los españoles de la ciudad, saqueando a continuación la casa que tenía el duque de Nájera en la ciudad ocupada, sitiando posteriormente la fortaleza española levantada por Fernando de España y arrastrando por el lodo existente en la ciudad nabarra, la bandera imperial española con el águila bicéfala de los Austrias.
El día 19 del mismo mes, en Atarrabia, el general Asparrots tomó juramento a las diferentes autoridades nabarras en nombre del legítimo rey, Enrique II de Nabarra. El hijo de Mariscal de Nabarra, también llamado Pedro, entra en Zangoza entre salvas y después pasó a organizar la incipiente sublevación. Las tropas nabarras comandadas por el mariscal Pedro II de Nabarra, provenientes todas de la merindad de Zangoza, estaban formadan en su mayoría por fieles y patriotas roncaleses, siendo recibidas de manera gloriosa en Tafalla y Erriberri. Carlos de Mauleon, Juan Remíriz de Baquedano se unieron al ejército de liberación de Nabarra sin dudarlo.
Martín López de Ekala, Lope Mortal de Baquedano, los cuales habían ido a combatir a los comuneros castellanos al servicio del emperador Carlos I de España, junto a otros se presentaron en Iruñea y constituyeron una nueva compañía militar para apoyar la sublevación. Al igual que el primo de Frantzes de Jaso, el capitán nabarro Valentín de Jaso.
100 Hombres del valle de Elortz salieron a defender sus tierras ante las tropelías realizadas por los soldados españoles en su huida. En Eskirotz los soldados españoles del Duque de Nájera fueron apresados y despojados tanto de sus armas, como de sus vestimentas. Bértiz de Monreal, llamado el viejo, capitaneó un grupo itinerante nabarro, el cual se encargó de despojar de armas y herramientas a todos los soldados españoles que se encontraron por el camino.
El hijo del Marqués de Falces, Antonio de Peralta, entró triunfante el 29 de mayo, en la recientemente liberada ciudad de Tutera, la cual jura a continuación lealtad al rey de Nabarra Enrique II. Enríquez de Lacarra fue el encargado de levantar tropas en la ciudad ribera, para poder así vigilar la frontera con España. Los habitantes de la ciudad de Lizarra atacaron a la guarnición imperial española asentada en la ciudad a orillas del Ega, la cual se encerró en la fortaleza. Lizarra escribió una carta al rey Enrique II de Nabarra, que decía lo siguiente:
"¡Señor! Apareced tan solo y veréis al punto de armarse para vuestro servicio hasta las piedras, los montes y los árboles".
En las fortalezas de Larraga y Lizarra estuvieron encastillado algunos soldados españoles, los cuales trataron de mostrar resista, pero a la vista de los cañones nabarros enfilados, capitularon rápidamente. Ante la victoria de las tropas nabarras, Luis IV de Beaumont, intentó negociar con el soberano nabarro en nombre de los beaumonteses. Para ello pidió salvoconductos al general Asparrots, pero éste se los negó al considerar que la faltas pretextadas por Luis de Beaumont eran solo un método con el cual retrasar el avance triunfal nabarro.
En Iruñea, la fortaleza mandada construir por el Falsario, Fernando de España, estuvo defendida por el capitán español Iñigo de Loyola tras apartar del mando a Herrera, alcaide de la fortaleza y al colaboracionista español, Francés de Beaumont, que por aquel entonces estaban dispuestos a rendir la plaza española al ejército de liberación de Nabarra. Durante seis horas tronaron sin cesar los cañones. Una bala de cañón alcanzó al capitán español destrozándole una de sus piernas y lastimándole gravemente la otra. Una vez estando Iñigo de Loyola fuera de combate, la guarnición española se rindió a los navarros el día 20 de Mayo.
Los caballeros nabarros recogieron tras la batalla al herido capitán español Iñigo de Loyola, y lo mandaron a su casa natal situada en Azpeitia. El joven Andrés de Foix, señor de Asparros, licenció a la mayoría del ejército de liberación, pero prosiguió en el intento militar de recuperar otras tierras del antiguo Reino de Nabarra en poder español. Estas eran la Rioja, Bureba, Vitoria, Calahorra, y las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya, dirigiéndose en primer lugar a poner cerco a la ciudad de Logroño.
Los españoles situados
en la ciudad de Logroño se prepararon para resistir el ataque del ejército nabarro
y de sus aliados, gracias todo ello, a los informes aportados por uno de sus
espías, Vélez de Guevara, subordinado del terrorífico coronel Villalba. Así el
5 de junio del año 1521, las baterías de la artillería nabarra estuvieron bombardeando
las murallas de la capital riojana, la cual se encontraba fuertemente protegida
por soldados españoles. Muy pronto, a las tropas nabarras del general Andrés de
Foix les faltó avituallamiento. En eso que 4000 hombres de duque de Nájera aparecieron
por el horizonte estando comandados por el desertor Luis de Beaumont, y atacaron
al contingente nabarro, lo que provocó la huida de los hombres del señor de
Asparros tras el levantamiento del cerco a la ciudad a orillas del río Ebro. El
asedio tan solo duró seis días.
A las tropas españolas del desertor Luis de Beaumont, se les unieron rápidamente las fuerzas de los gobernadores castellanos, que tras derrotar a los comuneros corrieron a socorrer Logroño. El duque de Nájera organiza en Navarrete nuevos contingentes españoles provenientes de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, formando en su totalidad por 5000 hombres más. Mientras las tropas españolas de Lanuza, virrey de Aragón, invadieron y ocuparon de nuevo la ciudad navarra de Zangoza, robando muchos víveres a la población.
El ejército español, muy superior en número, marchó de nuevo para invadir y ocupar el Reino de Nabarra. Tutera se rindió rápidamente al invasor, tras el abandono de la fortaleza del merino de ciudad y señor de Ablitas, Antonio Enríquez de Lacarra. Los españoles desde Tutera exigieron la rendición de Corella y Cintruénigo, junto al pago de 1000 ducados a cada villa. El desertor Luis de Armendáriz fue el encargado de invitar a la rendición a los nabarros de Arguedas. Las deserciones eran bien pagadas por los españoles.
Las tropas nabarras comandadas por el general Asparrots, tras retirase de Logroño llegaron a Tiebas, donde se establecieron. Mientras las tropas españolas, tras arrasar militarmente numerosos pueblos y villas, se posicionaron en Baigorri (Oteiza de la Solana) desde donde mantuvieron un domino estratégico de la cuenca de Lizarra. Así las tropas españolas de Vélez de Guevara atacaron Lizarra, asediando la fortaleza de la ciudad del Ega, la cual estaba defendida por el nabarro León de Garro. Los soldados españoles tras el ataque comenzaron el robo y el pillaje, siendo padecido y sufrido por todos los vecinos de Lizarra. Aprovechando la ausencia del regidor nabarro Juan de Baquedano, el cual ya no se encontraba en la ciudad al igual que muchos nabarros que habían participado en la reconquista de la ciudad, escasos meses atrás.
Así pues, las tropas españolas estaban estratégicamente situadas entre Gares y Lizarra, para poderlas atacar o encastillarse en las mismas. Las escaramuzas entre nabarros y españoles estuvieron a la orden del día. Pero los españoles contaban con 30.000 hombres y la ya ocupada ciudad de Gares, desde donde decidieron los gobernadores españoles Adriano, Velasco y Enríquez, el 29 de junio, la imperiosa necesidad de plantar batalla a campo abierto a las tropas nabarras del señor de Asparrots, apremiados los mandamases españoles por un posible motín entre sus tropas.
Las tropas españolas partieron entonces en busca del ejército nabarro. Contaban con la inestimable colaboración del desertor Francés de Beaumont, señor de Arazuri, que al mando de 500 lanzas de su primo Luis IV de Beaumont, se presta como guía a los españoles, llevándolos por un camino de la sierra del Perdón, desconocido inicialmente por el ejército español, dejando así de lado el camino Real entre Gares e Iruñea, el cual pasaba por Tiebas, donde estaba situada la artillería nabarra y cerrando de paso a una posible retirada a Iruñea de las tropas nabarras.
La infantería española del duque de Nájera, estaba formada por 4000 hombres, más 500 lanzas de caballería y se situaron en la noche del día 29 de junio en la retaguardia del ejército nabarro. A los nabarros solo les quedan dos opciones, rendirse o luchar.
Las tropas nabarras
estuvieron compuestas por los hijos del mariscal Pedro de Navarra, el cual se
encontraba preso en Simancas, más los linajes de Bertiz, Jaso, Belaz, Remírez
de Baquedano, Garro y los siempre fieles Olloki. Mientras el ejército del
emperador Carlos I de España, donde se encontraban bastantes desertores
beaumonteses como los Armendáriz, Ursua, Arbizu, Góngora o Beaumont, contaba
con auténticos militares profesionales.
El día 30 de Junio del año 1521 amanece, siendo este un día caluroso. El general Andrés de Foix, efectuó un último reconocimiento del enemigo español. El joven señor Asparrots, valiente y temeroso a la vez, inició la batalla a las dos de tarde sin esperar que se le reunieran los 2.000 nabarros y gascones que guarnecían en Tafalla a las órdenes de Iñigo Echauz y del señor de Olloki. Tampoco esperó a los 6.000 gascones que se hallaban concentrados en Iruñea, a la vez de no considerar en su justa medida al enemigo, el ejército español, el cual era tres veces superior en número.
Las tropas nabarras, inicialmente, infringieron un serio castigo a las tropas imperiales españolas. Pero la caballería española al mando del almirante de Castilla, realizó un movimiento envolvente sobre los caballeros nabarros. La batalla fue larga y sangrienta, cayendo finalmente la victoria del lado español, gracias también al trabajo de su artillería. Al anochecer 5.000 nabarros yacieron tendidos muertos tras la batalla en los campos de Ezkirotz, Noain y Barbatain.
Carlos de Mauleón, Juan de Sarasa, el capitán San Martín y Carlos de Navascues, son algunos de los nombres de los caballeros nabarros que perdieron su vida defendiendo la libertad e independencia del Reino de Nabarra. El señor de Asparrots luchó hasta caer herido y ciego, siendo apresado por el desertor Francés de Beaumont. Si pudieron escapar en cambio, el hijo del mariscal Pedro de Nabarra, Angel de Agramont, Fadrique de Nabarra, Juan de Azpilkueta y otros, que se refugiaron en las tierras nabarras soberanas existentes al norte del Pirineo.
A Francés de Beaumont los españoles le encargaron la tarea de rendir la ciudad de Iruñea, otorgándole el poder necesario para conseguir dicho objetivo. Tras la retirada de las tropas nabarras de la ciudad situada a orillas del río Arga, Francés de Beaumont entregó gustosamente la fortaleza al español Miguel Herrera, el cual se mostró complacido. Con la entrada de los gobernadores españoles muchos vecinos de Iruñea intentaron huir, siendo asesinados como conejos por las tropas españolas. Los bienes de los asesinados fueron repartidos entre los beaumonteses. Pedro de Beaumont sustituyó a Herrera como alcaide de la fortaleza de Iruñea, gracias al mandato de Enríquez, el almirante de las tropas de invasión españolas.
Mientras al norte del Pirineo el ejército nabarro de liberación, volvió a organizarse, contando además con una nueva incorporación proveniente de su aliado el Reino de Francia. Esta era la del mismísimo almirante de Francia Guillermo Gufior, señor de Bonivet. Las tropas nabarras marchan en el mes de septiembre con dirección al castillo de Amaiur, el cual estaba nuevamente ocupado por las tropas invasoras españolas.
A los invasores
españoles que ocupaban el castillo de Amaiur, les pilló por sorpresa la aparición
de un numeroso ejército nabarro-francés, el cual plantó rápidamente los cañones
en frente del castillo, lo que obligaba a los invasores españoles a rendir la
plaza. En la fortaleza de Maia se quedaron 200 caballeros nabarros al mando de
Jaime Belaz de Medrano.
El grueso del ejército de liberación, comandado por el señor de Bonivet y Almirante de Francia, en lugar de tomar rumbo a Iruñea se dirigieron a Donibane Lohintzune, donde se les unieron las tropas del mariscal Pedro II de Nabarra. Mientras en la fortaleza de Amaiur volvía a ondear el pendón rojo de Nabarra, el ejército de nabarro-francés puso cerco a Hondarribia, todo ello tras tomar Pedro II de Nabarra el castillo de Behobia.
Los señores de Urtubia y Semper, principales casa de Behobia, convocaron a los laburdinos, acudiendo 1000 hombres, que se unieron al ejército de liberación. La artillería gruesa se pasó con gabarras a través del Bidasoa. Junto a ella, una Coronelia de siete banderas de laskenetes alemanes para poner cerco a Hondarribia.
Las tropas nabarro-francesas cayeron sobre la villa costera, bombardeando fuertemente sus muros y abriendo en ellos rápidamente una brecha. El alcaide español que ocupaba la plaza, Diego de Vera, ante la grave situación que atravesaban sus tropas después de doce días de asedio, capituló la plaza al rey legítimo de Nabarra, Enrique II el Sangüesino el 18 de octubre del año 1521, tomándola en su nombre el hijo del mariscal encarcelado por los españoles en Simancas.
El emperador Carlos I
de España, alarmado ante la noticia del retorno de los nabarros, comenzó a
preparar al ejército español. El mismo día 18 de octubre, mientras Hondarribia
era recuperada para Nabarra, Juan de Elizondo envió una carta a Miguel de
Xabier, el cual se encontraba en el castillo de Amaiur, informándole que el
ejército invasor español se acercaba al hermoso valle del Baztan, aunque
finalmente tomaron dirección Hondarribia.
Miguel de Xabier junto a su hermano Juan de Azpilkueta, más varios nabarros, se presentaron en Elizondo y montaron allí su centro de operaciones con el deseo firme de luchar por Nabarra. Los hijos de María de Azpilkueta llegaron a enfrentarse a varios enemigos españoles, los cuales se atrincheraron en una iglesia y una torre, recibiendo ayuda para derrotarlos de varios caballeros nabarros proveniente del castillo de Amaiur.
Miranda virrey español para la colonia de Nabarra, junto al desertor Luis IV de Beaumont y demás traidores beaumonteses, se encontraban a mediados de abril de 1522 en Tutera, esperando provisiones y refuerzos españoles provenientes de Castilla. Los nervios afloraron entre los guerreros de Amaiur, los cuales veían espías por todos lados, pero fueron rápidamente calmados por las cartas del mismísimo Enrique II de Nabarra, en las cuales les recuerda de la lealtad de las gentes de Baztan, Zugarramurdi, Cinco Villas y Santesteban de Lerin ante su llamada al apellido.
Las tropas de refuerzo españolas fortificaron Iruñea. En junio del año 1522, el conde de Miranda, virrey extranjero, se mostró preocupado por la presencia de nabarros en Amaiur y convocó una reunión, con la intención de lograr que varios beaumonteses prestasen, al ejército invasor español, la alta suma de cuatro mil ducados. A finales de ese mes, las cartas de aislamiento del virrey español llegaron a manos de Luis IV de Beaumont, su hijo Manrique, Teobaldo de Beaumont, Luis Herrera, Meneses, Bobadilla, al traidor Donamaria, etc.
El viernes 4 de julio, salieron de Iruñea las tropas españolas acompañadas por los principales cabecillas beaumonteses, amigos del invasor extranjero, con el objetivo de tomar la fortaleza Nabarra de Amaiur. Los caballeros nabarros ante la proximidad del combate, comenzaron a retirarse de los pueblos y montañas al interior del castillo. El día 7 de julio las tropas españolas se encontraban ya en las campas de Lanz.
En el interior de la
fortaleza de Amaiur, Juan de Agerre de Etxalar, expresa muy a las claras el
sentimiento patriótico reinante entre los 200 caballeros legitimistas nabarros,
los cuales se encontraban en su interior, mediante una carta al abad de Urdax que
se encontraba en Baiona:
“(…) Todos moriremos por defender aquel castillo”
El mismo día que Juan de Agerre escribió al abad de Urdax, la artillería imperial llegaba a Berroeta. Dentro del castillo de Amaiur y firmes en su defensa, se encontraban Jaime Belaz de Medrano, su hijo Luis, Miguel de Xabier, Juan de Jaso, Luis de Mauleon, Víctor de Mauleon, el señor de Azcona, el señor de Sada, Juan de Olloki, Alain de Bertiz, Pierres de Zozaia, el señor de Jaurola, Tristán de Maia, León Ezpeleta, entre otros.
El ejército imperial español, que estaba formado por más de 10.000 hombres, puso cerco a la fortaleza situada en el hermoso valle del Baztan tras alguna escaramuza realizada por los defensores nabarros que intentaban impedir la maniobra militar española. Los españoles atacaron el castillo nabarro finalmente, encontrando una fuerte resistencia desde el interior. Incluso tras caer los muros por el fuego de la artillería española, los patriotas nabarros continuaron luchando.
Doscientos jóvenes patriotas nabarros plantaron cara a más de 10.000 experimentados invasores españoles, hasta que los españoles derribaron la torre principal, lo que imposibilitaba aún más si cabe, la resistencia de los bravos guerreros nabarros que aún quedaban en pie, obligando así a Jaime Belaz de Medrano a convencer a sus hombres de la rendición para evitar la venganza del acero beaumontés, algo a lo que se opuso en primera instancia su hijo. Posteriormente pasaron a ser prisioneros de guerra.
Durante el cruento y sangriento combate, el propio virrey español, el conde de Miranda, mostró su admiración por el valor y la resistencia mostrada por los sitiados, a lo que su más fiel esbirro, el desertor Luis IV de Beaumont, le contestó:
“(…) que no tenía por qué admirase siendo nabarros los defensores”
El 18 de octubre del
año 1521, la plaza de Hondarribia había vuelto al Reino vasco(n), tras ser
tomada por el mariscal Pedro II de Nabarra. Su padre continuaba encarcelado por
los españoles en Simancas, negándose continuadamente a prestar vasallaje y con
ello finalmente a someterse, al emperador Carlos I de España y V de Alemania.
Los nabarros y sus aliados nombraron gobernador de la plaza a Santiago de Daillon. A primeros de noviembre se presentó en Hondarribia el almirante francés, Guillermo Gufier, el cual tras una breve estancia de tiempo, retornó a Laburdi dejando el estandarte rojo de Nabarra en lo alto del castillo de Hondarribia.
Los capitanes Miguel de Xabier y Juan de Azpilkueta, hijos de Juan de Jaso y hermanos del futuro santo Frantzes de Jaso, consiguieron fugarse de la prisión de Iruñea junto a su primo el capitán Valentín de Jaso, así como Petri de Santz y Martín Goñi. La fuga fue lograda al más puro estilo vasco(n) o nabarro, engañando a los carceleros españoles al disfrazarse de mujeres y se presentaron en Hondarribia, para ayudar a la defensa de la plaza costera de Nabarra.
Los señores Urtubia y Semper procedentes de Hondarribia, condujeron sus tropas desde Behobia hacia el monte Aldabe, donde se encontraban acampadas las tropas españolas. Cuando estaban a un cuarto de milla de la cresta de la montaña y próxima la medianoche, vieron que por el monte caminaba mucha gente con antorchas encendidas desde la cercana villa de Oiartzun con rumbo al monte Aldabe. Los señores de Urtubia y Semper creyeron que eran tropas españolas muy superiores en número que venían en apoyo de las que se encontraban acampadas allí. Todo fue un ardid para confundir a los nabarros, ya que los españoles repartieron las antorchas entre inocentes jóvenes de Oiartzun.
Siendo aún una noche
cerrada, las tropas españolas al mando de Beltrán de La Cueva comenzaron a
bajar desde la montaña cayendo sobre las fuerzas nabarras, las cuales se vieron
estériles para repeler el ataque español, siendo posteriormente empujadas hasta
las orillas del Bidasoa. El engaño les fue muy útil a los españoles y les
sirvió para hacer numerosos prisioneros entre las tropas nabarras, incluyendo
al Señor Semper. Era un 30 de junio del año 1522, día de San Marcial apóstol de
Guinea. Tras esta victoria española, la plaza nabarra de Hondarribia se vio
rodeada por los españoles.
El día 24 de noviembre
el Mariscal Pedro de Nabarra fue encontrado muerto en una oscura celda del
castillo de Simancas. Su asesinato fue ordenado por el mismísimo emperador
Carlos I de España ante el patriotismo demostrado por el nabarro, el cual se
negó en repetidas ocasiones a rendir vasallaje al español.
En el año 1523, el emperador Carlos I de España tuvo preparado y estacionado su ejército, formado por más de 24000 hombres, en Guipúzcoa. Al mando de las tropas españolas se encontraban el condestable de Casilla y el príncipe de Orage. El objetivo español no era Hondarribia, al menos de momento, sino todas las tierras de Ultrapuertos pertenecientes al Reino de Nabarra, es decir, Biarno, Bigorre, Ultrapuertos, Albret, Foix,…
Las tropas españolas invadieron y destruyeron Sorbes, Hastingue y especialmente Bidache, donde el señor de Agramont, leal patriota nabarro, resistió durante tres días en su castillo donde hondeaba el estandarte rojo del Reino de Nabarra junto al pendón amarillo familiar. Él junto a 300 defensores del castillo más, perecieron en las llamas del terrible incendio que provocaron los invasores españoles.
Ante la noticia de lo ocurrido en el castillo de Agramont, la fortaleza de Mauleon se rindió sin presentar batalla, al igual que Navarrens, mientras que Salvatierra del Biarno se rindió tras presentar una ligera resistencia. Oloron intentó una inesperada salida, pero los sobrevivientes se vieron obligados a rendirse ante la presencia del poderoso contingente bélico español. Un cuarto del ejército invasor español, volvió a Guipúzcoa a primeros del año 1524, tras asolar la Nabarra del norte del Pirineo y así se encaminaron a poner cerco a Hondarribia.
A principios de febrero, Iñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, llegó a las puertas de Hondarribia junto con numerosas fuerzas españolas, dándose comienzo así al cerco de la villa. Después de un mes y medio de asedio y de haber resistido en una lucha ciertamente desigual, el día 25 de marzo del año 1524, casi dos años y medio después recuperar Hondarribia para Nabarra, carentes de víveres para la población y para las tropas nabarras, privados de toda esperanza de socorro, el Mariscal Pedro II de Nabarra se vio forzado a capitular mediante armisticio.
Las tropas de reconquista de Nabarra abandonaron la fortaleza y la villa de Hondarribia en formación con las banderas rojas de Nabarra desplegadas. La mayoría de los nabarros volvieron a sus casas o lo que quedaba de ellas, pero los hermanos Olloki junto a un puñado de valientes nabarros, tomaron rumbo al norte, concretamente a Flandes, donde combatirán al imperio español hasta el final de sus días.
En el año 1530 el emperador Carlos I de España, ordenó la
retirada de las tropas de ocupación españolas de la tierra nabarra de Vascos o
Ultrapuertos. Tomó dicha decisión política, no solo por motivos estratégicos en
su guerra contra el rey Francisco I de Francia, aliado del legítimo soberano
del Reino de Nabarra Enrique II el
Sangüesino, sino en gran medida por la falta de control sobre los naturales
del lugar acrecentada desde el año 1524, a pesar de las extremas y continuas
medidas de represión ejercidas por las tropas españolas contra los nabarros del
norte del Pirineo, las cuales contaban con el absoluto consentimiento del Jefe
de la Iglesia Católica o Papa.
Debido a la invasión militar española del año 1512, las legítimas Cortes de Nabarra se trasladaron a Orthez, estando encabezadas por los mismísimos reyes privativos de Nabarra, Catalina I de Foix y Juan III de Albret. Pero incluso antes de que las tropas españolas retrocedieran por los Pirineos hacia el sur, liberando así la tierra de Ultrapuertos en el año 1530, las Cortes de Nabarra se reunieron en Donapaleu a petición de Enrique II de Albret en el año 1527, llegando a ostentar dicha localidad la capitalidad del Reino.
Desde el año 1530, en la Nabarra independiente, soberana y por tanto libre del norte del Pirineo, se sucedieron diferentes intentos diplomáticos encaminados todos ellos para alcanzar la recuperación de la totalidad de las tierras nabarras ocupadas por el imperio español. El rey Enrique II de Nabarra lo intentó mediante el matrimonio de su hija la princesa de Biana, Juana de Albret, con el hijo del emperador Carlos I, el príncipe de Asturias y Gerona, Felipe. Tal perspectiva esperanzó a todos los nabarros sometidos del sur del Pirineo, donde destacaron los beaumonteses de Iruñea que cohabitaban en unas Cortes ilegales con un Virrey español y por tanto extranjero, al preparar un memorandum en el año 1540 donde detallaron a su parecer, cuáles eran las tierras arrebatadas de forma ilegal por el Reino de España y que debía reclamar el rey de Nabarra, además de las cinco Merindades ocupadas en su totalidad desde el año 1522:
“Quanto a lo
que pertenesce a V. Alteza, según lo que solía extender este Reyno antiguamente
como es pública voz y fama que era señor de Guipúzcoa, Vizcaya y Alaba y mucha
parte de Rioja, hasta el holmo de Burgos; como por la sepultura que
antiguamente los reyes de Navarra tenían en Nájera y otras ciudades y villas
que hoy en día parescen las armas de Nabarra; anssí como en Logroño y en otros
lugares y de poco acá se han borrado...”
La Corte de Nabarra y con ello la capital del Reino, fue
situada en Pau por Enrique II y Maragita de Nabarra, donde como en el Ducado de
Florencia, se crearon numerosos cenáculos y academias de simbología cabalística
y de hermenéutica, donde se enseñaron las artes y la filosofía neoplatónica
gracias principalmente, a la labor de la reina Margarita de Nabarra, algo que
no ocurrió en los territorios nabarros del sur del Pirineo, donde la
inquisición española realizaba auténticos estragos y los magníficos castillos
habían sido destruidos por orden del cardenal católico y español, Cisneros.
Durante el reinado de Enrique II de Nabarra, en pleno Renacimiento nabarrista, el Estado independiente de Nabarra vio como sus formidables fortalezas se transformaron en auténticos palacios Renacentistas. Además, el Reino de Nabarra era un lugar que acogía para todos los refugiados humanistas y reformistas que estaban siendo perseguidos en el resto de Europa. La corte humanista de Pau se llenó de escritores, filósofos, pensadores, artistas y arquitectos, siendo la reina Margarita de Nabarra la mayor inspiración posible del movimiento evangelista, el cual se había asentado firmemente en el Reino de Nabarra. Incluso la propia reina de Nabarra, considerada por muchos la primera mujer moderna en la historia de la humanidad, escribió numerosas obras literarias y entre ellas podríamos destacar Las soledades de Margarita de Nabarra. Esta obra de teatro se desarrolla en un contexto íntegramente pirenaico. Luego podemos destacar el magistral poema Las prisiones de la Reina de Nabarra o la inacabada Heptameron, obra erótica femenina, donde incluso llega a mofarse de los defectos del macho.
No es casualidad que durante el reinado de Enrique II y
Margarita I de Nabarra, más concretamente en el año 1545, se editase en Bordele-Bordeaux
el primer libro en la lengua natural de los nabarros, el euskara. Dicho libro
fue escrito por el párroco católico Bernart Etxepare, llevando por título Linguae Vasconum Primitiae,
alcanzando con ello el rango literario la Lingua
Navarrorum.
En el año 1555 tras la muerte de Enrique II de Nabarra, le
sucedió en el trono Juana III de Albret, casada desde el año 1548 con Antonio
de Borbón en Moulins. Este matrimonio fue promovido por otro Enrique II,
concretamente rey de Francia. La reina Juana III de Nabarra, que a pesar de
haber sido educada a la francesa debido al secuestro que llevó a cabo su tío
Francisco I de Francia cuando era una niña, continuó con el nabarrismo integral
comenzado con su madre y llegó a ser una mujer de gran talento, extraordinaria
cultura, de firme carácter, inquebrantables energías, junto a elevadas ideas y
bondadosos sentimientos; en definitiva, un ejemplo de feminismo.
Juana III y Antonio I de Nabarra continuaron reclamando la
totalidad de las tierras nabarras del sur del Pirineo en poder de las tropas
españolas. La reina Juana III llegó incluso a presentarse, junto a su esposo y
varios caballeros nabarros, en la frontera impuesta por los españoles en el
Pirineo. Allí les esperaba el ejército ocupante, que les negó a los legítimos
reyes de Nabarra visitar el País y entrar en su territorio. Anecdóticamente, hoy
en día este acto se recuerda con una leyenda en torno a los días en los cuales
la niebla se apodera de la selva del Irati.
Pero las reclamaciones de la devolución de las tierras nabarras del sur de los Pirineos no solo fueron simbólicas. Los monarcas nabarros utilizaron la diplomacia Internacional, llegando incluso a enviar una carta al papa Pío IV en diciembre del año 1560, con una oración solemne de adhesión a la Iglesia Católica de Roma, buscando con ello la recuperación de todas las tierras perdidas. Ante la negativa actitud Papal, la reina Juana III de Nabarra, el 25 de diciembre introdujo definitivamente la Reforma Protestante en el Reino de Nabarra, divulgando el calvinismo desde el año 1561. El príncipe de Biana, Enrique, fue educado junto a su hermano conforme a las ideas religiosas de esta brillante reina de Nabarra, llegando a contar incluso con un profesor reformador español, Antonio del Corro, perseguido por el rey español Felipe II de Habsburgo y que había sido acogido como refugiado en la Corte de Nabarra.
La primera guerra de religión entre católicos y protestantes-hugonotes ocurrida en el Reino de Francia no llegó a afectar a ningún territorio del Reino soberano de Nabarra. La reina se opuso y resistió a jesuitas e inquisidores cuando intentaron establecerse en el Reino vasco(n), al temer por la integridad y las conciencias de los suyos, una vez conocidas las atrocidades sufridas por los nabarros surpirenaicos a manos de la Inquisición española en la Nabarra ocupada.
La religión calvinista fue implantada en la Nabarra libre como la religión del Estado. Así, la reina Juana III de Albret ordenó la traducción del Nuevo Testamento al euskara, concretamente al nabarro de Laburdi Joannes Leizarraga en el año 1571, con la sana intención de que la palabra de Dios fuera accesible para la totalidad del Pueblo llano de Nabarra.
El señor de Luxa, casa perteneciente al bando de Beaumont en la “guerra civil” del siglo XV, pero en el bando legitimista nabarro ante la invasión española, enfrentado históricamente a la casa de Agramont salvo en ese último periodo mencionado, apoyó militarmente a los clérigos católicos en la Nabarra soberana. El de Luxa se alzó así contra la reina de Nabarra tomando como escusa las guerras de religión y la defensa de la religión católica. De nuevo las viejas rivalidades entre los bandos salieron a relucir en una nueva disputa o guerra, esta vez de carácter religioso, pero también civil. Enfrente se le opuso de nuevo un notable agramontés, el señor de Agramont, que había aceptado la Reforma y era indiscutiblemente partidario de la reina nabarra Juana III de Albret, y con ello de la soberanía e independencia de Reino Pirenaico.
Los católicos se levantaron en armas a comienzos del año 1568, expulsando a los ministros protestantes o hugonotes, apoderándose también de varios castillos. El joven Enrique de Borbón y Albret, príncipe de Biana, intervino consiguiendo una paz entre ambas facciones. La reina Juana III de Nabarra otorgó el perdón absoluto a los rebeldes, y proclamó la libertad de conciencia mediante el Manifiesto de los Gentileshombres y del Pueblo de Nabarra, a petición de los representantes de éste último.
La guerra religiosa prosiguió entretanto en el Reino vecino de Francia. Así en el año 1569, el barón de Terride en nombre de Carlos IX de Francia, ocupó el señorío nabarro del Biarno restableciendo el catolicismo. El traicionero señor de Luxa le ayudó en el asedio a Nabarrencs, en cuya plaza se había encerrado el barón de Arros, un importante jefe protestante o hugonote. A su vez, el Reino de España junto al Papa de Roma, apoyaron a los católicos posicionándose de nuevo contra el Reino de Nabarra.
La reina Juana III encomienda la recuperación del vizcondado del Biarno y los puestos ocupados por los católicos en el Reino nabarro al conde de Mongome. En agosto del año 1569 levantaron el asedio de Navarrenx y reconquistaron Orthez. El lugarteniente de Juana III de Nabarra ordenó la toma de los bienes eclesiásticos y el 28 de enero del año 1570 quedó abolido en el señorío del Biarno el ejercicio de la religión católica. Por otro lado, las tropas de la reina de Nabarra derrotaron a los católicos sublevados dentro de la Tierra de Vascos o Ultrapuertos, tomaron Donibane Garazi destruyendo las iglesias y expulsaron al señor de Luxa del castillo de Mauleon. Se prohibió nuevamente el ejercicio del culto católico y se designó como gobernador de la castellanía de Donibane Garazi a un hugonote. Sin embargo y pese a la sublevación católica contra la soberanía de Nabarra, la religión católica permaneció siendo legal gracias a un nuevo ejercicio de libertad y tolerancia que promovió la reina Juana III, que siguió el consejo de la Corte celebrada en La Rochelle por motivos de las guerras de religión, junto a la aceptación de la demanda de libre culto religioso realizada desde los Estados Generales de Nabarra en el año 1571.
La reina Juana III de Nabarra, en pos de una paz duradera con el católico Reino de Francia, originó el matrimonio entre el príncipe de Biana, Enrique, y Margarita de Valois, hermana del rey francés Carlos IX, a lo que desde el principio se oponía el joven príncipe de Nabarra. En el año 1572 la reina de Nabarra fue envenenada en la Corte católica de París. Enterado de la noticia Enrique III, ya rey de Nabarra, entró en París junto a 900 caballeros nabarros vestidos de negro, color de los protestantes o hugonotes. La boda posteriormente no se suspendió y fue celebrada en la capital francesa, teniendo como actores a un rey protestante y a una hermosa princesa católica. Como era de esperar, esta boda no contó con el apoyo del Papa y se consumó en la puerta de la iglesia de Nôtre-Dame, debido las creencias protestantes de Enrique III de Nabarra.
En la noche de S. Bartolomé del mismo año, los católicos atacaron a los protestantes, entre los que se encontraba el séquito nabarro, como siempre bajo la excusa de la herejía y de la defensa de la religión Católica. Fueron asesinados en el Reino de Francia unas cien mil personas, protestantes en su mayoría, y con ellos la mayor parte del cortejo de 900 nabarros del rey de Nabarra. Éste fue hecho prisionero y obligado a establecer el catolicismo como única religión del Reino de Nabarra, teniendo que permanecer contra su voluntad, en la Corte de París.
Ese mismo año consiguió huir de París y a continuación abjuraría
de la fe católica. De inmediato se puso al mando de las tropas hugonotas en la
cuarta guerra de religión, conocida también como la guerra de los tres Enriques,
que implicó al propio rey de Nabarra, al nuevo rey de Francia y al
ultra-católico Enrique I de Guisa, que se negaba a que un rey protestante
accediera al trono de Francia. Enrique III de Francia murió en el año 1589, y
ello permitió al rey de Nabarra convertirse en rey de Francia gracias a su
herencia paterna. Enrique III de Nabarra mantuvo una guerra abierta contra la
Liga Católica, contra el Papa y contra el rey de España Felipe II, que se
negaban a reconocerlo como rey de Francia. En algún momento de la guerra
Enrique III de Borbón y Albret, tuvo que retirarse a Nabarra, donde cerró las
filas protestantes franco-nabarras y preparó un ejército que le pudiera
facilitar el acceso al trono francés por la vía militar.
Ya cuatro años antes, concretamente en el año 1585, el papa Sixto V había excomulgado por hereje a Enrique III de Nabarra. Las tropas hugonotas franco-nabarras consiguieron algunas victorias militares destacadas, pero París se resistió a caer gracias al apoyo que recibieron los parisinos católicos de las tropas españolas comandadas por Alejando Farnesio. En el año 1593 el rey de Nabarra se conviertió al catolicismo para conseguir el trono de París, haciéndose así realidad una de las profecías que Nostradamus había realizado a Catalina de Medicis y al propio Enrique III de Nabarra, cuando al nabarro le fue presentado por Carlos IX de Francia. Esta conversión se resume una la célebre frase, que incluso hoy día y de forma errónea se le atribuye a Enrique III de Nabarra:
“París bien vale una misa”.
Esta coronación de ningún modo supuso en ningún caso la unión de los Reinos de Nabarra y Francia, ya que Enrique III de Nabarra y IV de Francia mantuvo las Coronas separadas y con ello continuó la soberanía e independencia del Estado de Nabarra, cuyas Cortes legítimas permanecieron en la capital Pau, mientras que en Donapelau estaban los Estado Generales de Nabarra donde se siguió acuñando la moneda oficial del Reino vasco(n). En el año 1598 el Reino de Francia firma la paz de Vervins con el Reino de España. Era un Tratado sobre el conflicto existente en Flandes entre Francia y España, pero el rey nabarro aprovechó para introducir una clausura negándose con ella a legitimar la anexión forzosa e ilegal de las tierras nabarras del sur del Pirineo, tema pendiente desde las ilegales y continuadas invasiones militares castellanoleonesas, barcelonaragonesas y finalmente españolas de los año 1054, 1076, 1134, 1173, 1179, 1199, 1200, 1373, 1463, 1512 y 1521.
Ese mismo año 1598 el rey de Nabarra y Francia firmó el Edicto de Nantes a semejanza del Manifiesto de los Gentileshombres y del Pueblo de Nabarra, el cual fue realizado treinta años antes por su madre Juana III de Albret. Incluso intentó que éste Edicto se extendiera a los demás Reinos europeos, legitimando el protestantismo y poniendo las bases para acabar con las guerras de religión en Europa, que en menos de un siglo habían costado millones de muertos. Esta decisión le supuso una nueva excomunión por parte del Papa de turno. Enrique III de Navarra y IV de Francia, fue finalmente asesinado en París por un fanático ultracatólico, el jesuita Ravaillac en el año 1610, pero todavía el Estado de Nabarra permaneció soberano 10 años más, eso sí, sin contar con un rey, siendo gobernado por las Cortes y los Estados Generales de Nabarra.
En el Fuero de Nabarra está muy claro el tema sucesorio. Bien,
dicho esto debemos saber que una de las condiciones para el nombramiento del
príncipe de Biana, título del legítimo heredero a la Corona de Nabarra, era que
éste debía ser educado en la Corte de Nabarra acatando y respeto las Leyes del
Reino o Fueros del Derecho Pirenaico. El futuro Louis XIII de Francia en
cambio, se negó a ello y permaneció en la Corte extranjera y francesa de París,
siendo educado bajo la religión católica por el cardenal Richelieu durante 10
años, en los cuales, desde las Cortes de Nabarra no se llegó a nombrar a otro
rey o reina, a pesar de poder hacerlo según el Preámbulo del Fuero del
vizcondado nabarro de Bearne del año 1551, elaborado por Enrique II de Nabarra,
por lo que este pequeño periodo histórico de diez años es lo más parecido a una
República que ha tenido el Estado soberano e independiente de Nabarra.
En el año 1620 Louis XIII de Francia invadió y asaltó fatalmente las Cortes nabarras de Pau, restaurando a continuación la religión católica en el Reino de Nabarra-y por supuesto el vizcondado del Biarno-de manera sanguinaria, violenta e ilegal, prohibiendo la religión protestante en todos los territorios bajo su dominio marcial. Disolvió militarmente dichas Cortes de Nabarra de Pau ese mismo año, al igual que los Estado Generales de Nabarra que se encontraban en Donapaleu, y realizó de manera unilateral el decreto de unión desde las Cortes francesas de París. El Estado Pirenaico de Nabarra perdió entonces, por imposición militar francesa, su independencia en el año 1620 y quedó anexionado de forma ilegítima al Reino de Francia.
Los Estados Generales de Nabarra perduraron aún pese a todo,
pero cada vez con menos competencias dentro del artificial y colonial le Parlement de Navarre impuesto por los
franceses en Pau, con el beneplácito y apoyo de la nueva nobleza francesa, por
ende traidora a Nabarra, encabezada por el conde, después duque, de Gramont.
Éste fue nombrado ilegalmente virrey de Nabarra y del Biarno por la regente de
Francia desde el año 1613, María de Médicis. El rey francés intentó suprimir el
Parlamento junto a los Fueros de Nabarra de forma completa en el año 1632 sin
conseguirlo. La llama soberana del Reino o Estado de Nabarra al norte del
Pirineo fue apagada violentamente en el año 1620 por las tropas francesas, pero
el rescoldo siguió humeando hasta el año 1789; es decir, hasta la Revolución
Francesa, que dejó un régimen más imperial y opresor si cabe, para los
diferentes Pueblos-Naciones de la Galia.
Por cierto, al sur del Pirineo, en el territorio que
comprende la actual Comunidad Foral de Navarra, la Nabarra reducida y residual,
se mantuvo con estatus de Reino, pese a no aparecer diferenciada de la imperial
España en los mapas políticos realizados a nivel internacional después del año
1524, con unas Cortes regidas por un Virrey-por supuesto español y por ende extranjero-hasta
el año 1841, cuando el ultranacionalismo español las eliminó y creo el colonial
Palacio de Navarra y la conocida como Diputación Foral.
CONTINUARA...
CONTINUARA...