J.M. Unzueta
Estado de Nabarra. Fernando el católico, falsario y genocida 3/3
Soberanía de Navarra
“Temiendo una congestión cerebral, lo sometió a un tratamiento de vejigatorios para evacuar el catarro acumulado en la cabeza. Este tratamiento consistía en un parche de cantárida, un insecto cáustico que al ser molido y aplicado sobre la piel producía vejigas capaces de absorber los medicamentos. El doctor Révérend le aplicó al general moribundo cinco vejigatorios en la nuca y uno en la pantorrilla. Un siglo y medio después, numerosos médicos seguían pensando que la causa inmediata de la muerte habían sido estos parches abrasivos, que provocaron un desorden urinario con micciones involuntarias, y luego dolorosas y por último ensangrentadas, hasta dejar la vejiga seca y pegada a la pelvis, como el doctor Révérend lo comprobó en la autopsia.” Gabriel García Márquez, El general en su laberinto
A la muerte de Isabel la Católica en 1504, Fernando se casó con Germana de Foix, pariente de los reyes nabarros (hermana del rey Gastón), con la pretensión de acceder así a la corona Nabarra a través de un descendiente. Germana tenía 16 años y Fernando 53, además tenía problemas de erección. Fernando trató de tener descendencia con la fogosa y joven Germana por lo que recurrió a supuestos potenciadotes sexuales: la criadilla de toro y a un insecto, la cantárida o “mosca de España” (Lytta vesicatonia), que es vasodilatadora, lo que le causó una apoplejía o hemorragia cerebral que le condujo a la muerte en 1516, ¡y sin nueva descendencia!.
El extracto de cantárida se presentaba en polvo (obtenido mediante desecación y triturado), tintura o aceite y emplasto. Sus efectos eran conocidos desde la antigüedad, el uso médico de este escarabajo parte de algunas descripciones que realizara Hipócrates (Widipedia).
El 3 de mayo de 1509 había nacido en Valladolid el único hijo de la pareja, Juan, heredero a la corona de Aragón, lo que habría supuesto la separación de los reinos de Castilla y Aragón (y por tanto España hubiera sido un “aborto”), pero murió a las pocas horas de nacer. Fernando nunca reinó sobre Castilla donde era rey consorte y que estaba en manos de su hija, Juana la Loca (primera reina española) o de su yerno el rey consorte, el germánico Felipe el Hermoso (ambos padres de Carlos de Gante V de Alemania), y después en manos del Cardenal Cisneros. Germana de Foix, viuda ya de Fernando de Aragón el Falsario, tampoco mantuvo mucho el luto, así, al de poco de enviudar, inició relaciones incestuosas con su nieto-castro el Emperador del Sacro Imperio Germánico(1), Carlos V de Gante (nieto de su marido y 12 años más joven que ella). Pronto surgió entre los dos una apasionada relación amorosa de la que nació una hija, Isabel, aunque nunca fue reconocida oficialmente. Carlos de Gante casó a Germana con un noble de su séquito, el Marqués de Brandeburgo, y la nombró virreina y lugarteniente general de Valencia y al Marqués de Brandeburgo capitán general del reino.
Este nieto de Fernando será el nuevo rey del sur de Nabarra, el segundo rey en la historia en usurpar la corona Navarra tras Juan de Aragón, el padre de Fernando como hemos visto, se trata del flamenco Carlos de Gante V de Alemania, que instala la dinastía de los germánicos austria en la corona unificada de Castilla-Aragón, con lo que se autoproclamó a su vez Carlos I de España a sus 16 años; fue el primer rey de España si exceptuamos a los emires de Córdoba que también se titulaban como tales, a pesar de ser extranjero y desconocer el castellano, al igual que la mayoría de sus súbditos, no sólo de la corona germánica, lógicamente, o de la colonias africanas y americanas y territorios europeos, sino también de los territorios peninsulares de la corona castellano aragonesa y, claro está, de Nabarra.
En su testamento Fernando el Falsario dejó escrito sobre la conquista de Alta Nabarra: “Ytem dexamos, instituimos, y hazemos heredera nuestra a la dicha serenísima Doña Iuana nuestra muy cara, e muy amada hija, y el dicho Illustrísimo Príncipe Don Carlo, nuestro Nieto, y a sus herederos y sucesores legítimamente del nuestro Reyno de Nabarra, y de todas las Ciudades, villas y lugares e otros qualesquier derechos e pertenencias de aquel: el cual Reyno por la notoria Cisma inspirada contra la persona del Sumo Pontífice e Sede Apostólica, e contra el patrimonio de aquella fuera declarados por Cismáticos el Rey don Ian y la Reina Doña Catalina, que entonces posseyan el dicho Reyno, e como bienes de cismáticos requerido por nuestro muy santo Padre Iulio de buena memoria, lo huvimos de conquistar, y nos fue adjudicado y dado el derecho de aquel”. Los reyes de Navarra fueron declarados a la cuarta falsificación de una bula papal por el Falsario: “cismáticos”, está claro que Fernando murió en pecado mortal.
La desesperación de los historiadores españoles para justificar la invasión era tal, que Palacios Rubios, tras declarar cismáticos a los últimos reyes de Nabarra y por ello mismo ilegítimos, retrotrajo esta ilegitimidad hasta el primer rey de Nabarra, Eneko Aritza. Según él, tampoco éste fue rey legítimo porque no heredó la monarquía de los godos, que sí gozaban de la legitimidad por donación del emperador de Roma, Honorio, pasando así por encima de la copia de la carta que se conserva de este Emperador a los pamplonicas para que defiendan a Roma contra los “bárbaros” visigodos y reinventado la historia(2).
Poco después, en ese mismo año 1516, murió el rey de Navarra, Juan III de Albert. En un último intento de que le devolvieran la corona Navarra, Juan III, pidió al Papa León X le retirara la excomunión que deslegitimaría a Castilla-Aragón en su conquista, pero el Papa no se lo otorgó y le ofreció el Milanesado para acallarlo, pero Juan no aceptó. Tomó sepultura en Lescar, vizcondado de Beárn, a la espera de que las circunstancias permitieran enterrarlo en Pamplona, como fue su última voluntad. Un año después murió la reina Catalina y fue enterrada junto a su marido. Hasta el presente las últimas voluntades de ser enterrados en la capital de su reino, no han sido cumplidas.
Enrique II de Albert “el sangüesino” (1517-55), de 15 años, heredó el reino de su padre Juan III. Enrique siguió la lucha por recuperar el reino de su padre, todo el pueblo navarro estaba ahora con él, incluido los arrepentidos beumonteses, el pueblo era profundamente antiespañol, como es lógico, pues no eran más extranjeros invasores que acabaron con centurias de libertad. Miguel de Olite, secretario de Enrique II el sangüesino, recogió en media docena de cuadernos los derechos sobre territorios, villas y señoríos. Hizo un balance de todo el reino y propuso “hacer probança” de cómo el reino comprendía “Guipúzcoa, Bizcaya y Alaba y mucha parte de Rioja hasta el olmo de Burgos”, “como las sepulturas que antiguamente los reyes de Navarra tenían en Nájera y otras ciudades y villas que hoy en día parecen las armas de Nabarra, así como en Logroño y en otro lugares, que de poco acá se han borrado”.
NOTAS
1. Formado en 962, tiene sus orígenes en la parte oriental de las tres en que se dividiera el imperio carolingio. Desde entonces, el Sacro Imperio se mantuvo como la entidad predominante en Europa central durante casi un milenio y hasta su disolución en 1806 por Napoleón I. En tiempos del emperador Carlos V (28 de junio de 1519), además de los territorios alemanes y de Holstein y Prusia, que con Riga llegaba hasta el golfo de Finlandia, el Sacro Imperio comprendía Bohemia, Moravia y Silesia, alcanzando con Carniola las costas del Adriático. Por el oeste, pertenecían a él el condado libre de Borgoña (Franco-Condado) y Saboya, a los que se sumaban Génova, Lombardía y Toscana en tierras italianas. También estaban integrados en el Imperio la mayor parte de los Países Bajos, con la excepción del Artois y Flandes, al oeste del Escalda. Partiendo del norte de los Alpes, llevaba todo un mes atravesar el territorio imperial en sentido norte-sur o este-oeste. La denominación del Sacro Imperio varió enormemente a lo largo de los siglos.
2. Ander Manterota, investigador etnográfico, en “La pelota vasca”.
Extraído de la web www.osoa.net y titulado “FERNADO EL FALSARIO Y (III)” de Aitzol Altuna
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