Luis Miguel Escudero
El castillo o, mejor dicho, palacio real de Tiebas otea desde hace ocho siglos el camino que une la cuenca de Pamplona y la Navarra media. Lo que hoy son desmoronadas ruinas tuvieron una importancia estratégica durante la conquista de hace 500 años, sobre todo en la debacle de la navarra soberana que siguió a la batalla de Noáin (1521).
El Ayuntamiento es hoy propietario del monumento y desde hace seis años continúa unas labores de recuperación, consolidación y limpieza que son dignas de admirar, más si al visitante le acompañan cicerones como Isabel Martín o Roldán Jimeno, éste último hijo del gran José María Jimeno Jurío que tuvo casa en la calle Mayor que atraviesa el camino jacobeo.
Lo que llamamos castillo fue
un palacio levantado en el siglo XIII por Teobaldo II de Champaña. Además de
residencia real, albergó el archivo de Navarra, el tesoro del reino e incluso
fue prisión y lugar de ejecuciones.
El edificio tiene planta rectangular, con dos pisos organizados en torno a un patio central perfectamente visitable. Recientemente se han señalizado algunas de las grandes chimeneas que aparecen en los croquis que proyectan la imagen de un palacio elegante y señorial, nada defensivo como aparentan las ruinas que se ven desde la carretera.
En las excavaciones realizadas se han encontrado baldosas y mosaicos de colores, así como tejas barnizadas en tonos verdes, amarillos o marrones. Las salas tenían ventanales góticos y todavía se puede acceder a una bodega subterránea que durante años disparó la imaginación de los niños.
Tras la conquista, el castillo
cayó en manos de la familia Beaumont. Los descendientes del conde de Lerín
emparentaron con la casa de Alba, que después se desprendió de un monumento en
ruinas. Algunos sillares fueron pasto del expolio, otros sirvieron para
remodelar un vecindario que crecía adosado a la sierra de Alaitz e incluso
algunos capiteles lucen hoy como jardineras en la cercana iglesia de Santa
Eufemia. El edificio tiene planta rectangular, con dos pisos organizados en torno a un patio central perfectamente visitable. Recientemente se han señalizado algunas de las grandes chimeneas que aparecen en los croquis que proyectan la imagen de un palacio elegante y señorial, nada defensivo como aparentan las ruinas que se ven desde la carretera.
En las excavaciones realizadas se han encontrado baldosas y mosaicos de colores, así como tejas barnizadas en tonos verdes, amarillos o marrones. Las salas tenían ventanales góticos y todavía se puede acceder a una bodega subterránea que durante años disparó la imaginación de los niños.
Desde hace unos años el palacio es Bien de Interés Cultural y, tras hacerse con él el municipio, las labores de limpieza y consolidación han avanzado cada año notoriamente.