Las Navas y Nabarra
Iñigo Saldise Alda
“En un Estado Colonial los últimos en darse cuenta de su condición son los propios colonizados”. Rigoberto Quemé-Chay
El pasado día 15 de febrero de 2011, concretamente en el apartado de Cartas al Director del DIARIO DE NOTICIAS, aparecía un artículo cuyo título era 8º centenario de las Navas de Tolosa. El autor menciona la posibilidad de colocar un monumento a modo de reconocimiento público a la heroicidad y al esfuerzo de aquellos nabarros capitaneados por Sancho VII el Fuerte realizado durante la batalla de Las Navas de Tolosa, fuera del territorio nabarro, tras la unión del Reino de Nabarra con los diversos Reinos peninsulares-cristianos se sobre entiende-existentes en el año 1212. El autor sugiere claramente en su escrito, que debe ser la impuesta Institución colonial del Gobierno de Navarra, la que tome cartas en el asunto para la realización del monumento en conmemoración a la batalla de Las Navas de Tolosa.
Lo que no se menciona en dicho escrito, es que realmente el rey de Nabarra se vio obligado a participar en esa campaña militar cristiana o Cruzada, ante las reiteradas presiones y amenazas, incluida la de ser excomulgado y retirarle el título de rey para él y de Reino para Nabarra con lo que ello conllevaba poner en peligro la independencia del Estado Pirenaico, realizadas por Inocencio III, emperador de Roma y el obispo de Narbona, lo que le obligaba a ser aliado de su enemigo natural el Reino de Castilla; el cual, tan solo 12 años antes había invadido y ocupado de forma ilegal la Nabarra occidental. Por cierto, el Reino de León no participó en dicha Cruzada y no sufrió las represalias políticas del emperador de Roma.
Así pues, apenas fueron 200 los caballeros nabarros que acompañaron a el Fuerte para unirse finalmente al ejército de los Cruzados, el cual era comandado por el mayor enemigo histórico de los nabarros, el rey de Castilla. Los nabarros iban bien equipados y fueron recibidos con agrado por los demás ejércitos cristianos de los Reinos de Portugal, Castilla y Aragón y de las Órdenes Militares de los Caballeros de San Juan, de Santiago, del Temple, de Ucles, de San Lázaro y de Calatrava, junto algunos voluntarios gascones, occitanos, franceses e incluso leoneses. A esos 200 nabarros se unieron rápidamente los ganboinos, partidarios de la Estatalidad Nabarra y que acudían a la Cruzada desde las tierras ocupadas ilegalmente por el Reino de Castilla en el año 1200.
Todos conocemos el desenlace de la batalla de Las Navas de Tolosa, el cual fue favorable para los ejércitos cristianos y donde tuvo un papel importantísimo la acción militar llevada a cabo por Sancho VII el Fuerte y demás nabarros. Un movimiento estratégico que a la postre decantó la balanza de la batalla en favor de los cristianos, gracias a un movimiento envolvente que conduce directamente a los nabarros al montículo donde estaba situado el mismísimo Al-Nasir, jefe de los musulmanes, el cual se creía seguro tras la barrera formada por esclavos africanos encadenados entre sí y con ello, condenados a luchar por el emir para salvar sus propias vidas.
La consecuencia principal de esta importantísima batalla del siglo XIII, significó a la postre la perdida de la hegemonía musulmana en la Península Ibérica y facilitó las ansias expansionistas del Reino de Castilla. Esta gran victoria cristiana en la Península Ibérica, cosechada en gran medida gracias a los nabarros, ciertamente no trajo ningún beneficio para el Reino vasco(n), al menos en lo que se refiere a la devolución de las tierras invadidas y ocupadas por el Reino de Castilla, siendo las últimas y más recientes, las tierras Araba y Gipuzkoa.
Además, todo hay que decirlo, desde Roma no salió ninguna Bula para reclamar a los castellanos la restauración de todas las tierras vasconas ocupadas ilegalmente a lo largo del siglo pasado por el Reino de Castilla, a su Estado natural, el Reino de Nabarra. Por el contrario, Sancho VII el Fuerte si se logró hacerse con un gran botín, que le sirvió para engordar sustancialmente las arcas del Reino Pirenaico, pero no trajo ningunas cadenas para el escudo rojo de Nabarra o para esclavizar a los nabarros. La gloria acompañó desde entonces al portador del Arrano Beltza, Sancho VII el Fuerte, convirtiéndolo posteriormente en un auténtico mito. Este mito fue aprovechado por el colonialismo imperial español tras el asentamiento de la última invasión y ocupación militar de las tierras nabarras en el año 1521. Desde el Reino de España y apoyándose en la Reforma Católica o Contrarreforma, se inventan la leyenda del “moro” Miramamolin y de las cadenas que incorporaron unilateralmente al escudo de Nabarra. Unas cadenas que no son nuestras, pero que tristemente hoy continúan colonizando las mentes de los nabarros y físicamente siguen esclavizando la Nación de Nabarra.
NOTA: Imagen del Monumento inagurado en el año 1912 en conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa, existente en la provincia de Jaen, Reino de España.
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