Historiografía sobre el vasco-cantabrismo y sus
consecuencias
Aitzol Altuna Enzunza,
Galdakao-Nabarra
Desde el siglo XIII se
empezó a identificar a los cántabros de época romana -para entonces
desaparecidos de la historia- bien con todos los vascoparlantes o bien con los
baskones que seguían dentro de la Nabarra libre. Conquistado todo el norte
(1620) y el sur (1512-24) del Estado baskón por los Estados imperialistas
español y francés, el “cantabrismo” se siguió identificando con los
vascoparlantes o euskaldunes en general, pero, cuando había que emplazarlos
geográficamente, se desplazó su ubicación desde Alta y Baja Navarra hacia las
tierras de los autrigones (ríos Nervión al Asón y hasta la Bureba en Burgos por
el sur) y karistios (del Nervión al Deba y Trebiño por el sur); incluso algunos
autores añadían también como cántabros los territorios de los bárdulos (del río
Deba al Urumea y Trebiño por el sur). Es decir, se identificaba a los
“cántabros” con los habitantes de los territorios de la Nabarra Occidental:
Bizkaia, Alaba y Gipuzkoa, así como La Rioja y norte Burgos desde Atapuerca,
además de las tierras autrigonas y enkartadas hoy dentro de la recién creada
(1982) CC. AA. de Cantabria (desde la Bizkaia actual hasta el río Asón).
Es al tolosarra Juan Martínez de Zaldivia (1500-1575) a quien se le atribuye la primera teorización completa sobre el “vasco-cantabrismo”, relacionándolo sólo con el occidente baskón en su obra “Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas”, que es además el primer manuscrito sobre la historia de Gipuzkoa. Desde entonces, la identificación de los cántabros históricos con los nabarros occidentales ha tenido un largo proceso histórico. La cuestión apareció tímidamente por primera vez en autores como el historiador siciliano Lucio Marineo Sículo (1460-1533) en su “De rebus Hispaniae mirabilibus” cuando decía en latín: “Hay quien afirma que la lengua de los primeros habitantes indígenas de toda Hispania hasta la llegada de cartagineses y romanos, que entonces todos hablaban en latín, era la que ahora usan vascones (alta y baja Navarra) y cántabros (en referencia la Nabarra Occidental invadida para entonces), los cuales, pese a las variaciones de los siglos y los tiempos, no han mudado de lengua, costumbre, ni cuidado corporal”. El último comentario no deja de llamar la atención.
En su libro “Historiografía de Vizcaya”, el historiador bizkaíno Andrés R. de Mañaricúa (Bilbao 1911-1988) atribuía el origen de esta a confusión a diversos autores españoles empezando por Zurita: “Según Jerónimo de Zurita (1512-1580), quizás el mejor historiador español del siglo XVI, la extensión hacia oriente de las tierras de los cántabros antiguos fue debida, prescindiendo de autores extranjeros, a Antonio Nebrija (1441-1522) en su Rerum a Fernando et Elisabet, para el que los cántabros llegarían hasta el cabo Higuer en Gipuzkoa, a Gonzalo de Arredondo en su “Recopilación de los libros antiguos de Vizcaya” (1490) y a Florián de Ocampo en su obra “Cantabria. Descripción de sus verdaderos límites”. Ocampo (1499-1558) en “Crónica General de España” (1543) describía los límites de Cantabria así: “Luego tras éstos venían los cántabros, cuyo límite se metía mucho más dentro de la tierra, tomando buen pedazo de las provincias que nombrara ahora Vizcaya y Álava, hasta dar en la ciudad de Logroño". Ambrosio Antonio de Morales que en su “Crónica general de España” de 1574 habló anacrónicamente cuando dijo de “La guerra que hizo Augusto Cesar a los Vizcaynos, Asturianos y Gallegos”. Otro ilustre historiador español que extendió la tesis vasco-cantabrista fue el Padre Juan de Mariana (1536-1624)”.
Entre los autores vascos, en una esquina de “Bienandanzas” del primer historiador de Bizkaia el muñatón Lope García de Salazar (1399-1476), pero que Andrés de Mañaricúa atribuye a un postizo de un autor del s. XVI, aparece la primera vaga referencia a esta cuestión: «Las montañas y bizcaya/ murieron sus naturales por no perder/ sus leyes y costumbres no queriendo tomar las leyes de los emperadores Romanos/ que ansi en estas probincias quedó el lenguaje antiguo que hera vascuen/ en espana se ablo romance». También abogaban por el vasco-cantabrismo para los “bizkaínos” y para todos los euskaldunes en general, el orduñés Andrés Poza conocido como “licenciado Poza” (1533-1565) y el historiador enkartado Fray Martín Coscojales (s. XVI).
El nombre también se extendió al norte baskón. El labortano Juan de Huarte (1529-1588), en su “Examen de ingenios para las ciencias” escribía equivocadamente: “Los vizcaínos (en referencia a todos los nabarros occidentales) y los navarros (alto y bajo navarros), llamados por los autores griegos y romanos, cantabri y vascones, no recibieron los nombre de navarri y bizkaini hasta el siglo VIII”.
Esta cuestión no quedó aquí, otros historiadores siguieron dando vueltas sobre la identidad de los “cántabros” de época romana, y siguió aún más viva la polémica durante los siguientes siglos. El Padre Juan de la Puente (s. XVII), cronista del rey español Felipe IV, en su obra titulada “Conveniencia de las dos monarquías” insistía que: “las provincias de Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Rioja, comprendía la Cantabria, las Asturias de Santillana, con todas las montañas altas, y todo el trecho que hay entre el Duero y el monte Yubalda, etc.”. Por tanto, situaba a los cántabros en la toda la Nabarra Occidental invadida en el siglo XII por Castilla, más las tierras que realmente fueron del Pueblo de los cántabros (entre los ríos Asón y el Sella, territorio entonces denominado como Asturias de Santillana o la montaña “de Burgos”). El historiador y filósofo español padre Gabriel Henao (1611-1704), fue un furibundo defensor del cantabrismo de todos los baskones en su libro “las Averiguaciones de las antigüedades de Cantabria”.
La idea seguía muy extendida aún en el siglo XVIII. Comenta la Enciclopedia Auñamendi que un escritor en “lingua navarrorum” como fue el labortano Joanes Etxeberri, entre 1712 y 1719 escribía asimilando kantabresak y eskualdunak en su obra “Eskuararen Ethorkia”. Es también el caso del clérigo andoaindarra Manuel Larramendi (1690-1766) en su libro “Discurso sobre la Antigua Cantabria”. Larramendi en otra obra, resumido su título como “Corografía”, redactado hacia 1756, iba más allá y afirmaba que: “De esta suerte, si eligiéramos rey, será y se llamará Rey de Cantabria, y se le dará el Reino […] Guerras tendremos que sustentar. Sea así. Pero serán guerras cantábricas, cuyo nombre debe infundirnos aliento. Somos descendientes de aquellos valientes cántabros y aún late su sangre y valor en nuestras venas”.
Las bases del pactismo entre las “provincias separadas” o “Estados exentos” como eran llamados por los reyes españoles los diferentes territorios nabarros, se hallaban en la teoría cantabrista, ya que se argumentaba que sólo un Pueblo insumiso, es decir, nunca sometido, pudo haber pactado, de igual a igual, con la corona castellana, y este pacto, concretizado en los Fueros y en los juramentos mutuos, no podía ser rescindido unilateralmente por ninguna de sus partes.
Pero la cuestión fue incluso más allá de una discusión histórica. Comenta Juncal Esteban Larrea que “En 1703 se creó el Regimiento o Tercio de Guipúzcoa, que pocos años después se fusionó con los regimientos de Álava y Vizcaya, recibiendo el nombre definitivo de Regimiento de Cantabria. El aspa negra se suponía un antiguo lábaro astur o cántabro, por influencia del vasco-cantabrismo en boga en la época y por la leyenda de los estandartes y emblemas de las tropas de Constantino en la batalla de Puente Milvio (año 312)”.
El militar suletino o zuberotarra Jeanne-Phillippe Bela creó en 1745 otro cuerpo militar, pero en el ejército francés, denominado “Royal Cantabres Volontaires”, con gente de la baskonia continental, cuyo lema In hoc signo vinces que remitía claramente a Constantino. “En la guerra de los Siete Años sería llamado Régiment Royal-Cantabres, extinguiéndose en 1762. Hacia 1788 se creó un batallón de infantería ligera llamado Chasseurs Cantabres, con base en Saint-Jean-de-Luz (Lohitzune) y formado por personal sobrante del Royal-Italien y del Royal-Corse, dos regimientos licenciados por esa época. Luego en la guerra de Independencia (1808-1814) los franceses reclutaron en las provincias vascas del sur unos Gendarmes Cantabres josefinos, y el general francés al mando le explicó por carta a Berthier, jefe del Estado Mayor de Napoleón, que cántabro equivalía a vasco”, según me comenta personalmente la mencionada Juncal Esteban Larrea.
Es más, el propio Jeanne-Phillippe Bela escribió un libro con el título “Histoire des Basques...”, el cual se perdió pero que fue adaptado y publicado en 1785 por el obispo de Sanadon, donde se decía que: «los Pésicos, que ocupaban el territorio de Santander, y Laredo, los Cántabros propiamente dichos, que poseían una gran parte de la Bizcaya, Alava y Rioja”, en clara referencia tan sólo a los Autrigones.
Ni siquiera los ilustrados llamados “caballeritos de Azkoitia” de los Munibe, Narros y Altuna pudieron desmitificar el vasco-cantabrismo. Los proyectos historiográficos de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP) iniciados en 1765, como observa y analiza Olabarri Gortazar (1986), en todos los materiales acopiados para elaborar una Historia Nacional o “Historia de la nación vascongada”, el dogma vasco-cántabro permanece incólume.
Lo explica así la Enciclopedia Auñamendi: “tanto los extraños al país como Covarrubias, Fray Luis de León, Vaseo, Luis Núñez, Alderete, Morales, como los autóctonos como Lope Martínez de Isasti o el dominico Juan de Victoria, admiten y generalizan el uso de la voz cántabro para significar euskaldun o vascoparlante. En el anónimo «Canto de Lelo» escrito en el s. XVI (descubierto en el XIX), los protagonistas de las guerras cántabras son vizcaínos, con su caudillo a la cabeza”.
La voz “vasco”, que extendió el etnólogo y naturalista alemán Alexander von Humboldt a principios del siglo XIX, era usada entonces por los franceses y sólo para los vascos del norte pirenaico. En Castilla se llamaba “vizcaínos” a los euskaldunes y luego “vascongados” a todos ellos, en la corona de Aragón sin embargo sí se mantuvo el nombre nacional de “nabarros”. “Cántabros” era más un término de círculos eruditos que un término popular.
La cuestión llegó al siglo XIX, con una defensa más furibunda por los historiadores nacionales debido a las dos Guerra Carlistas y la defensa Foral por parte del Pueblo vasco(n). En el libro “Noticia de las cosas memorables de Guipúzcoa”, otro historiador tolosarra, Pablo Gorosabel (1803-1868), explicaba la controversia que aún pervivía en aquellos años sobre si los Pueblos euskaros occidentales eran los cántabros que resistieron a los romanos e incluso si lo eran todos o sólo una parte: “La situación de la región que en lo antiguo se llamó Cantabria, su extensión y límites, ha sido para algunos historiadores de las cosas de España un asunto de graves y eruditas controversias. (…) Unos han sostenido con calor la opinión de que Guipúzcoa, Vizcaya y Álava estuvieron comprendidas en dicha comarca, y fueron su porción principal y la más importante, si acaso no la única de ella. Otros han defendido con no menos empeño la contraria, o sea, que Guipúzcoa y Álava se hallaron excluidas totalmente de su territorio; así que la Vizcaya desde la ría de Somorrostro, o a lo menos desde la que pasa por Bilbao, en sentido de Poniente a Oriente (se refiere a los autrigones y al río Nervión)”.
Las consecuencias de esta falsa teoría historicista llegaron hasta finales del siglo XIX, cuando la historia vasco-cantabrista fue separando a nabarros occidentales del resto, de donde van surgiendo mitos como el “Estado separado” de Gipuzkoa (Garibay o Zaldivia en el s. XVII), el de Alaba hasta 1332 con la Cofradía de Arriaga y el de una Bizkaia independiente hasta 1378 (Estanislao Labayru s. XIX) o incluso hasta las Guerras Carlistas (Sabino Arana s. XIX), lo cual estudiaremos en otro artículo, y que ha traído nefastas consecuencias para este Pueblo.
No fue hasta la aparición de la “Asociación Euskara” (1877) de Juan Iturralde y
Suit, Hermilio Oloriz, Serafín Olave o de Arturo Campión cuando se superen
definitivamente las fábulas, para entonces muy cuestionadas pero vivas, del
iberismo, del cantabrismo o del tubalismo y se retorne poco a poco a la
historia verdadera del Pueblo baskón y del reino de Nabarra como unidad
política nacional, aunque con notables excepciones.