Blanca de Evreux y
Trastámara
Iñigo Saldise Alda
Blanca nació en el año 1385 en el castillo de Peñafiel,
Reino de Castilla y León, siendo la tercera hija del príncipe heredero del
Estado de Nabarra por aquel entonces y posteriormente rey, Carlos de Evreux y
Valois y de la esposa de éste, la princesa castellanoleonesa Leonor de
Trastámara y Villena.
Sus primeros años de vida dentro del territorio del
Reino de Castilla y León, se desarrollaron entre el cariño y el afecto, tanto
de sus padres y sus dos hermanas mayores, Juana y María, como todas aquellas
personas vasallas o supeditadas a su significativa madre, toda una princesa de
Castilla y León.
La primera vez que visitó suelo bajo soberanía
nabarra, fue en el año 1387, concretamente junto a su madre y hermanas, siendo
la localidad de Iruinea-Pamplona donde fijaron su primera residencia, ya que su
padre y heredero del Reino de Nabarra, consideró que su mansión Real de
Erriberri-Olite no estaba adecuada y preparada.
Pero la melancolía de su madre Leonor de Trastámara
y Villena, provocó que ella y sus hermanas volvieran al Reino de Castilla y
León sin pisar la mansión Real de Erriberri-Olite.
Así pues, no fue hasta el año 1394 cuando Blanca de
Evreux y Trastámara volvió al Reino de Nabarra y fijó su residencia en la
mansión Real de Erriberri-Olite, donde los juegos acordes con su edad, fueron
complementados con los estudios y formas apropiadas de una dama nabarra de la
época.
Un año después, su madre Leonor y su hermana
Beatriz, se reunieron con ella en la Corte nabarra. Esto incentivó sus estudios
en música, buenas letras y especialmente en la doctrina y moral del
cristianismo.
El 11 del año 1396, Blanca junto a sus hermanas María,
Beatriz e Isabel, fueron designadas herederas al trono del Estado de Nabarra
tras su hermana Juana, la cual ya lo había hecho con anterioridad,
concretamente en el año 1390. Este acto institucional tuvo lugar en
Lizarra-Estella. Los Estados del Reino de Nabarra nombraron como tutores de las
infantas a la flor y nata del Reino Pirenaico.
Sin que la princesa Blanca de Nabarra pudiera
elegir, fue prometida en el año al rey 1401 al rey viudo de Sicilia Martin de
Aragón y Luna. Esto fue debido a las negociaciones bilaterales entre el rey de
Nabarra y el rey de Aragón, el cual pretendía seguir manteniendo su influencia
en la isla del Mediterráneo, casando a su hijo y rey consorte-viudo de Sicilia
con una dama acorde a sus intereses.
La princesa nabarra Blanca de Evreux y Trastámara,
desembarcó finalmente en el año 1402 en la isla-Reino de Sicilia, una vez
acordadas por las partes, la nabarra y la aragonesa, las cápsulas, las dotes y las
reseñas estipuladas del contrato matrimonial. Ese mismo año, Blanca de Nabarra
se convirtió en reina de Sicilia por matrimonio.
Inicialmente los sicilianos recibieron a la princesa
de Nabarra verdaderamente mal al ser una mujer extranjera, a la vez de que
extrañaban a su legítima reina la difunta María
de Sicilia y Aragón, temerosos en gran medida de sufrir una mayor
influencia del padre del rey viudo, Martin I de Aragón, en detrimento de su
soberanía nacional, por ello Blanca de Sicilia y Nabarra no obtuvo su
correspondiente dotación hasta el año 1404.
En el año 1404, el rey Martin de Sicilia andaba
preparando un nuevo viaje a la Península Ibérica, lo que provocó que los
Estados sicilianos nombrar a su esposa la reina Blanca de Sicilia y Nabarra
vicaria del Reino mediterráneo. Ya año siguiente su esposo marchó hacía
Barcelona y fue entonces cuando la reina Blanca de Sicilia y Nabarra ejerció el
gobierno efectivo sobre la isla-Reino, con el amparo del Consejo Real, contando
solo con 20 años de edad.
Apenas había comenzado su regencia, Blanca de
Sicilia y Nabarra descubrió en Messina un complot contra su persona. Gracias a
la labor militar de Joan Cruilles la intriga contra la regente del Reino de
Sicilia fue sofocada. Pese a ello envió un navío para informar de lo sucedido a
su marido Martin de Sicilia y a su suegro Martin I de Aragón, tras pedir un
préstamo al prior de la Orden de San Juan de Jerusalen, Roberto de Diana.
En diciembre del año 1406, la reina Blanca de
Sicilia y Nabarra tuvo un hijo varón, al cual le pusieron de nombre Martin, el
mismo de su padre y de su abuelo como símbolo de continuidad aragonesa, pero el
niño murió sin llegar a cumplir el año de edad.
La reina de Sicilia volvió a coger la regencia o
vicaria del Reino mediterráneo en el año 1408, debido esta vez a una expedición
militar de su esposo Martin de Sicilia al Reino de Cerdeña, donde encontró la
muerte un año después, dejando al Reino de Sicilia sin heredero.
Blanca de Sicilia y Nabarra mantuvo la vicaría tras
aceptarse el testamento de su marido y teniendo la aprobación de los Estado de
Sicilia, tras comprometerse ella en defender las fronteras del Reino siciliano.
La muerte del rey de Aragón en el año 1410, no
facilitó que Blanca de Sicilia y Nabarra fuera nombrada reina titular de la
isla-Reino, todo debido a su condición de mujer, más que a no tener derecho
jurídico para acceder al trono. De todas maneras no impidió que conservara su
título de vicaria del Reino siciliano, eso sí, supeditado a la Corona de
Aragón, supeditada a su vez a la resolución dinástica.
Pese a ello, el conde de Módica Bernardo Cabrera se
contrapuso a la reina viuda de Sicilia pretendiendo gobernar el Reino en su
virtud de gran justiciero. Esto dividió la isla en dos partes, tanto
territoriales como militares, desatándose una contienda política y
eclesiástica.
La cancillería de Blanca de Sicilia y Nabarra
despachaba solo en siciliano, desarrollando espacios de autonomía, los cuales hacía
muchos años que no se veían. Así pues, sin legitimidad jurídica alguna,
careciendo de cualquier carácter dinástico y sin olvidarnos de que era mujer,
Blanca de Sicilia y Nabarra reunió al parlamento siciliano en la localidad de
Taormina en el año 1411. Estos actos soberanos llevaron al Pueblo siciliano a
pensar en recuperar su soberanía y autonomía, pensando en casar a Blanca de
Sicilia y Nabarra con un descendiente de Federico III de Sicilia, Nicolás
Peralta.
Ante tal panorama, su adversario el conde de Módica
planea secuestrar a Blanca de Sicilia y Nabarra para desposarla y así acceder
al poder. Pero las intrigas no son solo internas, ya que el rey Juan I de
Portugal proyecta casar a uno de sus hijos con la reina de Sicilia, preparando
incluso una invasión naval de la isla mediterránea.
Blanca de Sicilia y Nabarra no solo se defendió de
las intenciones del conde de Módica, sino que sus tropas lo derrotaron y
apresaron, siendo juzgado como traidor a Reino de Sicilia en el año 1411 por
recibir ayuda militar de Archimblando de Foix, quien comandaba tropas gasconas
y francesas. En dicho juicio, la reina Blanca de Sicilia y Nabarra recordó al
pueblo siciliano que ella jamás pidió ayuda a su padre el rey de Nabarra,
ni a sus primos.
En el año 1412, el papa Benedicto XIII concedió al
nuevo rey de Aragón, Fernando de Antequera o de Trastámara y Aragón, el Reino
de Sicilia. Los sicilianos plantaron resistencia entorno a la figura de Blanca
de Sicilia y Nabarra, lo que obligó al rey aragonés a confirmarla como vicaria
del Reino siciliano, con la condición de la liberación del conde de Módica.
En el año 1413, el parlamento del Reino de Sicilia
acuerda enviar una embajada ante Fernando I de Aragón, demandando una autonomía
plena bajo la gobernación de Blanca de Sicilia y Nabarra. Dicha embajada fue
llevada a cabo al año siguiente sin que los sicilianos consiguieran nada del
monarca aragonés. Además Blanca de Sicilia y Nabarra pasó ese año a ser la
heredera al trono del Estado de Nabarra tras el fallecimiento sin hijos de su
hermana Juana.
El poder aragonés sobre la isla siciliana se
incrementó rápidamente, en detrimento de la gobernabilidad del Reino de Sicilia
por parte de Blanca de Sicilia y Nabarra. Además, desde el Estado de Nabarra se
comenzó a instar a la heredera nabarra a retornar a su Patria de cuna, que no
de nacimiento ni estancia o residencia hasta entonces.
Durante ese periodo, Blanca de Evreux y Trastámara
conoció al infante aragonés, además de duque de Peñafiel, conde de Mayorga y señor de Lara Juan de Trastámara-Aragón y
Alburquerque, el cual había sido enviado por su padre el rey de Aragón, para
hacerse cargo del gobierno del Reino de Sicilia.
Así pues, en verano del año 1415, el delegado
nabarro Juan Pérez de Maillata viajó al Reino de Sicilia con la misión de
realizar los preparativos para el regreso al Reino de Nabarra de Blanca de
Evreux y Trastámara. El jefe militar de la expedición fue el condestable de
Nabarra, señor de Peralta y Marcilla Mosén Pierres de Peralta, acompañado entre
otros por Martínez de Peralta. En Barcelona a la princesa heredera de Nabarra
le esperaron dos de sus hermanastros. Uno era Lancelot de Nabarra y Esparza, notario
apostólico, arcediano de Calahorra, sacristán de Vich y vicario general,
nuncio, colector apostólico y administrador perpetuo de la diócesis pamplonesa. Su otro hermanastro era Godofre
de Nabarra, caballero, marischal de Nabarra y marqués de Cortes. Junto a ellos
también estuvo esperando a la princesa heredera nabarra el prominente Sancho
Sanchiz de Oteiza, notario civil y consejero del rey de Nabarra, además de deán
de Tutera-Tudela y prior de Nuestra
Señora del Puy de Lizarra-Estella y el de la Santa Cruz de Tutera-Tudela.
Finalmente,
en septiembre de ese año, Blanca de Evreux y Trastámara arribó en la mansión,
castillo y palacio Real de Erriberri-Olite. No fue hasta octubre del año
siguiendo cuando las Cortes de reunieron en Erriberri-Olite para que los tres
Estados del Reino de Nabarra reconocieran a la princesa nabarra como heredera,
tras jurar ésta los Fueros y Costumbres del Reino Pirenaico.
La
nueva situación de la reina viuda de Sicilia, al ser la heredera al trono del
Reino de Nabarra, significó una nueva “batalla” en busca de un nuevo
matrimonio, esta vez con el jugoso premio de ser rey, iure oxiris eso sí; pero
rey de un Estado soberano al fin y al cabo.
El
primero en interesarse fue el conde de Foix y de Bigorra, vizconde de
Castellbló y del Biarno-Bearne, además de gobernador del Delfinado Juan de
Foix, viudo a su vez de Juana de Evreux y Trastámara, hermana de Blanca. El
conde de Foix ya se veía como rey de Nabarra, pero la muerte de su esposa y
heredera frenaron sus sueños, los cuales volvieron ante la posibilidad de
casarse de nuevo con otra princesa y heredera al trono del Estado de Nabarra.
La
otra propuesta significativa llegó a la Corte del rey de Nabarra desde el Reino
de Aragón. Era de la un infante 13 años menor que la princesa nabarra, pero al
cual Blanca de Evreux y Trastámara ya conocía… ese infante aragonés ya lo conoció en el Reino de
Sicilia, era el duque de Peñafiel, conde de Mayorga y señor de Lara Juan de Trastámara-Aragón y
Alburquerque.
Definitivamente el elegido para desposarse con la heredera del Reino
de Nabarra fue el infante aragonés. Así pues se llevaron las necesarias
capitulaciones matrimoniales, todas ellas encuadradas en el marco político,
económico y diplomático.
En dichas capitulaciones el
infante del reino de Aragón era titulado de extranjero y por consiguiente se le
prohibía nombrar o poner personas extranjeras en los más importantes puestos
del Reino de Nabarra. Dichos cargos eran los de gobernador, alférez, marischal,
alcalde de Cortes y también los de merino, mientras que a Blanca de Evreux y
Trastámara se le denominó como futura reina con todos los derechos.
Las negociaciones contractuales de dicho matrimonio
terminaron en el año 1419, las cuales fueron aprobadas por el Papa. Uno de los
testigos de ello fue Sancho Sanchiz de Oteiza. En dicho documento se reconoció
al consorte aragonés su derecho a titularse como rey de Nabarra y si dicho
matrimonio no tuviera descendencia, la Corona de Nabarra volvería al tronco
familiar de Blanca de Evreux y Trastámara. Si tuvieran hijos, estos ostentarían
los títulos de infantes de Nabarra y Aragón, además de heredar todos los
territorios que les correspondiera en el reino de Nabarra, el Reino de Aragón,
el Reino de Castilla y León, además de los existentes en el Reino de Francia,
por haber pertenecido a sus ancestros.
A comienzos del año 1420, una embajada nabarra
encabezada por deán de Tutera-Tudela Sancho Sanchiz de Oteiza, el diplomático, ricohombre
y condestable de Nabarra, maestre Hostal, mayordomo y consejero
Real, señor de Peralta y Marcilla Mosén Pierres de Peralta y el señor de Ezpeleta y vizconde de Valderro Juan de Ezpeleta, se
reunió en Guadalajara, Reino de Castilla y León, con el infante Juan de Aragón,
el cual firmó la proposición matrimonial presentada desde el Reino de Nabarra.
A los cuatro meses se llevó a cabo el enlace matrimonial en la catedral
Santa María la Real de Iruinea-Pamplona. El rey de Nabarra no ocultó su
satisfacción por la boda. Tras la boda Blanca y Juan partieron en viaje de
novios, pero dicho viaje tuvo que reducirse solo a la localidad
castellanoleonesa de Peñafiel, debido exclusivamente a la confrontación
existente entre los Reinos de Aragón y Castilla y León. Ya en Peñafiel la
princesa heredera del Reino de Nabarra fue abandonada por su marido el infante
aragonés, el cual fue a atender sus negocios
existentes dentro del Reino de Castilla y León con el condestable de Castilla,
maestre del Orden de Santiago y valido de Juan II de Castilla y León, Álvaro de Luna y Fernández.
A finales de ese año, estando ya juntos Blanca de Nabarra y Juan de
Aragón, recibieron en Peñafiel la vista del rey castellanoleonés Juan II. Ya al
año siguiente, 1421, en una dependencia anexa al convento de la Orden de los
Predicadores existente en Peñafiel, Blanca de Nabarra parió un hijo varón, al
cual pusieron de nombre Carlos de Trastámara-Aragón y Evreux.
Ruíz Díaz de Mendoza, guarda mayor de Juan de Aragón y Blanca de
Nabarra, partió presto hacia el Reino de Nabarra para informar a Carlos III de
Nabarra, del nacimiento de su nieto. La noticia emocionó en grado sumo al
monarca nabarro, entregándole al mensajero de su yerno la importantísima suma
de 4.000 florines.
A continuación el rey de Nabarra, preparó para la buena crianza del
infante nabarro Carlos de Trastámara-Aragón y Evreux, una delegación en la cual
destacaban la presencia de una nodriza por cada Merindad del Estado de Nabarra.
Dicha comitiva partió hacia el Reino de Castilla y León, pero no con destino
Peñafiel, sino a la villa de Olmedo, ya que Juan de Aragón había decidido
cambiar su lugar de residencia para estar más cerca de la Corte del Reino de
Castilla y León, arrastrando con ello a Blanca de Nabarra y a su hijo Carlos.
El hijo de Blanca de Nabarra y Juan de Aragón, fue jurado por las Cortes
del Reino de Nabarra reunidas en Erriberri-Olite, como legítimo heredero a la
Corona de Nabarra en el año 1422.
Los enfrentamientos existentes entre el Reino de Aragón y el Reino de
Castilla y León, provocaron la mediación de Carlos III de Nabarra, el cual
aprovechó para sustraer de las peligrosas tierras castellanoleonesas a su hija
Blanca de Nabarra y a su nieto Carlos ese mismo año, fijando la heredera del
Estado de Nabarra su residencia habitual en la mansión, castillo y palacio de
Erriberri-Olite.
La acogida que recibieron Blanca de Nabarra y su hijo Carlos, tanto por
parte del Pueblo como de la nobleza del Reino de Nabarra, fue increíblemente
amorosa y buena, facilitando con ello la adaptación a la heredera del trono
nabarro. Además un año después su hijo recibió el principado de Biana. Dicha
asignación obligaba a su poseedor o poseedora la estancia y residencia dentro
del Estado de Nabarra, donde debía ser instruido de forma forzada en el Derecho
Pirenaico y/o Fueros y Costumbres del Reino de Nabarra.
Por fin Blanca de Nabarra podía vivir en paz junto a su familia, dejando
atrás las turbulencias nobiliarias y movimientos conspiratorios llevados a cabo
por diversos personajes de los Reinos de Aragón y Sicilia, además de los
conocidos tras su matrimonio con Juan de Aragón en el Reino de Castilla y León.
Ese mismo año 1423, Blanca de Nabarra tuvo a una hija, a la cual llamaron
Juana de Trastámara-Aragón y Evreux. Un año después la heredera a la Corona de
Nabarra parió otra niña, a la cual llamaron Blanca de Trastámara-Aragón y Evreux.
A los pocos meses del nacimiento de esta hija, Blanca de Nabarra partió
hacia el Reino de Castilla y León, llevando consigo a su hijo Carlos de Biana,
pero solo hasta la localidad de Haro, originariamente perteneciente al Reino de
Nabarra y que siglos atrás había sido invadido, ocupado y colonizado por las
tropas y la cultura castellanoleonesa, siempre reclamada su devolución desde
entonces por la legitimidad nabarra.
Ya en el año 1425, la princesa heredera de Nabarra tuvo una nueva hija,
a la cual llamaron Leonor de Trastámara-Aragón y Evreux. Pero no todo fueron
buenas noticias, ya que tres meses después murió su hija Juana y un mes después
de esta tragedia murió su padre Carlos III de Nabarra, lo que convirtió en
reina soberana del Estado de Nabarra a Blanca de Evreux y Trastámara.
La reina de Nabarra y duquesa de Nemours Blanca de Nabarra, envió
comunicado a su esposo el infante Juan de Aragón y Sicilia que se encontraba en
Tarazona. Allí fue jurado como rey de Nabarra ante el pendón Real nabarro, el
cual portaba el alférez mayor Nuño de Vaca. Mientras la reina Blanca de Nabarra
tomó las riendas la administración, ordenando a continuación a sus máximos
ejecutores que cumplan con sus obligaciones.
Una de sus primeros mandatos fue ordenar al oficial Real de Nabarra Machin
de Zalba, al recibidor de la Merindad de las Montañas para satisfacer cierta
cantidad que debía a las arcas Reales, así la reina Blanca de Nabarra pudo
hacer frente a las limosnas y al enterramiento de su padre Carlos III de Nabarra.
Por otro lado, su esposo Juan II de Nabarra, infante de Aragón y
Sicilia, duque de Gandia, Montblanc y Peñafiel, además de conde de Denia,
Balaguer y Ribagorza, partió hacia el Reino de Castilla y León, en defensa de
sus intereses personales, pero contando con una importante delegación nabarra,
donde destacaba la presencia del caballero, marischal de Nabarra y conde de Cortes Godofre de Nabarra, del conde consorte de Lerin Luís de
Beaumont y Curton, del vizconde de Muruzabal Felipe de Nabarra, del señor de Ezpeleta y
vizconde de Valderro Juan de
Ezpeleta, del caballero, castellano de Donibane Garazi y baile de la tierra del
Baztan Guillén Arnaut de Santa María y del tesorero del Reino de Nabarra
Charlot d’Echaoz entre otros.
A los dos meses los funcionarios, señores y caballeros nabarros
regresaron al Reino de Nabarra, con el rey consorte Juan II de Nabarra a la
cabeza. Este le comunicó a la reina de Nabarra la inminente visita su hermano
el rey Alfonso V de Aragón y Sicilia, además de conde de Barcelona, Rosellón,
Cerdeña y Urgel, al cual habían visitado de forma fugaz en Zaragoza, tras su
paso por el Reino de Castilla y León.
Blanca de Nabarra recibió con todos los honores al rey aragonés en el
palacio Real de Tafalla, mediante una recepción muy familiar y una comida
típica nabarra. Tras la visita del rey de Aragón y Sicilia, su esposo Juan II
de Nabarra marchó de nuevo al Reino de Castilla y León junto algunos señores y
caballeros nabarros.
La reina de Nabarra continuó con la buena administración del Estado
Pirenaico que había construido su padre, el difunto Carlos III de Nabarra.
Finalizó la construcción del palacio Real de Tafalla, cuyas fuentes de los
jardines fueron realizadas bajo la supervisión del mazonero nabarro Johan Lome.
Las visitas ilustres eran fantásticamente recibidas por los ayudantes de
cámara de la reina de Nabarra. El arzobispo de Lisboa visitó Iruinea-Pamplona
en el año 1426, agasajando al visitante con 65 carapitos de vino blanco, 13 de
bermejo, 27 gallinas, 2 pares de perdices, 3 palomas y 2 merluzas frescas, algo
lo que se enteró toda la ciudad, ya que el pregonero Real y vecino de la misma Miguel
García de Ciaurriz, había dado buena publicidad de la noticia.
También destacó el festejo por la consagración como obispo de
Iruinea-Pamplona del deán de Tutera-Tudela Martin de Peralta y a boda en el
mismo día del hermanastro de éste, del mismo nombre, Martin de Peralta y
Ezpeleta con María de Villaespesa. Esta vez la fiesta tuvo lugar en el Palacio
Real de Erriberri-Olite, contando con una asistencia de 300 personas. En dicha
fiesta estuvo la propia Blanca de Nabarra, el príncipe de Biana y las infantas
de Nabarra, el obispo de Montalbán, el arquediano de Lodena, una embajada Papal
y los obispos de Calahorra y Baiona-Bayonne.
En el banquete se gastaron 12 docenas de obleas, 68 carapitos de vino,
140 gallinas, 28 carneros, 24 cabritos, buey y medio, 3 becerros, 124 conejos,
2 liebres, 11 pares de perdices, 128 huevos, 2 tocinos, 25 pares de palomas, 4
quesos de vaca, jengibre, canela, azafrán, arroz, azúcar, almendras, hortalizas
en abundancia, 12 docenas de pastiches, 10 de tartas y flanes. Todo el banquete
fue supervisado por el escudero de cocina de la reina, Lope de Jaureguizar, siendo
el salsero Pedro García de Salinas y el panadero fue Miguel de Alfaragui.
A comienzos del año 1427, Blanca de Nabarra envió una delegación al
Estado Pontificio de Roma, con la misión de conseguir la donación del palacio
Episcopal de San Pedro, situado en la Nabarreria de Iruinea-Pamplona, a cambio
de un pago o recompensa económica para el nuevo obispo. Martin V de Roma accedió
y a partir de ese momento la reina de Nabarra fijó su residencia en el ya
palacio Real de Iruinea-Pamplona.
La reina de Nabarra, como soberana del Estado nabarro, estuvo como
mediadora entre las juderías existentes en las diversas ciudades, villas y
pueblos, y los distintos monasterios a los que estas tributaban. Realmente,
Blanca de Nabarra gobernó la Casa Real y el Reino con una economía práctica y
doméstica.
Blanca de Nabarra procuró con buenos interlocutores, evitar los
enfrentamientos entre los bandos nobiliarios dentro de las fronteras del Estado
de Nabarra. Al maestre de Hostal Pierres de Vergara lo eligió para mediar y
asegurar la tregua entre las casas de Agramont y Luxa.
El secretario de los reyes de Nabarra García de Falces fue el elegido
por la reina de Nabarra, para ser el emisario entre ella y su esposo Juan II de
Nabarra, el cual siempre estaba ausente del Reino de Nabarra, concretamente
atendiendo sus asuntos personales y los de su casa Trastámara-Aragón en el
Reino de Castilla y León.
Las personas de confianza de Blanca de Nabarra podían desempeñar varios
cargos dentro de la infraestructura administrativa y funcional del Reino de
Nabarra. Estos hombres fueron el camarlengo Real y merino de Zangotza-Sangüesa
Juan de Ezpeleta, el notario de la Cámara de Comptos, notario de la Corte y
prior de Orreaga-Roncesvalles Juan Galindo, el notario de la Corte y
funcionario de la cancillería Real de Nabarra Miguel de Ealegui, el alférez del
Reino de Nabarra y encargado del chapitel de Iruinea-Pamplona Charlot de
Beaumont, los oidores de la cámara de Comptos Pedro García de Guirior, Juan de
Atondo, Sancho de Iturbide, Juan García de Lizasoain, Miguel de Rosas y Martin
García de Raxa, los camarlengos Reales Juan de Asiain y Beltra de Lacarra,
junto al procurador patrimonial Martin de Villaba, el cual siempre estaba
presto para acudir a cualquier rincón del Estado de Nabarra para cobrar los
impuestos, etc.
Blanca de Nabarra, como jefa del Estado nabarro, realizó las
consiguientes llamada a Cortes, donde su miembros de los Tres Estados, iglesia,
nobleza y universidades, estaban obligados a acudir. En agosto del año 1427,
las Cortes se reunieron en Iruinea-Pamplona, donde se ratificó el juramento
como heredero del príncipe de Biana y otro de obediencia y fidelidad a la
infanta Leonor en caso posible de que esta tuviera que heredar el trono del
Reino de Nabarra.
También se eligieron los tutores a terceras partes, con el obispo de
Irunea-Pamplona y los priores de las órdenes de San Juan de Jerusalen y de
Orreaga-Roncesvalles por el lado de la iglesia, el señor de Marcilla, el
vizconde de Baiguer y el emisario Real Fernando de la Vega por parte de la
nobleza, junto a los alcaldes de las cabezas de las Merindades por parte de las
universidades.
Al mes siguiente, los procurados de los reyes de Nabarra, Menault de
Saint Marie, Jean Gosseaume, Juan Ruiz Dinaman, Robert de Bailleul y Jean
Gueron, juraron fidelidad al duque de Bedford, Juan de Lancaster o Plantagenet, como regente del
rey Enrique VI de Inglaterra y II de Francia, por el ducado de Nemours y otras
posesiones pertenecientes al patrimonio de la casa de Evreux en la Galia,
principalmente situadas en la Normandía.
Al mes siguiente nuevamente se reunieron la Cortes Generales del Reino
de Nabarra. Esta vez en Erriberri-Olite, para tratar los asuntos económicos de la
Corona y del Estado de Nabarra.
Ta en el año 1428, la ausencia reiterada al llamamiento a Cortes e
incluso del Estado nabarro del hermanastro de la reina, el marsichal de Nabarra
y conde de Cortes Godofre de Nabarra, hizo que Blanca de Nabarra tomara cartas
en el asunto, retirándole los títulos de caballero y marischal de Nabarra,
junto al de conde de Cortes, además de embargarle todas las cuentas que éste
tenía en Buñuel, Ribaforada, Fontellas, Monteagudo, Cascante, morería de
Tutera-Tudela, Cáseda, Gallipienzo, Santesteban de Lizarra-Estella y otras
localidades, para pagarle a su mujer Teresa de Arellano.
Tras ello, Blanca de Nabarra envió una delegación al Reino de Castilla y
León con la misión de traer a su esposo Juan II de Nabarra al Estado nabarro.
Dicha delegación era comandada por el cortesano Pierres de Peralta el joven. Cuando
estaba éste negociando dicho asunto, la cosa se aceleró al mostrase el rey Juan
II de Castilla y León decidido a expulsar al rey consorte de Nabarra de suelo
castellanoleonés.
Tras retornar Juan II de Nabarra a la Corte nabarra, el rey
castellanoleonés se apresuró a confiscar los bienes que tenía en dicho
territorio el rey consorte de Nabarra e infante de Aragón. Blanca de Nabarra se
aligeró a exigir la inmediata devolución del patrimonio de su marido en el
Reino de Castilla y León, pero sin lograrlo.
A finales de ese año, Blanca de Nabarra reunió las Cortes del Reino en
Tafalla. La razón poner al día las cuentas de la Corona y del Estado, además de
resolver diversos asuntos pendientes, entre ellos el trance oficial de la jura
y coronación de los reyes de Nabarra en acto solemne en la catedral Santa María
la Real de Iruinea-Pamplona.
La coronación se llevó a cabo el 19 de mayo del año 1429 contando con la
presencia de representantes de los Tres Estados. García de Falces, notario
Real, leyó a los reyes de Nabarra el texto ritual y éstos, con la mano sobre
los evangelios, juraron todos los Fueros, capítulas, declaraciones y
amejoramientos llevados a cabo por Carlos III de Nabarra y ellos mismos.
También juraron “(…) los usos,
costumbres, franquezas, libertades y privilegios del Pueblo del Reino de
Nabarra”.
Tras el juramento Real, vino el juramento del Reino de Nabarra a sus
monarcas o soberanos. “Nos, los Estados
de la clerecía, nobles, barones, rico-hombres, caballeros, fijosdalgo, infanzones
y procuradores de las ciudades y buenas villas del Reino de Nabarra, juramos
sobre la cruz y los santos evangelios por nos manualmente y reverencialmente
tocados a vos, nuestro señor don Juan, por la gracia de dios rey de Nabarra,
por el derecho que a vos pertenece por causa de la reina doña Blanca, nuestra
reina y señora, propietaria de dicho Reino de Nabarra, y a vos, la dicha reina
Blanca, nuestra reina y señora natural, que guardaremos y defenderemos bien y
fielmente vuestras personas, y os ayudaremos a guardar, defender y mantener los
fueros por vos a nos jurados, a todo nuestro leal poder(…)”
Una vez concluido el acto oficial, pasaron a realizar el rito místico;
para ello pasaron a la capilla de san Esteban, donde cambiaron sus ropas por
unas túnicas blancas de seda. A continuación el obispo de Iruinea-Pamplona
procedió a la unción de los monarcas de Nabarra. Juan II de Nabarra con un
gesto protocolario desenvainó su espada levantándola en alto, tomó la corona y
se la ciñó. En dicho gesto le siguió Blanca de Nabarra, quien se ciñó la corona
también. Tras ello Juan II de Nabarra fue levantado sobre el suelo en un
escudo, el cual fue portado por los principales del Reino Pirenaico, mientras
los asistentes gritaban “¡real, real,
real!”. Después, los reyes de Nabarra tiraron monedas a los asistentes al
acto y ocuparon sus sitios para continuar con una solemne misa a los pies de
Santa María la Real de Iruinea-Pamplona.
Tras concluir los festejos por la coronación, los cuales duraron varios
días, Blanca de Nabarra formó una delegación diplomática formada por Pierres de
Peralta, el prior de Orreaga-Roncesvalles y el alcalde de la Corte de Nabarra,
que acompañados por sus séquitos partieron hacia el Reino de Castilla y León,
con la misión de conseguir la devolución del patrimonio que la familia Real de
Nabarra tenía en dicho Reino castellanoleonés.
En la documentación que presentaron los diplomáticos nabarros a Juan II
de Castilla y León, Blanca de Nabarra demandó dicha devolución atendiéndose a
los siguientes argumentos legales. En primer lugar, dicho patrimonio le
correspondía a la reina de Nabarra al ser parte de la dote que aportó su marido
al matrimonio. Y en segundo lugar, el heredero del mismo tras su muerte era su
hijo Carlos de Biana. Pero el rey castellanoleonés, en lugar de atender la
justa reclamación de la reina nabarra, pasó a ocupar militarmente Olmedo,
Cuellar y Medina del Campo.
Pero el monarca castellanoleonés, en un principio, no logró asaltar con
éxito Peñafiel y Castrojeriz, ya que estaban defendidas por las tropas del
infante aragonés Pedro, hermano del esposo de la Blanca de Nabarra y por un
aliado del rey consorte de Nabarra, el conde de Castro. De todas formas la
resistencia de los aliados de Juan II de Nabarra fue efímera y en pocos días
las tropas de su homónimo Juan II de Castilla y León, asaltaron con éxito esos
feudos pertenecientes al patrimonio personal de los reyes de Nabarra.
Godofre de Nabarra había retornado al Estado de Nabarra para la
coronación, recibiendo el perdón por parte de Blanca de Nabarra, la cual le
restituyó todos sus títulos y cargos. Así pues, nuevamente con el cargo de
Marischal de Nabarra, se reunió con los otros dos marischales, Felipe de
Nabarra y Beltrán de Lacarra, para organizar un ejército digno de antaño e
invadir el Reino de Castilla y León para liberar las posesiones de Blanca y
Juan II de Nabarra en dicho Estado. A su vez, Blanca de Nabarra nombró a Juan
Pasquier y Sancho Boronde recaudadores, con la misión de colectar plata para
los hombres de armas. La reina de Nabarra también creo una delegación
diplomática encabezada por el consejero Real, merino de Zangotza-Sangüesa y
prior de Santa María Orreaga-Roncesvalles Juan Galindo y Juan de Ezpeleta, para
partir al Reino de Inglaterra desde Baiona, en post de una alianza contra el
Reino de Castilla y León, aliado del Reino de Francia. En dicha delegación
también estuvieron presentes embajadores del reino de Aragón.
Pero Alfonso V de Aragón, sin esperar a que el ejército nabarro
estuviera operativo y que la acción diplomática diera sus frutos, ordenó a su
ejército aragonés invadir el Reino de Castilla y León; concretamente entraron por
Ariza en abril del año 1429. En junio y ya contando con el ejército nabarro que
había ordenado formar Blanca de Nabarra, las hostilidades se recrudecieron al
tener como objetivo el ejército nabarro-aragonés abrir una línea de ataque para
llegar hasta el centro del Estado castellanoleonés, cuyo ejército no solo se
defendió, sino que ocupa la mayoría de las plazas que tenía el infante de
Aragón, duque de Alburquerque y Villena, señor de Ledesma y maestre de la orden
de Santiago, Enrique de Trastámara-Aragón, salvo la localidad fortificada de
Uclés, sede de la encomienda de la orden.
Las tropas nabarro-aragonesas, inferiores en número, no lograron
resistir el empuje militar al ejército del Reino de Castilla y León, llegando
este último a castigar localidades dentro de las fronteras del Reino de
Nabarra, siendo especialmente significativos los destrozos ocasionados por las
acciones bélicas castellanoleonesas en las importantes localidades de Corella,
Laguardia, Biana y Cintruénigo, pertenecientes al patrimonio del príncipe
heredero al trono del Estado de Nabarra, Carlos de Biana.
Ante tales consecuencias para el pueblo nabarro y el patrimonio del
Estado, en octubre de ese año y con la guerra al rojo vivo, Blanca de Nabarra
planteó una negociación de paz enviando a los diplomáticos nabarros Pierres de
Peralta, el jurista y alcalde de la Corte Juan de Liedena, junto al prior de Orreaga-Roncesvalles
Juan Galindo. Ante la precariedad de las arcas del Reino Pirenaico, la expedición
fue subvencionada por el obispo de Iruinea-Pamplona. Pero dicho movimiento
sutil y pacífico, era ajeno a los movimientos militares de Juan II de Nabarra.
Las tropas castellanoleonesas fueron tomando de forma sucesiva las
plazas de San Vicente de la Sonsierra, Genevilla, Cabredo y Laguardia, que
cayeron como piezas de domino. El avance castellanoleonés prosiguió por las
tierras de la Rioja alavesa y por Gipuzkoa, llegando a tomar Gorriti. Los
combates fueron numerosos en todas las plazas nabarras fronterizas.
Ante la invasión militar castellanoleones del Reino de Nabarra, Blanca y
Juan II reunieron a los maestros de finanzas, los tesoreros, los recibidores y
los comisarios, para transmitirles la necesidad de recolectar dinero y preparar
todo el capital disponible. Ordenaron también la puesta a punto de los equipos
personales de los caballeros nabarros, fijando Erriberri-Olite el centro de
operaciones y donde los hidalgos con rocines y armas debían acudir para recibir
su destino y puesto en defensa de la soberanía del Estado de Nabarra. El
encargado de la asignar los puestos fue el alférez del estandarte Real Charlot
de Beaumont.
Los reyes de Nabarra prepararon diversos contingentes para defender
nuestro Estado. Hombres de armas a pie y a caballo, ballesteros, lanceros y
arqueros se situaron en las plazas fuertes para hacer frente al invasor
castellanoleonés o español. En Lizarra-Estella Gracían de Agramont y sus
hombres. En Tutera-Tudela Martín de Peralta. En Tafalla Juan Beltrán de Acebo.
Los puertos de la merindad de las Montañas fueron confiados al Justicia de
Iruinea-Pamplona León de Garro. En Mendabia se situó Juan de Luxe. La localidad
de Ansodilla fue defendida por Juan de Aibar. Lerin fue confiada a Beltrán de
Etchecon, quien contó con el auxilio de Luis de Beaumont. En Peralta la defensa
fue llevaba a cabo por Arnault de Santa María quien contó con el refuerzo de
los hombres de Pierres de Peralta. En Samaniego estuvo Martin Sánchez. En
Cárcar Beltrán de Lacarra y Pedro Sanz. Las cinco villas del valle de Goñi y la
Sierra de Andia fueron protegidas por Juan García de Goñi. En Biana estuvo Juan
Belaz de Medrano. En Laguardia se atrincheró Bernando de Ezpeleta.
Tutera-Tudela fue protegida por el señor de Luxe Arnaud Loup de Tardert-Luxe.
En Tafalla Martin Fernández de Sarasa.
Bernedo por Ximeno de Orbara. Villafranca por Juan Blázquez. En Cadreita
estuvieron los ballesteros de Aspurz junto a Beltrán de Beria. Cabrero por Ruiz
Sánchez. Torralba por Martin Sanches de Guerguet. Huarte del valle de Arakil
por Juan de Artieda. Arguedas por Juan de Lacarra. Mientras que Milagro fue
defendida hasta la muerte por Juan de Olleta, siendo reemplazado por Borchea de
Aguirre.
También estuvieron defendiendo la soberanía del estado de Nabarra
diversos capitanes, los cuales no contaban con puesto fijo y tuvieron como
cometido acudir en socorro de las plazas que lo necesitases. Diego, Lope y Juan
de Eztuniga, Sancho de Esparza, García de Isaba, Blasco Sanz, Juan de Echauz,
Beltrán de Marañón, Ramón de Esparza, Juan Martínez de Eusa, Sancho de Riezu,
Diago López, de Yecora, Sancho de Lodosa, Pedro Martínez de Azagra, Arnaut de
Sanz, Lope de Marañón, Pegenaut de Caro, Beltrán de Zalba, Sancho Martínez de
Aezkoa, Juan Ramírez de Metauten, Heet de Montbuso, Gardón de Mendoza y Tristán
de Luxe.
Los reyes de Nabarra, Blanca y Juan II, no se olvidaron de organizar los
castillos existentes en el Estado Pirenaico, piezas fundamentales en la defensa
de la soberanía nabarra. Así que nombraron a diferentes castellanos o alcaides
del castillo. En Rocaforte Juan de Aguirre. Monreal por Juan de Oreguer.
Miranda por Juan de Murugarren. Tudejen por Fortún de la Quebrada. En Berruete
Juan García de Lizasoain. Bernedo por Ximeno de Orbara. En Valtierra Ochoa de
Dualde. Cascante por Beltrán de Zala. En Mirafuentes estuvo Pedro Sánchez de
Estemblo. Briones por Sancho de Londoyno. El castillo de Estaca en las Bardenas
fue defendido por Pedro de Zagreino y sus hombres. Peña por Beltrán de
Ezpeleta. Zangotza-Sangüesa la Vieja por Juan de Suescun. Guerga por Martin
Perez de Uroz. La fortaleza de Aldaz fue encomendada a Juan López de
Lecunberri. Moreda por Ferránt Sanchiz. El castillo de Monjandin se lo
confiaron a Beltrán de Baquedano. En los Arcos Juan Ramírez.
En Gorriti estuvo como tenedera o tenienta del castillo la señora de
Eraso Teresa de Zaraotz. Mujer valiente, patriota y de armas tomar para los
enemigos del Estado de Nabarra.
180 roncales ocuparon los puestos más arriesgados en la defensa del
Reino de Nabarra. Un centenar de Bera y Lesaca que hacen lo mismo y una
treintena de la Ultzama, que hacen lo mismo con su sayón y expensero. El dinero
asignado a cada soldado fue de quince florines mensuales.
En esta guerra de desgaste, ya que no hubo enfrentamientos reseñables a
campo abierto, Blanca de Nabarra, con su marido ausente, fue la que firmó las
órdenes desde Rocaforte y Zangotza-Sangüesa la Vieja, tras viajar a primero del
año 1430, junto a sus hijas, desde Erriberri-Olite a Zangotza-Sangüesa. Desde
allí Blanca de Nabarra empleó al prior de Orreaga-Roncesvalles Juan Galindo,
para enviarle comunicados a su marido, el cual se encontraba en los frentes con
influencia aragonesa. También sirvieron como correos entre los reyes de Nabarra
el doctor Lope Lópiz de Beriain y Berthelot.
Los mensajeros para comunicarse con los defensores del Estado de Nabarra
fueron Golzanvillo de los Arcos, Machín Beltz, Machín de Aizaga y Lope de Raxa.
Baiona fue uno de los destinos más habituales de García de Mont Real,
legado de Blanca de Nabarra para contratar arqueros. El emisario que acudió
reiteradamente al condado de Foix fue García de Orondriz. Mientras la persona
que visitó de forma reiterada a la Corte aragonesa fue Simon de Leotz, en
menester de información e incluso pedir ayuda militar e incluso económica.
Las labores de abastecimiento de víveres y enseres militares fueron muy
costosas, lo que obligo a las Cortes de Nabarra a realizar el siguiente
llamamiento: “(…) enviar hombres del
Reino y extranjeros para resistir y pugnar por el honor de la Real Corona de
Nabarra”.
Incluso el clero, aportó hombres a la defensa de la soberanía del Estado
de Nabarra. Concretamente con un contingente de 32 hombres de armas y cinco
ballesteros comandados por Pedro Cunchillos por orden del obispo de
Iruinea-Pamplona. Sin olvidar la prestación dispuesta a favor del Reino
Pirenaico realizada por el deán de Tutera-Tudela, el abad de Mirafuentes, el
abad de Legaria, etc… Nabarra y todos sus Estados, estaban unidos contra el
invasor español.
Incluso ante los nuevos avances tecnológicos, encontramos en nuestro
Estado a fabricantes de pólvora al servicio de nuestro Estado; dicha persona
fue Antonio Alfonso. Todo ello, supuso un gasto excesivo a las arcas del Reino
de Nabarra.
A mitad del año 1430, la reina Blanca de Nabarra, ordenó a Pierres de
Peralta la opción de iniciar una frenética opción diplomática, por la cual buscar
la paz con los invasores españoles, es decir, el Reino de Castilla y León. Dicha
misión le llevó a Valencia, donde se encontraba la Corte aragonesa.
Tras ello, Pierres de Peralta enviado diplomático de la reina Blanca de
Nabarra, pasó a España, donde se entrevistó con su rey Juan II de Castilla y
León. Mientras, Blanca de Nabarra cambiaba de residencia de forma habitual,
hiendo de una villa a una ciudad, de una ciudad a una villa, etc., mientras que
su marido, el rey consorte Juan II de Nabarra comenzó a dictar resoluciones
desde Los Arcos.
El rey consorte Juan II de Nabarra, en Tarazona, por indicación de la
reina titular Blanca de Nabarra, nombró a Pierres de Peralta y a Ramiro de
Goñi, como procuradores del Estado de Nabarra para alcanzar la paz con Juan II
de Castilla y León. A dicha delegación se incorporó fray Pedro de Beraiz;
pasando tras ello a ser Lizarra-Estella la sede de los reyes de Nabarra.
También desde Tarazona, Juan II de Nabarra a título de lugarteniente del
Reino de Aragón por poderes otorgados por su hermano Alfonso V de Aragón, designó
una delegación aragonesa con el mismo cometido que la delegación del Estado de
Nabarra. Esta estuvo formada por Remón de Perellós obispo de Lleida y Guillén
de Vic.
Por su parte, Juan II de Castilla y León nombró a Álvaro de Luna
condestable de Castilla y maestre de la orden de Santiago, junto a Lope Mendoza
arzobispo de Santiago como sus representantes para este proceso diplomático,
con el cual poder alcanzar la concordia y el cese de las hostilidades bélicas.
En dichas negociaciones también se realizaron otras acciones de índole
político. Se estableció el estatus de Leonor de Aragón, madre del rey de
Castilla y León. También el de los infantes aragoneses, hermanos del rey
consorte de Nabarra, Pedro y Enrique, los cuales no podían refugiarse en el
Estado nabarro. Incluso había apartados para el conde de Luna Fabrique de
Aragón y para Godofre de Nabarra sentenciado como traidor a la Corona de
Nabarra por oponerse a los iniciales planes bélicos en territorio del Reino de
Castilla y León de Blanca de Nabarra y Juan II de Nabarra.
Los testigos fueron todos castellanoleoneses, concretamente los condes
de Haro y Castañeda, el obispo de Palencia y el adelantado mayor de Castilla y
León. Junto a ellos y actuando también como testigos estuvieron representantes
de las ciudades de Burgos, Soria, Calahorra y Sevilla, junto a las villas de
Sigüenza, Santa Cruz de Campezo y Alfaro, sirviendo de garantes de la paz.
Posteriormente estos firmantes castellanoleoneses de la tregua, añadieron un
apartado a petición de Juan II de Castilla y León, por el cual incluían al
príncipe nabarro Carlos de Biana, como heredero del Reino de Nabarra, teniendo
que ser reconocido en su condición por el rey consorte Juan II de Nabarra, algo
que ya ocurría en el Estado de Nabarra.
El día de Santiago Apóstol, patrón de los españoles, Juan II de Castilla
y León fue el primero en firmar dicho documento. Tras ello debía ser suscrito
por los procuradores con derecho y también por los representantes del Reino de
Nabarra, entre los que se encontraban los oligarcas de las ciudades y villas
principales. Iruinea-Pamplona, Tutera-Tudela, Biana, Lizarra-Estella,
Erriberri-Olite, Los Arcos, San Vicente y Zangotza-Sangüesa. Pero también debieron firmar el obispo de
Iruinea-Pamplona, Charlot de Beaumont, Pierres de Peralta, Gracian de Agramont,
Juan de Asiain, Leon de Garro, Tristan de Luxa, Ojer de Mauleon, el vizconde de
Biagorri-Baiguer Carlos de Etchauz y el vizconde de Val de Erro Beltran de Ezpeleta.
Los reyes de Nabarra, Blanca y Juan II, premiaron por su trabajo en las
negociaciones de amistad a Pierres de Peralta, con los feudos de Peralta y
Funes. Este tratado de paz tenía una duración de 5 años por exigencia del rey
de Castilla y León, deteniéndose las acciones militares pero sin suponer una
desmovilización total de las gentes de armas españolas, las cuales se mantuvieron
amenazantes en la frontera entre los Reinos nabarro y castellanoleonés. Además
quedaba en el aire las reclamaciones patrimoniales llevadas a cabo por los
diplomáticos nabarros y por la propia Blanca de Nabarra, en su nombre propio y en
el de su hijo y heredero Carlos de Biana.
El Reino de Nabarra se tranquilizó tras el acuerdo de paz. Las ciudades,
villas y pueblos saqueados por las tropas españoles de los castellanoleoneses,
recibieron diversas compensaciones y fueron repobladas. Incluso en algunas de
ellas fueron declarados exentos del pago de impuestos sus habitantes, sirvan de
ejemplo Etxarri Aranaz. Los presos de guerra fueron distribuidos por todo el
Estado de Nabarra, siendo la prisión de Iruinea-Pamplona la de mayor
importancia en número de prisioneros, recibiendo los diversos señores y
caballeros nabarros compensaciones económicas por el traslado de los mismos desde
sus feudos propios. También se recompensó económicamente a los prisioneros
nabarros liberados por su labor patriótica en defensa del Estado y la Corona de
Nabarra. También se recompensó a las familias nabarras que habían perdido
miembros en las diversas batallas desarrolladas para defender el Reino de
Nabarra ante la brutal invasión militar española.
Así pues, el Reino de Nabarra comenzó a disfrutar de la paz. Además, el
rey consorte de Nabarra marchó al Reino de Aragón a colaborar con sus hermanos
los infantes de Aragón, ayudando a Alfonso V de Aragón en sus asuntos
político-militares en la Península Itálica. Por ello fue Blanca de Nabarra
quien tomó nuevamente las riendas en los asuntos internos del Estado Pirenaico
de Nabarra.
Tanto el príncipe de Biana Carlos como sus hermanas las infantas Blanca
y Leonor, se introdujeron en el uso y costumbres del Reino de Nabarra durante
este periodo de cinco años,¡ con diverso tutores, pero siempre bajo la
supervisión final de la reina de Nabarra.
El gobierno del Estado de Nabarra es llevado por Blanca de Nabarra sin
sobresaltos en este periodo de tiempo, pero siempre con la preocupación de una
nueva agresión militar española y la cada vez más incipiente existencia de incidentes
nobiliarios que pudieran llevar a una confrontación interna dentro del Reino de
Nabarra, siendo las disputas entre la casa de Luxa y la de Agramont en Tierra
de Vascos, las más preocupantes por esas fechas. Y por supuesto la problemática
social y la debida a las inclemencias del tiempo, como las sufridas tras unas
fuertes riadas o los fríos inviernos que sufrieron las nabarras y nabarros en esos
años de paz.
Blanca de Nabarra por otro lado, realizó el acondicionamiento de las
fortalezas nabarras, abordando mejoras en cada una ellas, especialmente en las
existentes a lo largo de la frontera con los españoles del Reino de Castilla y
León. Además mandó embajadas a los diferentes Reinos, no solo al del Reino de
Aragón donde se encontraba su esposo Juan II de Nabarra, el cual vuelve
esporádicamente al Reino de Nabarra, normalmente en fechas señaladas como la
natividad de Jesús.
Ya en el año 1435, el rey consorte Juan II de Nabarra, sufrió un grave
revés bélico contra la casa de Anjou, mientras se encontraba ayudando en sus
pretensiones hereditarias a su hermano Alfonso V de Aragón y Sicilia en el
Reino de Nápoles, siendo hechos prisioneros ambos junto a su hermano el conde
de Alburquerque Pedro de Aragón, tras la derrota militar marítima a manos de
los navíos genoveses. Incluso el rey consorte de Nabarra estuvo a punto de
morir en la brutal batalla, algo que no ocurrió gracias a la intervención de un
caballero de su casa en Castrojeriz, llamado Rodrigo de Rebolledo.
Juan II de Nabarra fue conducido hasta Milano, donde su duque y hombre fuerte de la península itálica Filippo Maria Visconti, lo mantuvo encarcelado hasta su traslado a Genova.
Para su liberación se tenía que pagar un rescate, en gran parte proveniente de las
arcas del Reino de Nabarra, el cual fue transportado a la corte de Aragón por
Juan de Beaumont. Para la resolución final su tuvo que contar con la labor
mediadora del papa Eugenio IV. La reina de Nabarra a pesar de ello, envió
mensajeros del Estado nabarro hasta el ducado de Milano.
Posteriormente, Blanca
de Nabarra peregrinó a Uxue-Ujue junto a treinta y seis hombres, incluidos
cuatro ballesteros, para pedir “ayuda” a la virgen. De allí se trasladó hasta
Tutera-Pudeta tras pasar por Pitillas, Marcilla y Valtierra. Allí se instaló
esperando nuevas noticias sobre su marido desde la península itálica, o incluso
el regreso de este al Estado de Nabarra.
Así pues, el rey
consorte de Nabarra acudió nuevamente a Milano una vez entregado el rescate al
duque Filippo María Visconti, para firmar una concordia, eso sí bajo una
expresiva humillación, antes de que le fuera permitido su regreso al Reino de
Nabarra, al tiempo que el plazo de paz se acercaba a su fin, siendo consciente Blanca
de Nabarra de la necesidad de una paz duradera con los españoles, por lo que
envió nuevos embajadores ante el rey Juan II de Castilla y León.
En enero del año 1436,
Blanca de Nabarra recibió en Tutera-Tudela noticias desde la ciudad condal de
Barcelona, que su esposo el rey consorte había llegado a Blanes. Dichas
noticias las recibió del mensajero Sancho de Santo Domingo, el cual volvió con
una misiva de la reina de Nabarra a su esposo, donde le expresaba su deseo de
reunirse cuanto antes con él en la ciudad ribera del Estado de Pirenaico. Pero
pese a los preparativos que mandó realizar la reina de Nabarra, su esposo se
entretuvo dentro del Reino de Aragón por mandato de su hermano y rey aragonés
Alfonso V, a lo que hubo de unir la muerte de la madre de ambos.
La reina de Nabarra
ordenó la realización de exequias por el alma de su suegra en la ciudad de
Tutera-Tudela, a la par de que desesperaba por la tardanza y el poco afán
mostraba su marido en reunirse con ella, más por motivo marital que por
necesidad política en la gobernación del Estado de Nabarra.
Mientras, el rey
consorte de Nabarra recibió de manos de su hermano el Alfonso V de Aragón, los importantes
títulos de lugarteniente del Reino de Aragón, Valencia y las Mallorcas,
mientras que el de lugarteniente del principado de Cataluyna solo le era
efectivo si se encontrar en dicho territorio y además, de ser así debía
compartirlo con su cuñada la reina aragonesa María de Castilla (y León).
Finalmente, el rey
consorte Juan II de Nabarra e infante del Reino de Aragón, regresó junto a su
esposa la reina titular Blanca de Nabarra en mayo de dicho año. La reina de
Nabarra recibió a su marido en Tutera-Tudela. Rápidamente expuso a su marido su
preocupación por la finalización de la tregua Majano, que prorrogaba por seis
meses la tregua de cinco años con el Reino de Castilla y León. También le
informó de los envíos de embajadas nabarras realizados por ella a los Estados y
feudos vecinos, con las miras de posibles casamientos y de alianzas políticas.
Pero Juan II de
Nabarra no pasó mucho tiempo en el Estado nabarro, ya que sus responsabilidades
contraídas con su hermano Alfonso V de Aragón, le obligaban a estar en tierras
aragonesas. Desde el Reino de Aragón, el rey consorte de Nabarra y lugarteniente
de Aragón y Valencia, consiguió mediante la paz del año 1436 llevada a cabo en
Toledo, a la cual asistieron Pierres de Peralta y Pascual de Oteiza junto a
Juan II de Nabarra, que el Reino de Nabarra recuperase las plazas de Laguardia,
San Vicente y Gorriti, junto a varios castillos como los de Toro, Toloño, Tudején,
Castejón, Castelar, Assa y Burandón Incluso logró rescatar algunas rentas,
tanto de su esposa Blanca como de él, que se le debían en el Reino de Castilla
y León. También se fijaron los límites entre Corella y Alfaro, volviendo el
paraje y el castillo de Araciel al Reino de Nabarra, además de establecer la
delimitación de Sartaguda.
Briones quedó dentro
del Reino de Castilla y León bajo el señorío del rey consorte Juan II de
Nabarra. Además se establecieron de forma clara las restricciones a los reyes
de Nabarra y al príncipe de Biana para entrar en el Reino de Castilla y León,
siendo la principal el de contar con permiso del rey castellanoleonés.
También en dicho
tratado de paz, se acordó la prohibición
a Godofre de Nabarra de pisar suelo nabarro.
Esta paz duradera
estuvo supeditada al casamiento del príncipe de Asturias Enrique de Castilla y
Aragón, con la infanta de Nabarra Blanca de Trastamara y Evreux.
La dote del enlace
matrimonial consistió en las villas de Medina del Campo, Roa, Aranda del Duero,
Coca, Olmedo y el marquesado de Villena, incluida la ciudad de Chinchilla. La
administración de las mismas sería llevada a cabo por el rey consorte de Nabarra
por un plazo de cuatro años, mientras no se consumara el matrimonio. En el caso
de no tener hijos, todas estas ciudades quedarían en poder del rey
castellanoleonés, eso sí, tras compensar económicamente a la familia real de
Nabarra con 21.000 florines, de los cuales 6.500 serían para la infanta Blanca
de Nabarra y para el príncipe Carlos de Biana.
Por otro lado, la
reina Blanca de Nabarra no veía con buenos ojos que su esposo Juan II de
Nabarra estuviera al frente del Reino de Aragón, estando por ello más
preocupado del Reino de Nápoles, de algunas islas del Mediterráneo y de diversos
territorios de la Península Itálica, que del Estado de Nabarra; algo similar le
había pasado a la reina de Nabarra por su mente tiempo atrás, con la
intromisión llevaba a cabo por su esposo en la política intestina
castellanoleonesa.
Además, a la reina de
Nabarra comenzaron agravárseles sus problemas de salud en ese año. Por eso
nombro como físico al maestre Muza, a la vista de los informes y cura de
medicina llevadas por él a otras personas del Estado de Nabarra. Por ello se
trasladó a Iruinea-Pamplona desde donde comenzó el año 1437 sin su esposo Juan
II de Nabarra, pero con la alegría de ver a su hijo el príncipe de Biana dirigir
la representación del rey de la Faba.
A comienzos de año
Blanca de Nabarra indultó al homicida Martin Martínez, pero ya en marzo se
mostró tajante condenando al almirante de Zangotza-Sangüesa Sancho de Leoz, el
cual había cobijado a su hermano prófugo, tras matar éste último a su mujer
mediante ahogamiento.
En este periodo de paz, los embajadores iban y venía desde el Estado de
Nabarra a otros Estados y feudos mientras el rey consorte de Nabarra seguía en
las tierras aragonesas. La política matrimonial del Reino de Nabarra tuvo mucho
que ver al estar casaderos los hijos de Blanca de Nabarra, Carlos y Leonor, siendo
los principales destinos los Reinos de Castilla y León, Francia y Aragón.
También en marzo, Blanca de Nabarra y Carlos de Biana realizaron una de
dichas embajadas. Concretamente a la ciudad de Alfaro para firmar el compromiso
matrimonial de la infanta de Nabarra Blanca con el príncipe de Asturias
Enrique, los cuales rondaban la edad de 11 años, quedando fijada la boda en un
plazo relativamente largo, que garantizaba la paz entre nabarros y españoles.
Para su hija Leonor, los reyes de Nabarra pensaron tiempo atrás,
concretamente en el año 1434, como esposo apropiado para su hija al
copríncipe-señor de Andorra, conde de Foix y Bigorra, vizconde de Castelbló,
Biarno, Marsan, Oloron, Gabarret, Brulhes y Lautrec, señor de Montcada,
Castellvell, Donasan y Neubozan Gaston de Foix y Albret. En ese año se
iniciaron las negociones en las que participaron por parte del conde de Foix el
obispo de Tarbes, el señor de Berat y el senescal de Bigorra, los cuales
acudieron en su día a Iruinea-Pamplona.
En el contrato matrimonial entre la infanta de Nabarra con el conde de
Foix, quedaba claramente definido que Gaston de Foix y Albret es heredero del
Reino de Nabarra si el matrimonio se realizaba finalmente. Por ello Blanca de
Nabarra tuvo que demostrar a la delegación ultrapirenaica, que la infanta
Leonor de Nabarra había sido jurada como heredera de la Corona de Nabarra tras
sus hermanos Carlos y Blanca. La dote se fijó en 50.000 florines y la boda se debía
celebrar en el año 1441.
Entre los años 1438 y 1440, la reina de Nabarra también realizó una
administración ejemplar del Reino Pirenaico. Todos los nombramientos de
personas para puestos importantes fueron ejemplares y los realizó con buen
tino.
Es en el año 1438 cuando nombró al maestre Juan de San Juan como físico
mayor, tras su conversión al cristianismo desechando para ello el judaísmo. Se
le reconoció una pensión además por los bienes perdidos durante su trabajo
fuera del Reno de Nabarra para la familia real nabarra.
Ante la posibilidad de que se instalen en la Tierra de Vascos gentes
provenientes del Reino de Francia, Blanca de Nabarra ordenó mejoras en la zona
y pidió a todos los señores nabarras, entre ellos a la casa de Agramont y a la
casa de Luxa, que vigilaran los movimientos de extraños.
También en ese año empeoró la salud de la reina de Nabarra teniendo que
recluirse, por lo que los documentos oficiales son firmados por su hijo y
heredero, el príncipe Carlos de Biana. Su marido Juan II de Nabarra acudió a
verla y junto a su hijo fueron los encargados de firmar los documentos y
ordenanzas nuevas del Reino de Nabarra. En la natividad de ese año, toda la
familia real de Nabarra se reunió en torno a una enferma y cansada Blanca de
Nabarra. Pero el período entrante, al iniciarse el año 1439, era esperanzador
para la reina de Nabarra, ya que estaba prevista la boda del heredero, el
príncipe Carlos de Biana.
La boda del príncipe Carlos de Biana, heredero del Reino de Nabarra y
desde el año 1435 también del Reino de Aragón por detrás de su padre, era un
tema de máxima prioridad para sus padres o al menos para la reina de Nabarra,
desde casi su nacimiento. Por ello tras muchas cábalas, finalmente los reyes de
Nabarra eligieron a la hija de los duques de Cleves y señores de Ravenstein, Inés
de Cléveris (o Cleves) y Borgoña.
En mayo, las Cortes de Nabarra sitas en Tutera-Tudela, asignaron 15.000 libras
para los gastos de recepción y consiguieron un viaje para la novia del príncipe
de Biana. Ésta desembarco en Bilbao junto a su hermano Juan, conde de Nevers, y
una numerosa comitiva de damas de compañía y caballeros de esa región francesa
lindante con la Germania. Juan de Beaumont fue el encargado de recibir a Inés
de Cleves y llevarla hasta Lizarra-Estella donde le esperaba el príncipe
heredero del Reino de Nabarra.
Gran parte de la nobleza del Estado de Nabarra, no estaba satisfecha con
dicho enlace, al considerar a la pretendiente francesa como de segundo orden.
Pero a decir verdad, en esos años no había mucho que elegir entre las
monarquías europeas.
Finalmente la boda se celebró en Erriberri-Olite con la presencia de la
flor y nata de los tres Estados del Reino de Nabarra; de la nobleza, de los
oligarcas eclesiásticos y de las universidades. También acudieron personajes
diversos desde los Reinos de Aragón y Castilla-León. Todo en paz y armonía,
algo del gusto de Blanca de Nabarra.
Pasada la boda, Juan II de Castilla y León, pidió ayuda a Juan II de
Nabarra y heredero del Reino de Aragón, en la guerra abierta entre los
nobles notables de su Reino español y
Álvaro de Luna. Este era el momento más esperado por el rey consorte de Nabarra
y heredero aragonés. Abandonó nuevamente a Blanca de Nabarra y entró en el Reino
de Castilla y León para vencer y desterrar a Álvaro de Luna.
Nuevamente Blanca de Nabarra quedó a los mandos del Reino Pirenaico,
pero esta vez con mayor colaboración por parte del príncipe de Biana, al cual,
la reina de Nabarra otorgó poderes extraordinarios para compromisos económicos
y pagos con cargo a las cuentas reales.
La debilidad física de la reina de Nabarra comenzó a ser manifiesta y
presintiendo su final, redactó su testamento. Un testamento acorde con su forma
de ser, lleno de prudencia y mesura, pero que traía el caso al Reino de Nabarra
debido a uno de sus apartados.
El momento culminante y más importante del
testamento, era el de designar heredero para el Reino de Nabarra entre sus tres
hijos. Segun el Fuero del Estado de Nabarra y lo dispuesto en el contrato
matrimonial de la reina Blanca de Evreux con Juan de Trastamara, el trono debía
heredarlo el hijo mayor de los reyes, en este caso su primogénito era Carlos de
Biana. Como reina propietaria del Reino Pirenaico, Blanca pidió a su marido y
padre del futuro rey, que aceptase ser tutor y administrador de los bienes de
su hijo el príncipe de Biana, siempre y cuando este fuera menor de edad en el
momento de su muerte. A su vez pide a su hijo Carlos que solo accediese al
trono de Nabarra con la benevolencia e
bendición de su padre. En caso de que Carlos muriese sin hijos de su
legítimo matrimonio, nombró heredera del Reino de Nabarra a su hija Blanca y,
si tampoco ésta tuviese hijos legítimos, la heredera pasaría a ser su tercera
hija, Leonor.
A finales de año y comienzos del año 1440, ligeramente
recuperada de sus dolencias la reina de Nabarra fue junto a su hija Blanca al
Reino de Castilla y León, creyendo que esta iba a ser feliz entre los españoles,
además de una vez convertida en reina consorte de dicho Reino, servir para que
la paz entre nabarros y españoles fuera duradera. Su hijo el príncipe de Biana
las acompañó hasta Logroño, En esa ciudad fueron recibidos por una embajada
castellanoleonesa, encabezada por el conde de Haro, el obispo de Burgos y el marqués
de Santillana Iñigo López de Mendoza.
En ausencia de la Balnca de Nabarra, su hijo el
príncipe de Biana tomó las riendas del Estado Pirenaico, el cual se comportó
como un auténtico soberano, firmando sus mandatos como gobernador general del Reino
de Nabarra y duque de Gandía.
Mientras Blanca de Nabarra ayudó a su hija también
llamada Blanca, en su adaptación dentro del Reino de Castilla y León. Incluso aprovechó
dicho viaje para resolver mediante contactos personales, diverso temas con sus
parientes de la casa real de Castilla y León. No hay que olvidar que fue
duquesa consorte de Peñafiel por su casamiento con Juan de Trastamara, en ese
año ese título estaba en disputa, además de un parentesco familiar con los miembros de la casa real española.
Blanca de Nabarra procuró mediar con los parientes
de su esposo, al cual todos ellos le achacaban intrigas y conspiraciones, ya
que una vez que fue nombrado heredero de la Corona de Aragón, hacían que Juan
II de Nabarra tuviera muy difícil intervenir de forma directa en la política castellanoleonesa.
La reina de Nabarra compaginó su peregrinación
religiosa con la política. Una política con la cual trató curar heridas entre
nabarros y españoles, mediante el diálogo y el afecto, mientras peparaba a su
hija para ser la reina consorte de Castilla y León. También procuró cerrar los
negocios de su marido el rey consorte de Nabarra y heredero de la Corona de
Aragón. Según Blanca de Nabarra ese era el momento de estrechar lazos y olvidar
las diferencias con los españoles, desde la independencia y soberanía del
Estado de Nabarra.
Finalmente la boda entre la infanta de Nabarra y
el príncipe de Asturias, tuvo lugar en septiembre. A ella acudió Blanca de
Nabarra y su esposo Juan II de Nabarra, príncipe de Girona, junto a un
importante séquito nabarro y aragonés. El príncipe de Girona y rey consorte de
Nabarra, recibió 50.000 florines del novio Enrique de Asturias modo de arras.
Tras la ceremonia, la enferma reina de Nabarra
acudió al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe a visitar la figurita de la
virgen, por la cual procesaba gran devoción.
El año de 1441 comenzó para la reina de Nabarra
en la ciudad española de Olmedo. A los diez días Blanca de Nabarra visitó Santa
María de Nieva, donde firmó un documento en el cual se interesaba por la
situación del escudero Joanicot Echecon, el cual había presentado una queja regia.
Blanca de Nabarra lo trasmitió a la Cámara de Comptos. Esta fue atendida por
Miguel de Rosas y Martin Garcia de Raxa, antes de pasar a Juan Garcia de Lizasoain,
Sancho de Iturbide y Juan de Atondo. Este último también recibió una carta de
Blanca de Nabarra, donde la reina le pedía que le enviase los nuevos Fueros, lo
que hizo su padre Carlos III de Nabarra, junto a sus ordenanzas suyas y las de
sus predecesores. Tambie´n la soberana nabarra mostró su interés por los
contratos existentes entre los reyes de Nabarra y los obispos e iglesias de
Iruinea-Pamplona. Y por último instó a los oidores a informarse sobre los
diplomas referidos a la baronía de Montesquie con sus villas y lugares.
En marzo y desde Santa María de Nieva, la reina
de Nabarra a pesar de estar muy enferma, mediante un esfuerzo supremo intentó
apaciguar las diferencias que la liga nobiliaria castellanoleones donde estaba
su marido el rey consorte de nabarra y príncipe de Girona, con el valido del
rey español Álvaro de Luna.
También habló en ese lugar con su hija y el
esposo de esta. Tras dicha conversación, Blanca de Nabarra envió un emisario
hasta Arévalo, donde se encontraba batallando Juan II de Nabarra y Girona. El
motivo del mensaje fue el de concertar una cita con el español rey de Castilla
y León. Este intento conciliador fracaso y volvieron las hostilidades al Estado
español.
El último documento firmado por la reina de
Nabarra fue en marzo y también fue en ese lugar, donde reconocía una deuda de
460 florines a un artesano joyero de Barcelona.
Blanca de Nabarra murió en Santa María de Nieva,
dentro del Reino de Castilla y León, el 3 de mayo del año 1441.