Iruinea, Noviembre de 2009

Iñigo Saldise Alda
La cruda realidad histórica
Soberanía de Navarra

Iruñea, 10 de noviembre del año 2009, paseando en un día frío y lluvioso por las calles de alde zaharra, tristemente he podido comprobar el alto grado de usurpación española en las diferentes instituciones existente en la antigua capital del Estado vascón. Antes de acceder al amparo de estas viejas calles, he tenido que sobrepasar bajo dos escudos españoles, uno Borbón y otro Austria, concretamente en el llamado portal de Zumalakarregi, personaje importantísimo en nuestra historia, que luchó en la denominada primera guerra carlista, en la cual, muchos de sus subordinados le veían como estandarte para recuperar la soberanía despojada al Reino de Nabarra, proponiéndolo incluso como rey de los nabarros y señor de los vizcainos.

La realidad actual en la que vivimos la totalidad de los nabarros, habría cambiado sustancialmente de haber triunfado esta idea, pues la defensa de nuestra idiosincrasia ancestral, recogida en el Fuero y basada en el Derecho Pirenaico o Vascón, solo hubiera salido victoriosa tras la recuperación de la soberanía de Nabarra, pero el tío Tomás no quiso aceptar ese rango y tras su muerte, las tropas carlistas fueron traicionadas en el fatídico abrazo de Bergara del año 1839.

Volviendo a la actualidad, el antiguo Palacio Real de Nabarra ha sido tomado por la simbología del invasor, pero a pesar de la apariencia de estos emblemas, existe un sentido y una actitud responsable que prevalecer en su interior ante la presión externa. La heráldica nabarra ha sido intencionadamente cambiada por la española, concretamente la imperial de los Austrias. En el antiguo solar donde residían nuestros legítimos y primitivos reyes, se ha instalado el llamado Archivo General de Navarra, necesario para algunas personas responsables, pero a su vez, reiteradamente utilizado por la maquinaria colonialista española contra los nabarros.

Y que decir del Ayuntamiento de esta bella ciudad, engalanado con la bandera del reino de España, aquel que en año 1512 lanzó sus tropas contra el Reino neutral de Nabarra, sin mediar declaración previa de guerra, siendo comandadas por el terrorífico duque de Alba, sino preguntárselo a los niños holandeses de la actualidad, en donde todo hay que decirlo, se encontraba el desertor Luís IV de Beaumont, hijo del traidor Luís III de Beaumont, al cual en los tribunales nabarros de Baiona, se le desposeyó de todos los títulos nabarros que poseía, a la vez que se le confiscaban todos sus extensos y numerosos bienes.

Hoy mirando al futuro, podemos darnos cuenta rápidamente que este no es muy halagüeño, más bien podríamos afirmar que es negro. La libertad realmente es una utopía dentro del reino de España, al menos para nosotros. A pesar de la buena voluntad de los partidos políticos vascos, que incluso legitiman la constitución española del año 1978, donde podemos comprobar que no se admite ninguna posibilidad con la cual volvernos a titular como nabarros, los tribunales españoles ilegalizan partidos, detienen y encarcelan a políticos, facilitándose con ello el poderse hacer cargo de sus instituciones, impuestas en esta parte de Baskonia y cercenando así cualquier atisbo de autonomía, bien de tercera o cuarta, pues ya que nunca fue de primera tras las invasiones y ocupaciones españolas, sino que se lo pregunte al antiguo lehendakari de la C.A.V., el señor Ibarretxe, siempre con la clara intención de exterminar los españoles la cultura de Euskal Herria.

Pero y a pesar de ello, los nabarros seguimos vivos. Continuamos buscando vías con la cual recuperar nuestra libertad, siempre diferentes a las que nos ofrecen o permiten los invasores, sabedores de la clara falta democracia existente, tanto en el imperio español como en el francés. Por ello no nos podemos permitir el lujo de despreciar cualquier vía que tenga como objetivo la recuperación de la soberanía del Estado de Nabarra, a pesar de la ideología personal que tengamos cada uno. Estamos obligados a trabajar codo con codo con el vecino, siempre por un bien noble y común, el cual se reduce a la palabra libertad.