Iñigo Saldise Alda
Nabarra ante la invasión española del año 1512
Soberanía de Navarra
Se acerca la aciaga fecha en la cual los españoles celebran los 500 años de la invasión y conquista del Reino o Estado de Nabarra. Nosotros, los nabarros y nabarras, tenemos la obligación de desmantelar la mal denominada historiografía oficial, la realizada de forma exclusiva por los historiadores a sueldo del imperio colonizador español. Por ello, en un ejercicio de conocimiento, el cual es la principal arma para nuestra descolonización mental he visitado los archivos del Palacio Real de Nabarra existente en Pau, Bearne. Los estatalistas nabarros y nabarras, nos vemos en la obligación patriótica de sacar a la luz a exactitud de lo ocurrido, siempre con la sana intención de recuperar la verdadera memoria histórica y con el fin de que la verdad prevalezca ante las continuadas acciones tergiversadoras, ciertamente consideradas erróneas desde un correcto rigor en la investigación histórica, provenientes de los imperios colonizadores del reino de España y de la república de Francia.
Por todo lo anteriormente mencionado, creo importante empezar por los sucesos acaecidos el jueves 1 de julio del año 1512. Ese fatídico día para el futuro de la libertad de los nabarros y nabarras, el emperador de Roma, también conocido como Papa, Julio II, se reunió con un rey conocido en la actualidad como el Falsario por la patriótica y única historiografía real de Nabarra, el cual tras la conquista de Granada del año 1492 ya se hacia titular por sus vasallos como rey de España. Éste rey no era otro más que Fernando II de Aragón, Granada, Nápoles y Sicilia.
Cuatro días después del sacrilegio político internacional realizado por el Estado Vaticano y el naciente reino de España, embajadores nabarros presentan sus credenciales y alegaciones en Blois. Al día siguiente, se redacta la minuta correspondiente, siendo esta aprobada el miércoles 7 de junio, nombrándose los árbitros. El viernes día 9, uno de ellos, Nicolai, es sustituido por Pocher, obispo de Paris. El monarca francés apremia para que el Tratado se cierre, pero los embajadores nabarros se muestran prudentes y toman sus precauciones. El día 10, sábado, tropas españolas invaden y ocupan el pueblo de Goizueta traspasando con ello las fronteras del Reino de Nabarra.
El sábado 17, los reyes de Nabarra, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, reciben del Consejo Real de Castilla un ultrajante e injurioso ultimátum. Este ultimátum es presentado en las Cortes de Nabarra para su estudio, al contar pretensiones inaceptables para la soberanía e independencia del Estado de Nabarra, como: “Paso libre por Nabarra, garantías de no ser molestados en la ocupación, entrega de las fortalezas de Lizarra, Amaiur y Donibane Garazi, a la vez de entregar al joven príncipe de Biana, Enrique el Sangüesino, como rehén a la Corte española”.
Ese mismo día 17, se firma finalmente el Tratado de Blois en el mayor de los secretos, siendo el presentado por los españoles una burda falsificación, pero a pesar de ello se genera una enorme emoción y estupor en el Palacio Real de Nabarra y en las Cortes sitas en Iruñea ante las pretensiones españolas. Los diputados nabarros en pie las rechazan firmemente y votan sobre tablas cinco cuarteles, llamando al levantamiento de la población del Reino de Nabarra. El propio Mariscal Pedro de Nabarra grita: “Nos piden cosas imposibles de aceptar”.
El lunes 19 de julio, el grueso del ejército invasor español penetra y viola las fronteras del Estado de Nabarra por la Burunba y Lekunberri. El ejército invasor español estaba capitaneado por Fabrique Álvarez de Toledo, duque de Alba y era muy numeroso. Concretamente estaba formado por 1000 hombres de armas, 1000 caballeros bardados, 1500 caballeros ligeros, 12.000 infantes y 20 piezas de artillería. Antonio de Acuña, obispo de Zamora, pronto se une al grueso de las tropas españolas. Eran 400 hombres armados más, entre los que se encontraba el temido tercio de Bugía, conocido por los numerosos estragos realizados entre la población del norte de África. Junto a ellos también se encontraba Luís IV de Beaumont, al cual el rey español le había otorgado de forma ilegítima los mismos títulos que le otorgó en su día a su padre, el de Condestable de Nabarra y el de conde de Lerin, ya que solo podían otorgar los reyes de Nabarra.
Luís IV de Beaumont iba junto a su cuñado el duque de Nájera, capitaneando 700 coraceros reales españoles. El duque de Alba dividió al ejército invasor en tres poderosas columnas, dos de ellas capitaneadas por los coroneles Refingo y el sangriento Villalba, mientras que la tercera, era comandada por el desertor Luís III de Beaumont. Los españoles acampan en Etxarri-Aranatz, mientras que la reina de Nabarra, Catalina I de Foix, huye hacia la Tierra de Ultrapuertos junto a sus hijos, falleciendo en el viaje uno de ellos. A su vez, el rey de Nabarra, Juan III, permanece en Iruñea preparando la resistencia y para ello encarga a los leales roncaleses la defensa del paso de Oskia, mientras pide ayuda a la ciudad de Tutera.
El miércoles 21 de julio, los roncaleses atacan a la vanguardia del ejército invasor español en las proximidades de Uharte-Arakil, retirándose posteriormente al paso de Oskia ante la superioridad del ejército asaltante español. El ejército del duque de Alba evita el paso por el desfiladero de Oskia y se instala en Arazuri, donde les esperaba el primo del desertor Luís IV de Beaumont, el traidor Francés de Beaumont. Los españoles están a dos leguas de la capital del Reino de Nabarra. El viernes 23 de julio, los Jurados de Iruñea salen a parlamentar con los invasores españoles, gastando en ello todo el día, lo que aprovecha el rey Juan III de Nabarra para abandonar la capital, siguiendo la recomendación del Consejo Real y las Cortes de Nabarra. Juan III de Albret promete regresar con grandes refuerzos y se retira a Zangoza y posteriormente a Lunbier.
Desde Arazuri, el sábado 24 de julio y al punto de la mañana, el duque de Alba envía a un heraldo de armas intimando la rendición de la capital del Estado de Nabarra, porque así lo exigía “la defensa de la Iglesia Católica”, la Liga Santísima y la expedición de Guyena. De inmediato levantan el Real y en orden de batalla pasan por Orkoien y Miluze, plantándose las tropas invasoras españolas en los terrenos de la actual Taconera. Los pamploneses aterrados, envía parlamentarios con la intención de obtener varios días de plazo para deliberar ante las Cortes de Nabarra. El duque de Alba responde a los emisarios nabarros: “Los vencidos no imponen leyes a los vencedores”, dándoles a elegir entre la rendición incondicional o el asalto y saqueo de Iruñea. Cinco horas después el regimiento de la capital ajusta y efectúa los términos de la rendición, nulo de derecho hasta hoy día, ya que dicha capitulación no fue realizada por las Cortes de Nabarra, ni los monarcas nabarros.
A las nueve de la mañana del domingo 25 de julio, el duque de Alba tras recibir la conformidad del regimiento de Iuñea, toma posesión de los portales, las torres y defensas de la capital del Estado de Nabarra. Una hora después, las tropas invasoras españolas violan las calles de Iruñea, entrando triunfantes al sonido de trompetas, tambores y otros instrumentos de viento hasta la Catedral de la capital vascona, donde les esperaba el Legado Pontificio, Bernando de Mesa, obispo de Trajanópolis con el Lignun Crucis. El duque de Alba realiza el paripé de jurar los privilegios de Iruñea, mientras que los Jurados y el regimiento en cuerpo, le entregan las llaves de la milenaria capital de los nabarros.
El rey español Fernando II de Aragón, Granada, Nápoles y Sicilia, el miércoles 28 de julio ordena al duque de Alba la persecución del rey Juan III de Nabarra. El elegido para esta misión es el sanguinario coronel Villalba y sus órdenes son claras, exterminar a la Familia Real de Nabarra. A su vez, los reyes de Nabarra, sin esperanza alguna de socorro intentan jugar sus cartas por la vía diplomática y envían al bachiller de Sarrian Pedro de Nabaz y Martin de Jauregizar a Iruñea, con la intención de pedir las condiciones de un Tratado similar al del año 1495. El jueves 29 de julio se llega a un acuerdo preliminar. Los embajadores nabarros, el duque de Alba, Ontañon y el canciller del obispo de Iruñea, Pedro de Tarazona acuerdan: “El Mariscal Pedro de Nabarra y el Condestable del Reino vascón quedarían como rehenes en Castilla. Se entregarían las mejores fortalezas a los invasores españoles y los reyes de Nabarra serían desterrados al Vizcondado nabarro del Bearne. El duque de Alba a su vez, se compromete a hacer un alto en su conquista militar, pero todo subcorrectione Ferdinandi, siendo el rey español en definitiva quien deberá proponer y decidir”.
Juan III de Nabarra, el viernes 30 de julio, pide ayuda a Tutera por segunda vez, pero un día después la bella ciudad del Ebro se encuentra sitiada por las tropas españolas del arzobispo de Zaragoza, hijo bastardo de Fernando II de Aragón, Granada, Nápoles y Sicilia, lo que hace imposible atender a la petición del rey consorte de Nabarra. La familia Real de Nabarra abandona Lunbier sin esperar al final de las negociaciones con los españoles y marcha a Orthez acompañándoles un gran número de patriotas nabarros, mientras que el rey español Fernando el Falsario, realiza un celebérrimo ultimátum, en el cual afirma que se conforma con ser “mero depositario” del Estado de Nabarra, sin mencionar en su manifiesto a las Bulas Pontificias. Incluso el español se compromete a devolver el Reino de Nabarra a sus legítimos dueños, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, a no ser que Julio II, emperador católico de Roma, le estipule de forma expresa, que se quede con la presa nabarra.
Los españoles imponen condiciones imposibles, ciertamente terribles y monstruosas a los nabarros, como por ejemplo: “Es indispensable que toda Nabarra, con sus fortalezas y ciudades, queden en poder absoluto de España, hasta el desenlace definitivo de la guerra entre España y Francia. Los reyes de Nabarra deberán suscribir esta conformidad, entregando al capitán general castellano, todas las plazas, poblaciones y castillos. Todos los habitantes del Reino de Nabarra quedarán sometidos al poder y obediencia de el Católico, guardándose éste la reserva de cuando y como devolver el Reino de Nabarra a sus legítimos monarcas, quedando los nabarros obligados a obedecer bajo pena de traición y felonía al rey de España”. (…) “Los reyes de Nabarra autorizarán a regresar al Reino y someterse a la autoridad de el Católico, a todos los nabarros que se encuentran con ellos en el Bearne. El Mariscal de Nabarra y el Condestable quedaran obligados a vivir en Nabarra donde Fernando de España disponga. Obligatoriedad de entregar al joven príncipe de Biana para su educación en Castilla. El Católico, en virtud de los poderes que le confiere la Iglesia Católica de Roma, exige a los monarcas nabarros que no autorice, ni toleren, el paso de tropas francesas o gentes de guerra por el Bearne bajo ningún pretexto”.
A su vez, el duque de Alba manda tropas de asalto a las diferentes ciudades y villas nabarras intimándoles a la rendición. Ninguna localidad nabarra obedeció este impositivo ukase o decreto extranjero. Ante los actos de barbarie españoles, las diferentes villas y ciudades del Reino vascón se rinden en cascada, siendo la última la ciudad a orillas del Ebro, Tutera.
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"De pie la gente libre a favor de la libertad de la patria"
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