El último rey de Nabarra
Iñigo Saldise Alda
de noviembre del año 1528, Enrique II de Nabarra tuvo que soportar las mofas despectivas hacia su persona tras el nacimiento de su hija Juana, princesa de Biana, en las que también estaban incluidas la recién nacida y su esposa Margarita de Nabarra. Las maléficas burlas provenían del mayor enemigo de los nabarros, el emperador Carlos I de España y V de Alemania, que entre satíricas risotadas afirmó lo siguiente:
“¡Milagro: la vaca ha parido una oveja y el pastor guardará su rebaño”.
El 1 de abril del año 1553, en el palacio de Pau, la princesa de Biana Juana de Albret, parió a un hijo varón, al cual le dan el mismo nombre que su abuelo el rey de Nabarra, Enrique el Sangüesino. El júbilo se apoderó del monarca nabarro, “bautizando” con sus propias manos al joven infante de Nabarra con un diente de ajo y una gota de vino de Jurançon, contestando gozoso a los absurdos de los españoles:
“¡Este es el milagro: la oveja ha parido un león”.
Tras la muerte en el año 1555 de Enrique el Sangüesino y el ascenso al trono del Reino de Nabarra de su madre Juana de Albret, el niño Enrique adquiere el título de príncipe de Biana tras ser presentado en las Cortes. Junto a su hermana Catalina adquiere una educación humanista y conforme, en materia religiosa, a las creencias reformadoras de su madre Juana III de Navarra, adquiriendo así una formación acorde con el incipiente Nabarrismo.
En el año 1561 llegaron a Pau nuevas cartas de Paris. A parte de las dos habituales para el duque de Vendôme, llegó una a la propia reina de Nabarra de parte de Catalina de Médicis. En ella le rogaba dar permiso a Antonio de Bourbon rey consorte de Nabarra, para que acudiese a la Corte francesa de Paris, donde estaba obligado a recoger y jurar su nuevo cargo como teniente general del Reino de Francia. El trato recibido en la carta de Catalina de Medici agradó mucho a Juana III de Nabarra, quien dio su permiso a Antonio de Bourbon para marchar a la libidinosa Corte existente en la ciudad de la luz.
Pero lo que no sabía la reina de Nabarra, es que en la carta privada que había recibido Antonio de Bourbon, la reina madre de Francia le ordenaba que debiera ir con su hijo el príncipe Enrique de Biana para ser educado a la francesa. Por supuesto el traidor de Antonio de Bourbon no le dijo nada a su esposa la reina titular Juana III de Nabarra y en su marcha hacia Paris pasó por el castillo de Coarraze, donde solo se hallaba la baronesa de Moissans y su prima Susana de Bourbon-Busset, ya que su marido el barón Juan de Albret, se encontraba atendiendo sus obligaciones como gobernador y teniente general del Reino de Nabarra.
El duque de Vendôme, sin bajarse del caballo, le ordenó a su prima que trajese a su hijo el príncipe de Biana. La baronesa de Moissans había salido a recibir la comitiva del rey consorte de Nabarra. Desde la entrada de la puerta del castillo le comunicó a su primo Antonio de Bourbon, que su hijo Enrique estaba practicando el arte de la caza junto a unos campesinos, los cuales le habían enseñado la máxima de dicho oficio, “Solo se mata lo que se va comer”.
Un sirviente de la baronesa corrió al bosque a buscar al príncipe de Biana Enrique de Bourbon-Nabarra y Albret. Cuando lo encontró le informó que su padre el rey de Nabarra había requerido su presencia en el castillo de Coarraze. El príncipe de Biana tras entregar las herramientas de caza a uno de sus amigos, corrió hasta el castillo y tras escuchar a su padre recogió sus cosas y montó junto a él. Pero el destino no estaba donde se encontraba su madre, sino en aquella Corte que había visitado con apenas cuatro años y cuyos breves recuerdos no le entusiasmaban demasiado.
Mientras permanecía “preso” en la Corte de Paris el Enrique de Biana, a finales de septiembre del año 1562, las tropas católicas francesas que estaban dirigidas por su comandante en jefe el condestable de Francia, ponían cerco a la ciudad normanda de Rouen, la cual estaba ocupada por las tropas de los hugonotes, que tenían la firme decisión de resistir lo máximo posible el asedio a espera de la ayuda militar prometida la reina de Inglaterra Isabel de Tudor.
A las órdenes del condestable de Francia se encontraban el duque de Guisa con sus confederados católicos y el Antonio de Bourbon rey consorte de Nabarra y duque de Vendôme con las tropas reales de Carlos IX de Francia y un numeroso contingente de soldados españoles. Una noche, Antonio de Bourbon decidió acudir a la tienda de su amante la mariscala de San Andrés, la cual estaba al otro lado del cerco y bastante alejada de las murallas. Hizo ver a sus subalternos que la intención que lleva era de visionar las murallas de la ciudad en poder de los hugonotes, para así acortar el trayecto que le llevase a desenfrenar sus deseos sexuales. Pero su paseo estaba siendo observado por dos soldados protestantes, un hombre y una mujer, desde una torre de vigilancia. En eso que le entraron ganas de mear al duque de Vendôme y se paró junto a un arbustico, pesando que nadie le observaba. Procedió entonces a retirar la armadura que cubría sus genitales, sacándose a continuación el pene procedió a orinar. Ese instante fue aprovechado por la mujer hugonote, la cual disparó su arcabuz impactando la descarga de la munición de lleno en “las partes nobles” del duque, destrozándole por completo sus testículos e incluso saliendo volando despedido su pene.
El día 10 de noviembre murió el rey consorte de Nabarra y duque de Vendôme, pasando sus títulos nobiliarios al joven príncipe de Biana que continuaba en Paris. Los Bourbon o Borbón eran descendientes directos de San Louis IX, por tanto príncipe de Sangre quedando como descendientes al trono de Francia tras la Casa de Valois, gobernante entonces en el Reino francés.
Enrique príncipe de Viana fue presentado a Carlos IX de Francia en la Corte francesa de Paris como príncipe de Sangre. Durante la visita conoció a Michel de Nôtre-Dame, más conocido por Nostradamus, quien realizó una predicción al joven príncipe nabarro, ante la madre del monarca francés, Catalina de Médicis, en la cual le dice que llegará a ser rey de Nabarra y Francia.
Por otro lado, Juana III de Nabarra envió una embajada ante Catalina de Médicis. Dicha embajada llevaba como mandato conseguir el retorno del príncipe de Biana al Estado Pirenaico, pues tras la muerte del duque de Vendôme, ella creía que no había causa legal por la cual Enrique de Bourbon-Nabarra y Albret, siguiese retenido en territorio francés.
Pero el príncipe de Biana permaneció secuestrado en territorio francés por mandato de Catalina de Médicis, la cual se había negado a atender las exigencias de liberación para Enrique de Bourbon-Nabarra y Albret, llevadas ante ella por los embajadores nabarros. Catalina de Médicis instó a la reina de Nabarra para que le concedieran la tutoría de Enrique de Bourbon-Nabarra y Albret, al ser desde la muerte de su padre Antonio de Bourbon, el primer príncipe de Sangre francés.
Ante tales pretensiones de la reina madre de Francia, Juana III de Nabarra visitó Paris y le explicó que su hijo era el heredero a la Corona de Nabarra y que su título de príncipe de Biana, el cual estaba por encima del de duque de Vendôme o cualquier otro título francés. Ante la acción de la reina de Nabarra, Catalina de Médicis le ordenó que se instalase en el ducado de Vendôme, donde Juana III de Nabarra se encontraba tan cerca y a la vez tal lejos de su amado hijo, al cual antes de salir de Paris le dijo: “Te quiero hijo y recuerda, no vayas a misa”.
Pero Juana era mucha Juana y entendía que como reina de Nabarra que era, no debía acatar orden alguna de Catalina de Médicis. Poco faltó para que estallase la guerra total entre los Reinos de Nabarra y de Francia. Pero finalmente llegaron a un acuerdo. Catalina de Médicis se encargaría de la educación del príncipe de Biana, pero siempre y cuando tuviera dos tutores hugonotes; además Enrique de Bourbon-Nabarra y Albret fue nombrado gobernador de la Guyena. Sirvió como testigo de dicho acuerdo el príncipe de Condé, quien garantizaría la educación en la Fe de la iglesia reformada para el joven príncipe de Biana y duque de Vendôme, su sobrino.
En el año 1565 e príncipe de Biana se encontraba de gira con la Familia Real francesa. Catalina de Médicis pretendía con ello presentar a su hijo Carlos IX de Francia a su Pueblo, algo que en su día había impedido la guerra entre católicos y protestantes. En su gira, antes de llegar a Baiona-Bayonne, la reina madre de Francia se desvió rumbo a Nerac, donde se entrevistó con la reina de Nabarra y después acudió a una misa católica. Una vez acabada la misa, juntas fueron a Baiona-Bayonne, donde Catalina de Médicis se debía reunir con su hija Isabel de España y el duque de Alba. El motivo por el cual fue la reina de Nabarra era obvio a la par de simple, ver a su amado hijo Enrique de Biana.
En la ciudad de Baiona-Bayonne la reina de Nabarra pudo saludar de manera entrañable a su hijo. Después ya durante la cena de recepción, Juana III de Nabarra comprobó la falta de respeto hacia su persona, hacia el Pueblo de toda Nabarra y hacia su Fe, por parte del sanguinario duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el cual no esperaba la presencia de la princesa de Bearne, por lo que no había tomado medidas para su secuestro. La reina de Nabarra se levantó de la mesa sin mediar palabra, llamó a su escolta y marchó de nuevo, sin su amado hijo, a la Corte nabarra de Nerac.
Juana III de Nabarra aprovechó el final de la gira de la Familia Real francesa en marzo del año 1566, para viajar nuevamente a la Corte de Paris con la firme intención de no volver al Reino Pirenaico sin su amado hijo, asustando y acongojando al cardenal de Lorena-Guisa, el cual desechó la idea del envenenamiento del príncipe de Biana para tristeza de Felipe II de España.
La reina de Nabarra pasó los siguientes ocho meses allí, en esa odiosa Corte libidinosa y católica, hasta que finalmente, tras haber argumentado siempre lo mismo, que su hijo de trece años tenía que ser presentado a sus súbditos, y que por tanto era necesario el retorno del príncipe de Biana a su futuro dominio; Juana III de Nabarra consiguió lo demandado.
Con apenas quince años y por orden de su madre, la reina Juana III de Nabarra, el joven príncipe de Biana se puso al mando del ejército de Nabarra y acudió a socorrer a la sede protestante y francesa de La Rochelle, consiguiendo la victoria ante tropas católicas francesas, que involucraría definitivamente al Reino de Nabarra en la segunda guerra de religión, después de haberse mantenido relativamente al margen tras la primera, que solo se había desarrollado en el reino de Francia.
El príncipe de Biana tuvo que retornar al Reino Pirenaico al mando de las tropas nabarras, para combatir a los católicos y proespañoles que se levantaron en armas a comienzos del año 1568 y que habían expulsado a los ministros protestantes e incluso se habían apoderado de varios castillos. El joven príncipe Enrique de Biana, intervino consiguiendo una paz entre las facciones católicas y protestantes del Reino de Nabarra. Su madre la reina Juana III de Nabarra otorgó el perdón total a los rebeldes, y tras ello proclamó la libertad de conciencia mediante el Manifiesto de los Gentileshombres y del pueblo de Nabarra, algo que nunca olvidaría el joven príncipe de Biana.
La guerra religiosa prosiguió entretanto en el reino de Francia. Así en 1569 el barón de Terride, en nombre de Carlos IX de Francia, ocupó el señorío de Bearne, perteneciente al Reino Pirenaico y restableció el catolicismo como única doctrina de fe. El señor de Luxe, junto algunos católicos más, se reveló de nuevo contra la reina Juana III de Nabarra. Las tropas nabarras, comandadas por Enrique príncipe de Biana, consiguieron expulsarlo del castillo de Maule.
La religión católica vuelvió a ser prohibida en el Reino de Nabarra, pero un año después de la paz de Saint-Germain del año 1570, en las Cortes de la Rochelle y a petición realizada por los Estados Generales de Nabarra, la reina Juana de Albret, restableció la libertad de culto para el Reino Pirenaico. También se firma las Confesiones de Fe de la Iglesias Reformadas de Francia.
La reina Juana III de Nabarra, comenzó unas nuevas conversaciones con la Corte francesa, en busca de una paz duradera con el Reino de Francia. Para ello promueve un matrimonio, asesorada por los principales líderes hugonotes, entre el príncipe de Biana y Margarita de Valois, hermana del rey francés Carlos IX. A dicho enlace se muestra contrario, en un principio, el joven príncipe de nabarro.
En el año 1572 la reina de Nabarra es envenenada en París por orden de su archienemiga, Catalina de Médicis. Enterado de la noticia y tras ser coronado rey de Nabarra, Enrique III entró en París junto a 900 caballeros nabarros vestidos de negro, color representativo los protestantes.
Enrique III de Nabarra se mostró partidario de continuar con el matrimonio con la bella princesa Margarita de Valois. Esta boda no contó con el apoyo del Papa, y se realizó en la puerta de la iglesia de Nôtre-Dame, debido a las creencias reformistas del monarca nabarro.
En la noche de S. Bartolomé del mismo año, los católicos atacaron a los protestantes, esgrimiendo como simple excusa la herejía y la defensa de la fe católica. En total, en el Reino de Francia fueron asesinadas unas cien mil personas, protestantes mayoritariamente, y con ellos la inmensa mayoría del séquito de 900 navarros del rey de Nabarra. El propio monarca nabarro, fue hecho prisionero y forzado a convertirse al cristianismo, además de verse obligado a proclamar el catolicismo como religión única del reino de Nabarra, teniendo que permanecer de manera forzada en la Corte de París.
Enrique III de Nabarra, ese mismo año, consigue huir de París. Abjura de la religión católica nada más entrar el Reino Pirenaico y de inmediato se pone al mando de las tropas protestantes en la cuarta guerra de religión, que pronto se transformaría en la conocida como la guerra de los tres Enriques, que implicaba al propio rey de Nabarra, al nuevo rey de Francia Enrique de Valois y a Enrique I de Guisa.
Enrique III de Francia, tras reconocer a Enrique III de Nabarra como heredero o sucesor al trono francés, murió asesinado por un ultra católico, del partido de Guisa, en el año 1589. La muerte del último Valois, permitía en teoría al rey de Nabarra convertirse en rey de Francia. Pero para poder lograrlo, Enrique III de Nabarra mantuvo una guerra abierta contra la Liga Católica, el emperador de Roma y el rey de España Felipe II, que se negaban a reconocerlo como rey de Francia. En fases de este enfrentamiento, Enrique III tuvo que retirarse al Reino de Nabarra, donde preparó un ejército que debería facilitarle el acceso al trono francés mediante la vía militar.
En el año 1585, el emperador de Roma Sixto V, excomulga por hereje a Enrique III de Nabarra. Las tropas protestantes consiguieron algunas victorias pero París resistió gracias al apoyo de las tropas españolas comandadas por Alejando Farnesio. En el año 1593, el rey de Nabarra se convierte al catolicismo con el fin de obtener el trono de París; algo que se resumiría con una frase que falsamente se le atribuye:
“París bien vale una misa”.
Esta coronación no supuso la unión de los Reinos, ya que Enrique III de Navarra y IV de Francia mantuvo la independencia de Nabarra, cuyas Cortes legítimas estaban situadas en Pau, mientras que en Donapelau se continúa acuñando la moneda del Reino Pirenaico.
En el año 1598, Enrique III de Nabarra y IV de Francia, firma la paz de Vervins con el Reino de España. En ese Tratado sobre el conflicto existente en Flandes entre los Reinos de Francia y España, el rey nabarro introdujo una clausura concerniente a la ilegal anexión de las tierras del sur del Pirineo por parte española, negándose claramente en ella, a legitimar el atropello militar español.
Ese mismo año también realizó el Edicto de Nantes, donde se reconoce la libertad de religión en los Reinos de Francia y Nabarra, a semejanza del Manifiesto de los Gentileshombres y del Pueblo de Nabarra realizado treinta años antes por su madre la reina Juana de Albret III Nabarra. Enrique III de Nabarra y IV de Francia pretendía que el Edicto de Nantes se extendiese a los demás Reinos europeos, legalizando con ello el protestantismo y poniendo las bases definitivas para acabar con las guerras de religión en Europa, que en menos de un siglo habían costado millones de muertos.
Esta decisión le supone una nueva excomunión a Enrique III de Nabarra y IV de Francia, por parte del emperador de Roma de turno.
Enrique III se divorció en el año 1599 y se casó en segundas nupcias con María de Médicis en el año 1600. De esta unión nacería el futuro Luis XIII de Francia, el cual no fue educado según las condiciones existentes en el Fuero nabarro, ni presentado a las Cortes nabarras, pasos obligados para ostentar el título de príncipe de Biana y así poder acceder al trono del Reino de Nabarra bajo elección determinada en el Preámbulo del Fuero del Biarno-Bearne realizado por Enrique II de Nabarra el Sangûesino, sino que recibió toda su educación católica en la corte francesa de Paris, concretamente de manos del Cardenal Richelieu.
En el año 1607 Enrique III de Nabarra y IV de Francia deja escrito un testamento en el cual queda bien claro que el Reino de Nabarra lo diferencia del Reino de France cuyo legítimo heredero es el delfín de Francia Luis de Bourbon, pero también el el otorgaba la Tierra de Laburdi al Reino de France.
A finales del año 1608 Enrique IV de Francia y III de Nabarra mandó una comisión francesa encabezada por Pierre de Lancre y Jean d’Espagnet a la Tierra de Laburdi. Un año después y con la patente intención poner orden y acelerar la centralización francesa en esa tierra originariamente nabarra, Pierre de Lancre y Jean d’Espagnet no dudaron poner en práctica la inquisición francesa para solucionar “la brujería de los vascos” con el beneplácito de Enrique IV de Francia y III de Nabarra, buscando también el final del litigio fronterizo existente con el Reino de España, más concretamente con Irun y Hondarribia.
A comienzos del año 1610, tras realizar una brutal escabechina contra los vascos de Laburdi, Pierre de Lancre deja bien claro y explícito que sus acciones eran aprobadas por el monarca francés Enrique IV con la intención de asentar la frontera franco-española. Para ello construyeron fortificaciones como la de Sokoa, bajo organización militar, mientras que jurídicamente instauraron tribunales para la caza y el martirio de los brujos vascos.
El 14 de mayo del año 1610 el rey de Francia y último de Nabarra, fue asesinado en una calle de Paris por un jesuita, el ultracatólico François Ravaillac.
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